A R A T H I A M A I T R E Y A
C A N T A N D O. . .
A
S Í S E R Á S
V
All animal perceptions, sensibilities,
activities are ruled by nervous and vital instincts, cravings, needs,
satisfactions, of which the nexus is the life-impulse and vital desire. Man too is bound, but less bound, to this
automatism of the vital nature. Man can
bring an enlightment will, and enlightened thought and enlightened emotions to
the difficult work of his self-development; he can more and more subject to
these more consciuos and reflecting guides the inferior function of
desire. In proportion as he can thus
master and enlighten his lower self, he is man and no longer an animal. When he
can begin to replace desire altogether by a still greater enlightened thought
and sight and will than his own, linked to a more universal and trascendent
knowledge, he has commenced the ascent towards the superman; he is on his
upward march towards the Divine.
SRI
AUROBINDO
The Synthesis of Yoga
[1]
Los
cuadernos de ARATHIA MAITREYA, han sido escritos, en su original, en caligrafía
manuscrita, en los que no existe en absoluto, enmienda, tachaduras, o cambio de
vocablos. O de puntuación.
Ella
misma los ha transcrito en manuscrito dactilografiado, escogiendo la forma más
conveniente para su impresión final, incluyendo dibujos, además, que en ciertos
cuadernos no pudieron copiarse con la apropiada precisión.
Dichos
dibujos, forman parte integral de este mensaje Maitréyico, siendo el
original, obvio, el más válido para su momento de expansión áurica.
ARATHIA
MAITREYA, recompone así, la dimensión escrita-hablada-dibujada, en un solo
vacío. En una sola línea. En un mensaje único, en que el respiro no
cambió, ni vibró en otro tono que no fuera el Primero. Ese real, que inspirado en la LUZ, forma el
Canal Sublime.
El
REAL, motivado por el Prana de quien conoce el SOL, y es su Habitante.
Los deseos
de los seres que no tienen razón ni consecuencia en el Ser la Mirada
Divina, son deseos perdidos. Como
si no tuvieran cabrestante, siendo un buque marino.
Los mares de la
infancia, nunca serán los mares del futuro, cuando tú puedas ver la resonancia
de la vida y los ardores de la Muerte.
Los libros de
los viejos, son libros sabios… es verdad.
Pero nunca serán los que iluminen el sendero de la Gran Aventura. De la Verdad, a secas.
No temas a la Muerte, aventurera del destino de las
Estrellas Madres. Ella no va a venir con
su afilada espada a conminarte, a dominar, a ser la que te dicta su derecho y
revés, pues no es permanente ya su andar.
Es vieja su estructura. No
desafíes nada que no tenga la Dama y su Dilema, pero tampoco vengas con dilemas
que no te corresponden, porque el vagar por los caminos de cementerios de
elefantes no trae nada nuevo, ni nada que te incumba.
Deja los ruidos de alacranes, hacer su nido en tierras
de otros. No trates de mirarlos a los
ojos. No dejarán su huella en tus
pupilas, pues no se puede ser lo que no es… y ellos, los dueños de ponzoñas con
rumbo definido, no te interesan, peregrina.
¡Vete a dormir…!
Es bueno para el sueño de los que quieren guerra y no la encuentran… ¡Vete a soñar…! Es el remedio de los tontos, querida
Estrella del Mañana de Todas las Verdades.
No creas en sus dichos, ni en sus decires de villanos. No tienen recio aliento, los que poseen hoy
los alamares y los diplomas y la batuta de esa orquesta, que ellos creyeron que
sería la ganadora del concurso.
Vacío está el granero de la Diosa. Y vacío su Canto, Omnipresente.
Así escuché a mi Padre, hablar… por la primera
vez. Jamás lo había oído, ni mirado a
sus ojos, hasta este día: audiente que me escuchas con tus preguntas
pintureras.
Y no merezco, en realidad, su acento primitivo, que es
como dice que es el suyo, pues de ofrecerme el verdadero, perecería el mundo y
sus querellas. Se estrellarían los
cielos con la tierra. Se morirían de
risa las ardillas…
Así me dijo, es cierto. Créeme.
Y yo no supe el resto de la historia hasta después… Después…
¡Y quién lo iba a pensar…! ¡Y
quién lo iba a creer…! si las imágenes de todas las ilusiones vanas que la raza
del hombre creó con su presencia de ilustre sabio de las ágoras y portador del
estandarte de ciencias y de robos como jamás se han visto, jamás dejó presente
esta medida, y no exagero.
No quiero presentarte un Dios en los Olimpos, ni un
Dios en las Alturas Soberanas… me repitió y me repitió…
Aquí lo tienes, en la Tierra. El Dios del Universo. El Absoluto.
El Magno Detentor de la Verdad Suprema.
No busques en alturas, como no sean las Montañas de Puro Resplandor, o en
las vacías cumbres de la mirada de la Diosa, que fue tu Madre y te acunó con la
canción de cuna que ahora tienes en tu Centro, porque allí Ella la sembró.
Vete a Cantar… ahora sí… como los ruiseñores. Canta y reparte el don de la caricia en tu
mirada plena y en tu sonrisa clara, pues nada te escatima la Ley del Universo,
ni nada te desplaza del Círculo de Fuego, en que solícita y amiga te diseñó la
Maga de las Flores. La Rosa. La Testiga…
Y con ésta Presencia, te dejo…
No me olvides.
No cierres la mirada en los atardeceres ni cubras tu distancia, sin que
yo sea tu guía en el camino. Deshace
todo. Todo… Menos el tibio canto de tu
Ser, que ahora Es, en realidad, quien cubre las distancias y diseña el dibujo
de este encuentro.
Así me habló mi Padre.
El Poderoso. El Gran Maquinador,
como mi Madre me había dicho en tiempos de mi infancia, cuando nombró una vez
aquel hermoso ser, que nunca vi, ni nunca oí…
hasta el sol de hoy, que fulge en las alturas como jamás fulgiera un
astro rey.
El Sol, amigo que me escuchas, es el intenso ardor en
tus pupilas. El caminar de los
cansados. El guía de tus manos. El que resume y dice. El que no tiene alas, pero sostiene el cuerpo
como si fuera un águila dorada y vuela en esas cumbres que nadie puede ver, tan
altas son… Tan áridas, algunas. Y tan
potentes, otras…
No tiene equivalente ese rumor que escuchas cuando es
el Sol el que produce esa tonada altiva.
O esa canción de amor. O a lo
mejor la escuchas en sordina y entonces ella tiene la nota de expansión que
regaló mi Padre a todos los que quieren y pueden recibirla.
La Nota Suave.
No la Dinámica Nocturna.
Las curvas del camino no se parecen a la altura de una
montaña con las nieves perpetuas, pero todas tienen iguales consecuencias,
cuando el camino se hace con el Amor en ristre y con la plena convicción que
tienes el mensaje que vibra ya en Escala Regia.
Porque Yo quiero Ser, quien te respira y Es… No dejes el carcaj, guerrera de las
Llamas. Dadora. Amiga de los grandes y de los mensajeros. De los pequeños seres, de las cosas… De los
que tienen y no tienen. De quien conoce
y no.
Déjate Ser por quien te Es, en la Presencia de la
Madre y en mi Ritmo Feroz… pues voy a complacerte. Voy a dejarte el Ritmo Antiguo y tú sabrás
cómo encontrarme, cuando respires, cuando viajes a las regiones del Amor y allí
me encuentres, suspirando, por tus amores imposibles y tus delirios de
princesa, de arañita nochera, de mendiga…
Así me hablaba… y me acunaba, su voz de temple ardido,
como jamás pensé que se pudiera oír en este Mundo.
Pero es que el Mundo es Otro… se rió con esa risa que
le habría de oír, de ahora en adelante y que es la carcajada más estridente y
más violenta que un ser humano pueda resistir, y créeme… No es fácil.
Tú me vas a decir que el mundo no ha cambiado de
esplendores, ni de rumores, ni tiene compostura, y que la alegoría de todo ese portento
que se anuncia en las zonas de la Muerte, son resonancias diurnas, sólo. Pero has de ver y de no ver… peregrina
benigna en tu cantar. Benigna en tu
reír. Y sobre todo, ciega… ciega… como
los malvivientes. Pero Seré en tu Ser
dormido, créeme. Viviré en tu esplendor
de peregrina gris oscura y moriré en tu plenitud, como se debe.
Mi Padre me miró, como se mira a una paloma que le
currucutea a su palomo y me sonrió, benévolo.
Jamás voy a contar lo que no tengo que contarte, pero
no dejaré el rezago triste de las historias mal contadas, te prometo. Así vas a dejar la huella de mi vida y la
huella del Destino que la escribió, apenas nací. Porque nacer es una cosa y vivir el
Destino es otra, muy distinta.
Hay quien lo niega, ciertamente.
Y hay quien lo vive, en realidad.
Porque las cosas del Destino son los dibujos ciegos
que en permanencia y en esencia han sido escritas, desde siempre, y lo creas, o
no… la historia se repite y se repiten las tensiones a la hora del
encierro, cuando la vida te atenace y las canciones de otros te vengan a contar
lo prometido en las esferas de maléfico vuelo.
A esos, les dices que se vayan, por donde mismo entraron…
Y volvió a sonreír, con la mirada más sedienta de
todas sus miradas. Porque aprendí a
vivirlas. A conocerlas.
A olvidarlas…
Esa mirada de mi Padre, tenía la resonancia de cielos
en tormenta.
De calores de hielo, porque mirarlo era morirse de
frío en las entrañas por más que el sol resplandeciera en esas zonas tórridas,
donde él me mantenía, como mantiene el ritmo de su sed... cuando me escancia y
me obnubila, con la sonrisa abierta y aquellas huellas de su risa, que me
desatan toda, como a una carabela que busca la aventura.
Nada faltó en este morir. Ni nada resurgió antes del tiempo de la
tormenta, cuando él me suspendió, me diseñó aquel panorama de gloria y de
belleza y en medio del portento me prometió volver…
No quiero recordarme de todo ese tormento que fue su
risa oscura, en los inviernos secos, donde llovían flores, mariposas, hablaban
las hormigas y yo miraba el cielo azul intenso y me acordaba de su risa. La de munífico esplendor. Aquella de las noches, cuando él me sostenía
en la mirada más violenta y el abrazo más tenue me envolvía, pues yo era muy
pequeña y sus manos morenas me cargaban y me dejaban olorosa a rosa de los
valles. Me ceñía a su cintura y desde
allí me sostenía, como las indias a sus hijos.
Como si fuera un cangurito… Así
decía, y repetía:
No tiembles, peregrina. No tiembles ante el vuelo del águila
nocturna, pues ella no es amiga de los cobardes ni los tibios. Acelera tu canto. Lanza tu vieja jabalina y mueve los testigos,
que se inquietan ahora por tus decires y mirares y tus amores, sobre todo. Rebaja el ritmo de tu canto, si es necesario
que lo hagas. No dejes que la sombra se
apodere del sol, cuando la sombra no es la tuya.
Y entonces yo volvía de su mirada ciega y galopaba
como una potranquita en medio a los pastales y me dejaba ir… Me desprendía del suelo, como si fuera una
pegasa y él me dejaba así… Volando. Restañando heridas prohibidas, pues yo sabía
que el vuelo de una niña no puede ser el vuelo de una Estrella, como él me
prometía… Pero volando fui… y volando
volví, a esferas de misterio y Él fue el culpable de mi sino… Créeme, o no… viajero… El sino de una niña que se creyó una
Estrella, no es un sino cualquiera.
Has de morir, sin cuento…
Has de vivir
infierno y paraíso, en ecuaciones últimas y con acentos diferentes. Pero jamás has de volver al ciego resplandor
de mis pupilas omniscientes, como no sea el día de tu encuentro con la mirada
de la Madre.
Ella te quiere ver, pero no puede ahora, pues anda
combatiendo con la emergencia de la Oscura.
La que conviene y no… con que tú
tengas un sonido que se parece al suyo y sin embargo no lo nombras, porque lo
desconoces…
Mi Padre me miraba, como en los días de mi infancia,
cuando en tonadas tibias y colmadas de goce, yo conocía el dilema de todos los
amores y todos los dolores y todos los portentos… pues nada era mentira. Todo era tan real como mis manos y mi
boca. Y todo me apremiaba a declararme
loca de remate.
Loca serás… ¡bendita seas… peregrina…! Loca de atar… y no te olvides de la Rosa, que
será la testiga del prodigio y cambiará tu Centro de Bondad en Centro de
Belleza y de Armonía Sublime.
Sólo el que quiere… puede…
Y entonces me lanzó como a una piedra de río entre
unos círculos ardidos que se formaron en su Centro de Todas las Verdades, como
me dijo que serían las cosas de mi vida.
Serán como los sueños. Y tú no
creerás, porque al comienzo no han de ser tan claros ni tan fuertes, pero más
tarde voy a darte la claridad Suprema y con ella y tu canto, dominarás esa
ecuación y todos los pesares y todos los temores y sobre todo esa tonada que
comenzó a cantar el ruiseñor, en horas vespertinas, se irán de tu ventana. Se alejará la Parca, peregrina.
Y yo no me atreví, ni a preguntar por qué, ni a
declararme loca, antes de tiempo.
Hasta que un día lo vi, de pie… como si fuera un árbol
de abedul, en medio de aquel bosque, donde él me conducía en noches de tormenta
y yo soltaba todo lo que tenía que soltar.
¡Déjate ir…! gritaba en medio a aquella risa, que yo no comprendía y que
ahora me cubre de rubores, pues era tan sensible, como la risa de los niños, y
yo la confundía con terrores nocturnos, acideces hediondas, fuegos fatuos… y ahora se por qué…
Pero él no se movía de su sitial ardiente como si todo
fuera a perecer y yo no respiraba, del temor.
No vamos a emprender el viaje de retorno, sin conocer
la Aurora de Todas las Verdades, me sugirió aquella mañana, en que tomándome y
nutriéndome con su mirada azul, dejaba en mí la entraña misma de las
cosas. La Verdad Ultima, no existe… me repetía con dulzura, como temiendo
oscurecer esa Verdad que sí existía, pero que nadie puede conocer, hasta llegar
al Centro de Sí Mismo. O el Centro de la
Gloria. O de la Tempestad….
Todo tenía que ser, como tenía que ser…
Y nos pusimos en la brega de analizar los cantos de
las aves. Las gotas de la lluvia, en ese
atardecer, cuando la Luz de las Tinieblas, dejaba el manto oscuro y sucio, de
repente. Y puede ser que venga la Gran
Conocedora, y nos deje un regalo… me
susurraba, y yo en angustias. Porque la
Gran Conocedora no es un tono banal, como lo comprendí en la noche de mis
nupcias, con el Mercante de la Muerte.
No tomes los esbirros por esclavos de turno. Ellos no saben nada del trabajo, ni tienen la
mirada dispuesta a combatir, ni a retirar los alicientes que el Amo les
produce, para dejarlos luego sin un mendrugo de pan. Los negreros son muchos, me explicó. Pero el más angurriento, el más avaricioso,
el menos entendido, es siempre el que se lleva el pedazo más grande… en apariencia… obvio… Y allí se detenía.
Se quedaba en silencio, como si nada lo tocara ni nada
lo manchara. Como cuando uno tiene un
gran presentimiento y busca y busca y no lo encuentra.
Lo encuentro y no… Y se rió de mi inocencia, creo
yo. Porque ese día me dejó una flor de
maravilla. De esas que las doncellas se
ponen en el pelo el día de sus nupcias, y yo la coloqué al lado del corazón,
pues mi cabello tiene un resplandor que no permite flores, ni tiene el ritmo
inquieto de esas melenas tremebundas que se ondulan, se encrespan, sino más
bien son dos pelitos de murciélago, como decía mi Abuela:
Tu pelo es
útil, Niña hermosa… No te preocupes por
su grueso. Ni le preguntes al espejo por
qué no tiene el brillo de los otros, porque los otros no son tú… Y con esa charada, me dormía…
Con esa risa llena de salticos, como una ardilla
correlona.
Y mi Padre me miraba.
Me sonreía, sereno, como los mares en creciente, cuando la luna
domestica las aguas y las flores, como él mismo contaba, y entonces me
arrullaba con su inquietante respirar…
que era lo único que establecía contacto con mi cuerpo.
El respirar, amigo…
¡Ah…! Qué historia tan
tenaz… Vas a creerme y no, porque ese
respirar las horas de la Muerte y las horas de la Vida, no lo
conoce nadie, así nomás…
Mi Padre me contaba, las horas y las horas, de esa
memoria antigua, tan llena de tapujos.
Tan malquerida. Tan matrera, pues
nos dejó nostalgias, cicatrices, y no formó ninguna especie que fuera
relevante… como no fuera la que ahora
decide y arma campamentos y retrocede el sol, asesinando su carisma. No vamos a entendernos si no nos conducimos
como la gente grande... como diría la Abuela.
Los niños son pequeños, porque su cuerpo no resiste el
tono de esplendor que corresponde a los adultos. Pero si quieren ser lo que no son...
Y allí se detenía...
No creas en los cuentos que no te corresponden, porque
eso atrae un ciego andar. Y yo no le entendía, por
supuesto.
Pero quién va a entender axiomas, peregrina… cuando en
tu cabecita no pueden resolverse más de dos ecuaciones, y eso que andándole al
revés… Y aquellas carcajadas me dejaban en
ritmo acelerado. Me sacudían la médula y
los centros cerebrales se me ponían como tambores que llaman a la guerra.
No vas a ver, viajero, mis andares de Diosa ni mi reír
de tempestad, como mi Padre prometió que un día tenía que ser. Pero verás mi ciego instinto. Ese que me dibuja y me sostiene. Que vira hacia la izquierda o vira a la
derecha, todo depende del circuito en que tú quieras verlo. O quieras recordarlo, mejor dicho. Porque mirar-mirar…
Esa es otra tonada… querida peregrina…
Así me dijo Él.
El Ciego de los Ciegos… El que miraba
y no… Porque la culpa de la ceguera la
tienes tú, por dentro… Pero yo
vengo a darte mi Conciencia. La
Clara. La Dadora… La que no pide nada, sino que da y derrama y
suelta las amarras de esa barca viajera que no tiene regreso, pues vamos a
quemarla…
A dejarla en pavesas…
Y levantó sus ojos hasta mi pecho ardiendo, pues no
podía resistir aquel mirar de tiempo viejo, como Él decía que era aquel con que
me derretía… y me dejé morir, entre sus brazos inclementes, pues no me dijo
adiós… Ni detuvo la Muerte. Ni tan
siquiera me miró, cuando mi cuerpo ardido, calcinado, dejó de resistir su tono
de mentira y se soltó a volar, como una palomita.
¡No dejes de reírte…!
¡Cubre tu espalda… peregrina…!
Fue lo último que oí… viajero que me escuchas, como si
fuera una miseria este relato ardiente y verdadero. Porque hoy puedo decírtelo: No temas al Gran
Fuego, que viene a oscurecerte. Que
llega como un león, quebrándote los huesos.
Porque esas fieras: el león y aquel fuego, no dan ni toman.
Dejan…
Mi Padre repetía en los amaneceres del Otoño, cuando
la luna se ocultaba dejando paso al Alba de mi Muerte, como explicó una vez que
esa tonada de la aurora se llamaba y cundía así mi vida con los albores
de la Parca y las tonadas ciegas de la Vida, me repetía, te digo, que la mirada
de una Diosa no ha de aclararte nada, que tú no tengas ya…
Y repetía en las auroras, de los clarores ciegos,
majestuosos, que es cuando gritan las tinieblas y renace la Luz, me insistía,
te cuento… que la alborada no deja en realidad ninguna cicatriz que no pueda
borrarse, ni ninguna carencia que no sepamos aliviar.
No vas a ser la peregrina de los Amores Ciegos, pero
tampoco lo has de ver, a ese traidor que trajo al Mundo la serenísima
mentira de su valor perdido, trastocado, lleno de pútrida simiente, pues esa es
su carencia…
Y me dejaba herida.
Muda. Sin nada que contarle a mis
amigos, ni nada que comer, pues anhelaba sólo su mirada y sus manos de ciego
que todo lo transforman, pues comprendí que era la esencia de su Dolor Supremo.
Y me dirás: Dolor… ¿por qué…?
Y eso me pregunté, cientos de veces, cuando me
despertaba herida por su canto y su mirar de tono azul y me dejaba Ser sin
Ser… como Él me lo pedía.
Dolor a Nada.
Dolor a secas. Dolor de los
dolores… me repetía un anónimo testigo, que se coló en mi cuerpo un día de
recreo, en que jugaba al escondite y no me percibí de su presencia sino en la
noche silenciosa, cuando dejé de respirar como respiran esos niños que van para
la guerra y comencé a volar, como los ángeles.
Porque así es…
créeme, o no…
Volar… volar….
se sorprendió mi Padre, cuando en la madrugada se lo dije y él me dejó
soñar con ese sueño, creo yo… Pues no
contestó nada, que no me fuera a replegar los ánimos de angélica figura con mis
alitas nuevas y mi vestido de estrellitas y un halo inmarcesible, por
supuesto. Más bien jugó su Juego y
decidió mirar… mirar…
Él no conoce la apariencia, ni tiene sintonías
de bajos resplandores, ni juega el juego del cadáver que cree que está
despierto y tiene movimiento y para colmo, ideas…
¿Tú me entiendes…?
Y dije: No… a mi Madre, que resolvió que entonces
dejara de preguntarle. Que tenía que
esperar hasta que el día llegara y yo me iba a encontrar con esa risa y ese
plante y ese reír de fuego y nieve…
Así lo
describió.
Y así mismo lo vi… el tierno anochecer en que las
flores se acostaban a dormir, sin los sueños dañinos de todos los mortales, me
imagino, y ¡qué delicia ser como las flores…! me acuerdo que pensaba mirándolas
dormirse, despacito, coronadas de luz de los ocasos y en medio a los rumores de
los pájaros, que se cansaban ya de tanta brega y entonces me pasó lo que le
pasa al peregrino que no se alcanza a recostar en su árbol favorito, cuando le
llega el sueño y cae redondo.
Más o menos así, fue mi experiencia, compañero de viaje
que me escuchas.
Como un fulgor dorado.
Como quien ve un tesoro entre las nubes. Como quien cae rendido ante la Muerte y ella
enseguida te perdona, y vuelves a vivir…
Me enredo… como ves…
No es fácil, te decía.
No es para nada una aventura de esas en que uno lleva cantimplora y trae
su bastoncito y nada lo atormenta, pues las sandalias son sabrosas y la camisa
de hilo no da piquiña ni calor.
Cosas así…
¡Deja tu Sol… sedienta…!”
¡Desata la Armonía que traes amarrada a tu cuello de
perra…! ¡Saluda al Amo del Garrote, que
quiere convencerte de su tonada excelsa y su figura de Dios en las
Tinieblas…! ¡Porque Dios Es…!
Así gritó esa voz, en medio del camino, por donde yo
venía cantando, mirando a las hormigas, contando mariposas y saludando a toda
la Creación, como si fuera yo quien la había hecho.
Cosas así… te digo.
Como en los cuentos de hadas, pues era muy pequeña,
todavía, y creía en las cosas de la vida que errantes como yo, podía hablar con
todo y hasta las piedras contestaban, te prometo.
Y cuando esa voz me dijo ¡Deja tu Sol… sedienta…! y
me conminaba a saludar al dueño más odioso de todo el Universo, pues nadie más
me hubiera hablado en ese tono como no fuera alguien que odia a la armonía y
trata de sacarte de tu mirar de niña tempranera… cuando esa voz gritó esas
cosas, con tono camorrero y me dejó temblando de la ira, yo resolví mi
vida. Créeme…
No me iba a impresionar por el primero que cantara en
tono de esplendores con truenos y centellas, pues ya mi Padre había sido el que
me abrió esa puerta al infinito.
Y el Infinito, en Él… no es cuestión de milagros, ni
proezas de magos de los circos.
En el momento mismo en que la ira hizo nido en mi
cuerpo y sacudió mi víscera cardíaca, sentí a mi Padre: altivo, serio, sin
ganas de reírse de aquel que repetía lo que Él me dijo un día que iba yo a
escuchar… pues no tenía que preocuparme de violadores en los bosques, ni
emperadores, ni patriarcas, ni mucho menos mequetrefes, como decía mi Madre, a
la hora de la Oración, cuando me hacía lavar los pies con agua de romero y la
cabeza con albahaca…
Te digo que sentí la voz en mis entrañas y supe que
venía por ese albor que traen las niñas, que es un tesoro oculto, como decía mi
Padre… que en ese mismo instante, te prometo viajero que me escuchas… hizo su
entrada en aquel campo, de rojos y de verdes y de amarillos tiernos, como si
fuera un huracán.
Jamás pensé que yo iba a ver la ira de mi Padre.
Esa tensión que
nunca tuvo en los momentos más terribles y de mayor acoso, en toda su
existencia… pero que aquí, en el campo de verdes y amarillos y rojos de
fulgores como sólo se ven en sueños inocentes, mi Padre respondió… te lo
aseguro.
No quiero recordarme.
No voy a predecir lo que será mi vida en el futuro
abierto, como Él me prometió que eso iba a ser… Pero sí puedo responder por algo tan banal y
tan desconcertante, como es ese respiro, que Él me enseñó a encender.
A manejar.
A continuar pendiente de su aliento fugaz
y de su aliento puro. A no
dejarme convencer por los infames comerciantes de amores y de tonos de excelsas
melodías, que en mercados baratos ofrecen los orfebres de la canción de moda y
los modelos favoritos de los emperadores, o princesas.
O a lo mejor no
entiendes, si te digo, que Él conocía y no… toda esa feria de mercantes, pues
nunca tuvo tiempo de andareguear por los mercados.
Más bien oía el rumor de mercachifles y esperaba en su
Centro.
No se movía de allí, hasta saber que todos los sonidos
que producían las tribus ciegas, como Él llamaba a esa presencia
de encandilados con el oro y llenos de codicia y amor por las serpientes
venenosas, como decía que se llamaban las hembras traicioneras a su misión de
amor, en tono excelso…
No se dejaba encandilar. Ni se dejaba anonadar.
Ni entraba en sortilegios de discusiones bizantinas,
pues nada lo engañaba, ni nada lo tocaba, ni mucho menos lo exaltaba… ni tan
siquiera los espejos, que de noche y de día trataban de adularlo, como si fuera
el Rey del Mundo.
¡El Rey del Mundo ya se fue…! Vino de paso… nada más…
Y yo escuché su risa tempranera. Esa que en las mañanas, me despertaba en
medio a cantos de los pájaros y sonidos de lluvia pasajera.
Mi Padre, amigo que caminas por estos andurriales y
miras lo que miro y sientes lo que siento, porque ahora somos compañeros de la
misma aventura, lo presiento… era un Supremo y Majestuoso Señor de Luz de las
Estrellas.
Conoces ya la ira y aprendes a mirarla con el respeto
que merece.
No has de saber lo que no tienes que saber, antes de
ser lo que viniste a Ser…
No te presiento enardecida por la última batalla, ni
tampoco te veo ciega de rencores, pero sí entiendo tu inquerencia y espero que
la busques en tu Centro Dorado.
Y me explicó cómo tenía que respirar, con ese tono de
los ángeles que no conocen ni la hora de los terrenos vírgenes, ni el tiempo de
los seres que no tienen conciencia, ni tienen calendario. Sólo se sirven del respiro y llevan la
violencia a zonas de rigor.
Así decía… y me enseñaba, mi Padre de Clemencia, como
jamás lo hubo en este territorio, donde la luna es una artimañera, como decía
mi Madre… que sentía compasión por los que la adoraban en las noches, en que
ella se llenaba y alimentaba los ardores de seres malolientes, que se creían
los dioses del Olimpo.
Mi Madre, amigo que me escuchas, no tuvo esas razones
que tienen las que vienen a este Mundo a producir simiente libertaria,
como la apodan los escribas de iglesias y rituales de oscuro resplandor y a lo
mejor ya sabes a lo que me refiero, o a lo mejor no entiendes mi lenguaje.
Pero es así, ya ves…
Una de cal y otra de arena… como decía la Abuela, en noches de silencio,
cuando mi Madre, esquiva y dura, recibía el secreto de las Estrellas
tempraneras y respondía al llamado de los dioses, como si fuera cómodo. Porque Ella conocía… y no podía contar, antes
de tiempo.
No sabes lo que sabes, ni tienes lo que tienes…
Y me dejaba fría del tormento.
Me tienes que seguir en las andanzas ciegas en que mi
cuerpo no es el tuyo, todavía… pero pronto sabrás… me sonreía mi Padre, cuando noté que mis
pupilas comenzaron a abrirse antes de tiempo.
Antes de respirar, como Él decía.
Y entonces comprendí lo que mi Madre padecía, en esas
noches de tormento, cuando llegaban las Estrellas hasta el dintel de nuestra
puerta y Ella las recibía en el silencio más tremendo y todo allí temblaba,
restallaba, se abría en canal de luz evanescente y Ella en silencio, te
repito… Callada y sola… pues de eso se
trataba.
De soledad y de tinieblas, sólo Ella supo lo que supo…
y nadie más lo vio, ni lo entendió, ni lo dejó en anales de escribiente que
mira y siente el ritmo de sus células y les ordena abrirse: replegarse… me
explicó.
Las células son cauce y son respiro abierto, sólo si
tú las tocas con tu aliento. Si no
puedes llegar a donde ellas respiran, entonces estás muerta… No te olvides.
Y me entregó las llaves del respiro, en tono
diferente, a las que ahora tengo en mi cintura, pues fue mi Padre el que las
fabricó, como un orfebre que conoce la fragua de Vulcano, y por eso te miro en
la forma que te miro.
O mejor sería decir: me miras Tú… con el asombro que
percibo en tus pupilas y en tu Ser, que ahora sí… conoce mi respiro y entiende
mi mirada. Y no son los espejos, esta vez…
Y se echó a reír, con esa risa de vuelo de aves
mensajeras, que salen con su carga y buscan en los vientos y llegan a destino,
de seguro, pues nada las detiene. Ni
nada las confunde. Así tienes que ser…
Y así tuve que ser… créelo o no.
Sin conocer, sin ver, sin reírme de nada, pues todo
era terrible y belicoso y todo me invitaba a visitar los lupanares y los bares
de moda y a ser la Estrella de la película y yo temblaba de dolores y
alimentaba mi tormento, como una niña que comienza a ser lo que no es, pero que
sabe que camina por el camino de la vida y llegará a destino… de seguro.
Como ave mensajera, ya te digo…
Así me dibujó la risa de Aquel Ser que no tenía mirada
de regreso, ni comprendía la angustia de las cosas, de la misma manera que
ahora se perciben, porque las cosas de la Vida no
desamarran nada, ni te resuelven nada… pero te dejan la conciencia en paz con
los secretos de toda la Creación.
Y se que te
preguntas, por qué te cuento esta aventura, en este idioma complicado, mi
compañero de viaje.
Y mi Testigo, a
lo mejor…
Porque una vez que uno se arriesga a compartir lo suyo
con el mirar de un Ángel ciego, entonces ya no es tanto el sacrificio… y que no
oiga mi Madre esa palabra, pues detestaba todo lo que se acerca a
inmolación.
Sacrificio, no existe… sino en la tara de los
ciegos. Esa raza bovina y apagada, que
vino a desafiar la Ley del Amo del Garrote y piensa que poniéndole una venda en
la cabeza, va a resolver aquel enigma de la Esfinge y los cuadrantes de
Saturno. Estúpido esplendor, en
realidad…
Y luego se callaba, como esperando que los ciegos,
recuperaran la visión, o los muertos hablaran de otra cosa que no fuera su
muerte y su desesperanza, pero era inútil… y Ella lo sabía. Los ciegos, ciegos son…
Y los muertos, también…
No hay que ir al pozo por el agua que no te
corresponde, dijo mi Padre un día.
Excelso día, me recuerdo, en que dejó memoria escrita,
por la primera vez, pues jamás se atrevieron los timoratos ni los tontos a
preguntar por qué de ese reír, ni cuándo iba a tomar el curso prometido el
mundo y sus querellas, que fue lo que Él siempre les dijo, con tono de marino
que no lo asusta el mar de leva:
El tiempo de la siembra ya se pasó y el que lo vio… lo
vio…
Y mi Madre contaba que cuando estaban solos, Él y
Ella, nada tornaba de color y nunca se escuchaba el canto del ruiseñor y todo
entraba en pasmo.
Como si todo fuera desechable y sólo el esplendor de
aquella risa y su mirada pudieran existir en Todo el Universo y nada la
arredraba, cuando ese tono sacro entraba en su cintura, cuando Él
la sostenía, como a una niña que sedienta escancia el pozo oculto de la
sabiduría.
Y todo di… Y
todo me quitó…
Y no me dijo más.
Porque mi Madre no dejaba que la mirada de aquel Ser,
fuera a dejarme huellas, antes del encuentro.
Y cuando yo lo vi, en ese bosque de abedules, te contaba… con ese ritmo
excelso, condensado, y la mirada fija en mí… pensé que era preciso dejarme
rescatar de aquel ahogo atroz y pedí auxilio, sin palabras, pues sólo lo miré
como quien atraviesa los mares caminando y me sentí ridícula.
Vamos a concentrarnos en la mirada audaz… fue lo que
dijo, al fin… cuando yo ya creía que era mi último minuto y que la historia de
mi vida era aventura de ciego que se creyó vidente, como decía mi Madre, en las
horas vespertinas, cuando la brisa del poniente nos dejaban mansita la
conciencia.
Tu tono es
cierto, no lo dudes… lo oí decir, de pronto… y entonces me sonrió, por la
primera vez.
Primera Vez… amigo que me escuchas, que es como el
viento entre las hojas. Como una
cicatriz, que nunca se nos borra.
Y ahora, al hecho…
Vamos a controlar las taras de
los ciervos y de los animales impotentes.
Así decía ese esplendor, que me rondó las noches y los
días y yo sin conocer su origen de siniestro Maestro del Destino de todo lo
viviente, como me repetía, incesante, prepotente, y yo me consolaba,
repitiendo el sonido que me dejó mi Padre aquella noche, en que volvimos del
encuentro de Estrellas Paralelas, como mi Madre me explicó que
habría de suceder:
La noche en que te encuentres con las Estrellas
Paralelas, verás a Dios en las Alturas y dejarás el miedo atrás… No cierres los canales de la desesperanza ni
olvides el morral… No son circuitos
tuyos, pero te sirven de lección.
Y ahora lo estaba viendo con mis ojos, y resonaban mis
oídos con ese tema oscuro y bajo, que me traían los vientos del oeste y que yo
conocía desde el instante mismo en que nací a la Aurora de los
Tiempos de Nadie, como explicaba Aquel hermoso Ser que
acompañó mi infancia y que jamás dejó en mi cuna nada que fuera tenso, denso, o
malquerido. Y entonces requerí a la
Diosa del Destino de todos los mortales, el arco y el carcaj.
Así dijo mi Padre.
Cuando los impensables regresen a tu puerta a
conquistar lo inconquistable, requiérele a la Diosa del Destino del Mundo, las
flechas de tu infancia.
Las incendiadas y las dulces.
Las de aquel tono florecido, con que tu Madre te
acunó… y no olvides el pasado, pues tienes la misión de andar entre los ciegos,
comer sus alimentos venenosos y digerir sus males, que son muchos. Tienes el sortilegio de los que traen la
huella digital, y no van a dejar que siembres en sus campos. Pero tú, no te arredres, peregrina...
Camina y mira al mundo y sus atardeceres, porque
mañana no serás la huella que los guía, ni la mirada que los sana de tanta
pestilencia.
Y me dejó tendida en esa roca de alabastro, como quien
pena por la duda de quien no tuvo el aliento de los dioses, ni caminó los vados
prohibidos.
La aventura es aquí…
me susurró mi Amado Padre, con una voz doliente, como si no quisiera
adelantarme el resto de la historia.
Y me dirás,
amigo caminante, por qué te cuento estos momentos de visceral encuentro con esa
dimensión, que llaman el Oscuro, los que la tienen ya domada.
No siempre se
disuelven los ritmos grises, hoscos, con la misma tensión que los oscuros,
pero la semejanza los confunde y a veces uno piensa que está pisando los
terrenos de oscuridad feroz y en su lugar descienden los portentos y anidan
las verdades de todas las Verdades.
Mi Padre dijo así, y así mismo lo vi… el día de la
querella de los ángeles.
Ángeles verdes, grises, amarillos… de tonos
oscurientos y de alas tristes como la lluvia entre manglares.
Ángeles ciegos, torpes, sucios… vestidos con harapos y
pobres como ratas.
Ángeles dislocados, pues su esplendor no producía sino
desesperanza.
Pero así lo verás… me repitió mi Padre, con la sonrisa
más abierta que le había visto nunca y eso me resguardó de toda la ilusión
que Maya jugaría….
Porque La Maga Gris es una Dama
Ardida, peregrina… No temas a su
risa. Ni tiembles nunca ante su
aspecto. Mejor te vale Ser lo que tienes
que ser, a la Hora de las Lanzas…
Y allí me acompañó, hasta la puerta misma de la
Muerte.
No te lo digo por contarte cómo se mide el mundo en
ese entonces, cuando la Muerte llega en su carroza, rodeada de alfajores y con
la cinta verde en su cabeza. Su alfanje
en la cintura. Y su mirada de aluminio.
Así la vi…
Dormida en sus laureles, pues cree en lo suyo… y nada
más… como dijo mi Padre, soplándome en los ojos, sobándome la espalda con una
rama de abedul y cobijándome después, con pétalos de rosa. Van a servirte en el camino de la mirada de
la Diosa, pues Ella no le teme ni a los esbirros ni a los santos. No tiene cuerpo airoso, pero es esbelta y
grácil. Y sobre todo esquiva a las
caricias…
No le gustan los niños.
La angustian los pesares de los desamparados pero no
tiene más remedio que quitarles el pan, pues así fue el mandato de aquel que la
creó, y a donde manda capitán…
Y entonces me entregó la sabia hormiga,
y la escondió entre mis petates, que en realidad eran dos piedras verdes y una
piedrita roja y dos varitas de abedul, que me entregó mi Madre, el día de mi
partida: Para que veas en ellas y corrijas en ellas… Y con esa charada me embarqué.
Sola y con
miedo, te confieso.
Nunca había visto el mundo de cerquita y me empezó a
temblar el cuerpo en el momento en que pisé la Tierra, te aseguro.
La Tierra, peregrino, que caminas ahora y miras con
asombro, o con dolor, o tono abierto, pues temes, como yo, a ese furor de su
cansancio… no es otra cosa que la Madre de todos los mortales.
De los que la conocen y los que no han pensado nunca
que Ella es la Madre de las Cosas y de las Tempestades y de los Ruidos de los Ángeles…
que como te decía, lo inundan todo con su ritmo y dejan esplendores reducidos,
pues no conocen nada que no se ajuste a su sonido.
Déjalos Ser… No
saben Ser de otra manera… Y ayúdalos.
Escúchalos…
Tienen la gracia más hermosa y la mirada más perdida
de toda la Creación.
Conocerás en ellos la risa de los dioses que un día
fueron ciegos elocuentes y hoy nos conducen a la Muerte, sin ton ni son… pero no escapes, peregrina…
Y así, mimándome, cantándome, dejándome sembrada en
sus ardores de bohemio, como Él decía que se llamaba la entrada al Paraíso, me
dejaba mi Padre columbrar su secreto impenetrable. Y cada vez que me acercaba a ese dintel
oscuro y tenso como nido de serpientes, yo respiraba en vano… pues se me iba el
piso.
Me aturdía la mirada con que me penetraba, hasta la
médula y me dejaba en ascuas, vencida y sofocada… como una tea que ya no sirve.
Y créeme, es algo escalofriante.
Vencer la Muerte es una cosa… y respirar en ella,
es otra…
De esa manera me explicaba los dolores divinos,
como los llaman los que saben del por qué de esas cosas y del cuándo y del
cómo… pero nunca lo dicen, porque el decirlo trae bajo ritmo y los seres
humanos van a creer que es el comienzo del fin de todo lo creado, si
ellos no esperan esa clave que trae el tiempo de los tiempos…
y me dejó mi Padre pensativa.
Pensando en vano… dijo Él.
Y por supuesto no aclaró que todos esos pensamientos
conocen las distancias entre los límites oscuros y límites abiertos, como los
denomina la Ciencia del Poder del Oculto.
La Ciencia del Oculto, no es un Poder cualquier, ni
puede reducirse su esplendor el día de la Raza de los Ciegos, ni el día de la
muerte de los ciervos, ni se podrá contar con las palabras justas cómo es el
día en que las cosas cambien de color y el sol se esconda, para siempre.
Y me dejó tendida, nuevamente, en la extensión más
pavorosa de toda mi existencia.
Pues fue como si piedras me molieran el cuerpo, que ya
no distinguía entre la vida aquí, y la vida allá… como le oí decir a aquella
Abuela, que en mi infancia cortaba los estratos de la mirada de
la Muerte, como si fueran flores y acariciaba el sueño de
los justos, pues ella entraba donde nadie jamás podía entrar.
Mira la Diosa y no descanses en el dominio de la
flecha. No temas al rigor con que ella
te persigue, pues es la Dama Azul quien tiene en realidad la Gran
Respuesta.
Y allí mi Padre me asediaba.
Me conminaba a respirar, siguiendo el ritmo de las
cosas que tienen apariencia de mentira y siguen el camino de la pobreza y
tienen poco aliento. Y así me contenía.
Así me dio todo el furor que yo necesitaba.
Y créeme, viajero.
No me dejó encerrarme en horas de la ira, ni me acudió en momentos de
tristeza, cuando la tierra se me desmoronaba, se me moría la hormiga en medio a
las piedritas y yo sin agua… Sin amparo.
Sin una mano amiga que me ofreciera el pan de cada día, pues se acabaron
provisiones, el agua de manantiales, las cosas cotidianas se fueron
distanciando de mi visión enloquecida, y sólo ese rumor me sostenía.
La risa de mi
Padre, peregrino de caminar vibrante y tono ciego, es una risa fuerte, pues
todo hay que decirlo. Pero nunca te
acosa. Más bien te duerme. Te traspasa.
Te mueve las entrañas y te desata la armonía, cuando
ésta es necesaria.
No has de temer a esa tensión con que esa risa te
despierta, ni tienes que mirarla como se mira a un enemigo, pues a veces lo
es…
Así me dijo un día, luego de rebajar el tono de
esplendor con que ella me azotaba, como un látigo ardiente, y me colmó de
mieles, de pétalos de rosa, donde quedaron cicatrices.
Mi Padre… ¡Ah…! compañero de viaje que me escuchas… no
es un traidor cualquiera, como quisieron los estratos de grupos siderales
asegurarle al mundo de los tuertos y al mundo de los alucinados, que gritaban
que Él era el enemigo.
El traicionó a la Moira, sí…
Dejó en su testamento la risa de la Parca a la mirada
oscura de quien no tiene Alma, ni carga la Piedad, como una cruz a
cuestas.
No tienen Alma los que sueñan con ser los dueños del
poder para beber la sangre de los justos y reclamar lo ajeno. No tienen descendencia los que no copularon debido a leyes mancas, pues no posee la llave de los sínodos sino
aquel que le quiebra al toro su testuz y derriba columnas de los templos y mira
a la serpiente en medio a los dos ojos, aunque le cueste lo que cueste…
Y mi Padre callaba, por un rato… en el que yo miraba
su esplendor de fuego libertario y su ardentía silenciosa.
Su risa de corales, en el fondo de mares turbulentos,
pues allí me llevó.
Al mismo
vientre de las aguas, donde dejó a mi ser vencido, traspasado, coronado de
espinas y vuelto un espantajo.
No duermas en los tiempos en que la luna esté en
creciente, pues se acunan los sueños de los duendes y de las tempestades, en su
color de Diosa de la Noche. Su
territorio es denso, como los gritos de los ciervos y las auroras vírgenes no
pueden ser lo que tenían que ser, pues ella, la Señora de Todos los Aspectos de
la Nueva Presencia, reclama el cetro y la corona.
Pero no tiene dueño su perímetro.
Ni tiene resplandores que te interesen,
peregrina…
Viaja en la noche, sí… pero no pierdas el bastón en
medio a las tinieblas, que esa Señora llena de milagros, para aquellos que ven
en ella la redentora y la benigna, no va a encontrarte otro igual. Por más que los que tienen aspecto soñoliento
y los que miran de reojo y los que ven la huella detractora de su Presencia
Augusta, así la llaman… van a decirte que ella es dueña de todo el
territorio, que ilumina las noches del Planeta.
Piensa en ti misma y no en los sueños vagabundos de
quienes no relatan esta Historia de la Tierra Perdida e Ignorada, de la misma
manera que los ángeles. Esos que viven
debajo de las piedras, pues nadie los comprende y tienen que ayunar
constantemente.
Nadie los ve, es verdad.
Pero no dejan de existir, porque la gente es ciega y
no percibe sus auras rosa y verde y sus alitas malolientes, eso también es
cierto...
¡Los ángeles son verdes…! me estaba yo diciendo muy bajito, cuando mi
Padre repitió: eso… también es cierto… para quien no conoce los aromas
de flores en el bosque, pues es allí donde ellos moran, a falta de un hogar que
los acoja y un poquito de leche en las mañanas, y a lo mejor un lecho tibio, y
no ese frío lleno de humedades que tienen por morada.
¡Los ángeles son necios…! gritó mi Abuela, una
mañana…
Y allí mi Padre
vaciló…
Y yo quedé como
de hielo, pues nunca había escuchado en todo aquel camino que habíamos
recorrido… Él con su risa y yo con mi morral y mi bastón y mi hormiguita sabia…
el Nombre de su Abuela.
Pues dijo el Nombre, créeme… y ese fulgor me desató la
risa más terrible de toda mi existencia…
Si existencia se llama a aquel fragor que comenzó a
quebrarme las espaldas, moler la médula sin darme ni un respiro, y yo como de
fuego… luego que el hielo se convirtió en las llamas más voraces y más
crepitadoras y mi Padre tranquilo:
Mi Abuela… ¡Ah…
sí…! ¡Qué hermosa concepción del Gran
Creador, aquella Dama Augusta… peregrina…!
Ella fue la Dadora Universal. La que llegó a pesar el fruto de los graneros
de la Diosa y dio su permanente bienestar a los campos y mares de la
Tierra. Ella fundó la Sacra y Magna
consistencia que tienen los Arcanos. La Diónisis
Azul se estableció, gracias a su mirada repleta de entusiasmo, pues a
pesar de las oscuras y violadoras leyes que el hombre de la Raza Olvidada
proponía, Ella trajo la Ley del Amor Absoluto.
La del Anhelo Libertario…
Y allí mi Padre me miró, como quien mira a las
estrellas y me cuajó de Luz los ojos, de fiebre y de rumores mis entrañas y me
quitó la venda que traía desde mi nacimiento, pues sólo Él podía.
Tu venda no está más…
Y desapareció.
O al menos eso parecía, pues luego de un instante de
esos que son eternos y uno no sabe si va o viene…
Si tienes cuerpo consistente, o si eres un fantasma
que vaga por los aires, como te cuentan los que dicen que uno no tiene
cuerpo humano, cuando se va del Mundo…
así opinaban mis vecinas, que eran harpías de turno, como mi
Madre las llamaba y nunca las miró, ni devolvió el saludo, que ellas hacían,
coquetas, descocadas… pues eran cacatúas de la peor especie, según decires de
la gente.
Y luego de ese instante, te contaba… me vi
descolorida, sin resuello, bajar por la pendiente más maligna y más
recalcitrante de todas las pendientes de la Tierra.
Y eso se
llama La Magna Tradición. O La Mirada de
la Diosa, que se plantó delante mío, como se plantan los guerreros de frente a
los peligros y me gritó, fulmínea:
¡Haga el favor de presentar sus documentos…! ¡Usted, QUIÉN ES…! ¡Cómo se llama…!
Y allí, amigo caminante, que tienes el arrojo de
escuchar mi relato como si fuera un cuento de hadas, pero tú sabes que no… que
no es un cuento para niños… Que no exagero… O sí… dirás, de vez en cuando, pero
que al fin de cuentas te interesa saber qué más pasó… en
todo ese trayecto de ires y venires del tiempo y de la luna, y de la risa de mi
Padre, sobre todo…
Porque yo se que te agarró curiosidad por saber más y
más de toda esta moción vociferante, como decía mi Padre, que esto
se llamaba.
La aventura, Viajera de la Estrella, no es una
tolvanera en el desierto, ni es un resumen de la vida de nadie, en
general. Es la Aventura, a secas…
Y eso, es moción vociferante…
Y como ves, no puedo resumirte todo este caminar por
entre los ardores de mi Padre y su risa de Plata… pues parecía el fulgor de
alguna Estrella errante, su eterna carcajada…
¡Cómo me llamo…! le respondí a esa voz, que me tiraba
fuego por los ojos y fuego por los brazos, y me ardía la espalda de tanto fuego
en la columna y yo no se ni cómo pude responder a tal aparición.
Parecía bordada
por arcángeles. Pintada por pinceles de
magno resplandor.
Te prometo,
viajero…
Era y no era… esa tremenda luz que me cubría de fuego
y de rumores tenues, pues su grito guerrero comenzó a distenderse, a permitir
que mi respiro se acostumbrara a su apariencia de Diosa Omnipotente. ¡Qué resplandor…!
¡Qué fuego tiene Usted, Señora hermosa…! le comenzó a decir mi ser en tono reducido,
no fuera a ser que a ella le gustara que los mortales como yo, permanecieran
mudos del espanto.
Me llamo…
Y fue entonces cuando se me olvidó mi nombre, y se
borró toda mi vida, como si no hubiera existido jamás en esta tierra de miseria
y de odios, porque yo puedo asegurarte, que nunca tuve apego por tanta barahúnda
ni tanto ruido de macacos, como decía la Abuela, que no convino con su suerte.
Yo en este
mundo de matracas y sacrilegios y mentiras, no tengo nada que pintar… Ni nada que obtener. Ni nada que dejar…
Y allí quedaba todo su esplendor.
Cubierto por la ira, que la llenaba de dolores y
lágrimas inútiles, pues Ella no podía borrar tanta ignominia, que los
mortales necios, pretenciosos y torpes, habían venido a expandir, como si
fueran escorpiones que abrieran sus tenazas y esperaran la víctima, que al fin
y al cabo, eran sus cuerpos… ellos mismos se cuecen este suicidio colectivo…
Así decía…
Y yo me descubría..
Me quitaba el sombrero, ante mi Abuela poderosa, que
nunca quiso herir a nadie, ni echar a nadie de su casa, incluso a las hormigas,
que se vengaban, creo yo… pues inundaban todo.
Manipulaban la belleza.
Hacían los nidos más terribles y más aturdidores, pues
las abejas las seguían y ese zumbido era feroz y Ella, mi Abuela hermosa como
nadie, permanecía inmutable.
Y te contaba: entonces… cuando mi nombre se borró y la
Diosa mirándome de frente como si fuera un campo de batalla y yo como en el
limbo, todo se oscureció y yo permanecí transfigurada por la Luz, que comenzó a
brotar de mis entrañas, de mi cuerpo pequeño, como yo llamo al
corazón, pues mi Padre decía: el Corazón no tiene arte ni parte en el cuerpo
que tienes, peregrina… El corazón es
cuerpo en Él… Y sí…
Allí lo
comprobé.
Porque empezó a sonar como tambores tronantes. Parecía un estrato de nubarrones ciegos,
créeme. Y ya se que es complicada esa
ecuación y que mi explicación no suena a nada convincente, ni nada corresponde
a ese lenguaje que conoces, pero no hay más remedio.
Mi Padre dijo:
Une las cosas con lo que puedas entender… y no trates
jamás de unirte a aquello que no entiendes…
Y así tuve que hacer.
Unir esa actitud de aquella voz de fuego con mi tronar
del corazón, que comenzó a entender ese sonido.
A vagar presuroso por entre los cardones y las flores silvestres de ese
campo, que era ahora el respiro de su tronío celeste. O sea: el terreno de la Diosa.
No te imagines que exagero. Ni me creas, si no quieres…
Todo es muy subjetivo, en este caminar por donde
andamos, amigo de camino. Tu descubrir,
es sólo tuyo… y tu inquerencia, es cierto…
es inquerencia muy valiosa.
Porque no voy a convencerte.
Ni quiero aparentar que se lo que
no se… como serían de seguro tus pensamientos encontrados, tus pesquisas
secretas, tus ires y venires por entre matorrales, que al fin y al cabo son
cosas que te atañen. No voy a ser
testiga de tu suerte, a lo mejor. Pero
sí se que voy a andar contigo un trayecto seguro y a lo mejor ni tan seguro
puede ser…
¡Quién va a saber de dónde salgo…!
Como le dije luego a aquella Diosa, pues me dejó
transida la experiencia.
Sin ver ni oír.
Sin respirar siquiera.
El corazón paralizado, luego de aquel correr en que se
disiparon todos los calambures de la Tierra.
Todos los sortilegios, peregrino… quedaron ensartados en el collar de
perlas que Ella lucía en su cuello y me observó como se observa a una
hormiguita que perdió su camino y anda buscando alguna yerba, para calmar su
sed…
O su dolor primero, como explicó mi
Padre, que no miró mi triste caminar por los caminos de los ciegos, ni quiso
responderme cuando inquirí con furia sobre el por qué de todo… de todo… créeme…
porque yo me moría entre los gritos de animales que no me conocían y que
querían devorarme. Así me vi… cuando
Ella me observó, como a un animalito.
Y luego se perdió.
Se disipó aquella visión alucinante que no me permitió
ni conocer, ni ver, ni siquiera olvidarme de mí misma… como decían los que
conocen esa conciencia que se expande y se transforma en Luz de las Estrellas. Así dijo mi Madre, el día de su partida.
Se fue
cantando… ¿sabes…?
Yo a nadie le conté lo que sentí aquel día, cuando
Ella dijo: Yo me voy… y el resto, son adioses que no me corresponden.
Y me enlazó por la cintura, me dio un besito en la
mejilla, y se quedó dormida.
O sea, se le olvidó aquel respirar que tienen los que
sufren de un cuerpo transitorio… como explicó la Abuela, que no dejó que yo le
preguntara el por qué de ese viaje inesperado, ni permitió lloreras, pues el llorar la ausencia de alguien que fue
tu guía y tu mirar constante, pues Ella fue como mis ojos… como mi brazo
izquierdo, te aseguro… la Abuela dijo: Ya no llores. Llorar no corresponde a tu belleza. Llorar es cosa de impotentes…
Y yo no protesté.
Porque la Abuela había predicho: El día en que tu Madre amanezca
cantando, prepárate, muchacha…
Y esa mañana, Ella, cante que cante, como los pájaros
que bajan de las ramas más altas y poquito a poquito van buscando el abrigo y
saltan a la tierra, a buscar las miguitas… pero Ella en vez de descender,
ascendía y ascendía… y yo la vi, galana, vestida con la túnica de lana blanca y
negra, con que me trajo al Mundo, en que ahora estoy… perdida, navegante sin
barca ni timón… y ¡qué diría mi Padre de todo este recuento, que yo te estoy
haciendo, amigo peregrino…!
Se dejaría crecer el pelo, a lo mejor…
El territorio de la Diosa no fue un camino sólido, te
quiero confesar.
Ni fue tampoco un encontrar los sones libertarios,
que mi Padre había dicho que Ella tiene escondidos en su cintura Magna… pues
sólo vi mi figurita de hormiguita viajera, perdida en la marisma, mientras en
la penumbra una voz inquiría, con tono perentorio:
¿Y por qué lloras… tonta de capirote…?
Así decía mi Madre… en alboradas necias, en que yo
quería todo lo posible, y lo imposible, obvio… y me olvidaba que era niña y que
mi cuerpo frágil no comprendía ni sostenía esas verdades intangibles, que
existen en los sitios donde los pájaros anidan.
O donde águilas azules tienen su nido excelso.
Así decía mi Padre…
Y se partía de tantas carcajadas.
Transido de la risa más atrevida y más abierta que yo
le había escuchado en todo ese camino… Y entonces me vertía. Me sacudía su aliento como a una hojita de abedul
en medio a un vendaval y yo me resignaba, a perder todo y cualquier cosa…
¿Por qué tan triste… si la tristeza es fea, como un
susto…? quiso otra vez saber ese fulgor, que se esfumaba en el ramaje.
Y luego comprendí.
La voz de Aquella Diosa, era la voz de aquella que en mi cuna dejó las
amapolas y los colores de verano y miel de abeja reina. La que arrullaba sueños con la canción de
cuna de la flor de poleo y conquistaba mi extrañeza trayéndome en las
tardes un rayito de sol.
¿Mi Madre es una Diosa…?
¿Y dónde está su cuerpo de esplendores…? ¿Sería posible verla, vestida con su túnica
de lana y ornada con flores de Bellísima, en el pelo…?
Y nunca pude terminar mi súplica sedienta, de olores a
mi Madre. De ternuras perdidas, en
noches de tormenta. De abrazos
tenues. Dulces cuitas.
De ese mirar feroz… feroz… de bestia herida por la
vida, que no la comprendió, ni le dio tregua a su belleza de enamorada de la
Verdad.
Porque eso sí, viajero… mi Madre aceptó todo, incluyendo el dominio alucinado,
que sólo Ella veía.
Y sólo Ella comprendía, pues no podían los timoratos,
como explicó mi Padre, conocer sus ensalmos.
Ni beber de su fuente. Eso era
cierto.
Como fue cierto el elemento que trajo a este Planeta
su tradición elemental. Su acento
vespertino de Estrella de los Mares y de las Tempestades.
Así dijo mi Padre, mirándome a los ojos, sin esperar a
que mi cuerpo se acostumbrara a ese rumor, que era su aliento de puras
risotadas… ¡Y hay qué ver… qué atrevimiento tienen los que son responsables de
tu vida…!
Así me dije
entonces, cuando Él me musitó con tono de rugir de fieras acosadas por el
fuego… y a lo mejor te estoy contando cosas que ya ni te interesan, ni te van
ni te vienen…
Tienes que
perdonarme, viajero que me escuchas, con la mochila al hombro y pronto a la
partida, pues tu camino es largo… largo… Ya lo se.
Vayamos despacito.
Hagamos un campito para los trinos de los pájaros y los aromas de las
flores… ¿Te gustan las almendras…?
Cambiemos de tonada, pues el que adquiere doble, tiene
doble… y las canciones tristes no han sido nunca buenas consejeras.
Matemos, pues, el tiempo… como dicen por ahí…
A lo mejor nos encontramos con los cuerpos dispuestos
a la entrada de esta regia Aventura, con mayúscula… claro… No puede ser
que ahora sigamos paliqueando, y de repente… ¡zuuuaaázzz! se nos olvide todo lo que anduvimos
juntos. Lo que vivimos y soñamos
y andaregueamos y morimos…
¿Sí o no…?
¿Te gustan las entradas de magno resplandor que tienen
los ocasos en el Sur del Planeta…?
No siempre son reales ¿lo sabías…? O mejor dicho: no siempre tienen los colores
el tono que uno ve… Eso dicen los sabios
del Oriente. Los de Occidente tienen
opiniones variadas.
Que si las nubes tienen oxígeno y nitrógeno dispuestos
a cambiar en permanencia el ambiente del mundo y sus placeres, que no son
pocos… además.
Bajemos a las tierras de los amaneceres en el
trópico. Son realmente una delicia… ¿Te
gusta el agua de coco…?
Y así mi Padre me apartaba de su feroz batalla. De su tensión Omnipotente y Omnisciente, en
que Él vagaba como un náufrago que conoce los mares y no le teme al tiempo que
ha de ser prisionero de las olas.
Matemos tiempo…
A ver…
Y entonces yo escondía lo que tenía que esconder. Vagaba yo también pensando en musarañas, como
decía la Abuela, que no podía verme en una esquina del patio mirando al cielo,
pues trataba de entender qué me contaban esas nubes cargadas de colores y con
figuras estrambóticas, cuando Ella me gritaba:
¡Venga a
arreglar su cama… señorita…! Hay que
agarrar oficio… ¡si es que no tiene más afán que descubrirle al cielo sus
milagros y andar de entrometida con los dibujos de los otros…!
Y allí me corregía lo que tenía que corregir.
¡Qué Abuela tan tenaz…!
Como comprenderás, la siento alrededor, pegadita a mi
cuerpo, como una enredadera, en las mañanas y en las tardes. Nada se escapa a ese sonido que Ella insinúa,
sin mostrarse: como ahora mismo ¿sientes…?
O a lo mejor sólo soy yo la que imagina que las abuelas
no se van jamás del lado de su gente y cuidan y perciben todo lo que sucede en
esta Tierra, donde ellas son guardianas.
Guardiana Azul… decía Ella, la Abuela displicente,
si se trataba de chismes de tarascas… y Abuela briosa, temeraria, si de matar
la Sombra Azul se iba a tratar, pues nadie como Ella para dejarse
sacudir y deshacer por cualquier cosa que le sirviera al Gran Creador del
Universo de ayudita.
Porque el Creador Supremo… ¡ES el Creador Supremo!
hermosa…
Así decía, y se
reía a carcajadas, que luego comprendí que era la misma risa que utilizaba
aquel que me dejaba sembrada en el camino y sin agüita que beber, y sin
almohada donde reposar…
Porque así son las cosas de la Aventura Ciega…
peregrino.
Ciegas y sordas, además…
No son las que distinguen las frecuencias que tienen
esos ángeles, que te decía son casi todos indigentes. Con el pelero sucio y malolientes. Con las encías sin un diente.
Con tantas llagas purulentas, como si el cuerpo les
pidiera deshacerse y en realidad ellos no saben si viven en el limbo o mueren
en los campos, donde la gente los distingue por su olor apestoso.
¡Pobres…! No
tienen cuerpo de mentira y todo los insulta…
Así decía mi Madre, oscurecida su mirada, pues bien
sabía Ella, de ese terror que ofrecen los que trajeron a la Tierra la Verdad de
Verdades. La que no tiene
escondedero.
La Verdad tremebunda, como explicó mi Padre a
un caminante, un día de borrasca.
Había salido el sol por la mañana y nada presagiaba un
día de tormenta, pero mi Padre dijo: Hoy va a llover hasta el cansancio, pues
Dios no está contento con tanto resecor que hay en la Tierra.
Y resecor quería decir ceguera, en
realidad. Eso lo descubrí, cuando Él le
dijo al caminante lo que dejó a los pájaros sin trinos y a una ardillita sin su
cola. No te exagero…
O sí…
Pero la cola de la ardilla, en realidad, quedó como
pendiente de las palabras de Él, que comenzó a batir y rebatir corrientes de
mentira y corrientes de verdad, como si fueran caramelo y la colita de la
ardilla allí enredada en todo ese caldero y yo no pude con mi alma, de tanto
remecer y remecer, que mi Padre seguía sosteniendo, y el viajero en silencio.
Las aves
mustias, en sus nidos.
Nadie gañía, ni nadie resoplaba, ni mucho menos nadie
le inquiría al Autor de ese discurso, por qué de tanta furia desatada. Por qué de ese enredijo, en el caldero que te
cuento, pues parecía que un día como ese no iba a tener problemas, pero te digo:
problemas hubo… Y a montón.
Cayeron chorros de agua chirle.
Chorros y chorros de tortugas, que se bañaban en el
fango y no decía el caminante ni una sola palabra, pues tuvo con aquellas que
pronunció al comienzo, cuando mi Padre saludó, con una risotada, y el viajero
inquirió: ¿Quién es usted…? ¡Y
válgame el Señor…! como decía la Abuela, peregrino.
¿Que quién soy YO…?
Pues bien…
Y comenzó la perorata más distendida y más apasionante
que le escuché a todo lo largo de ese camino de errabundos, porque una cosa es
el oír y otra es el ver… si quieres que te cuente, con pelos y
señales.
Con pelos y señales, tampoco creo que va a ser… pero
al final de cuentas en todo este contarte de mi aventura ciega y de mi Padre,
el Gran Maquinador, como te dije que mi Madre llamaba, por no
apodarlo de otra forma… pues a veces, decía: Él tiene cara… y
no.
O sea: que siempre daba la impresión de que Él era invisible,
en realidad. De que existía en el plano
de esplendores de realidades neutras y realidades conceptuales, como
supe más tarde que ESO era.
Un Esplendor Supremo… que comenzó a dejar el bosque
como un mandilandinga y a oscurecer el cielo, como si fuera a descender el
mismo Sol… ¡y a maldecir se dijo, peregrinos del Dharma de los Ciegos…!
Y le escuché, de nuevo, ese tremendo tono de imponente
y mágico esplendor que tiene Él, cuando se quiere reducir, pues de no
hacerlo, perdería el Planeta su equilibrio, los cielos caerían como paneles de
cartón y el maremágnum reinaría, mejor dicho.
No quiero
recordarme, en realidad, de todo lo ocurrido en aquel día extraño, en que las
nubes parecían los monstruos más oscuros de toda la Creación.
Salían demonios de sus centros y yo miraba y no… pues
me paralizaba esa tensión que producían los aires turbulentos, el aguacero cae
que más cae… y mi Padre en miseria, como Él nos explicó:
Miseria no es el Todo…
Pero tampoco será el Nada…
Y allí fue cuando el viajero dejó de ser lo que
era.
Terminó su jornada con la mochila a cuestas y el
bastoncito de palo de ciruelo y se puso a llorar y más llorar…como alguien que
supera todas las novedades de la infancia, los mimos, los suspiros dolientes de
la madre, los regalitos de la abuela, las caricias de todos los hermanos, pues
de la noche a la mañana se convirtió en adulto… y lo miré crecer, crecer y más
crecer…
No tenía sostén, en realidad.
Lo dejé contemplar la risa de aquel Ser de la mirada
más intensa que él jamás había visto, sin decirle que yo también estaba más o
menos en las mismas. Aunque mi Padre
fuera el domador y yo la fiera preferida, eso también hay que decirlo.
Pero las cosas que pasaron en aquel día aciago, sólo
el viajero del bastón de ciruelo podrá dar cuenta, un día, pues no sólo cayeron
las tortugas sino que comenzaron a vaciarse los cielos de la Ternura Augusta,
como decía mi Abuela, cuando caían hasta perlas del mismo firmamento… Y era un decir, como comprenderás. Perlas o no… tortuguitas o chorros de la
Ternura Augusta… el cielo se vació.
Se declinaron los ocasos de las tierras de Oriente y
se partieron los esbirros que vinieron a hacer de este Globo terráqueo un
burdelito de segunda… que era la frase preferida de mi Abuela, me vino a la
memoria.
No se si es la correcta.
En todo caso fue lo que entendí, sin entender. Porque miré los ojos de mi Padre, y Él miraba
al viajero, que miraba a las nubes… sin comprender, sin ver, pues quedó ciego,
ciego, ciego…
Y esa Verdad…
La tremebunda, refulgió cual espada en aquellos territorios,
donde ese pobre caminante tuvo la suerte de encontrarse con Aquel que dirige
los contrastes y los morires de la Tierra.
Los menos y los
más…
Porque otro día te relato cómo fue que dejó a la Dama
Omnipresente, según El.
La Verdad Tremebunda, viajero que caminas
con la mirada fija en el Oriente, pues donde sale el Sol es donde brota toda la
Fuente del Saber… decían los que conocen de estas cosas… y tiene el ojo pronto
a medir la distancia entre ese conocer y ese terrible ambiente que quiebra el espinazo,
cuando uno se aproxima… tiene dos filos, me parece… Esa verdad
Primera.
Porque también se llama así.
O al menos eso me pareció entenderle, entre risas y
más risas, a mi Padre, el Augusto, El
Director del Universo, según decía la Abuela, que nunca me mintió, ni jamás
concedió a ninguno de mis caprichos saber lo que no era necesario.
Y yo creí a pie juntillas, que el Director del
Universo tenía barba blanca y larga cabellera, como ella describía a aquel
que era mi Padre… y entonces, muy pequeña… creo que estaba aún cambiándome
pañales, me soñaba con Él.
Soñaba con su Sombra.
Soñaba con su Anhelo de Amores Imposibles, pues
mi Madre decía: Aquel que te dio el Ser, es anheloso y trae sueños de Amores
Imposibles… Y sonreía.
Mi Madre no se rió a
mandíbula batiente, sino una sola vez, que yo tenga conciencia. Y fue la vez que me contó aquel episodio de
su primer encuentro con mi Padre.
Y aquí, tal vez llegamos a un bifurque de caminos, en
mi relato cundido de laberintos, pues ya te oigo rezongar:
Esta señora se adelanta y se atrasa y retrocede y
entra y se pierde y yo no tengo cómo andar por entre tanto matorral, ni tantas
lianas que ella anda tendiendo… o dislocando… o mejor sería decir, manteniendo
templadas en una forma tal, que cualquiera se pierde.
Y me perdonas, caminante de fúlgido mirar y gran
paciencia, pues todo hay que decirlo.
Hasta aquí me seguiste, y hasta aquí voy llegando, con mi morral a
cuestas, también yo…
Y hablábamos de Amores Imposibles y sus
Anhelos anhelosos… y de Verdades Tremebundas, y de mi Abuela…
obvio.
Y de mi Madre…
¡Ah…! Mi Madre,
viajero que te arriesgas a continuar el vuelo de mi pluma y mi tensión de
laberinto, no tengo cómo describírtela.
Ni cómo acompañar mi memoria de niña y sus dolientes
extrañezas, cuando Ella se perdía en la distancia de los siglos… ¡y vaya
usted a saber, eso qué era…! Lo
que si se, me da dolor en las entrañas, a cada vuelta del camino, y no te puedo
hablar de esa añoranza, sin trepidar por dentro.
Ella era Paz y Guerra.
Dolor y Goce, al mismo tiempo.
Era caricia y fosca, en noches de locura, en que se despedía de las
cosas y erraba por los campos, como una fiera herida. Erraba… Erraba…
Y entraba luego, silenciosa… No tomaba alimento. No dormía… Y era como una sombra su sonrisa,
que jamás la dejó. Jamás… Jamás…
Podía estar acosada por la negrura más intensa y
acorralada por el fuego, que nunca se dejó arrebatar lo único que en realidad
tenía.
Pues poseyó la nada, créeme.
Tuvo el coraje de arrastrar con la Pobreza del Mundo y
sus placeres, y dejarlos tirados en una orilla del camino, hasta el día que quiso…
¡y se acabó el carbón…!
Como ya te conté, un día me susurró: Yo, ya me voy…
y el resto son adioses que no me corresponden…
Y se vaciaron las alforjas de aquella Peregrina, que
llevaba en su Ser sólo Belleza. Sólo
Armonía y el Silencio, que trajo al Mundo, en pena y añoranza. En realidad, Ella tenía Todo… y prefirió la
Nada Externa… como comprenderás, nada… tenía que ver con esas cosas que
uno prefiere que resuenen en mundos interiores, como las campanitas de los
templos.
En silencio profundo, así lo vi.
Y así lo miro ahora, cuando te veo sonreír, con ese
gesto un poco sorprendido y un poco con nostalgia de cosas ya escuchadas, de
vidas ya vividas, de caminos ya hechos y rehechos, pero yo se que es hoy,
cuando nos encontramos en medio de este camino de la vida… que vamos a contarnos y contarnos… hasta
que el sol se apague.
Mi Madre sonreía: el Sol se apaga… no se esconde… Y siempre le creí.
La Verdad Tremebunda, te decía, refulgió
como espada toledana, en medio a una batalla que no esperaba nadie se fuera a
abrir, como un infierno sólido y tan denso, que las voces morían en la garganta
del viajero y en la garganta de mi Padre, y en la mía temblaban los vocablos de
una manera inteligible y sólo oí el rumor de la Carroza de la
Muerte.
No te voy a contar todo aquel episodio, que fueron los
esbirros de la Parca, sembrando a troche y moche.
Desamarrando los estratos de fúlgido esplendor de
oscuro remanente, pues quedaron los ciegos, los paralíticos, los mudos, los
atorrantes, los vencidos… tendidos en el campo y la noche hizo un alto… pues quiso
recordarnos que Ella tenía la Vara del Castigo, en sus manos de Diosa
Omnipotente… y mi Padre decidió, entonces, esperar.
La espera fue un camino que no me corresponde relatar,
y sin embargo sólo quisiera recordarte que el Dios de las Alturas, vive en la
Tierra… Come contigo. Habla tu lenguaje… Así dijo mi Padre. Y así es…
Todo… es acá...
Los dioses y
las diosas de omnipresente canto y tono poderoso, vinieron una vez a este
territorio que hoy apodamos Tierra, y en realidad su nombre ha sido otro,
pero es secreto… me confesó mi Padre, como diciéndome: no creas, si no
quieres… que era su frase preferida, pues nunca consintió que yo me
dedicara a diseñar sólo dibujos que había visto en los predios ajenos y no
pudiera con los míos.
Los diseños divinos, son diseños de tenso
resplandor… y todo hay que decirlo: son espeluznantes.
Y comencé a reírme como Él… a partir del momento, en
que salieron los lagartos a decidir la suerte del destino del Mundo en que
vivimos y a sacudir Esferas Prohibidas, como explicó mi Padre que eran esas,
que andaban retirando los decibeles sordos de Música de Esferas
que habían pasado de moda.
Y no lo dijo así, como comprenderás.
Él usó una
palabra muy difícil, que ahora no recuerdo, pero quería decir con eso, que todo
este vagar por entre nudos espinosos y eternos misereres, no iba ya a servir al
que quisiera ver la Muerte separarse del Mundo, bajar a los Infiernos y
desaparecer…
Y con esto dejó su huella opalescente, pendiente del
ocaso, que comenzó a brillar como si fuera el alba, y el Sol detuvo su
apagarse. Te lo juro.
Lo vi con estos ojos, que han de vivir lo que tuvieren
que vivir y mirar lo posible y lo imposible…
Porque eso fue como un amanecer, en medio a las
tinieblas más terribles que el Mundo había sufrido desde la historia del
Diluvio. O desde los tiempos del saber
de todos los saberes, cuando aquel habitante de la Tierra, comía los manjares
que le ofrecía el viento y producía sonidos en su cuerpo que rejuvenecían y
vaciaba pirámides enteras, con sólo respirar.
Y un día perdió el Norte.
O a lo mejor era el Oriente… El caso es que perdieron los sones los
anfibios. Detuvieron el vuelo las
serpientes. Empezaron los búhos a volar
y comenzaron los lagartos a ser los Amos y Señores.
A caminar derecho, por entre pedrejones de diamante y
no pudieron con tanto resplandor. Era
mejor el vuelo oscuro, decidieron. Mejor
quedarse en la molicie y vivir los entuertos de los otros. Comer de las pocilgas. Ensuciar las paredes, los pisos de esmeralda,
socavar en la tierra prometida y saquear sus tesoros y de paso violarla, por
supuesto.
Nada quedaba en pie, como no fuera su avaricia.
Su dejadez. Su
pesadumbre, pues no volvieron a acordarse cómo era aquella risa de los ángeles,
ni cómo era el principio de la vida, cuando la Vida era Verdad.
No el vago rezongar de huesos y moléculas, que
perdieron también la orientación precisa y comenzaron a dejar de trabajar y
aparecieron los esclavos, que sometieron a los amos… pues nadie supo nada,
cuando ellos produjeron los famosos remedios y las famosas píldoras y los
experimentos de los ciegos, fueron el don de la Sabiduría de esos tiempos…
Oscuros, sí… dirás…
¿Pero, es que
no conoces el tremendo poder que tienen los esbirros de las legiones del
Oscuro, cuando les damos de comer con nuestras propias manos, y los dejamos
regodearse en nuestra propia cama… y les tiramos oro y mortecina, que es lo que
más les gusta…?
Y a esa pregunta de mi Padre, yo quedé traspasada por
un dolor externo que me quebraba vértebras, y comenzó un sonido agudo a dividir
los hemisferios del cerebro y luego me fundió en un remolino de carbones
prendidos que presionaban miembros, sueños, quemaduras ajenas… pues era cierto
y no… aquella sensación de ser en medio a todo, y rebajé mi esencia de
peregrina a dulces acomodos, como decía mi Madre, cuando yo
preguntaba por algo que me quedaba grande.
Acomoda ese sueño… aconsejaba. Y no te
dejes rebasar por ilusiones pasajeras, pues son los dulces acomodos de gente
que no existe…
Y yo entendí que eran fantasmas.
Obscenas podredumbres de un esplendor mefítico,
grosero… que vagaban sin rumbo por los caminos de la vida y querían convencerme
que yo era pasajera de su barca.
Pero mi barca, compañero… era la Barca de mi
Padre. Y aunque Él me amonestara que
mirara de frente, no fuera a ser que me perdiera esa señal que da la Estrella en
los amaneceres de luces boreales, yo no lo comprendí, hasta ese mismo instante
en que la fuerza de su pregunta me dio dos volteretas en el aire, y quedé
suspendida…
Permanecí flotante, como cuando uno pierde la memoria
y tiene que volverse por donde mismo vino, como solía decir Él mismo:
Decídete a penar o decídete a gozar… Pero no saltes los matojos como liebre
asustada, si no quieres volverte a los Planos Inferiores… ¡y allí te quiero
ver…!
¿Y dónde está mi cuerpo…?
Eso dijo una mirla, cantando en un cerezo lleno de
frutas rojas y amarillas y yo entendí que había perdido también las
coordenadas.
Que mi cerebro no cumplía las funciones normales y que
me había quedado lela, de tanta Luz que rezumaba de aquel paisaje ardido y
solitario, en donde me encontré. Sólo la
mirla y yo…
O sólo yo… para mejor decir, pues era un espejismo del
tamaño del Mundo, lo que mis ojos percibían.
Cambiaban los colores en una forma tal que yo creí
morirme de la angustia, pues no alcanzaba a comprender por cuáles elementos, ni
por qué… ese terrible trepidar de toda la armonía de la mañana, me hacía mirar
de frente al Sol, cuando era prohibido.
Mirar al Sol de frente, trae las consecuencias
desiguales. Mejor te quedas quieta,
cuando esa sensación te desaloje toda y tengas que enfrentarlo, tal cual es…
Eso me dijo un día, en que me vio sentada a la sombra
de un pino, que entre otras cosas no era el árbol indicado para que nadie se
sentara, aunque la tradición te diga lo contrario. Los pinos son los pinos… y un abedul será
lo que es…
Y yo entendí que era la hora de comenzar a organizar
mi vida.
De continuar con el camino, al pie de sus sandalias,
pero sin ofuscarme por todo ese atafague que significa el ritmo de su
aliento. Ni el tono de su risa. Ni mucho menos olvidarme de que su vida es
suya… y que la mía apenas comenzó. Y así
me andaba yo diciendo, como si en realidad supiera de qué me estaba hablando.
¡Qué desastre…Dios mío…!
Así la oí decir.
Y comenzó a cantar de nuevo aquella mirla, como si de
eso dependiera el final de las cosas de todo el Universo, o el comienzo… No se…
El caso es que sentía que se me estaba consumiendo el cuerpo, de a poquitos, y
que de hacer lo que mi Padre había aconsejado no estaría pendiente de aquella
trabazón en que me había metido, con todo y Sol… adentro mío…
Porque era allí, donde se me centraba su esplendor y
me atizaba su voltaje como si fuera un Dios castigador, que fuera a fulminarme,
como un rayo sediento de venganza.
¿Venganza…?
¡Qué palabreja más extraña…! dijo la mirla escudriñándome desde su rama
florecida y las cerezas rojas y amarillas, se tornaron de pronto en mariposas,
que comenzaron a volar en las alturas verdes… verdes…
¡Y ahora sí… a volar…! me convidó la mirla…
Y no quiero contarte el resto de esta extrañísima
tensión, en que el Sol me metió… O sería
mejor decir: en que yo me encontré, por culpa de mis culpas…
Por causa de mi ignorancia, como comprenderás.
Pero sería tan largo de narrarlo y tan complicado de
entenderlo, que se te dormirías, de seguro.
Mejor volvamos al momento en que mi Padre dijo:
¿…y les tiramos
oro y mortecina, que es lo que más les gusta…? y luego del dolor
quebrantahuesos, yo rebajé mi esencia peregrina a dulces acomodos.
Porque era lo mejor.
Aunque no fuera, en realidad, lo que esperaron todos
los que fueron y volvieron de críticas batallas. De sones de la niebla, en campos
solitarios. De sumisión y de
constancia. De grandes distensiones, en
que la sólida Confianza es lo único que te arma y te desarma.
¿Me entenderás, si te confieso que yo misma no supe ni
cómo fui… ni cómo regresé de tales aventuras en el subsuelo de la Tierra…? Porque fue allí, que sucedió. Ahora lo comprendo.
Y me dirás: Y el Sol… ¿fulge en el firmamento, o en
las entrañas del Planeta…?
Y yo no se… querido amigo.
Tiene que ser la Fuerza de la Vida, la que produce
tales elementos de fulgores adversos, como observó mi Padre,
después de mi regreso. Y fulgores
adversos podían ser mil cosas diferentes, según me enteré luego, cuando
llegué reseca y repodrida, como un árbol sin agua que lo riegue.
No niego que la fronda había florecido, por
ejemplo.
Y el tronco era dorado, como los árboles que dicen
brotan en el Jardín de las Hespérides.
Pero no se... Todo era vago y
soñoliento, como en los despertares de la infancia, cuando uno quiere que su
Madre le traiga leche tibia y galleticas frescas y nadie te puede hablar, ni
desacomodar… hasta que recuperas, poco a poco, el territorio que dejaste cuando
cerraste los ojitos y te echaste a
volar… volar… volar…
¡Y esos sí que
eran vuelos…! querido peregrino de soñares profundos, ya lo se…
Debes estar cansado de mi relato. ¿Hacemos otro puente…?
Pongamos las mochilas en un sitio seguro, pues por
estos andurriales dicen que vagan tránsfugas del cosmos y malhechores de gran
tono, que les encanta descender de todas sus potencias y acarrear con todo lo
habido y por haber…
¿No te parece que si subimos la pendiente y averiguamos
qué hay detrás, nos relajamos de tanta garladera y de tanta andadera, sobre
todo… no me dan más las piernas. Las tengo
tensas, como cuerdas templadas de violín, antes del gran concierto.
O será que va a haber música…
A veces pasa, créeme.
Uno no piensa en nada, conversa que conversa con los
amigos, o un vecino, o con el vendedor desprevenido, y de repente, ¡zuuuuaaaázz!…
le cae un pensamiento de esos para mandar doblar, como decía la Abuela, que
conminaba:
¡Y no te me distraigas, cuando vengas mirando las
vitrinas y pensando en poemas y en no se qué más sueños de escritora que hará
temblar al Mundo…¡ Guarda los tonos
raros, eso sí… A la gente le gusta lo excéntrico y lo caro…
Y yo guardando frases, palabras estrambóticas, charla
que charla con algunos paseantes, con la señora del médico de turno, o con la
sacristana, que hablaban sin saber…
Decían las cosas más atrabiliarias y más atravesadas y más hermosas, a
la vez… Nadie se daba cuenta de los
vocablos que salían de sus labios.
De sus cerebros, no era… te aseguro.
Porque si
hubiera habido alguna conexión entre la máquina de pensar
y la mecánica del cuerpo, que simplemente abría la boca,
movía la lengua y dejaba correr esos chispazos y las palabras se encontraban y
se desencontraban, pues nadie, te lo juro… tenía la imagen justa de lo que
aquella vibración traía, por dentro… la Historia del Mundo habría
cambiado.
Por dentro de las cosas y las palabras necias, hay un
hilar de Dios… decía mi Madre, con la sonrisa sólida y veraz… pues
nunca se sonrió por dar cabida a nada que no fuera la sólida verdad.
La música de Todo, es el compás divino en medio a los
viajeros de la Tierra, que la contemplan, la maltratan, la desconocen… y la
queman, de tanto fuego inútil que botan de la boca…
Y mi Padre callaba, como si comprendiera que también
Él hubiera podido hacer lo mismo, de no haber sido por su Ángel.
Ese que apareció una mañana de esplendores violentos y
le avisó entre risas y caricias: ¡Ahora mando YO…! Y desde entonces Él contempla y vive,
aquí en la Tierra, como si la mirada de su Ángel proveyera el compás, el ritmo,
el tono… y sus palabras son suspiros de luz en la mañana y de luz en la tarde…
y nunca olvida que fue el Verbo el primer habitante del Planeta, que lo
Creó, además…
Luego de aquel respiro extraordinario,
que nadie sabe cómo fue, ni cómo se lanzó… pues el secreto aún subsiste en el
subsuelo de los mares y en los cantares de las aves y en la fronda de los
árboles… como éste, por ejemplo.
¿Fresquito, no…?
¿Te gustan los anones…? Aquel verdor que fulge en sus cortezas es
algo que me deja sin resuello. ¿A ti no
te parece…? ¿Has visto que ternura tienen
en sus vientres de blanco afelpadito…?
Parecen fantasías… ya lo se.
Pero es que ahora mismo ando vagando por entre las
palabras como si fuera un picaflor… ¡Qué intolerancia…! ¡Qué manera de vaciarte de la Shakti… cuando
Ella no produce más ritmo que el sonido…!
Aléjate del Centro que no te deja resonancia y mueve el tono Verde…
Eso gritó el Anciano Venerable, que me miró a los ojos
y me dejó vaciada en estas páginas, que ahora remuevo, siembro y reconcilio…
pues uno nunca sabe.
Y vaya usted a saber, por qué yo me dejaba encandilar
por tanta melopea.
Por síncopas y diátonas. Por solideces y mordidas, que sólo me
aguantaban los más veloces en el tránsito de corredores ciegos y laberintos en
desuso, pues todo hay que decirlo: el delirar no presta un gran servicio, si
éste no trae la Shakti de la Comendadora. De la Presencia Firme de la Diosa.
Shakti es Misión de dioses y Fuerza de su Luz, que es
Centro de Bondad y Condición Divina….
Así explicó mi Padre, el día en que lo ví cubriendo
las distancias como si fuera un águila y derramando Luz, como un cometa.
Dejémonos de crudas resonancias. Bajemos la colina y recojamos agua, por si
acaso. Dicen que es tiempo de sequía y
quien no tiene bastimento, no tiene referencia entre los arenales que nos van a
cercar, pues el momento es el preciso, lo presiento.
Presentir, presentir… y mi Padre se volvía un
nubarrón de carcajadas, un cielo repentino de colores extraños, un tiempo de
esplendores de acero y mucho ruido.
Porque tronaba.
Restallaba la luz…
Y había un sacudimiento en todo el cuerpo que por más que trataba de
apaciguarlo con té de agüita de heliotropo, masajes con caléndula y demás
artilugios de la ciencia moderna… que de moderna tiene poco, por
supuesto… me restallaba a mí también la Luz de sus pupilas, la sensación de
hundirme regresaba, y yo como en los mares de tormenta, donde ni cielo, ni
agua, ni los delfines te ayudaban, pues todo se volvía un misterioso retroceso,
como insitía mi Padre:
El retroceso de las células trae sus elementos, y nadie
puede ver, ni oír, ni Ser… antes de conocer el por qué de su Centro
evanescente. El que no quiere entrar en
Ello, no dejará la gran simiente que ahora el Mundo necesita. Y ten en cuenta, peregrina… Los dioses y las
diosas, no vinieron a ver, ni a oír, ni mucho menos a enseñar.
Ellos vinieron a gozar de la salida hirviente, que
este Universo tiene…
Y allí callaba por momentos, en que los cielos se
aclaraban, las nubes se borraban en un abrir dorado y en los violetas más
intensos y yo mezclaba todo: es cierto…
¡Qué intrepidez se necesita, créeme…!
En esas horas, o momentos, o siglos… si tú quieres, en
que los cielos se despiertan y todo nos convence de que la Gloria del Altísimo
es una Realidad tan grande como un templo… y tan alta y tan hermosa… porque
cuando Ello en tí, resuena, y tú recibes de rodillas, entonces sí…
Los cielos cantan.
La noche se recoje y el Alba llega, para siempre, pues no te deja más la
huella detractora del oscuro sistema del espejo.
Ese que te plantaron un día los estudiantes ciegos y
atorrantes, que vinieron a ver, y
a conducir, como si fueran profesores de Escuelas Magnas y tuvieran
diplomas de sapientes.
¡Mentira…¡ ¡Falso es… de toda falsedad… que los
filipichines de otros universos pudieran convertir el oro en Luz de Gloria
Celestial… y la mirada de Dios en Elemento Sacro…! ¡Macacos…!
¡Eso son…!
Y aquellos gritos de la Abuela, me resuenan aún en los
oídos, como si fuera un estridor de vacuo resplandor, pues en Ella, mi Abuela,
la Luz de la Alborada de los Dioses de Gran Misericordia, nada resplandecía que
no tuviera que resplandecer.
Ni nada se movía, cuando no había por qué…
No miremos ya más ese recuerdo extraño… decía mi
Padre, presuroso y sin ningún acento definido, pues más bien era un susurro lo
que yo le escuchaba, allá en mi corazón, que comenzaba a palpitar bajito, muy
bajito… Y entonces yo entendía.
Lo que nunca entendí, no te lo puedo referir…
caminante de largas experiencias y comprensivo en tu escuchar mis
peroratas. No voy a desdecirme, ni voy a
continuar contándome mi vida, como si fuera una Aventura de una Niñita Estrella
que decidió que amanecía, y ella a danzar…
Y anochecía, y dance que te dance…
Porque la historia es otra, compañero. Muy otra…
Ya verás.
La Historia es ciega y sorda, cuando uno la reduce a
un hilar con hilos atrofiados. Con
estamentos de mentira. Con algodón
mojado, mejor dicho.
Así decía mi Padre, con palabras más lindas, que por
supuesto yo no abarcaba nunca, pues mis oídos estaban tuquios de la cera y de
la arena del desierto, por donde Él me hacía vagar, vagar, y más vagar…
Y no te creas que es elemento discordante, con todo
este relato que trato de contarte con mis palabras destempladas… volátiles…
errantes… pues errabundo ha sido mi destino.
Errar fue mi promesa.
¿Tú sabes que uno dice lo que quiere decir, antes de
entrar en el Planeta que conocemos como Tierra… y que mi Padre insiste, que
Ella tiene otro Nombre…?
¿Sabías que los destierros de quien no tiene nada más
que su mochila y su bastón, son Promesa cumplida…?
Y la pregunta de mi Madre me complicó aquel día el
ejercicio de aritmética, que yo andaba inventando. Porque inventaba números, a veces… Y es un
decir, como comprenderás.
Nadie puede inventar lo que ya está inventado, pero a
mí me sonaban las ecuaciones siderales a cantos de los ángeles y los cantos de
hormigas a números celestes, y así… vagante entre teoremas y geometrías de los
espacios, desgastaba mi tiempo en correderas… como decía mi Abuela:
Esta muchacha corre demasiado… Y lo peor, es que corre sin saber. Pónganle oficio… ¡A ver…! ¿En dónde está la escoba y quién sacude las
persianas…? Y me desdibujaba los
dibujos. Me hacía correr de arriba
abajo, desempolvando, sacudiendo, sudando a mares…
Y ahora entiendo…
Ese corre que corre, no era un oficio de cuatro
años. Y quién lo iba a saber… Sólo la Abuela, por supuesto. Y mi Madre callaba…
Ella sabía que yo había añorado ese destierro y
que traía a cuestas mi mochila y mi bastón de palo de abedul y que nada ni nadie
me iba a poder vaciar de lo que no tenía…
Pues antes de pisar su hermoso vientre y regresar al nido de su anhelo y
a aquel Amor de mis Amores, yo pedí aquello que Ella también había pedido… y se
nos concedió.
Promesas son Promesas…
Así me repitió, besándome en la frente, con una
especie de dolor que yo no comprendí, pero que ahora tengo fresco, restallante,
aquí en mi corazón, y se sin duda alguna que también Ella había desempolvado,
sacudido, limpiado las estanzas de todos los dolores y todos los placeres y
todos los sonidos de la Muerte.
Porque esa poderosa y firme voluntad con que Ella
descubría los elementos más oscuros y las llagas del Mundo que pisaba, que
ornaba con su aroma y su sonrisa, no era un abrir las puertas, sólamente.
Era callar, cuando aquel Mundo la insultaba.
Orar en el silencio de los astros de bajo resplandor y
conocer la ira, sin decirlo. Sin
resollar siquiera. Pues era Ella quien ponía
y quien quitaba, créeme.
No es fácil entender, a los cuatro años de tu vida,
que viniste a sufrir, porque querías.
Porque pediste antes de entrar en ese vientre amado, lo que tu Madre
había pedido.
Por resonancia… ¿ves…?
Cuando la Madre es quien provee de todas las verdades
y todas las mentiras y crees en esa esencia y bebes de esa leche y te acunan
sus brazos de robusta tensión y nada puede desdecirte, pues Ella Es… y Fue… y
Será… Todo lo que conoces… entonces, caminante… la Historia es otra,
por supuesto.
No son tragedias griegas, éso está lejos, mi compañero
de viaje…
Las tragedias del Mundo son cosas de gitanos y de los
saltimbanquis, que ahora caminan como si fueran reyes, poseedores de la Vara de
Mando y sus bigotes tiesos, tiesos…
Ahora no podemos siquiera dirigir la mirada doliente
hacia los cielos descompuestos, el aire comprimido, pues el oxígeno ya es cosa
de poco tiempo y lo demás son consecuencias de ignorantes maniobras, que el
ciego de la farándula anda descomponiendo y componiendo, como un titiritero.
Los ignorantes son la peste más horripilante, porque
además de atrevidos, son de un altanero insoportable… Los deberían prohibir…
Y los decires de mi Abuela dejaban a mi Madre sumida
en un silencio de tempestad que se acercaba.
Nos circundaba un aura maloliente y un alarido interno
comenzaba a brotar de sus ojos oscuros, como si fueran las espinas las que
estuvieran azotándola y el Mundo y su ignorancia no conociera, ni pensara, ni
tan siquiera viera un hecho tan inocuo, como era ese morir… Ese deshidratarse
de la Tierra. Aquel terrible ruido que
hacían los ángeles oscuros…
Porque era oscuro, oscuro…
Y yo me guarecía, entre sus brazos de alabastro. En medio al centro de diamante, me parecía no
estar segura y entonces reducía el esplendor odierno, como decía mi Padre, en
horas de anarquía… cuando el solsticio era pesado y las aves dejaban los
terrenos de soles sin retorno.
Deja a la pesadez y cúbrete la espalda… Los ruidos de los ángeles comenzaron a oírse
desde el Norte del Mundo, hasta la Patagonia…
Y eso es indicio que el esplendor odierno no se cansa de obrar, ni teje
ahora lo que debía tejer… Afloja esa
tensión…
Y yo esperaba…
Resumía. Conservaba el aliento y
me ponía a cantar, cantar… como volviendo de la guerra.
Errante y cantaora… No hay mal que no te aguante, ni
tiempo que resista la voz que Dios te dio… ocúpate del huerto y siembra bien
bajito… Las zanahorias están repletas de tesoros, que te ayudan a echar tanto
mendigo y tanto escorpión, colándose en las puertas y haciendo un estropicio en
las ventanas… Mata el delirio, mariposa… Y no me vengas luego con tu historia, que yo
ya la conozco…
Y la Abuela callaba.
Y éso, era raro en Ella.
Porque era como un río.
Cuando la Abuela hablaba, se callaban los pájaros, la
noria no corría pues el viento se hacía todo oídos y dejaba de soplar.
¡La Abuela…!
¡Ah, caminante…!
Era un camino abierto a la aventura. Un mar embravecido. Un solitario requerirle al Mundo los placeres
de la Sabiduría y los menjurjes de las diosas… como Ella me decía: Las
diosas son coquetas… a ellas les encantan los menjurjes… Y éso, es muy peligroso,
si tú no sabes dónde colocarlos. Todo
depende de tu anhelo…
Y me dejaba fría cual mar en el invierno.
No tejas mucho, muchachita… Se te agrietan los
ojos… la oía gritarme desde el
patio, y yo teje que teje mis historias y mis anhelos cautelosos, porque ya
había aprendido a no entramarlos con demasiados nudos.
Si tienes la
paciencia de escuchar esos ruidos que forman pensamientos y no te lanzas a
estirarlos, ni a retocar lo ya fundamental, pues no se necesita armar lo que
está armado… entonces vas a ser lo que tendrás que Ser…
¡Aguanta el grito y tensa el arco…!
Y eso se cae de su peso, como comprenderás.
Porque en los ratos de inocencia, cuando yo
contemplaba caer la nieve en la llanura, o miraba los pájaros, que hacían sus
nidos, cante que te cante… entonces algo se expandía y yo me preocupaba tan
sólo de ese ritmo. Y era un ritual
sagrado, créeme.
Un solitario pasatiempo, que producía burbujas en la
mente, la comezón más trepidante allá en el corazón, que comenzaba a rebatir la
sístole y la diástole, como si produjera en ese instante un solidario y viejo
truco. El de los grandes pensadores,
creía yo….
Y pues no…
Lejos de eso.
A distancia prudente estaban los sonidos y yo los
agarraba por las alas, pues eran águilas feroces.
Nada más las miraba y ¡zuuuuaaaázz…! me picoteaban, me
hacían huequitos en el cráneo, y yo
pendiente de sus gritos, pues el secreto estaba en no dejarlas descansar… como
observó mi Padre, en aquel día aciago, en que la luna se cayó… y con ella la Mente
de la Tierra.
¡Se cansó el instrumento que nos traía y nos
llevaba… Bendita sea la Luz de la
Alborada Nueva…!
Y aquella
carcajada se oyó de Sur a Norte y repicó del Occidente y se dobló al Oriente, y
todos los testigos dejaron su ajetrear y permitieron al pasado que se borrara
para siempre.
Nadie dejó una huella.
Ni nada se cumplió, que no fuera lo dicho por los
Sabios de la Galaxia de La Luz de Todos los Ocasos. Y entonces fue cuando dejé
mi caminar de peregrina ciega y sorda y comencé el Camino Abierto.
Aquel de errante, que se me había prometido,
desde mi nacimiento, cuando yo comprendía sin comprender y me aferraba a los
pezones dulces con olores de anón y Ella, mi Madre hermosa como un Sol en plena
primavera, me acariciaba toda.
Me apaciguaba el miedo que traía mi memoria galopera y
me dejaba herida. Tendida en ese vientre
de aromas a madroño. Herida con amores
imposibles.
¿Y se te fue la vida en eso…? me vas a preguntar. O a lo mejor me lo imagino, pero es que éso,
fue así…
La vida se me fue…
Los años fueron raudos, al comienzo, y volvían los
mercaderes, pasaban los inviernos, y yo camine que camine… con mi mochila a cuestas y mi bastón de palo
de abedul, como si fuera un maleficio, pues de eso se trataba: según opinaban
las harpías, que eran los ecos absorbidos…” como decía la Abuela…
A esos… los que
repiten porque oyeron y no porque conocen, los mandas a freír lo que
sabemos… Jamás regreses a los círculos
donde ellos comen su bazofia… ¡Templa la verba y échate a volar…!
Y Ella quería decir: camina…, lógico. Porque volar, volar…
Camina caminera, porque de soles sin retorno y de
viajares sin descanso, se va a tratar tu vida.
Deja los maletines. Las mochilas
pesadas. Ni una maleta grande, por supuesto…
Y a caminar se dijo…
¿Y la guitarra…? pregunté… pues la traía en bandolera
y a veces me pesaba, o mejor dicho, recargaba mi cuerpo y andaba como canoa en
caño, o sea: bamboleándome.
Y la guitarra la has de conquistar… La tomas o la dejas.
Y la dejé en el borde de un estanque, donde cantaban
ranas, serpientes y sapitos, de todos los colores. Dejó de ser un peso, como
comprenderás. Y yo no se si los sapitos
pudieron con su tono, que era japonés.
Pero lo que sí se… es que los ritmos que ya le había
conquistado se desbordaron en mi esencia y me quedé como encantada de músicas
de alas y un paraíso fue mi Centro de Bondad, como explicó mi Padre, cuando me
vió tan libre de todo…
Tan salerosa y suelta, viajero que me escuchas con la
mirada puesta en la distancia, pues el camino es cumbre arriba… pero ya vamos a
llegar, no te preocupes. Un salto en el
vacío, y ¡zuuuuaaaázz…! nos encumbramos hasta el pico.
¿Sabías que los sonidos habitan en el Mandala del
Silencio?
¿Noooo…?
Yo tampoco sabía.
Hasta una vez que mi Padre me trajo dos sonidos
envueltos en papel de caramelo y me ofreció dos vasos de agua… y parece un cuento de mentiras, pero es muy
divertido, verás cómo el diseño es resonante y lleno de las luces de los gnomos
y haditas, que venían en ellos. Y apenas
los abrí, los gnomos descansaron de tanto ir y venir…
Así dijeron…
¡Y las haditas, toooo-daaas… se me pusieron a llorar,
como unas huérfanas de Madre…!
¡Caramba….! me dirás.
Y claro… te comprendo.
Porque esa misma fue mi exclamación, cuando las ví
tendidas en el prado y llore que te llore y mi Padre muy serio:
Cántales la canción de la Mariposita… A ellas les encanta saber que hay luces
sueltas en el Camino de la Vida, donde ellas son las únicas que comprenden los
vuelos de emigrantes y de viajeros del Espacio Sideral… No temas a su llanto. Es pura dicha. Sólo que su expresión es diferente de la
tuya…
¡Y vaya usted a saber…!
Yo por si acaso les traje unas goticas de elíxir de la
Rosa, que se quedó prendada de tanto suspirar y tanto llanto dulce y comenzó a
cantarles, también Ella, y entonamos un dueto que resonó y que resonó y siguió
resonando, hasta el Sol de hoy…
¡Qué dueto… Madre mía…!
La Canción del Olvido, explicó
luego la Rosa, que se llamaba ese dibujo que comenzó a rondar los árboles, a
perseguir a las iguanas, rebajar el sonido de las tortugas, que se bañaban, se
bañaban y se seguían bañando…
¡Qué resplandor, Dios mío… me voy a congelar…! gritaba una girafa, que
apareció quién sabe por cuál puerta… pues todo era cerrado, cerradito… como una
caja de Pandora.
¿Y las cajas de Pandora no tienen salidero…? vas a
inquirir, seguro…
Porque éso fue, precisamente, lo que le dije yo a mi
Padre, que se reía quieto, quietecito… mientras las ranas se extasiaban de
tanto atardecer, pues pasaron los días y las noches jamás aparecieron. Sólo había un ocaso permanente, y entonces
los leones y los ositos panda y los búhos sapientes como nadie, permanecieron
en Olvido… De allí su Nombre, me
supongo…
El Bosque renació, cuando esa Rosa trajo elíxir y
cantó esa canción… créeme o no…
Las cosas comenzaron a rebajar su aliento de fogata,
como explicaron gnomos a las sílfides, pues mantenían unos enormes abanicos,
que eran hojas de palma, para el calor que se acercaba. Habrá fuego por mundos… y no va a haber con qué apagarlo… le
escuché a un gnomo verde y amarillo, y entonces me acordé de los decires de mi
Abuela:
¡No habrá un
calor igual… un día de éstos… como sigan echándole al burdel, con esos tonos
sicodélicos…!
Y a lo mejor era lo mismo. ¿Tú no crees…?
No se de tonos complicados, pero en mi caminar de
caminante, sí me encontré los lupanares, repletos de las diosas más
sandungueras y más viva-la-virgen que uno se pueda imaginar.
Y los dioses, borrachos…
Ebrios del
resplandor de sus pupilas dilatadas y su cerebro de magos omniscientes. La palabra era de ellos, y el Verbo se hizo carne… mejor
dicho. No había nada que no
supieran. Sumar, multiplicar, contarte
las historias de los paseantes de la vida y de las taras de la Sierpe. Porque
eso sí: Nadie podría quitarles lo hechizadores, ni lo hermosos, ni lo
opulentos… ¡claro…!
Porque amasaban, y amasaban, y continuaban amasando…
Y ellas, las diosas… pegaditas de tooo-do lo que fuera
aquel oro reluciente que desataba guerras peregrinas, desbarataba los dibujos
de marineros del espacio, cobijaba a las brujas, los vampiros, y daba de comer
a los sedientos de la carne. Con eso
digo todo.
Porque así fue como lo ví. Y a lo mejor tú lo verás de otra manera, pues
cada quien con sus anteojos.
La vista es enemiga de todo lo que brilla, si no es el
Sol el que la acoje… Déjate Ser del que
te Ve… y no permitas que los ojos miren torcido, o en redondo. Mirar de frente es peligroso… así que baja de
esa nube y camina despacio, pues no hay afán… recuérdalo.
Y yo me enamoraba de todo ese discurso con que mi
Padre me acunaba, en las noches de invierno y en los amaneceres de un trópico
apestoso, lleno de cucarachas y de hormigas culonas.
De zancudos mordaces, de ratas envidiosas, pues
conocían mis pasos como nadie y perseguían mi aliento de niña peregrina para
llenar sus cantimploras, vender después en el mercado, asegurando que era el
suyo. Y así… yo fuí aprendiendo…
Y lo demás… es cuento de otro día… Te noto reventado de toda esta escalada y sin
zapatos de alpinista.
¿No te provoca un limoncito…? Es bueno para todo.
Es una panacea, el amigo limón… Mi Abuela me contaba
que en los cantares y los ires de su Abuela Divina como Nadie… pues parece que
era un Sol de esos que no se ven ahora, en esta Tierra… esa Señora Augusta
curaba a todo el que pasaba con alguna dolencia, delante de su balcón, que era
lleno de mirtos y colgaban las fresas, los agapantos y pululaban estrellas
mañaneras… pues así era, créeme.
Los tiempos de
la Abuela de mi Abuela, eran tiempos de hadas.
De sirenas…
¿De dinosaurios…? me dirás.
Y pues, no…
Los dinosaurios vinieron mucho después, a podar y a
podar… ¡los pobres…! como exclamaba Ella…
Pero te hablaba del limón.
Tienes que reposarte, caminante. El ácido es muy bueno para la tempestad que
te acogota, aunque tú no la sientas, todavía…
Las tempestades vienen y se van y si tú no las cargas
con un poquito de limón… mejor te vale andar templando esa guitarra…
O sea: mejor cantaba y resumía lo que la gran
corriente de aguas y de vientos traía consigo… y su caricia repetida,
pues Ella me insitía: Lo ácido es un sólido elemento, que en las venas te
ayuda a resistir lo temporal de esa corriente que vendrá a visitarte, y si no
estás munida de tensiones de gran desigualdad, entonces canta… como último
remedio.
El canto es oro…
Así dijo mi Padre, cuando me designó la gran
interferencia que las nubes traían en las tardes de acomodos violentos,
y yo entendía y no… pues eran las señales de magníficos sones.
De timbales.
Marimbas.
Decibeles benditos por los gnomos y detestados por las sílfides, pero no
había más remedio… El cielo bendecía, y había que atender, y recibir… y lo
demás, era por cuenta del divino Creador del Universo… Así entendí yo,
entonces…
Pero siete años no son muchos, como comprenderás.
Era una niña triste, si la tristeza viene con risas y
con juegos… pues no paraba de reírme, pero era un resquemor en algún sitio de
mi Ser, que no podía con todo.
Y Todo, era ese mundo de mentiras que yo veía
pasar, debajo de mi balcón, como la Abuela de mi Abuela… pero sin flores, sin
las fresas, y sin estrellas mañaneras.
Sólo un contradecir, que me dejaba mustia y no podía hablar, por días y
por días… y mi Madre observando.
Debes estar pasando la pericia de todos los guerreros
de la Tierra… mi Niña Hermosa y cantarina.
¿De todos los guerreros de la Tierra…? inquiría mi Ser, desde mi
escondidijo, pues Ella me miraba como
miran las flores a los niños, cuando ellos no las sienten.
Ni siquiera
perciben que una Rosa los mira, con dulzura infinita… ¿lo sabías…?
Pues bien…
Tampoco yo sabía que éso era muy corriente entre las flores,
hasta que un día leí un cuento para niños y lo entendí, clarito… créeme.
Alicia no creía tampoco en esas cosas, hasta que vió a
las flores, criticándola… Claro que en este cuento, las flores eran comadreras,
o sea, unas chismosas… pero la Rosa del Principito hablaba y aromaba… y se
quejaba de quebrantos, que me hacían llorar las tardes y las tardes…
¡Alza ese ceño…!
Controla tu llorar de niña tempranera que quiere ser lo que no es,
porque de ser así… te agarra la menguante, un día de éstos…!
Y mi Abuela no inquiría, como comprendrás.
Ella sabía… y punto, mi querido viajero, y a lo mejor
también leíste el cuento, donde Alicia navega en lágrimas que vierte por
naderías, realmente… Pero el conejo es
fascinante…
En fin…
Que las tardes se iban, las tempestades se amainaban y
yo seguía caminando, repite que repite lo que decía mi Padre en tardes como
ésta:
Cuando el cansancio aprieta, un poco de tolerancia con
tu cuerpo… Y un poquito de limón,
como decía la Abuela. Y a lo mejor te
quitas los zapatos, te haces un masajito, y ya…
¿Te parece que el día está para comer un poco de
cerezas de aquel árbol? o para hacer la
siesta larga y cargada de sueños importantes…
Y mi Padre sacudía todas sus fibras sueltas, pues la
tenía toooodas en posición de relevancia, y eso quería decir que cuando no se
entiende… no se entiende…
Y así yo continuaba a ser lo que tenía que Ser… sin
preguntar, sin maquinar, como Él…
Porque entendía entonces lo que me dijo la primera que
me enseñó a cantar, a ver… a oler, a caminar… a dejar, y también a recoger, lo
indispensable.
Porque el camino fue testigo, pero Ella… caminante,
fue la Creadora de mi Ser… Y
éso…lo sabe mi Alma y mi Ángel de mi Guarda, que anduvo los caminos a mi
flanco, sin dejarse vencer por mis caprichos, ni interrumpir mis sueños de
mariposa vagarosa… porque ellos saben… ¿sabías tú…?
El Ángel sabe coordenadas de divino esplendor y sigue las
corrientes de los mares vencidos. De los
ataques sucios del desertor, que te acogota, y entonces Él los cubre con sus
alas de oro y de platino y ¡zuuuuaaaázzz! los deja como un pollo…
Eso decía mi gran amiga, la tortuguita del estanque
del jardín de mi Abuela… pues paliqueaba y paliqueaba, en las tardes de lluvia,
como si su lengüita la hubieran aceitado y ¡mi Dios… qué labia tan tenaz…!
Ella sabía las cosas de los ángeles, como si fueran de
ella los motivos que los ángeles tienen.
Y yo me preguntaba: ¿será que esta tortuga también es uno de
ellos...? Pues... quién quita...
¿No crees tú, que las tortugas son muuuy raras…?
O sea: La Abuela convenía con toda clase de preguntas,
pero cuando yo llegaba del jardín y comenzaba… ¿No crees tú que…? ella paraba
el carro…
Ya me llegaste
de tus tertulias con Misiá Tortugüita… Cómete el queso y toma el chocolate… es
hora de pensar en la actitud del cuerpo y su manutención ¡después hablamos de
tortugas…!
Los ángeles fueron mi desvelo, para mejor decirte.
Pasé las horas muertas y las horas vencidas y las
horas de las horas, cubriendo el territorio que tienen ellos escondido entre tu
cuerpo y esas alas que dicen que ellos tienen.
Yo nunca se las ví… muy a pesar de suplicarles: ¡Déjate ver las alas…
por favor…! Un poquito, no más… Un
poquitiiiico…
Pero ellos, nada…
Silentes.
Cómodos. Acurrujados en mi silla,
pues los sentía volando tenue o sentaditos a mi flanco, como esas maripositas
amarillas que vuelan muy bajito y te hacen cosquillitas en los pies.
En los recuerdos de la infancia, uno tiene, en la gran
mayoría de las veces, uno preciso… O favorito.
¿Tú no crees…?
Es como un modelo de los otros recuerdos, donde uno se
paseaba debajo de los árboles del patio, de guayaba… en mi caso… y recordaba
cosas intangibles y sólidas… como decía mi Madre:
Lo intangible
no es sólido, si tú no lo recuerdas con verdadera ansia… Entonces sí…
Y en realidad, yo los pensaba con tales ansiedades los
tales pensamientos, que se me aparecían.
Y me vas a decir que cómo así… Qué cuándo y cómo y dónde, yo podía
transformar lo invisible en algo de tocar y de mirar… y hasta de oler, figúrate…
No se si debería de contarte estas cosas de infancia,
que son rarófonas… como opinaban las tarascas.
Aquellas que creían en rejos de campanas, casulla de
sacristán y misa de cinco de la mañana… pero la Abuela las miraba con tanto
disimulo y tanta risa adentro, que ellas callaban, saludaban, y pasaban de
largo… igual que hilera de cigüeñas, con las paticas tiesas, tiesas… su
sombrerito negro, negro… y su risita suelta.
Jamás he visto unas tarascas como esas, y mira que yo
he mirado Mundo…
Y te estaba contando… viajero de los mares y de los
cielos invisibles… que en lo invisible, yo era baquiana de esas que conocen el Camino
de Regreso, como explicó mi Padre, el día que le conté que yo
podía hacer visible lo invisible.
Eso es porque
tú traes las señales y los códigos vivos… peregrina. Lo demás es cuestión de acostumbrarse a ver
las cosas interiores, de una manera tal, que todo es sólido, si quieres… Y si no quieres, pues lo guardas… Porque el Mundo es muy terco, te lo
advierto.
Mejor era tenerlos en un sitio seguro, y por años y
años mantuve el escondite preservado, no fuera a ser que ratoncitos y arañitas…
Tú comprendes…
A nadie le conté.
Ni muchos menos comenté jamás de los jamases que yo podía ver con
códigos secretos.
¿Códigos vivos…? me acuerdó que pensé, esa
madrugada, en que mi Padre restalló con resplandor supremo y yo lo ví cuando se
erguía… se colmaba… se reducía y se perdía… y en Ello me llevaba, me traía y
arrastraba por mares y terrenos de duro aprendizaje, pues no era más que un demostrarme
que cuando no se puede Ser lo que uno Es… la experiencia se pierde.
Pero sí uno encuentra el eco de los tiempos en que
sabía todo, toooodo… entonces sí…
Agárrate a los vuelos del Águila Dorada, y mira bien
por dónde pisas.
O sea… por cuál terreno vuelas, me imagino… pues Él
decía sólo: Y pisa firme,
peregrina… No es sólido tu andar pero el
vuelo es de veras… así que cuidadito con un descuido tenebroso. Las Águilas no tienen la paciencia de
esperarte en la esquina… mientras tú cuentas ovejitas…
Cosas así, decía…
Lo de ovejitas, claro que es de mi cosecha… pero las
veces que Él me conectaba con esa reducción ineludible, que era
su risa y su portento, yo me iba a territorios de puros resplandores y se
enredaban las palabras, se desaparecían los montes, las riberas, los ríos no
existían, sino que eran recuerdos vegetales…
Llenos de luz, te digo… Repletos
de nostalgia.
¿Por qué te siento con morriña…? ¿No tienes más que hacer que contemplar el
firmamento…? ¡A ver…! ¡Póngale oficio, a esta niñita…!
Y la Abuela sabía.
Estoy segura…
Fue un secreto entre ambas, que nunca nos
contamos. Y Ella exigiendo: ¡A
ver…! Y yo callada. Reducida… Viendo a mi Padre entre los olmos y
columpiándose en el viento, y el firmamento reventándose, de risa omnipotente…
¿Me entiendes, compañero de aventura…? O estoy tirando mucho el hilo… Tú me lo
dices… No es bueno andarse por las
ramas, cuando en la realidad hay tanto que decir …
Y tanto que callar…
Los pensamientos de una niña de siete años, no son
cosecha de mangos, ni tienen nada que envidiarle a las guabayabas maduritas,
pero por ahí la van… que es un decir muy pueblerino, pero simpático ¿no
crees…?
Yo andaba repitiéndome, en las mañanas y en las
noches… No te detengas, mira hacia la
Nada… si éso es lo que hay que hacer… y andaba preguntándole a mi Ángel de
mi Guarda Mi Dulce Compañía, cuáles son los misterios que el Supremo Creador
del Universo quiere más.
Y el Ángel: Él nunca quiere… Él simplemente ES.
Y sí… Eso, está
claro. Pero, ¿cuando Él creó los cielos
y la Tierra, dónde escondió las cosas maaaás apetitosas…?
¿Apetitosas…? Y
el Ángel no podía de tanta carcajada.
Pero se ríen distinto a todo… ¿sabes…?
Los ángeles no tienen esa risa que mi Padre posee, por supuesto… pero
tampoco ríen como la gente cree. Y en
realidad, no se qué cree la gente de los ángeles… ¡qué pamplinadas las que
digo…! En todo caso, quiero aconsejarte
que cuando los oigas, no te asustes.
Suenan a trueno.
A rarísimos sones, adentro del estómago.
No se cómo explicártelo…
Los Ángeles, Hermosa Peregrina de la Alborada Tierna
de Tu Madre…
Y cuando mi Padre comenzó la explicación sublime y
extrambótica del por qué de esa risa tan preciosa y tan contradictoria… yo
creía morirme de la dicha. Y el goce me
invadía por la raíz del pelo, salía por las costillas, peregrinaba un rato en
el abdómen y resultaba casi siempre tirada en el camino, con una espina leve…
que se quedaba muchos días repitiéndome:
Hermosa Peregrina de la Alborada Tierna de Tu Madre…
Hermosa Peregrina de la Alborada Tierna de Tu Madre… Hermosa Peregrina…
Y como bien comprenderás, yo entraba en la locura…
Erraba por los campos, contando las estrellas. Contándoles mis cuitas. Y cantando.
Cantando… Y entonces las tarascas se
persignaban, se enroscaban como pitones ciegas y gritaban:
¡Traigan sahumerios…!
¡Enciendan veladoras…! ¡Pongan la
escoba para arriba, detrás de alguna puerta…!
Y mi abuela en arrobo.
¡Bendita seas… niña de mis ojos…! me susurraba,
arrodillándose al pie de mi camita de siete años y besaba mi vientre, mis
pupilas, mi frente efervescida y en cada suspirar que yo lanzaba como si fuera
el último suspiro, Ella moría también.
Lo se.
Y el corazón dejaba de palpitar.
Y mi existencia de peregrina quería fugarse hacia otra
parte, donde ángeles dorados me esperaban.
Los juegos de los niños de estrellas omniscientes y goces de prodigios
nunca vistos eran visiones sólidas y claras… Voy a morirme, Abuela… le
decía. Y Ella, que no… Que era no más el tránsito esperado.
Ese que trae congoja y vuelo de Águila Dorada. Tránsito de la Diosa y su Amargura.
Tránsito Azul… me susurró de nuevo. Y de nuevo sus besos, hirvientes, lacerados,
dulces como un anón que se cayó del árbol de tanta sabrosura que contiene, y
Ella… la Abuela Hermosa de Tempestades y Tinieblas… la que no tuvo miedo al
Miedo… temblaba de emoción.
No muevas la frecuencia, me pedía…
Y yo alcanzaba a oírla, desde mi Centro de Esperanza,
y el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, pendiente de mis gestos. Acunándome toda con su dulzura y su ardentía,
pues suspendía la entrada de la Gran Dama Oscura… como la Abuela dijo que esa
Señora se llamaba.
¡La Dama Oscura no te corresponde…!
Eso gritaba el Ángel… y yo al unísono con Él.
Los dos nos convertíamos en guardianes. Paladines de esferas invisibles, que yo veía,
claro… y Él también… pues se cubrían mis
párpados de alas…
Y fue primera vez, que ví ese resplandor alado
guarecerme. Proteger mis fronteras. Manifestar su poderío y responder a mi
llamado, que en realidad no fue un llamarlo por su Nombre, pues yo pregunté un
día:
¿Y Tú… cómo te llamas…?
Y Él respondió: No preguntes mi Nombre… te lo
ruego…
Y yo supe después, que a un Ángel de la Guarda no se
lo puede conminar a producir un Nombre que no tiene. O mejor dicho: A traicionarlo.
Porque los Ángeles de Luz de Todas las Esferas
Estelares, tienen secretos a montones, y sólo quien conoce el mantram de
la Gloria penetra en su Morada de Silencio y en su Sistema
de Conciencia. Y nada
tienes que pedirles, ni nada que nombrar… si Ellos no tienen nada que
contarte. Tú los dejas hacer y
deshacer… Pues para éso están…
Así dijo mi Padre.
Y así lo comprendí, añiiiísimos después.
Cuando la Sombra de esa sombra se desterró de
mi camita y la Abuela me trajo chocolates y un cuadernito de dibujo, lápices de
colores y un borrador en forma de mapamundo, y por supuesto, un sacapuntas… yo
le dije a la Abuela: ahora sí, Tú y yo, vamos a entrar en el Silencio y nadie
va a saber lo que pasó…
Y la Abuela callada.
La ví cerrar los ojos, despacito. Abrirlos nuevamente. Mirar la imagen de su Padre, que Ella
guardaba cual tesoro allá en su corazón, y sostener mis manos pequeñitas, como
cuando una rama está por florecer y tú no sabes de qué color será, pero conoces
esa forma desde siempre… y entonces
presencié, lo que jamás había imaginado.
Y créeme, viajero…
Las lágrimas de Aquella que cobijó mi cuerpo en noches
de borrasca y noches de dulzura, fueron la Puerta Grande. Te aseguro…
No te voy a contar lo inenarrable, pero sí puedo
aconsejarte que cuando ese momento llegue hasta tu puerta y la Gran Dama Oscura
se crea la que sostiene ese Bastón de Mando y venga por tu esencia de peregrino
del Dharma de la Gloria… no creas en sus piruetas. Ni mires su diseño. Porque es figura vacua. Evanescente…
No tiene ni siquiera un respirar, en lo
invisible. Porque NO EXISTE…
¿Lo sabías…?
Mi Padre me observó, como se observa a una niñita que
quiere lo que quiere y no conoce el Mundo y sus caminos atrancados y sus
decires de ignorante… porque mucho más tarde lo entendí…
Me contempló con ansias de voraz y ojos de ciervo
luminosos, de un tal fulgor que un resplandor de los ralámpagos es pálido
reflejo… y yo caí, fundida.
¿La Gran Dama… de quuuué…?
Y te prometo, peregrino, de caminar más livianito,
pues ya llegamos a la cima y el temporal ya se amainó… y la vista es hermosa
¿siiií, o no…?… que allí se barajaron los sones de la vida, que ahora tú
contemplas en estos dibujitos y en el tono de fondo, de toda esta Aventura… que
tú ves… y no ves…
Porque también es Invisible… como comprenderás.
La Aventura es aquí…
De esa manera me introdujo mi Padre a los caminos
de la suerte y los caminos de la muerte, como la Gran Sabiduría de los
tiempos antiguos la llamaba.
No tienes que llamar a nadie que no sea tu hermoso
Ángel de Tu Guarda Tu Dulce Compañía… Ni
tienes que vivir la vida de otros. Ni
mucho menos escamparte de las tormentas que poseen la Luz de las Tinieblas,
pues sería la ignorancia permanente la que te acobijara y te guardara del
conocer bravío… Ese que las estrellas
vinieron a buscar.
No a rechazar, mi Hermosa Peregrina de los Sueños de
Nadie…
Y allí, mi Padre resumió la gran dinámica de todas las
grandes experiencias que yo habría de vivir, y no sufrir… pues la mariposita no
tiene nada que envidiarle al Águila Dorada…
Así me dijo.
Y me dejó tendida en ese campo de amapolas, que se
cubrieron de rocío las mañanas, de hielo y hongos por las tardes, y que me
deshicieron de todas las heridas, de todas las verdades… De cualquier cosa que
no fuera el conocer de tiempos del mañana, como me aseguraba mi Ángel,
que se regocijaba como si fuera un niño que acaba de nacer a todo ese esplendor
de la Alborada Tierna de mi Madre.
El Esplendor Dorado.
Así se llama…
¿No quieres un poquito de su esencia…? Yo puedo regalarte, pues mis alforjas vienen
llenas… lleniiiísimas… viajero de la vida y viajero de la muerte.
Y no te asustes si nombro a la Gran Dama.
Esa Señora no tiene nada que decirte ni nada que
ofrecerte, como no sea basura. Detritus
secos. Malolientes vertientes de la
Sabiduría Oscura de los sabios de entonces.
Los que creyeron en su aliento de Mendiga. Y saludaron su corona y coronaron sus
imperios, con sangre y fuego y artificios de malsano rumor y bajo tono de
esplendor reducido, por la avaricia de los muertos.
La sangre de los santos, la sangre de los dioses, la
sangre de la sangre que te acogió en el vientre de tu madre, es sangre oscura,
créeme.
Por eso nos dijeron que hay que limpiarla del pecado,
como llamaron Ellos, los escribas famosos de escuelas atrofiadas por la ceguera
de esos tiempos, en que el Sol relucía en las esferas prohibidas y Ellos
absorba y más absorba…
Cuando en la realidad, había que dejar que el Sol se
oscureciera, para siempre. Que realizara
ese milagro de evanescencia y de potencia, que un día ocurrirá, pues cuando
Dios le dijo al Primer Hombre que no comiera de los frutos que no le
pertenecen, Aquel comió…
Y el Sol fue aquel Testigo… peregrino.
El Sol se disolvió, en las esferas mágicas,
donde los ciervos hablan y las ardillas se enloquecen de tanto hablar con el
Altísimo Señor del Universo y los ositos panda resplandecen como si fueran de
diamante.
Todo éso… y más, me contaba mi Ángel… en esas noches
frescas, donde el viento marino nos dejaba como si nos hubiéramos bebido dos
vasos de champaña y yo echaba a correr, correr, correr… encima de las olas, y Él temeroso:
Te va a subir un día de éstos una cresta violenta y tu
mirada azul se te va a reducir a dos salticos de niñita viajera, de una
Estrella sin Nombre…
Porque mi Nombre, tampoco lo dijeron, Aquellos que
sabían.
Yo era la Niña, a secas.
La Niña por aquí… y la Niña por allá… como si yo
viniera de la vida secreta de los enamorados del Destino, que no le temen a las
cosas que no poseen nombre, ni tienen artificios de manipuladores, ni vienen a
pedir… Porque vinieron sólo a dar y convidar…
¿Yo vine a dar y convidar…?
Sí, señorita… A
dar y repartir… decía el Ángel, con la sonrisa más divina de toda la
Creación y los ositos respondían: A convidar, mi señorita… A dar y repartir… Y las ardillas revolando, con sus colitas de
colores y el elefante en un silencio sepulcral, como si de éso dependiera la
Ley del Bien y el Mal…
¿Por qué…? No
se… Ni me preguntes.
Mi Padre no podía consentir que nadie le inquiriera lo
que no corresponde a los Archivos Siderales, ni a los Archivos de la Vida de
las Galaxias Venusinas.
No hay que pedirle a las Esferas del Silencio, que te
descubran los secretos que no te incumben, por ahora…
Y así me despedía.
Con un mirar de escarcha… pues me dejaba en el
encierro más sombrío de toda mi
existencia. Y no voy a olvidarme,
peregrino. Jamás se borra ese momento en que tu Padre encierra la
Mentira en una caja gris, y la tira al precipicio.
No te detengas… ¡Cierra la compuerta de ese naciente
sacrificio… pues realizar Amor en Nota Infusa, no es cosa de enemigos…!
¡Y quién iba a saber…!
¿Enemigos de quieeeén…? me preguntaba yo, en secreto, como si
Él no se fuera a apercibir de que mi aliento andaba bajo de tono…y Él:
¡Parturienta…! ¡Flojeras a esta hora de
la vida no corresponden a la Mirada de Ternura que tu Madre dejó…! ¡Vas a dejar la Huella Abierta… y Tú viniste
a componer las notas de esplendor que tiene la Cerrada…!
¿No comprendes…?
Pues yo tampoco, amigo caminante. No entendía ni jota, de todo ese furor con
que Él me despidió, a la Hora de la Verdad.
Cerraba yo compuertas…. y éstas se abrían como por
obra y magia de birlibirloque. Abría las
ventanas, y toooodo se volvía como una melodía, como decía la Abuela: Cierras
o no… ¡carachas…! Este chiflón nos va a
desvirolar… pues era una expresión que estaba de moda.
Desvirolar, quiere decir que se
voló una teja del cerebro. O sea, de la
cabeza. Y Ella, la Abuela sin Señales…
la que dejó la Huella Abierta más Cerrada de Tooooda la Creación de este
Universo… me sonreía con esa picardía que tienen las ardillas:
Desvirolarse es bueno, Niña de mi Amor. Bendita sea la Hora en que aceptaste ese
rumor que las Estrellas dejaron en la Tierra.
Ese alfabeto luminoso con que la Jerarquía de las Galaxias vino a cubrir
ahora a Gaia…
Y entonces me acordé de que mi Padre me había dicho
que la Tierra tenía un Nombre diferente.
¿Gaia…?
La Tierra Prometida… La que unirá los
puentes, entre la Luz de la Abundancia y la Luz de la Piedad. Esa que descubrieran los Ángeles de otrora,
cuando la residencia de la nota que el Universo dio, vibró, sembró en este
subsuelo submarino, dejó de ser la Oscura.
Ahora la Nota de Esplendor será salvaje, peregrina. Y nadie la abrirá.
Ni la podrá cerrar, antes de tiempo.
¿Me comprendes ahora…?
Y lo pronunció con tal desesperanza, que yo sentí que
mis pupilas se dilataban como círculos en un estanque donde uno tira las
piedritas y ellas comienzan a expanderse, y mis ojos igual…
¡Tira la piedra…! sentí por dentro mío,
como si un mandamiento omnipotente se fuera a aposentar en esas Tablas de la
Ley, que un día escribió el Señor del Universo.
¡Desata las amarras y cruza el Occidente…! ¡No mires a la izquierda…! ¡Busca la llave…!
Y me acordé, de pronto: La llave está en la copa de
los árboles…
¿Quién lo escribió…? me comenzó a decir aquella
vececita de un conejito blanco con chalequito a cuadros y me solté… viajero que
me escuchas, con la tensión dormida, pero firme… pues te siento vibrar con mi
recuento de aventuras donde las cosas no son cosas y los sonidos son albricias,
para quien tenga como capa la brisa del
Poniente.
¿Desvirolada…?
¿Yooooo….?
Y mi Padre: Yoooo… no se dice. Se pronuncia el vocablo con una risa de
sapiente y se dejan los dientes con la presión debida, no sea que mastiques con
la mandíbula cerrada…
Y se soltó a reír, con ese tono de cascada, que inunda
todo lo que toca y ríen los pedrejones en el río y se debaten los esbirros del
Oscuro, pues es tensión que los azota de la manera más terrible y nada puede
entonces aliviar la pasión que los encierra, los desata… Los deja sin
aliento. Y tienen que cruzar, ellos
también, el Puente de la Gloria… pues la risa de mi Padre, es un furor de fuego
que devasta barreras de Mentira.
Cruza los vados, centinela… me susurró el Dulce Guardián de Todas las
Entradas de la Tierra. Cruza y no
mires dónde quedó tu resplandor de Estrella de los Mares, pues viniste a
cruzar… No a postergar.
Y con ésto te digo, que mi almohadita no aguantaba
todos los sueños que brotaban, se iban… regresaban… y yo durmiendo en paz, como
una peregrina que conoce que el Ángel de Su Guarda es el que vela el sueño de
su imagen… que se volvió de pronto mariposa.
Porque te digo: nunca estuve tan cerca de la vida y
tan cerca de ese borde, que dicen los que saben, que se conoce sólo en el
momento de la entrada al Resplandor Divino.
Yo por si acaso me arrullaba, como decía mi Madre: Tú
te cantabas, sola… cuando eras apenas un petalito de rosa, en esa cuna de
mimbre… Si yo no estaba… tú comenzabas el runrún de la canción de la
mariposita… y era de ver y no creer… O sea: de oírte a la distancia, con
vocecita de turpial, de apenas cinco meses…
Conocer no es beber de la sabiduría de los sabios…
Eso decía mi Padre, lentamente. Con el acento de esplendores reducidos, pues
de dejarlos sueltos, se inundaría el Mundo de ventiscas, corrientes submarinas
desatadas, ciclones tropicales, terremotos…
además de los crueles estertores que producían incendios, pestes, ríos
de sangre y fuentes de agua pútrida.
¡Mi Dios misericordia…!
Así decía mi Alma, que copiaba a la Abuela, en esas
noches de negrura, cuando salían en manada los malechores, y los esquilmadores
de tres maravedíes, como decía Ella:
La noche está propicia para los buzos del astral. Ahora saldrán de ronda los que no tienen que
comer…. Y no te cuento el resto,
pues es horriiiipilante…
Pues hablaba de sangre, de sangre y de más sangre….
¡Brrrrrr…! No más de pronunciarlo, se me
pone la piel como un helado de chirimoya y me dan maluqueras.
Era terrible, créeme.
Aquel acento de mi Padre y aquella frase de mi Abuela…
que no voy a decirte, por ahora, me dejaban más mustia que un lirio de los
valles que no encontró la agüita necesaria y se murió de resequera. Que era palabra preferida de mi Ángel de Mi
Guarda… que a veces se trababa, y conducía la lengua en tonos diferentes y
parecía que hablaba en ruso.
Pero yo lo entendía.
Y resequera tenía razón de ser. O sea: razón de consonancia, si pensamos en
todo lo que no tiene agua y muere de dolor, en medio a los desiertos, que es la
pasión sin límites que el ser de este Planeta dejó con su miseria
resonante.
Y yo me entiendo… créeme. Aunque te suene complicado… me decía el Ángel… tierno, suave… con sus alitas invisibles rondándome los
sueños, que continuaban, continuaban…
Y yo detrás…
O mejor dicho: Adentro… como comprenderás.
Los días y las noches en que tú me cantabas esa
canción de La Mariposita, yo palpitaba de emociones extrañas, pues nunca conocí
las resonancias que tienen los humanos, y contigo aprendí…
Fue deliciooooso…
Y Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, reía en
esplendores de luces transparentes, como los globos de los niños.
Y me consumía de Belleza…
De una especie
de suave fuego entre las venas, que no me respondían como siempre, pues se
había ido ese volcán que había traído al Mundo y comprendí que tú eras esa Niña
que me haría reducir el cuerpo angélico y la misión de mis esferas vírgenes
había comenzado…
¿Venas…? ¡Tú
tienes venas… y sangre y cuerpo y demás perendengues y no lo quieres mostrar…!
¿Verdad…? ¿O no…?
¡O siiiíii…!
Y claro que ese diálogo, como comprenderás, era en
estratos de Conciencia Galáctica, no en ese tono en que ahora te lo cuento,
viajero de la sombra de aquel árbol, que nos espera, soñoliento… pues tengo
peresitis de seguir caminando. ¿Tú no…?
Los árboles del mundo en que vivimos tienen la sombra
quieta ¿no sabías…?
Mi Padre me mostró, en aquel bosque de abedules,
cuando su Ser se irguió como un venablo y salió trepidante en pos de mi Alma
pequeñita, me señaló, tronando… la calidad dorada que los árboles
traen, para el respiro de la
Tierra. Pero nadie los ve. Ni nadie siente esa caricia…
O casi nadie, en realidad. Tampoco exageremos.
Los seres que caminan por el medio de los bosques, o
por los parques de ciudades llenas de campanitas invisibles, que el tráfico no
deja resonar, ni se pueden oír los ángeles vagantes, que miran a la gente,
huelen el humo de cigarrillos, se tragan el veneno de gasolina y se sientan a
ver ese espectáculo que es el Planeta Tierra acelerado… no tienen la Conciencia
de su cuerpo. Ni de su Tiempo Augusto,
como explicó mi Padre, midiéndome la risa, que comenzó a brotarme, entonces…
pero jamás como Él… como comprenderás.
Y esa medida, amigo caminante, no se me va a borrar de
mis pupilas, por más que me las lave con agüita de lavanda, o les ponga goticas
de limón.
¡Qué resonar… tan angustioso… y tan… no se…!
¿Te gustaría que cambiáramos de tema…? Hoy no está el palo para hacer las
cucharas… como decía la Abuela, que conminaba: ¡Quieta ahí…! No te muevas ni un pelo… Los ángeles nocturnos se despertaron… !y
ahora, sí…!
Y con eso anunciaba que los zapatos no andaban puestos
en su sitio o las camisas no estaban bien encarriladas, o la memoria me tenía
de la Seca a la Meca y yo como una momia…
Pensando en chilindrinas.
Pero eso sí…
Nunca me dijo que no tuviera compasión por esa niña de
siete años que no sabía todo eso que tiene que saber, pues su cuerpito no la
deja sentir los remesones que los ángeles andan formando en esta Tierra… pues “cómo
va a saber mi niña de esas cosas…! Y
así me bendecía. Me dejaba vagar, y
vagar… y más vagar… sin rezongar, ni recordarme ni siquiera que era prudente andar
con las espaldas llenas de Bondad…
Porque era muuuy temprano. ¿Ves…?
Más bien me corregía el esplendor dorado,
por si acaso. Y me dejaba salir al
huerto, en noches de tormenta, que era una especie de obsesión que yo tenía…
Salía a la interperie y regañaba al viento, por hacer
estropicios. Le decía: ¡Cómo va a ser
que andes tumbando medio mundo, zurumbático…!
Y el viento se calmaba… ¡te lo juro…!
O al menos se alejaba con tenues sopliditos, que
dejaban el aire oliendo a las magnolias, que tenía la Abuela en el balcón, y
que empezaban a reírse de mi inocencia inepta, pues el viento no es alguien con
quien tú vayas a arreglar las horas de limpiar y el tiempo de sembrar. Y así yo andaba regañando a cuanta cosa me
turbara. O me dejara pensativa… pues era
una presión que nunca me gustó. La
Angustia…
¡Ah…! caminante….
La Angustia y sus laureles…
Y vamos a dejar las cosas en su sitio… los huesos en
su canto y el cuerpo abierto… abiiiiiieeeerto… ¿me entendió…?
Y era el momento en que mi Padre me quitaba todos los
areneros de los ojos, suspendía los mordaces latidos de los perros… que
aullaban esas noches, en que mi Ser vibraba en gritos de agonía, pues la
Angustia llegaba hasta mi puerta. Y de
allí no pasaba… te prometo.
Pero pisaba firme.
Fuertes eran sus pasos de negrera.
Yo transpiraba, temblaba de
ansiedades, como cuando te dicen que va a llegar la peste negra y le pedía al
Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, que me tuviera de su mano.
Que nada en este mundo de miseria me fuera a acogotar,
ni a declararse mi Patrona… pues yo sabía de tanta gente que se dejaba hundir
en esa especie de marisma que la Angustia produce y venden todo… toooodo… con
tal de no ser presa de esa Señora tan audaz…
Ni tan rechinadora.
Porque la Audacia, es cosa seria… caminante.
Y el que la deja en el olvido, no llega ni al dintel
de la Morada de la Diosa, ni conoce el Sendero de la Luz, en tooooda su
expansión.
Ni vive lo que tiene que vivir, si en realidad vino a
este Mundo a conocer y a ver y a respirar lo que dijeron que debías respirar…
no la basura, por supuesto.
Mi Madre nunca pudo con el aire…
O sea: jamás dejaba de toser y más toser… porque su
cuerpo de esplendores de Todas las Delicias y Todas las Penurias de la Tierra,
no pudo con el canto del adversario y sus detritus apestosos. Con la miseria, mejor dicho…
Esa que trae a este Planeta la mirada torcida… La oblicua.
La sedienta de guerras fratricidas.
Y Ella decía:
No te asustes…
Mi Niña delicada como la flor de Lys…
Y allí me suspendía un no se qué de goce
inesperado… La Angustia se me iba, como
la brisa que se apaga en los días marinos en que los mares tienen calma chicha…
y el Ángel me miraba, como a la espera de algo que nunca presentí, ni nunca
pude comprender… pero que ahora miro, a la distancia, y me parece
conocido.
¿No te ha pasado nunca que bajaste un camino… y
volviste a subir… y volviste a bajar… y cada vez lo viste diferente…?
Pues Eso…
¡Así no más…!
Y con aquella explicación mi Padre se esfumó. Me dejó boquiabierta…
Anhelante… sedienta…
Cubierta por las hojas de los árboles, que eran color del oro del
Potosí. ¡Qué dulce goce corriendo por mi
cuerpo y qué dolor irresistible…! Todo
eso, al mismo tiempo… pues tooodo, toooodo… hay que decirlo.
Esa contradicción no es ecuación que puedas sostener,
si no has tenido antes la voz anticipada.
La que murmura y calla. La que
esconde el arpegio de los sonidos de tu cuerpo, cuando el ardor, la ira, la
desconfianza y la pereza te tocan esas zonas donde mora el Dragón.
Y Ese Señor, es algo complicado. ¿Tú has visto a los Dragones del Destino
correr en pos de una paloma…?
Yo sí…
Mi Padre me mostró la huella de un Dragón, el día en
que nací a la somnolencia.
A la molicie de mi cuerpo, que ya tenía quince años… y
no quería nada que disturbara esa delicia que fue mi descubrirme. Tocaba mis entrañas. Me acariciaba el pelo. Suspiraba por todo y por las naderías más
alucinantes… pues parecía que el Mundo me había ofrecido el trono de Belleza y
mantenía al espejo como en el cuento de Blancanieves: Espejito… espejito…
Dime quién es…. Y todo el carrusel…
Y así me oyeron los Señores que mandan la Parada,
mejor dicho… pues comencé a pedir lo inesperado, y el Ángel mustio,
créeme. Yo creó que no pasó jamás de los
jamases una visión de los terrores y los desastres y los desesperares, de una manera tan atroz… me confesó, más
tarde…
Desesperares, no se dice… le dije,
jactanciosa… Y fue primera vez…
Pues la jactancia apareció, y apareció la gruesa
consistencia que tiene la conciencia de quien se baña en agua de rosas y no
posee ni una arruga.
¿No crees que estás exagerando…? oí decirle al Ángel de Mi Guarda Mi Dulce
Compañía, a mi Sombra, sedienta de regalos y aplausos de las barras…
Y mi Sombra: ¡Jamás…! Yo no acaricio otra Belleza que no sea la
mía, mi querido Señor de Alas tan largas, que ni siquiera sabe dónde acaban ni
por dónde empezaron… Y era una frase que había oído, o un título de un
libro… no me acuerdo… en todo caso no eran mías, como tampoco lo fueron los
desplantes, ni las iras perdidas en el huerto de al lado… donde bebían groseros
invitados, que nunca fueron del gusto de la Abuela.
Ahora verás cómo se arriesgan estos filipichines y
tocan a la puerta y preguntan por tí…
Pero yo tengo contraseña… y nadie la conoce… ¿Me entendiste…?
Y yo, que sí… Que había entendido, Abuela… que me
observaba con las ansias de quien conoce y no conoce. De quien sabe que toooodo es parte del
camino, pero no tiene fuerzas para mirar el estropicio que eso produce en tu
cuerpito… y el Ángel quieto…
Como si fuera de palo, créeme.
Y no es un espectáculo que uno quiera vivir, ni
repetir… esa película del tiempo en que mi Sombra se escurría por las ranuras
de mi cuarto y se metía debajo de mis cobijas.
Me susurraba cosas malolientes y me dejaba yerta…
Tembloroso mi cuerpo y tenso el corazón, que no dejó jamás de reclamar lo
suyo. Hasta que un día me dijo:
O tomas… o lo
dejas… Pero ésta, no es conmigo…
Y yo entendí, de pronto, lo que ese Corazón estaba reclamando.
Lo ví dejar a un lado el Gran Perseguidor, que andaba
pretendiendo mi hermosura violenta y tempranera. O sea: lo ví ver al Dragón.
Y en ese encuentro… créeme, viajero… quedó toda mi
Angustia.
Se quebraron espejos, seductores volaron a otros predios…
y mi camino se espaciaba en medio a los suspiros de mi Ángel de Mi Guarda Mi
Dulce Compañía y de mi Abuela Hermosa como la Flor de los Desiertos.
¡Ah… compañero querido de camino…!
Las alas del Dragón, no tienen compostura… como dirían las tarascas, que en el momento
en que surgió ese Señor alado como nadie… dejaron de chismear. De acomodarse en los balcones para verme
pasar, acompañada de mi Sombra, pues comprendieron que yo al fin tenía un
pretendiente. Que eran bodas seguuuras….
seguriiísimas… como le oí decir a una de ellas:
El pretendiente es fino, mija… De capa negra y bigote repuntando…
Y la otra: ¡Ay,
sí…! ¡Qué envidia de las malas…!
Y allí quedó mi cuento. O sea, la Historia del Dragón y la paloma
torcacita que no dejó quebrarse al Corazón, que fue el culpable, en realidad,
de que la puerta no se abriera a los abismos.
De que el cuidado del Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, que se
paseaba silencioso, como esperando un parto, o un milagro… no se quedara en
agua de borrajas.
Porque fue así…
Las tardes se quebraron igual que los espejos y aquel
Señor de alas de fuego y aliento purpuriento, le dijo al Corazón. Porque lo oí, clarito… te aseguro:
Usted ganó… mi compañero. La baza es suya… Arrivederci…
Y no preguntes cómo entendí que hablaba en
italiano. El caso es que las lenguas del
Corazón y las lenguas del Dragón, se parecen bastante, ahora que lo miro a la
distancia y con prudencia.
Pero no hay que confundirse, a la hora de las
galletas…
Así dijo mi Padre, que me miró con la mirada de tibio
resplandor y se me rió en la cara, lógico.
Pero la risa no fue la que esperaba. Y eso me tuvo pensativa, hasta el Sol de hoy…
te quiero confesar… pues fue una risa franca, como las risas de los niños que
vienen de la escuela y se encuentran palomitas y las persiguen con los útiles y
las palomas van y vienen y ellos currucuteando… o algo así…
¿Me comprendes?
Igual que en
los oásis…
Te habrás de ver en los desiertos y caminando vas con
las serpientes y los escarabajos… pero te irás templando, peregrina.
Te verán caravanas de seres altos, diestros en los
vientos y en las medidas de esa zona, que es ardiente, mortífera… pues lleva y
trae fuego y los camellos son los únicos que conocen la ruta. No te adelantes. Ni te atrases.
Guarda ese ritmo solo, de una nota voraz… pero no
dejes que el oásis te colme de dulzuras que no te corresponden. Deja a la caravana regodearse. Vivir de sus tesoros, como ellos llaman la
bazofia que cargan en alforjas y que ellos cuidan como si fuera oro en polvo.
Porque la Noche
va a llegar… y tú la necesitas… Niña de fieros ademanes…
Y allí mi Padre se tornó en la sensación más alevosa y
el anhelo más recio que yo hubiera sentido en toda esta Aventura, pues me
dejaron los esbirros del Señor de las Alas grandes como el Mundo… y me asaltó
la Duda.
Y allí… en ese
instante de temblores como jamás de los jamases, yo conocí el tormento de lo
desconocido.
Y éso… mi amigo caminante, es la mirada de
Dios…
Así anunció mi Madre, el día antes de su descenso a
las regiones de la Muerte: La Mirada de Dios es amplia y dura… Nunca se sabe
dónde está mirando, ni cómo va a templarnos ese rumor desconocido que Él tiene
preparado….
Y yo estaba jugando con sueños, me recuerdo.
Tenía en la mano una rosita roja y miraba la tarde,
que repartía colores y rumores de pájaros como si nos quisiera convidar a ese desconocido,
de que mi Madre hablaba, y de pronto, pensé: Cada color es sortilegio… Y cada sortilegio es un color… y en la
Mirada de Dios está la clave…
Y nunca supe cómo se me ocurrieron esas cosas… y mi
Madre observó con expresión dulcísima el Sol que se escondía, me acarició el
cabello y me dejó el color de sus pupilas verdes, como el trigo naciente.
Nada se va, ni nada llega… sin que Él decida… dijo. Y fue como un suspiro que rodeara ese Mundo
de Mentira, lo transformara en Luz de Aurora y lo dejara limpio… limpio…
Nada se va, ni nada llega… te repito.
El día en que la Duda se aposentó en mi territorio
como si fuera la guardiana de mi vida, o la que tiene el mando de tooodos los
alfanges y tooodas las basuras de la Tierra… porque de éso y Dolor...
había por montones… llegó también la Gran Compensadora, como supe después que
se llamaba.
Mi Ángel me dijo:
Yo me voy un ratico… a recorrer…
Y si alguien llega… no le abras.
Es mejor que me esperes, no me demoro nada… Enseguidita vuelvo…
Y enseguidita vuelvo, se volvió un río en
creciente, donde yo navegaba con mi barca hecha trizas, el vestido en hilangos,
sin bastimento, un solo remo… o sea ¡el desastre hecho canción…! como
diría mi Abuela, que siempre que venían los diestros del Oficio de la
Desarmonía, Ella anunciaba:
¡Se acercan
los del disco rayadiiísimo… Atención,
pues… que es un desastre pasajero…! Y yo ponía cara de
entendida…
Y vete tú a saber, por qué me acuerdo ahora que te
cuento la Historia de la Duda, pues a la hora de su visita, nunca tuve presente
lo que la Abuela aconsejaba…
¡Bendito sea Mi Dios…!
¡Qué cabecita olvidadiza tiene esta Niña tempranera y amiga de los
vientos!…! seguro hubiera gritado desde el patio, mientras le
daba de comer a las ardillas.
¿No crees que fue absurdo…?
Yo sí creo… mi Niña… me respondió Mi Ángel de Mi
Guarda Mi Dulce Compañía, cuando volvió cargado con cerezas y un canastico
rebozante, de perlas del Pacífico.
La Duda…
compañero de caminar y caminar como nunca pensaste que se podía en este
Mundo… pues como ves, vamos cantando y haciéndonos camino pero la cuesta sigue…
el duro rito continúa y nada se apacigua, porque la Vida posee el Hilo de su
Historia y nosotros nos vamos consumiendo, como las marionetas que ya se
envejecieron y hay que tirarlas, buscar otras….
La Duda… te decía… no tiene condiciones.
Ni tiene escampadero…
No había llegado de la gran aventura del oásis, cuando
se decidieron los grandes mequetrefes de la Historia de Nadie, a dedicarme esa
canción.
La de aquel disco rayadiiísimo…
Y parecía que
todos los arteros en el Oficio de Alabanzas y en el oficio sin oficio, se
habían precipitado en los abismos de mi Ser, que no podía con su Alma… pues me
caían verdades imposibles y verdades enemigas y verdades-verdades…
mejor dicho.
Cuánta verdad
cayó… no te puedo decir.
No tuve tiempo
de contarlas, ni aliento de vivirlas, ni me podía tener derecha, de tanta carga
que tuve que aguantar, pues la verdad sincera es dura…
maloliente… Huele a hongos en los pies,
para explicártelo más claro. Y por supuesto,
no tienes la paciencia que tienen los que saben que esa medida va a pasar, como
pasan las ráfagas de claro resplandor que trae el Oriente, en su carroza de
flores.
Y estoy florida… como ves…
Pero es por despistar…
Por no dejarte tendido en el camino, como quedó mi Sombra… pues nada hay
que callar… a la Hora de la Verdad.
Cayeron tempestades de Duda y de Dolor, y yo con
ellas… caminante.
No supe de mi Ser, hasta que un día de Sol
reverberante salieron las endechas a retomar la rienda de mi cuerpo, que no
chistó. Ni rezongó… Parecía herido de
muerte y yo lo contemplaba como contemplas las heridas de los soldados en la
guerra, pero es una película y tú no tienes nada que apostar, ni nada que
perder, ni mucho menos naaada que opinar… como fue la respuesta de mi Padre,
cuando llamé, llena de angustia, su
Presencia.
¡Calma mi sed de Amor Ambiguo… Padre
Omnipotente...! ¡Apiádate de mí, pobre
cautiva del Destino de Estrella Errante que no pensó jamás en ese cruce… y
ahora no resiste tanto vibrar en esta cuerda floja…! ¿Dónde están las espadas, que Tú me
prometiste…? lo conminé, a los gritos… y como comprenderás, llegó…
Como Tigra parida…
Como un revuelo de mariposas. Igual a un cataclismo, que se desata en dos
segundos y es un flechazo ardido en tus pupilas y tú no tienes tiempo ni de
gañir ¡socorro…! pues éso envuelve tooodo.
Acaba con tu aliento.
Te deja muda. Ciega. Sorda.
Alucinando… mejor dicho.
Y la Duda, cantó su canto de Victoria.
Y sonaron clarines, tamboriles… cada cual su bandera y
cada quien su himno, y me pidieron pasaporte… en las aduanas, los retenes, los
cruces de los ríos y yo sin cédula… sin ganas de tenerla, para mejor decir…
pero era obligación. Tenía que ser
de aquel redil… como dijeron aquellos cuidanderos de las
puertas.
Los que bebían en vasos de metal y dejaban la Tierra
hecha un mandilandinga… pues comprendí que lo que un día la Abuela había
anunciado, era lo que en ese momento yo
vivía:
Llegarán con sus copas… llenas de alacranes… Eso dijo.
Te arrancarán los ojos, pues quieren que seas ciega…
como ellos. Y no dirán después que te pusieron en las filas de los
desamparados, ni van a consentir que te defiendas de aquél atroz silbido de sus
bocas de ofidios perniciosos, pues no tienen Conciencia… sino que tienen
omnisciencia, según ellos…
Y serán… Y
serán… Y tú los dejas ser, lo que ellos quieran… Más te vale…
Más me valió… viajero que me escuchas, con la
Conciencia Abierta, florecida… como una rama de mirto, pues puedo verla ahora…
¿No sabías…?
Tu hermoso palpitar leyendo esta Aventura, que llega
casi al fin… o sea: es un decir… porque al final-final, nuuunca
se llega… me revierte en la Historia de mi Tiempo, en que me dije: Y bueno,
pues…! ¡Si ya llegamos hasta aquí… pues hasta aquí, llegamos… peregrina.
Y retomé el Bastón de Mando, que me dejara el Ángel,
debajo de la Puerta, pues un día lo ví… ¿me has de creer?
Andaba tan cieguita y tan acongojada por la Señora de
las penurias del Olvido… y del Miedo, sobre todo… que no acaté a buscar lo que
Él me susurró, cuando se fue un ratico… a recorrer…”
“Busca… Niñita.
Pues el que busca… encuentra…”
Y yo le ví esa sonrisita de Ángel despistado, con la
que abate puertas invisibles, revuelca nidos de serpientes y trae a los vientos
locos de remate… pero no me acordé, con tanta tremolina que armaron los
esbirros, y la Señora de marras… pues son como los magos de los circos.
Sacan conejos
de donde no los tienen y escriben evangelios, como si fueran ellos los que
inventaron la palabra de Dios en las Alturas… pues cuando llueve…
¡llueve…!
Así decían las generalas, lleeenas de alamares, en su
pechera augusta… Y yo las admiraba, a mi
manera… porque cargar con esa condición de ser conocedoras de los Bienes y
Males y sobre todo de los esclareceres de la Mente… no es cualquier
pesadilla, Señoras Omniscientes en la Sabiduría del Espacio y de la Tierra que
se hunde… Sin remedio ni pena…
Créeme, viajero…
La Tierra no suspira, proque no tiene dueño que la
haga suspirar. Doblarse… sí.
Ella se ha doblegado a tanta malvivencia y tanto
desamor que la Raza Olvidada y la Raza Perdida y la Raza Sedienta de Mentira,
le ha venido infligiendo, día a día…
Y no se cuántas horas… ni cuántos siglos… ni cuántos
ires y venires de cuerpos y más cuerpos de seres sin Conciencia y seres sin
Esencia de Verdad Intangible… que la sacuden, la maldicen, la venden en
mercados y aquel mejor postor la compra, la encadena… la viola, por demás…
No se cuánta tristeza… viajero que me escuchas, con la
mirada vacua y el corazón ardiendo de armonía impotente… pues no podrías tú
sólo con tanto malhechor… Y eso me dije
yo:
¿Cómo hago para hacer que llueva y que no llueva…
cuando esta señoras generalas deciden los rituales y acomodan la esencia de los
fuegos y tienden trampas a los Ángeles, que caen como moscas…
¡miserables…! ¡Cazurrientas…!
¡Las deberían coronar con hojas de ají pique…!
Y me pasé los días y las noches destemplando sus
liras. Armando mis arreos de Paladina de
la Luz y en esas me entretuve… Y fue cuando llegó la Gran Compensadora… como
decía Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, que se llama ese Ser, de tibio
resplandor.
Desamarró las trampas… te aseguro.
Cortó la cuerda floja y echó a patadas a la Sombra,
que medrosa, llorosa, me bisbiseaba, temblequeando: No le hagas caso… Éso, es embuste…
¡Embustera…! ¡Traidora…! le gritaba a aquel Ser de
resplandores únicos y una Fuerza Absoluta… pues barrió… te lo cuento. No dejó títere con patas ni marioneta con los
ojos en el sitio indicado… Todos y todas
quedaron como si fueran de cartón.
Y apareció Mi Ángel, trayendo las cerezas y las perlas
más finas y más raras de toooda la Creación.
¿Todo bien…? preguntó… con vocecita de violoncello de
Orquesta Filarmónica de Viena.
Y como comprenderás…
nos estuvimos carcajeando, hasta el rayar del Sol…
Todo lo que estás viendo, ha sido fabricado para
ignorancia de sapientes… pues creen en
el respiro de las víboras y en el graznido de los cuervos. Nada hay detrás de la Sabiduría Excelsa de Tu
Madre de Luz de las Auroras Vírgenes, que no sea la Eterna Sintonía.
La que dedica su respiro a componer, armonizar,
desbaratar las armazones que el dedicado amigo de los cuervos dispone en esta
Tierra, como si fuera él quien dijo la Palabra, y el Mundo se alumbró. Aparecieron peces, aves, frutos… y él, el
Señor Supremo… según sus evangelios de ruinoso cantar de los cantares…
Deja que el Sol alumbre… y Tú, tranquila…
Un día el Sol saldrá por donde tiene que salir… y
entonces convidamos a los Ángeles Verdes y los Ángeles Violeta y haremos una
fiesta…
Y yo me preparaba…
Sabía que habría de ver todo eso que mi Padre decía,
con su mirada fija en mis ojitos de peregrina ciega… pues entonces yo no era
como ahora, ni perseguía las mariposas.
¡Ah, caminante…!
¡Las mariposas de colores…!
¿Sabías tú que
con su vuelo vagaroso tejen las armonías de las esferas y melodías
excelsas, que vibran en el cielo y descienden después, en forma de maravilla…?
¿Noooo…?
¡Ahhh…!
Pues tienes que saberlo. Tendrás que suspenderte de mis alas y conocer
el Mundo, en toooda su Belleza…. y toooda su Canción de fértiles ocasos. No los que ven los caminantes que no tienen
el tiempo de conversar con las ardillas, ni saludar a un caracol… ni mucho
menos… pues ellos tienen prisas locas, risa de marioneta y voz de maquinita…
¿Tú los has visto…?
Caminan tiesos.
Con los zapatos bien lustrados y el cuello de la camisa almidonado y
claro que exagero… pero es que cada vez que yo los miro atafagados de tantos
menesteres y tantas cuentas en los bancos y todo ese montonón de deudas y de
miedos, pues no conocen paz… ni saben qué es lo duro y qué es lo blanditico…
mis alas se despiertan. Revuelo y tiro
al viento tooodos mis colores… pero ellos, nada…
No se impresionan con mi oferta.
Para ellos, lo valioso del Mundo… lo que los hace
trepidar, bailar, beber, soñar… es nada más que el oro.
¿Los has visto llorar por tonterías, cuando en la
realidad llorar, llorar… tiene la calidad de los entierros de segunda…?
Yo no se si tú
quieres que te cuente cómo fue que llegué, con tooodos mis hermanos y tooodas
mis hermanas, al Planeta… ¿Hacemos un vuelito y en un abrir y cerrar de ojos te
lo cuento…?
Y le dije que
sí… a la mariposa, como comprenderás.
Y volamos, volamos y seguimos volando… ¡y qué de
coloridos y qué de música atronante…!
pues yo creí que aquella Esfera de Bondad con que Ella se cubría nos iba
a producir la suavidad tan prometida y mientras comprendía que aquello era su
vuelo en sortilegio húmedo, como Ella me explicó después que
fuimos y volvimos… me había pasado de tooodo…
Porque aquel vuelo triste, me confirmó
que cuando no se sabe, mejor te callas y miras las auroras, sin requerirle nada
a ese tormento, que es el de comprender, sin conocer…
Conocer es tesoro de sapientes… Pero la Luz del Sol trae consigo el
comprender… y éso, no es cosa de
saltimbanquis…
Así dijo mi Padre… cuando yo regresé del vuelo con la
mariposita, y me dirás que por qué triste. Que por qué uno comprende, y no conoce… Que cuándo me enteré de tanta malquerencia y
tanto vuelo inútil que organizamos en esferas que no nos corresponden…
Pero qué
quieres que te diga… caminante voraz, que determinas tu camino y quieres conocer
de un día para otro… como si fuera fácil resolver aquel enigma de la Esfinge y
creer en sus garras de león…
Porque creer, creer… decía mi Abuela,
sonrojándose como una jovenzuela enamorada… y a mí me dio la risa más terrible
de toda mi existencia de Niña olvidadiza y llena de preguntas… pues yo quería
saber lo mismiiito que Tú.
Y Ella me
contestó…
Y te juro por las flores que aroman la mañana: Jamás
volví a pedir que me aclararan esas cosas que son secreto a voces… Que tienen
el diseño abierto y claro como el agua, pero nadie las oye… ni nadie las
percibe… mejor dicho.
¿Por qué será que tienen miedo los humanos de ser lo
que no son…?
¡Y allí te quiero ver…! tronó la risa de Mi Padre… y
Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía se refugió en la alcoba de Mi Madre… y
Mi Abuela gritó:
¡Traigan la Rosa de los Vientos y pónganla en la
puerta del Jardín…! Así esta muchachita sabrá lo que es candela… Y empezó a sacudirse el Universo.
¿Por una preguntica…?
Pues sí… Por
nada más ni nada menos que la pregunta e-xac-ta… a la hora
convenida. Porque los tonos de la voz no
son cualquier flechazo, querido caminante.
Porque los sones de la atmósfera, nos traen y nos
llevan y no nos convencemos de esa Verdad Excelsa, hasta que al fin se
desbarata el equilibrio… se desploman barreras que ellos aseguraban que eran
indestructibles, se incendian bosques y praderas, los ríos se salen de sus
madres y los sonidos suene que te suene… y el Mundo entero, sordo como tapia.
Capaz serás de preguntarme por qué los ríos llevan
piedras y los árboles dan frutos…
¡Pues porque sí…! le respondí a Mi Padre, con esa
altanería que tienen los niñitos que acuden a la escuela de los entorpecidos
por el sabor de la ambrosía, antes de tiempo.
Y Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía me hizo unas señas
estrambóticas, que yo no le entendí…
¡Pero qué crees Tú… murciélaga insolente…! Deberían cortarte esa lengüita de
víbora… y allí me desperté…
¡Qué sueños tan odiosos…! mi querido viajero, esos que
traen consecuencias de ligero sabor al paladar y fétidos olores, que inundan tu
envoltura de luz adolescente… y no vamos a hablar ahora de esas cosas. Yo terminé en un mundo de ilusiones que me
traía y me llevaba, como si fuera corcho en remolino…
Y Mi Padre Omnisciente como Nadie… Duro en su aspecto
y suave en su tronío, que es Puro, silencioso… pues Él no vino a convidar a
todo el que se asome a la ventana, a ver pasar a un payasito de una comparsa de
circo, como aquellos que llegan, arman tienda, venden y venden alhucema, agüita
de borrajas y agua chirle… pues mercancías tienen, créeme…
Y tooodo lo que anuncian… y tooodo lo que ofrecen, es la sonrisa hueca
de un esqueletico, porque tarde o temprano, en eso se convierten… Mi
Padre… te decía… no vino a presidir esos banquetes.
Si alguien me dice que Él es El Mensajero de Todas
las Bondades de la Tierra, yo me quedo callada.
Y si se escudan en premisas de Gran Secreto y Bienaventuranza… yo no abriré mi boca, te
aseguro…
Porque el que
sacudió La Puerta del Olvido y La Pasión de Amor en Tono Libertario…
no tiene apelativos. Ni posee los tonos
que el vulgo quiere intronizar en su doliente Cuerpo de Esplendores.
Tu Padre Fue y Será la Sombra más Hermosa de Toda la
Creación. Él manejó la suavidad de
aquella Oscura Dama, como si fuera una potranca con resabios. No la dejó ni tropezarse, cuando el camino
era de espina cardonera y rocas, en subida… ni la mimó, ni la trató de Tú a Tú…
Y Mi Madre de Amores Imposibles y Sueños Permanentes…
sacaba su pañuelo bordado de mariposas, lo doblaba y doblaba y lo seguía
doblando…
Y yo sabía que en el fondo de aquel corazón tibio y
lleno de tormento, pues no fue su estadía en esta Tierra un caminar sereno y
amoroso… sino más bien un terminar lo que venía a terminar… yo intuía, viajero…
que ese pañuelo de mariposas encerraba el Secreto de su Anhelo…
Que la paciencia con que Ella lo doblaba, y lo volvía
a doblar… era aquel signo de los tiempos.
O sea: El Gran Momento de la Verdad, que Ella tenía escondido, porque de
haberlo abierto al Sol de la mañana, los pajaritos se hubieran quedado sin sus
trinos, para siempre jamás…
Ella, sabía…. tooodo eso.
¿Me entiendes… peregrino…? O ando tejiendo delgadito y tú en la
diligencia de sumar, dividir… tratar de no perderte en este laberinto… pero no
me hagas caso. Sigamos caminando… A
veces, pierdo el ritmo de mi aliento y comienzo a decir las cosas más
perogrullentes… como opinaba Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía:
Si la gente supiera de qué tú estás hablando… sería
oootro cantar, mi mariposa vagarosa.
Fíjate bien con quién te sueltas y con quién amarras rienda…”
Y sí… Tenía
razón.
No siempre se conocen las actitudes propias, ni los
valores de los otros. A veces
comprendemos, y otras no. ¿Tú que
opinas…?
Y mi Abuela en silencio sepulcral.
Llenaba la botija de agua de la fuente, que era como
un cristal lleno de burbujitas y lucecitas tenues, tenues… y me daba de
beber.
¡Ajaaá…¡
sonaban los timbales.
¡Ajjjaaajá…! se me reía por dentro el Ángel de Mi Guarda… Y así…
Una de cal y otra de arena, como es de imaginar.
Los tiempos de esos tiempos me hacen reír de una
manera tal, que lágrimas y lágrimas de pura gozadera me brotan de los ojos, ya
cansados, te digo… Yo fuí a la Feria de
las Flores y ví los Montes Sacros y coroné la inmarcesible permanencia de
tooodas las Montañas de la Tierra. Pero
ninguna habló.
Ni nadie me predijo el día de mi Muerte, ni me vendio
la suya… Eso está claro.
Lo que sí se… viajero… es que la Vida en esta Tierra
es un cristal que hace Arco Iris, cuando le pega el Sol… y es un cristal opaco,
por la Noche. Pero cristal, o no… Sombrío o Luz… Vida ha de ser… mientras
nosotros insistamos en componerle aquí y
en retraerle allá… y en cortar, y podar… y resumir… al fin de cuentas.
¿Tú has visto alguna vez, cómo los vientos llegan con
su albedrío suelto y dejan los sembrados llenos de insectos poderosos, que
acaban siendo los dueños de la cosecha…?
Así mismito…
Eso vibró, en tono de Mensajero, Mi Ángel de Mi Guarda
Mi Dulce Compañía, acompañándome en mi sueño, bajando las persianas, poniendo
aquella música de flautas y los sonidos de ballenas, de mares calmos y
gaviotas… y entonces me dormí… viajero que me escuchas. O que me lees, mejor dicho.
Porque escuchar la letra escrita… como Mi Padre
me explicó, en una Noche oscura como el remordimiento de un ladrón… va a ser
cosa de siglos y más siglos.
Pero Tú, escribe…
me ordenó.
Y aquí me tienes.
Hablándote en silencio. Ordenando
mis cosas interiores y permitiendo a tu mirada de llenar lo que falte. De preguntar y rezongar, si es así como
andamos el camino, de aquellos sueños que Alguien… o Algo…
O simplemente Nadie… concibió.
Y nos imaginamos, a lo mejor, Tú y Yo… que ya somos
amigos de camino. Que podemos pedirnos
direcciones, o preguntarnos el número de teléfono… y en realidad… no tengo
celular, pues son cariiísimos… ¿o nooo…?
Y vas a perdonarme que interrumpa mi historia, en este
rinconcito de un tal verdor y luz, que me dio piquiñita en las pupilas. Me estoy cayendo de sueño…
¿Nos dormimos…?
La Humildad, no es cosa de lloreras. Ni tienes por qué andar retirando ahora los estratos que te impiden bajar a los
infiernos. Para eso, viniste…
Y así se acomodaron estratos camineros y
estratos volanderos y los demás estratos que faltaban… pues nunca
supe cuántos eran.
El caso es que las frases del viento en la vereda, en
que yo estaba, quieta… pensativa, mirando ese fulgor que tienen esas calles de
las ciudades grandes y que parecen revoltijos de gases y de ruidos y todo el
mundo en pánico, porque es la hora del almuerzo.
Yo no miraba, en realidad…
Más bien sentía todo aquel desorden, que causaba el
rumor de todas esas máquinas, que corren al unísono y los semáforos tratando de
ordenar, y policías tratando de encontrar las claves de la furia que trae y
lleva toda esa multitud, porque nadie obedece…
O mejor dicho: obedecer, obedecer…
Y si no fuera por todo ese sonido que yo tenía
adentro, me hubiera vuelto un buruñito… como decía la Abuela, a la hora de la
Oración:
Hazte un buruño… ponte recia… que Dios está
escuchando…
Y buruñito era enroscarse, con la Conciencia
Clara. Estar alerta a las antiguas
coordenadas, pues era necesario saber de tooodo un poco…
Así decía esa Abuela, en las mañanas y en las tardes y
uno aprenda que aprenda, a remendar. A
sacudir. A cocinar las papas en su
punto… ¡Qué cosa tan tenaz… ¿No te
parece exagerado…?
Pues nooo… Y mi
Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía no me explicaba nada… y punto.
Y entonces, te contaba… yo comenzaba a caminar por la
vereda gris, llena de papelitos, colillas, latas vacías de cerveza, multitud
presurosa, los ancianos y niños mendigando, y perros callejeros… pensando en
nada, en realidad. Viendo sin ver… pues la
corteza de mis pupilas se había llenado de una especie de musguito y percibía a lo lejos un resplandor verdoso, y
a la hora de la Oración, me acordaba de la Abuela: Dios escuchaba…
Es cierto, caminante…
Los
pitidos, aullidos, los gritos de
premura. Y el Miedo… sobre todo.
¡Qué horror…! ¡Qué
cosa tan horrible…! ¡Mi Dios
Misericordia… que el Cielo nos ampare…!
Eran los ruidos
que yo sentía venir, en avalancha, como si el Mundo se estuviera reciclando y
nadie lo supiera… pues no podía conocer, quien no posee oídos en la cintura
de Dios… Como decía mi
Padre, en horas de ternura, cuando me describía cómo juegan los Ángeles
Hermosos en el Jardín de las Delicias…
Y yo me consumía…
Me desdoblaba.
Visitaba en secreto las rosas de ese Jardín de todos mis anhelos… los
alhelíes, las magnolias… como esa
mariposa, que te contaba entonces, que mi Padre decía que yo tenía que
ser… Y sí…
El Miedo… Niñita peregrina de los Deseos de Tu Padre,
hace estragos… Y deja el Alma sucia…
Y yo, esquivándolo: ¿No has visto las espinas que
brotan de las rosas y si Tú te descuidas, te las clavas…?
No me cambies de tema… decía el Ángel… cuando yo
prefería borrar esa palabra de mi Centro de Gloria, pues era fiera… resonante…
como si uno pudiera contrariarse, cuando ella aparecía. No lo dejaba a uno respirar… ¿o sí…? ¿No te ha pasado que un día tú viste algo que
te llenó de terronera el vientre y el corazón dejó de palpitar…?
Y el Ángel: Nooo…
Yo no veeeo… Yo SOY…
¡Ah…! Pues,
perdooón…
Y así yo comprendía, que comprender los sones de los
alados caminantes, que asisten a tu flanco a las proezas, los entierros y las
coronaciones de sapientes, además de diatribas, los sermones, discursos
bizantinos y demás ejercicios de poder, que el Mundo y sus delicias nos ofrece…
es cosa de poetas.
O de fecundadores…
Mejor diría… ¿fundadores…?
No se… me
respondía Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, con la mirada vaga y
soñolienta, pues creo que mis cuitas y mis perogrulladas lo tenían ya borracho…
y me dirás que a un Ángel no puedes inducirlo a semejante tipo de experiencia,
pero tengo mis dudas. ¿Sabías que un
Ángel tiene tooodo lo que tienen los seres de la Raza Mayor…?
Y yo inquirí:
¿Raza Mayor…?
Y mi Padre, con risa de esas en las que suenan
campanitas y vibran en azules y en doraditos claros, claros…
La que sostiene el Alimento y el Prana conocido como La
Bendición de Dioses Omniscientes…
Y allí quedó mi Ser… suspendido a las ramas del primer
árbol que encontré… como comprenderás.
No quieras aprender antes de tiempo. Ni quieras conocer lo que no es ritmo ni
sonido que no te corresponde, pues las canciones de los serenateros no hacen
más que llenar la noche de pendencia.
¡Olvídate del trono y arráncate a volar… en vez de andar pendiente de
las joyas que heredaron las reinas de belleza…!
Y con esas palabras, el viento… o sea: Mi Padre, en
forma huracanada, se me llevó el aliento a las regiones hoscas… Las que no
tienen penas ni dolor de no tener siquiera un pedacito de pan con
mermelada. Y espero me comprendas…
¿Nooo…?
Y el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía: No te endendí ni piiío… Trata, otra vez…
Y ante mi reluctancia, pues me quedé furente… por no
decir frustrada, de tanto ir y venir que tienen esas experiencias de
comprenderes y saberes y decidires huecos, huequisiiísimos… y no me importa si
las palabra te suenan a las rarofonías que las tarascas suelen encontrar, en
todo lo que toque, o que se acerque… mejor sería decir…a mi persona, pues a
mí nadie me quita ni me pone… como decía la Abuela, que decía no se quién…
y te perdiste… y echamos para atrás…
Como veníamos diciendo:
… ante mi reluctancia, pues me quedé como quien lleva
un pandemonium en el Centro Dorado… mi Compañero Alado de Suave Caminar
y Dulce Respirar… me suplicó bajito, como cuando uno quiere que las haditas
dancen, para tí, y en secreto… la más
hermosa danza de tooodo el repertorio:
Trata una vececiiita, nada más…
Y todo se rompió…
Se deshicieron esas taras, que dicen que traemos desde
los nacimientos inferiores. Esos que
trajinaron y corrompieron y dejaron como unos coladores, los sabios de la
Atlántida. ¿Habías oído hablar de esos
Señores…?
Yo supe de
Ellos, el día de mi partida. Cuando dije
a los vientos del Pacífico y los vientos del Atlántico: ¡Adiós, hermanos…! Hasta la próxima película…
Y hasta el Sol de hoy, como comprenderás…
Pues bien… como diría la Abuela… que nunca comenzó con
una frase hueca, ni mucho menos una frase que uno pudiera comprender, porque
Ella hacía malabares, firuletes de plata y no se qué más otras delicieras…
con su boca de Profeta, que era de gesto suavecito y como fruncidita…
Pues bien… amigo caminante del caminar a tales ritmos
y a tales consonancias, que a lo mejor
ni sabes dónde andamos… ni dónde vamos a parar… pero no creo que éso, sea relevante.
El Ángel me explicó, con puntos y rayitas:
Las taras se cumplieron, en la Raza Mayor… cuando esa
Raza conoció, lo que tenía que olvidar.
Y cuando no olvidó, lo que tenía que tirar por la ventana…
La Atlántida… viajero de todas las esferas del Oeste y
te falta un poquito por andar, pero ya llegaremos, no te afanes… es una gloria omnipresente, omnipotente, y
entre otras cosas, olvidada… pues la
gran mayoría de la Raza Perdida, que hoy en día pregona que es la sola
habitante de tooodo el Universo, niega que el Miedo Grande, se desprendió de allí.
Como se desprendió un planeta vacilante,
como decía Mi Padre… cuando ellos compusieron la sinfonía alterada. Esa que trajo a este Planeta lo dulce
artificial y lo amargo de veras…
¿Te suena conocido…?
O te lo explico en otro código…
Yo creo que el Miedo es vago… O sea: sufre de la pereza más alucinante y
más desconcertante y menos amiguera del Arrojo… ¿Nooo…?
Y el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía sonrió como
un Arcángel, te aseguro. Se puso de un
color que no te puedo describir, pues faltan las palabras, ahora sí…
Nació la Aurora… Peregrina… Esa Real Presencia que habían anunciado las
Estrellas de Oriente y que ahora surgirá, en el Silencio Magno… pues no tiene
la Voz de las Esferas del Olvido ni las Esferas Crudas…
Y fue una percepción, más que una esencia.
O mejor dicho: la entendí… sin comprender la relación,
entre el Silencio Magno que anunciaba y las Esferas que habría de cruzar… pues
fue más bien un cruce de fronteras, lo que me hizo recibir…
Vivir… en medio a ramalazos de suaves resplandores,
que comenzaron a vibrar en esas zonas de secreto, donde se oculta el Corazón,
en horas de agonía.
El Miedo no es un cuento de quimeras… ni un cuento de
viejas, mi queridísima criatura de los jardines con haditas…
El Miedo es un Demonio, que inventaron los
tuertos. Los mendigos. Los que sufrían la lepra de la Ignorancia
Magna… Y a ésos… atarvanes torcidos y pútridos de aliento… ¡yo no los quiero
ver…! Ni en película vieja… ni en
película nueva… pues tooodas son iguales
de atrofiadas. ¡Sufren de sólida
ignorancia…!”
Y la Abuela se fue a partir las migas de los pájaros…
y apareció una ardilla con tres rayas,
enooormes… en el lomo… y Ella:
¡Caramba… Carambolas…!
Hoy va a llover lo que anunciaron las Ancianas de Corazón Valiente…
Y ver para creer…
El cielo se
aclaró. Las nubes que marcaban un
angustioso Día para el Mundo, se fueron apartando al ritmo de las palabras de
Mi Abuela, que se quedó tan panda.
Como si no tuviera arte ni parte… ¿Te parece…?
¿Y qué pasó…?
Y el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía:
Nada, mi Niña.
Son gajes del oficio de una Estrella del Norte. Ella no sabe
naaada… Sólo comprende aquel
Oficio con que llegó a la Tierra, y ahí está el resultado…
Y la Humildad
nació… con risas y panderos… y con mirar de Abuela Hermosa como nadie.
La Gran Conspiradora está presente.
Sus huestes de carbón y de ceniza enardecida por el
quemar y más quemar de tanto buitre que aprovecha la confusión de las hormigas,
la ira de los patos que vuelan sin su brújula, pues las alas no tiene
dirección, desde aquel día en que la
Raza del Olvido manipuló aquel instrumento… o mejor dicho, lo vació… han sido puestas a la Orden de La Gran
Jerarquía de la Galaxia de La Dadora.
La que vino a curar las llagas de los muertos y la
frecuencia luminosa que no tiene moción calibradora. La que sana en Silencio. Pues Es Dadora y Luz de Gracia…
Y mi Padre callaba… y el Mundo se aquietaba..
Como si fuera a
decidirse la reunión de aquellos pájaros, que prometieron volverían, a recibir
y a dar… A pregonar el Tiempo del Futuro que no tiene Mañana… pues mañana
murió… cuando los animales dejaron de vivir como si fueran el residuo de este
Planeta de miseria…
Entonces…
Porque ahora, es distinto… susurró el Ángel, en mi
oído repleto de rumores y traqueteo de cosas parlanchinas… pues no podía en
esos días… ni en esas noches blancas, blancas… con tanta opinadera.
Compréndeme, Niñita…
No trates de mirar con ojos que no tienes. Es diferente tooodo… y Tú no tienes que
medir, ni tienes que rezar por la divina intervención, pues Este Dios, no es el
equivalente a la Luz de la Gran Conspiradora.
Pero tampoco es un motivo de pereza… como dijiste
aquella vez, y me dejaste tembloroso de una emoción que yo no conocía…
¿Tembloroso…?
Pues sí… y no…
No me hagas tanto caso, a la hora de las distancias, que entre Tú y Yo
se mezclan como el agua de un río y el agua de los mares… porque saber cómo es
la vida de un Ángel de la Guarda Tu Dulce Compañía, no es cosa de medir, en el
vibrar de su misión de Luz de las Esferas Vírgenes… como tampoco habrás de
preguntarme por qué no te respondo, a rompe y rasga…
Y el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía se tejió su
silencio, igual que se tejía los ires y venires dentro de aquella zona
prohibida. La Zona de Bondad de tooodas
las Bondades…
Así decía la Abuela:
La Calidad divina que los Ángeles tienen, no puede
compararse a la riqueza de un canto de ruiseñor… pero sí tiene mucho que pedir
y mucho que entregar… No creas que es
tan liviano el Ser un Ángel de la Guarda.
¿Tú no has pensado nuuunca que la Bondad de un Ser de Luz Angélica, no
tiene más misión que destruír…?”
Y me dejaba pálida del susto…
No es fácil responderle a una Abuela presente… Porque en su ausencia, yo comenzaba a
querellarme, porque sí y porque no…
¿Por qué es que me dan palo porque bogo y palo porque
no… cuando trato de ser lo que una Niña Buena debe ser… ?
Y le alegaba al viento, en medio de los campos y me
quejaba a los nogales, que me miraban en su esencia de verdes y rumores que yo
no comprendía, pero de pronto, te lo juro… un nogal poderoso como la cúpula de
vidrio que tienen los altares escondidos que existen debajo de la Tierra… como
me dijo el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañia, pues Él visita tooodo lo
habido y por haber… y tiene códigos celestes de varias resonancias, por
supuesto…pero volvamos al nogal… que de repente, se abriooó… se replegó un poquito
hacia el oriente… y se siguió expandiiiendo… abriiiendo… delante de mis ojos…
Como un canal de fuego y luces ópalo y turquí…
Y me creas, o no… yo entré en el árbol, derechito, sin
preguntarme ni siquiera, dónde diablos quedaba la salida.
Las Niñas Buenas… van al Cielo. Y las malas, querida
Peregrina… se pasean por el Mundo, van y vuelven, garridas… sandungueras… hacen
lo que les da la pinche gana y además… nadie les da permiso, ni naaadie les
pregunta por qué no están vestidas con decencia. O por qué van al cine por las noches, o a los
infiernos… mejor dicho. Ten cuidadito
con la preguntadera que se te va a recalentar esa mollera, repleeeta de bichitos correlones y mal alimentados…
Y yo mustia… ¿Comprendes…?
Era verdad de tooodas las verdades… y yo, como una
gansa… en medio a aquel rumor que me gritaba con voz dulce:
Atenta al Cazador… No es hora de querellas con la
Abuela. No tienes ni el permiso, ni
mucho menos el carcaj que se requiere en esta Zona de Pesares y en este
remolino por donde cruzan los espejos…
Y allí quedó mi Ser… viajero que me sigues con tu
mirar bravío y lleno de Bondad, pues miro tu mirada y siento que comprendes,
sin comprender por qué… pero con éso, basta y sobra.
La mirada es intensa, en estos cruces… me explicó el
Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, sin comentar ese final, que no puedo
contarte… pues es secreto que nada más que a mí me pertenece. Como tú con los tuyos.
¿Comemos un poquito de fruticas fresquitas, que la
Abuela nos metió en la mochilita, en caso de hambresuna…? como Ella apremia, a veces:
Coma, coooma…Niñita… que en el camino, masca... No
siempre habrá de haber lo que hoy abunda a los torrentes, y el atorrante…
¡gaste y gaste…! Entonces… piense muy
bien, antes de comenzar a atiborrarse, como una tragaldabas…
Los caminos de Dios, son caminitos de puuuras
delicieras… Así que no se queje. Pero no lo de todo por comido y mascado,
antes de tiempo…
Y me dejaba tan perpleja… y tan munida de un sonido
que me zumbaba y me zumbaba y me seguía zumbando… hasta el Sol de hoy, me
zumba… caminero… y si quieres que te diga, hace muy poco lo entendí.
¿Decías que las flores se comen de a poquitos…?
O sea, de a petalito en petalito y recibiendo aquel
aroma con el cuidado de un misterio sacrosanto… pues no recibe el que no
escucha, ni aroma la que nace sin la simiente de fulgores que brota de la
Fuente de la Sabiduría…?
Y el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, me
enseñaba…
Corregía… Contemplaba mi quieta transparencia… como Él
decía que había de ser.
La Quieta Transparencia, es un deber de tooodo el que
acumule la Gloria Vespertina y el Goce Matutino. No hay que dejar para mañana, lo que Tú
puedas hacer hoy…
Y allí se despedía… con su aleteo suaveciiito… ¡si tú
lo hubieras visto…! Porque me voy a las
regiones donde mora el Dragón de la Abundancia, a pedirle por Tí…
Así decía…
Y quién iba a entender, dónde se van los Ángeles
Guardianes, a la Hora de la Cosecha… que es como llama Él, ese momento eterno
donde las cosas que sembraste en esta Tierra de Miseria y Dolores Supremos y
sobre todo, de Falacia… comienzan a dar fruto.
¿Te vas de cuchipanda…? le preguntaba yo, con voz
dicharachera… y en realidad quería que no se despegara de mi flanco ni un
mísero segundo, pues me sentía sin piso… abandonada a la corriente de tanto son
de flauta y tanta faramalla que había al exterior y yo flotando, desalada…
Pues nada me acosaba, cuando yo lo invocaba con la divina
esencia abierta y en silencio supremo.
Con la mirada sin mentira. O sea:
con la simplicidad de quien se sabe protegida por un Amigo Poderoso, con alas…
además…
¿Conoces esa Historia de la Niñita que vendía
pergaminos y un día abrió la cajita donde Ella los guardaba y se encontró que
un Ángel los estaba quemando, con el fulgor de fuego de sus alitas verdes…
verdes… y entonces Ella preguntó:
¿Por qué quemas mis cosas… sin permiso…?
Y el Angelito contestó:
¡Yo no se nada, de nada…! ¡Ve donde el Ser que me creó y pregúntale a
Él…!
Pues bien…
Mi Padre respondió a mi inquerencia resonante… que
sacudió pilares… movió las hojas de palmeras, como si fuera un ventarrón y
luego se aplacó. ¡Qué susto tan
terrible…! Pensé que había descentrado
todo el Gobierno de la Tierra… como llama mi Padre a los furores de quien tiene
la Vara de Mando del Universo.
Pero no…
Era un soplido… nada más. Una especie de acústica, que brota de tu
Centro de Clemencia, si no estás preparada para nombrar las cosas por su
nombre. La Resonancia de los Dioses… o
algo así…
No se conoce tooodo, en un día, nada más… o en una
sola noche… Eso lo sabes ¿nooo…?
Y mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía se sacudió
los pétalos de rosa, que comenzaron a caerle desde el cielo como una catarata…
y pronunció monótono, como quien lee en un cuaderno:
Se dá o se pide… Peregrina de olores a los pétalos
tiernos de una flor de los valles, que quiere Tooodo… o Naaada.
Se dice la Oración de la Mañana y la Oración del
Mediodía y la Oración, a la Hora de la Oración … Hermosa Caminante de los
Caminos del Silencio y de los Laberintos de la Muerte…
Pues de no hacerlo… no llegas ni a la esquina…
En tiempos de sequía, el ritmo de las cosas y el tono
de la vida se vuelve rígido y oscuro, como los lodazales que se secan,
entonces… y vuelven los caminos como una especie de tortuga… y Mi Ángel de Mi
Guarda Mi Dulce Compañía me observó de reojo, tratando de despertarme… me
imagino, pues yo andaba en las nubes.
Comiendo zanahorias, como una enloquecida, pues el
picor en los ojitos me tenía anestesiada.
Medio enturbiada, mejor dicho…
O medio aquí… y medio en no se dónde… y a pesar de mi
intento de soportarlo y restañar las heriditas… que comenzaron a salir y vete
tú a saber de dónde tanta picazón y tanta intolerancia… comenzó a devorarme la
sed de darle latigazos a la vida, y de graznar… parejo con los cuervos…
Para no fastidiarte con el tema de aquella matadera de
zancudos, que me tenían en un desvele tenebroso…
¡Válgame Dios…! se persignaban las tarascas… mirándome
pasar como una endemoniada y soltando espumarajos.
Y yo persiga a los
perros sarnosos en el parque. Y
persiga a las pandillas de muchachitos zarramplines, que levantaban enaguas a
las viejas y se burlaban de su madre… Que robaban miserias a los pobres y
dejaban sin nada a los hambrientos… Y
latigazo va… y latigazo viene… peregrino.
Yo andaba así…
Caminando la
vida a los trancazos. A puro grito… ¿me
comprendes?
Y era la Hora Magna… de seguro… como anunció Mi Padre,
el día de su Partida:
Ahora ya no te
puedes levantar, ni te puedes dormir, ni podrás respirar sin tener en la mano
el Látigo de Fuego. Ese que el Poderoso
Bienechor que te acompaña, te bordará en las células…
La Tara de la Sierpe no es un enigma para Tí… mi amada
Peregrina.
Vete a buscar la Vida… que ya es la Hora Magna…
Y con eso, se fue… dejándome perdida en la mirada de su Centro de
Esperanza y en esa risa de furores y latigazos ciegos… pues no paré de Ser lo
que Él me dijo que tendría que Ser… el Día de su Partida… que se anunció en
aquella Aurora de tonos azulosos, con el canto de la alondra.
¿Tú conoces tortugas fluorescentes… de esas que no
caminan… sino más bien hacen unos salticos de ranita…?
Y mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía:
Noooo…. Y no me
cambies de rollo la película… Tú tienes
la molicie de quien camina con el Mundo en las espaldas y no ha hecho flexiones
para domar los músculos… y eso es muy natural.
¿Muuuy natural…?
Y Él: “Siií….
muchiiísimo…”
Y entonces comencé con la tarea de la gimnasia sueca,
mejor dicho. Hágase aquí… y póngase al
revés… y déjese matar por cuanta tara exista en esta Tierra de Miseria y de
Muerte y de Añoranza… Resucite otra vez… Flexione firme… fuerte… No deje que
los brazos se bajen con los tonos que los vampiros lanzan, pues vendrán por tus
venas y tú tienes que saber letra menuda.
¡Baja la guardia, Hermosa…! me susurraban los
murciélagos, vestidos de Señores de la Noche y camisas de seda de la
India. ¡Tú estás exagerando en todo
ese ejercicio de músculos y de tensión dorada… qué pereza…! ¡Te nos volviste una hermitaña…!
Y los demás…
Los que traían alabanzas, el aguardiente y amigotes… amén de ciertas
pestes que eran hereditarias, por demás, pues no podían con ellas de lo
surtidas y mañeras: ¡Tienes los biceps más hermosos de toooda la creación…!
¿bailamos este tango…?
Y mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía solicitaba y
no… Miraba con dulzura mi competencia con mis huesos. La risa de mi cuerpo tensionándose,
abriéndose al respiro que regalaba el nuevo tono… pues era frágil,
todavía. Desvanecido y tenue, en las
mañanas… y leve al mediodía. Pero en la
noche se crecía, como los pavos reales y levantaba el vuelo… créeme.
Pasaban los Esbirros.
Llegaban las Harpías… Me espiaban por la hendija los Lobos y los Gatos…
y yo en ese ejercicio de tensiones terribles y los tendones rebajándose… los
brazos y la manos cubiertas de sudores y la espalda de guerrera, formándose, despacio… con la debida Ceremonia… como decía la
Abuela:
Cuando la Tierra tiemble y todo el mundo en el delirio
del terror, corriendo cuesta arriba… acuérdate de todo lo que tú oíste en esa
cuna, pues los sonidos no son gratis. Tu
Madre lo intuyó y te dejó esa partitura…
La Ceremonia de Esplendores, es lo único que sirve… Y deja que los cojos galopen como puedan…
Tú… tranquilita, Niña de Mi Amor… ¡Los sordos… sordos son…!
Y yo incubando esa quimera de Luz de Auroras Tenues…
mientras los alacranes trataban de esconderse debajo de mi almohada y las
lechuzas se buscaban un palco entre las ramas, para observar mis movimientos… Y
ríe que te ríe…
El Mundo y su Venganza… me acuerdo que pensaba, en
medio a mis tremores, pues el cuerpo asistía con la paciencia de un borrico que
tiene que comer y debe caminar y no puede gañir ni rezongar… y el Ángel de Mi
Guarda Mi Dulce Compañía, mirándome… en Silencio. ¡Sin aplaudir, siquiera…!
Muy tenaz… ¿Tú no crees…?
Y mi almohadita:
Yo no creo que tengas que ponerte a estas horas de la vida con tanto
tiquismiquis… Lo mejor es variar de
posiciones. ¿No has probado la
Cobra…? ¡Es un asana regio…!
Y yo no se de dónde se sacaba tanta palabreja, pues en
mi diccionario no sólo no existían, sino que los escasos dominios que tenía de
la gimnasia sueca, se estaban agotando…
y entonces decidí que iba a probar flexiones de sincronía excelsa,
que fue una cosa que escuché, en uno de mis sueños… donde una Señora vestida
con Luces de la Estrella del Alba, me aconsejaba, tierna y con sonrisa de Madre
de los Vientos:
Ponte de pie en los momentos de esplendores… y te
sientas derecha, derechiiita… cuando el respiro baje de tensión. Luego de acuestas en posición de llama
abierta y dejas que la angustia te baje hasta los pies… Te acomodas despacio, despaciiito… en medio a
las flexiones que tus brazos decidan… pues ya verás como ellos saben el momento
de resanar tanta pasión desaforada, que te trajeron los idilios con los
despetalados…
Y Ella quería nombrar las cosas por su nombre, pero
los códigos no daban la medida y entonces pregunté:
¿Despetalados…?
Y Ella: “Sí…
Los que no tienen la tensión de La Aurora de Amor de Anhelo
Libertario. Los que sembraron en los
huertos de posición tardía. Los enfermos
de llanto… ¿Me comprendes…?
Y entonces comprendí.
Quería decir los que llegaron este Mundo con la
tensión oscurecida, y no tuvieron Madre… ni Padre… me imagino. Ni una Abuela adorada y regañona, que los
puso a barrer, a sacudir… a cocinar las papas en su punto.
A trabajar en las mañanas, trabajar en las tardes…
cantando y más cantando… ¿No te parece a Tí que cuando las flexiones se cruzan
con el canto, uno no siente casi el
sufrir de los músculos…?
Prueba y verás…
Es un milagro reeegio…
Y los tiempos de sequía se van acomodando a tu respiro
de Amapola. De Lirio de los Valles. De Ave Dorada y cantarina.
Así me aseguró el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce
Compañía, en la Mañana del Regreso.
Cuando volví, cubierta de fango. Rodeada de los seres más extravagantes y más
sonrientes de toooda la Creación… que me besaban, me abrazaban… me portaban en
guando y me dejaban maloliente y llena de unas llagas purulentas, que la Abuela
curaba, con yerbas de Lengua de Venado.
Y el Ángel, aplaudiendo…
¡Y ver para creer…! me comentó mi Ser, que
andaba desguanzado de tanto caminar y tanto enloquecerse en los caminos de la
Vida y los Caminos de la Muerte y no tenía noción si iba… o si venía…
¿No te parece un increiiíble y un salto en el abismo,
lo que ahora contemplamos…?
Y yo no dije nada… caminante. Porque palabras no encontré, que fulminaran
esa escena de mi descenso a este misterio, que dicen que es La Tierra.
En
“Auroville” –India- Diciembre 10 -2001-
As the free
development of individuals from within
is the best condition for
the growth and perfection of
the community, so the free
development of the community
or nation from within is
the best condition for the growth
and perfection of mankind.
Thus the law for the individual is to perfect
his individuality
by free development from within,
but to respect and to aid
and be aided by the same
free development in others.
SRI
AUROBINDO
The
Human Cycle[2]
“The Ideal Law of Social Development”
Arathía Maitreya, es una escritora profesional, que habita en el
Planeta Tierra, desde 1939.
Sus "Cuadernos", de
"tensión de Nueva Conciencia", prosiguen la búsqueda, que inició a
través de su trabajo narrativo, poético, teatral, cuento, y de ensayo, como
Albalucía Angel.
Ahora, después de un largo silencio, entrega
al público esta colección de cuadernos -que en manuscrito y sin tachaduras ni
enmiendas de ningún tipo- estuvieron "cerrados", hasta el presente,
por decisión personal.
Su trabajo literario, como escritora
colombiana, es reconocido internacionalmente.
A
R A T
H I A
M A I T
R E Y A
L I S T A D E C U A D E R N O S
Portal: EL LIBRO DEL SILENCIO
1. EL CAMINO DEL SILENCIO A
2. DE MI CAPA UN SAYO B
3.
ESA ROSA ROJA SOBRE TU CORAZÓN C
4. EL TEJEDOR DE LUZ D
5. DIÁLOGOS CON LA ROSA E
6. LAS PEREGRINAS DE LA BARCA DEL SOL F
7. LAS GUERRERAS DEL ARCO IRIS G
8. EL LABERINTO AZUL o LA CAÍDA DEL SOL H
9. LA HORA DE LOS SIETE COLORES I
10. CANTO AL SOL (I Y II) J
11. ARATHÍA, LA ESTRELLA DEL AMOR ABSOLUTO K
12. EL DIA QUE ENTERRÉ LA GAVIOTA L
13. MI ESPADA, MI ROSA, ARATHOMÍ LL
14. MI HERMANO EL ABEDUL M
15. EL CAMINO DE LAS DIOSAS N
15. TRIMA-THÁS, o EL LABERINTO DE LA
MONTAÑA Ñ
17. MI MADRE ESTRELLA, ARATHÁS-UT O
18. DONDE MORAN LAS ÁGUILAS AZULES P
19. DIÓNISIS GALÁCTICA Q
20. EL SILENCIO DEL ALMA DE LA TIER RA R
21. …Y UN DIA EL VIENTO DIJO S
22. EL CANTO DEL MANDALA DEL FUEGO
T
23. CONVERSACIONES CON LA ARDILLA U
24. CANTANDO… ASI SERÁS V
25. ÁTHOR, EL PÁJARO BLANCO W
26. DE ILUMINERÍAS Y OTROS DECIRES X
27. LA GRAN SEDIENTA Y
28. EL CUIDADOR DE SUEÑOS Z
[1] Todas las percepciones animales,
sensibilidades, actividades, están regidas por los instintos nerviosos y
vitales, apetitos, necesidades, satisfacciones, de las cuales el nexo es el
impulso de vida y el deseo vital. El hombre también está constreñido, pero
menos limitado, a este automatismo de la naturaleza vital. El hombre puede aportar una voluntad
iluminada, un pensamiento iluminado y emociones iluminadas a la difícil tarea
de su propio desarrollo, él puede sujetar más y más, la función inferior del
deseo, a estas reflexiones guías. En
consecuencia, a medida que pueda manejar e iluminar su ser inferior, él es un
hombre y ya no es más un animal. Cuando
él pueda empezar a reemplazar totalmente el deseo por un pensamiento iluminado
y una visión y voluntad todavía más grandes que la suya, conectada con un
conocimiento más universal y trascendente, ha comenzado la ascensión hacia el
super-hombre; está en marcha ascendente hacia lo Divino.
[2] Así como el libre desarrollo de los
individuos, desde su interior, es la mejor condición para el crecimiento y
perfección de la comunidad, igualmente el libre desarrollo de la comunidad, o
nación, desde el interior, es la mejor condición para el crecimiento y la
perfección de la Humanidad. Por ende,
la Ley para el individuo es la de perfeccionar su individualidad, por medio del
desarrollo interior, pero respetando y ayudando y siendo ayudado por el mismo
libre desarrollo en los otros.
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