Tuesday 28 April 2015

ENTREVISTA DE ALEJANDRA JARAMILLO 27 ABRIL 2015

CULTURA 25 ABR 2015 - 10:33 PM
Novedad en la Feria del Libro de Bogotá

Albalucía Ángel, la pájara en vuelo

Ediciones B rescató del olvido la canónica novela “Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón”. Charla con una de las escritoras que mejor han estudiado la literatura inspirada en la violencia en Colombia.
Por: Alejandra Jaramillo Morales, Especial para El Espectador
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Albalucía Ángel, la pájara en vueloAlejandra Jaramillo (a la derecha) considera a Albalucía Ángel una de las mejores escritoras de la historia colombiana. / Oscar Pérez – El Espectador
Quiero empezar diciéndote que eres una de las grandes escritoras del siglo XX de Colombia.
Favor que me haces.
Y creo que “La Pájara Pinta” es una de las novelas más importantes, sino la más importante de las novelas sobre la violencia en Colombia y sobre las nuevas representaciones de la violencia, pero resulta que tiene cuarenta años. Entonces ¿qué sientes tú que en este momento esté saliendo este libro?
¡Está joven y bella! Yo pienso que tiene cuarenta años y que la edad no importa. Claro que se van envejeciendo ciertos términos y se pueden envejecer ciertos focos y maneras de accionar. Pero la historia no la puede borrar nadie y lo que creo es que por fin la desenterraron, sobre todo para los niños y jóvenes. Una historia que estaba enterrada, yo enterrada vivía muy feliz, porque ustedes los de la academia y sobre todo las mujeres en Colombia me han trabajado enormemente y me han devuelto a la vida. Estaba amortajada, como en la novela de María Luisa Bombal. La academia del mundo me ha reconocido. Me parece que es importante que el libro vuelva a tener una juventud para la juventud de ahora. Lo más importante es que no traicioné la historia. Esta novela que era para mí un nido de gulungos, un laberinto, un enredo que no se entendía, es hoy en día parte de las técnicas literarias que ustedes conocen y amplían. La novela es muy comprensible, yo estoy satisfecha de que sobreviviera a todas las catástrofes y esté volando finalmente, porque Oscar Osorio escribió una tesis que se llamaba “Historia de una pájara sin alas”. Y le quiero decir a Oscar que gracias a esos estudios le han vuelto a poner alas a esta novela.
Quiero que echemos reversa y nos vayamos a los años setenta.
Reversa. Dicen que yo no tengo reversa, que tiene más reversa un avión.
Pero quiero que nos vayamos a los años setenta y me cuentes ¿qué fue escribir esa novela a principios de los años setenta? ¿Qué significaba hacerse escritora en ese momento?
Una catarsis violenta escribir esta novela. Yo ya había escrito dos: “Los girasoles en invierno” y “Dos veces Alicia”. En la primera saqué toda mi manera de ser libre y en la segunda la locura. Una mujer con una guitarra inventando lo que pudiera, pero con la Pájara, no pude inventar una palabra, no me podía traicionar con esta historia. Fue una catarsis dolorosa.
Yo me había casi muerto porque unos hombres me atacaron en Madrid y tuve una muerte, yo pasé al otro lado de la vida y regresé. Con el milagro de regresar supe que mi compromiso era de vida o muerte. Cada día decía, yo no me puedo morir, yo no me puedo morir, la cabeza me la habían vuelto pedazos. Y significó un gran sacrificio físico porque yo tenía unos dolores de cabeza que se fueron aliviando a medida que hacía la catarsis. Entonces vine a Colombia a morirme. Estaba desahuciada prácticamente y al tiempo recogí una maleta llena de recortes de prensa, no existía nada que uno pudiera llevarse en memoria usb y llegué a Madrid llena de historias. Llené las paredes de mi cuarto de periódicos y en la mañana amanecía y miraba las paredes y lloraba. Entonces la catarsis fue un compromiso natural de vida. Fue un gran sacrificio. Resulta que me liberé mucho y el mayor reto fue la verdad y nada más que la verdad.
No traicioné la historia. Cuando la terminé supe que lo había logrado y le dije a Carlos Barral mi editor, mi amigo, no publiques todavía, me temo que me voy a ganar un premio en Colombia. Mi ritmo fue catártico total, yo hacía catarsis todos los días no por mí personalmente, yo siempre hice una catarsis por el dolor colombiano, una catarsis colectiva.

¿Qué era lo que había alrededor de ese momento, dónde estabas, con quién estabas, quiénes lograron darse cuenta de que estabas escribiendo esa novela?
Nadie, yo estaba donde el Gabo muchas veces porque en Barcelona el Gabo me daba la camita de uno de los niños porque no había sitio. Así estaba Gabo, no se había sacado “Cien años de soledad”, estaba empezando. Entonces Gabo tenía sus tertulias y venían todos esos ídolos y ese boom que luego se forma y yo venía de cantar porque yo me ganaba la vida cantando, entonces llegaba donde el Gabo a dormir pero a las dos de la mañana, ahí estaba Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes o podía estar Julio Cortázar y yo llegaba como interrumpiendo esa tertulia de sabiduría, esos presocráticos latinoamericanos y yo venía rendida y decían ‘ay por fin llego Albalú’, cántanos una ranchera y yo cantaba y nunca se habló que yo fuese escritora.
Entonces un día Vargas Llosa entró donde Carlos Barral mi editor, yo salía con “Dos veces Alicia”, y dice: ‘oye qué haces aquí’. Y digo me sacaron un librito y dice ¿Tú eres escritora? Esa noche en la tertulia de Gabo dijo el Mario, ‘¿oigan ustedes: sabían que Albalú era escritora?’. Y me pidieron que cantara una ranchera. Otro día me dice Carlos Fuentes, dos años después, ‘oye vámonos en tu coche, se rompió el coche, por obra de Dios sería, y caminamos’. Yo le contaba a Carlos una de mis historias y él no quería que parara. Cuando llegamos a la cena dice Fuentes: ‘¿ustedes sabían que Albalú es escritora?’. Alguien dijo: ‘se perdieron las gambas al ajillo’. Así fue, nunca se supo que yo era escritora.
Y el premio Vivencias en 1975, ¿cómo fue ese proceso?
Había varios escritores alertas por saber si yo iba a mandar algo al premio. Yo no tenía con qué mandar la novela y fue Alberto Cousté quien me organizó todo. Mi seudónimo era Policarpa y me escribieron del premio diciendo que eran cinco manuscritos y no cuatro, ya había costado una fortuna y mandé los últimos papeles que tenía, eran manuscritos en papel rojo, amarillo, verde, eran de todo los colores. Entonces no me pudieron descalificar, no hubo manera de borrarme. Y Álvaro Mutis dijo que esa era la novela del premio. Después hubo dudas, hasta dijeron que Gabo había llamado a Álvaro Mutis a que me diera el premio, y que además uno de los jurados dijo: me temo que eso lo escribió García Márquez. Así fue Vivencias, yo no vine por el premio nunca.
Bueno ahora vámonos a la novela, ¿cómo fue la construcción, la estructura de esa novela? ¿Cómo planeaste tu escribir ese texto?
Antes de mi accidente yo había escrito unas páginas primeras, y cuando llegué de la muerte dije no, me repensé toda la novela, porque como tú dijiste una vez, yo escribo en función de la muerte. Yo me estaba muriendo. Claro, mis muertes son auténticas. La muerte de Colombia es auténtica, entonces volví a poner ese principio y tiré como sesenta páginas, que no es fácil y empezó un río de consciencia como en la literatura de Virginia Wolf que era mi gran maestra. La novela se hacía sola, yo dejaba que el ser que ya me había integrado después de esa muerte hablara. Yo vi el 9 de abril en mi pueblo muy jovencita, pero a mí me salía y me salía como un torrente. Al otro día me venía otra manera de escribir y yo decía no importa y entraba en esa otra manera de escribir, o sea seguí un fluido natural en mí. Entonces Julio Cortázar lee esta novela para Gallimard y declaró que no había leído nada que se pareciera en América Latina, y que yo iba a ser la gran escritora, eso que tú con tanta generosidad dices. Después cuando hablaba yo con Julio me decía ‘¿Oye y qué paso? ¿Porque la novela no se conoció?’. Yo nunca supe que pasó, no me interesó, pero a mí que me dijera Julio eso, me hizo quedar muy tranquila. Yo tenía que escribir la verdad de una historia que en Colombia nadie había querido escribir.
Hay una cosa que a los muchos lectores y lectoras nos ha impactado y es no solo lo polifónico, sino la posibilidad de poner las voces más disimiles a conversar sin que tomes una posición moral frente a esto. Digamos obviamente hay un mundo tuyo que sabe cómo se posiciona, pero lo impactante y lo fuerte es que esa novela nos cuenta un país sin una tesis. ¿Cómo era eso, cómo fue construir eso y cómo fue el tiempo en la novela?
Es un día. Esta señora se está despertando, no se quiere levantar de la cama y cuando se levanta de la cama ya se acabó la película que son años de años. Era una frecuencia de lo que ahora es mi filosofía, de que el momento no es sino uno, de que hay un tiempo que no es lineal, como dirían los mayas el no tiempo. Allí la novela fluye y fluye y no me importa si es abril, si es el 48, yo vuelvo a mi cama, yo me situó en el ahora y desde el ahora conté ese tema.
No me di cuenta, que estaba siendo simplemente yo, y mi foco era ese, yo estaba en ese lugar del no juzgar. La polifonía me fascinaba, no me daba cuenta hasta que la vi, que yo tenía el lenguaje de los Pájaros que me fascinaba, el lenguaje del pueblo que lo conocía de memoria. Soy cantante, soy música de nacimiento y eso me permitía oír esas voces, saber cómo sonaban.
Mira hace poco estuve en una mesa con Soledad Fariña, una poeta chilena y me decía que en los años ochenta en Chile, Albalucía Ángel era un icono, un ídolo para ellas, que venía toda la gente de Estados Unidos y hablaban de Albalucía Ángel y entonces yo pensaba en Colombia, en que nos demoramos mucho en llegar ¿Qué significó ese silencio, ese estar encerrada en Colombia? ¿Cómo era para ti eso?
Es como este señor que nos cuentan que salió de la tumba tres días después, Lázaro, que le dicen levántate y anda y el señor casi se muere cuando se vio vivo y no eran sino tres días. Calcula yo cuarenta años.
A Chile me invitan y yo digo que no voy mientras esté Pinochet. Me había desaparecido, esos años, cuarenta años, pero escribí “Misia señora”, una novela que para mí es lo máximo, ahí si pude hacer lo que me dio la gana, sin embargo es la parte cultural integrada, el ADN de mujer, ahí viene el espíritu femenino, donde yo tampoco creo que lo traicioné. Después escribo ya la parte galáctica, yo ya estoy avanzando, estoy en Londres ya soy muy galáctica y vienen mujeres de las galaxias, “Las andariegas”. Al final en secreto he escrito veinte libros más y son una colección de 28 A – Z, esos son las galácticas de Arathia Maitreya que es mi otra esencia. Luego viene una trilogía de novelas de Albalucía Ángel que suman más de mil páginas, las he llevado a todas partes, las he ofrecido, estoy cansada, mi agente literario igual y me viven diciendo que no, o sea que sigo enterrada de todas maneras, sé que en cincuenta años los van a desenterrar.
Ya que mencionas el resto de tu obra quiero que hablemos un poco de “Misia señora”, y ahí está guardado un secreto muy importante tuyo, que son esas voces de las mujeres, de tus abuelas, tu madre. ¿Cómo es eso y hoy en día que significa para ti que esas voces hayan podido ser narradas?
Mi abuela paterna está en la saga de “La Pájara Pinta”. Después, en un momento escribo un poema, porque me quiebro una mano, me la aplasta el viento y me vuelvo nada y quedo así como ocho meses. Ahí salió un libro de poemas “La gata sin botas”, y me empieza a rondar la locura que para mí era un tema que tenía que escribir, puesto que yo siempre he sido loca y siempre necesitaba escribir qué es eso, porque a mí me rondó siempre la locura y los hospitales psiquiátricos y todo lo demás. Y yo digo, tengo que escribir esto y empiezo por mí misma que es Marianita. Alrededor de esto viene mi abuela materna, viene Sor grillo, que es este personaje de mi infancia. Era una estructura también de corriente tremendamente inconsciente y de repente veo y sé cuando escribo el cuento del guerrillero, en un libro que está escondido y hay cien mil ejemplares en una bodega en Colombia, “Oh gloria inmarcesible”, que apareció el tono de la novela. Ese cuento se lo dedico a Gonzalo Arango, hablo en la segunda persona que es la voz de “Misia señora”. Yo estoy hablando a ti, a tú, a mí misma. Yo estaba escondida detrás de un alter ego y ya empieza a salir esa familia materna. Y esas mujeres de mi familia materna eran muy liberadas, empezando por mi abuela, era una mujer con una raíz italianizada, sola, Virgo, que la describo y vengo a hacer ese retrato de esta abuela. Y entonces descubro que la novela debe ir de atrás para adelante.
Uno empieza a contar y acaba la novela, lo mío es al revés. Yo empiezo con un lenguaje de los años sesenta y termino con un lenguaje culto de finales del siglo XIX. Hago hincapié para ver quién me descubre que los lenguajes son distintos, que hablo con el idioma de los hippies, que los personajes que aparecen, porque todas van a tener el mismo nombre, cambian por la calidad del lenguaje, la expresión, la manera de escribir. Ahí venía mi maestra Virginia Wolf y la catarsis de nuevo la hice colectiva pero era más suave, era un sol, era un arquetipo, era Mariana, todas eran Mariana. El arquetipo me sirvió para poner que todas tienen el mismo nombre, lo que decíamos de mi pueblo, la misma perra con distinta guasca. Y que las mujeres habían tenido que pagar la locura, me enfoqué en la esencia de una realidad centrada en la verdad de lo que es una mujer. Ahí sí saqué todo lo que tenía que sacar en una palabra muy pura y magnífica. Me despojé de todo lo que tenía y empecé a sacar la esencia del alma femenina, todas soy yo. Ahí la catarsis fue mucho más intensa sin dolor, porque era una catarsis de liberación. Yo liberaba a la mujer, yo misma me liberaba. ¡Qué importa que seamos locas! y ahí no había guerras y no había esas muertes desgarradoras, ni había una cosa oscura, ahí no había sino un túnel para salir a la luz y yo salía de la locura a eso y fue magnífico porque mi lenguaje se crecía, yo estaba anhelando un lenguaje más libre, que no pude en La pájara aunque fuera polifónica. Y me enriquecí mucho y Carlos Barral la presenta en España y dice Luis Suñen: ‘esta es una novela de mujeres para mujeres desde la mujer que ningún hombre debe dejar de leer’.
Vamos a otro tema. ¿Cuáles son tus incunables? ¿Cuál es esa tradición que ha alimentado siempre tu escritura?
Fíjate que yo empecé por ciencia ficción como incunable y no me preguntes por qué, que en esta ciudad donde yo nací yo leí un médico del Tíbet que hablaba de la cuarta dimensión. Así entre al mundo del imposible que ahora lo llaman nueva era. Pero mi incunable es “Alicia en el país de las maravillas” y “Alicia a través del espejo”, lo que dijeron ustedes cuando me leyeron. “Rayuela” indudablemente, yo estoy en París, vivo muy cerca de Julio Cortázar mientras la escribe.
Y probablemente para mí mis incunables para decírtelo realmente fueron los cuentos de Hans Cristian Andersen y la fantasía de Carrol que considero cada vez más avanzada. También Simone de Beauvoir. Y por supuesto, Virginia Wolf que ha sido lo máximo siempre.
Entre más pasa el tiempo a los estudiantes más les gusta tu obra y han leído “La pájara pinta”, pero además “Misia señora” y han leído “Las andariegas” y “Tierra de nadie” y cada vez les gusta más, pero de La Pájara yo lo que les he oído decir a muchos que sienten que les hablan de una época que no es la de ellos, pero que todo lo que les dicen es de ellos, es de su momento ¿Qué les puedes decir?
Yo le digo a esos niños que yo llegué hace más de setenta años porque mi único propósito y razón era estar viva para hablarles a ellos. Muchas personas me han dicho, ‘tú naciste cincuenta años antes qué vas a hacer’. Eso es terrible y era verdad. Lo vio Jorge Zalamea: ‘niña usted nació cien años antes’. Y me pusieron en ese tono, yo he venido antes, qué cosa tan tremenda. Digo a esos niños que vine antes con un propósito y que celebro que lean La Pájara porque es la historia de su país, que la sientan como propia, que todos esos libros que van a seguir leyendo que están escondidos y que no me los quieren publicar, los vine a escribir para ellos.
Mi futuro no existe, mi pasado tampoco, soy un ser del ahora Yo vine con ese propósito. No me lo puedo creer cuando me toco de que estoy viva y que ya esos niños si me van a leer y a entender. Yo acabo de decir que en cincuenta años me van a leer, tú me acabas de decir que ya me están leyendo “Las andariegas” y “Tierra de nadie”. Yo estoy feliz que estén aquí, que Colombia tenga tanta gente hermosa, que no se dejen aplastar, que salgan a la vida, que tomen conciencia y salgan a la calle cantando, gritando, yo soy paz. Así tenemos que salir de nuevo cantando, escribiendo, abrazándonos y no dejando jamás un propósito que es el de liberarse ellos mismos, para liberar cualquier patria, cualquier territorio, para que ellos que vinieron a cambiar el mundo no se traicionen nunca.

* Alejandra Jaramillo es escritora, profesora de escritura creativa y literatura de la Universidad Central. Autora de investigaciones como “Nación y melancolía: narrativas de la violencia en Colombia” y las novelas “La ciudad sitiada” (2006), “Acaso la muerte” (2011) y “Martina y la carta del monje Yukio” (2015, Alfaguara Juvenil).

Sunday 26 April 2015

DE ILUMINERIAS Y OTROS DECIRES



                              A R A T H I A     M A I T R E Y A








                 D E      I L U M I N E R Í A S


                                  Y     O T R OS


    D E C I R E S







Auroville, Enero 7 –2002-
               Feb 22 -2002 -
                                                   X









…if society merely or principally exist for the maintenance, comfort, vital happiness and political and economic efficiency of the species, then our idea that life is a seeking for God and for the highest Self and that society too must one day make that its principle cannot stand.   Modern society, at any rate in its self-conscious aim, is far enough from any such endeavor; whatever may be the splendor of its achievement, it acknowledges only two gods, life and practical reason organized under the name of science.

                   SRI AUROBINDO
                  “The Human Cycle”[1]
                  








“La Ilusión de la Verdad Eterna, yace sepultada en las minas de oro que el ser humano decidió encontrar en medio a su aventura de ciego del espacio. 
“La Ilusión “paralela”, no tiene esa razón.
“Porque es cieguita, Ella también, pero tiene su sitio en medio al Corazón de la Aventura de Dios”.
Así decía mi Maestra… Y así lo comprendí, el día en que me dejó metida en el “principio que no tiene principio”, como decían los que saben de viejas inscripciones y manuscritos muertos… que yacen enterrados en esas minas de virtudes que llevan oro y piedras y se alimentan de los sones de eternos sortilegios…
Pero voy a empezar por el principio… no sea que se me enrede esta madeja y los deje sin sombra y sin agüita que beber, pues será de desierto y de calígine mi historia que hoy les narro… sin mencionar siquiera el día de mi llegada a este Planeta, pues ya no es necesario.
Los días y las noches ya no cuentan en mis espacios ciegos… como aquella Aventura que mi Maestra señaló, sin temblarle ni el pulso ni la Voz:
“Vete a reír con las Estrellas Madres… pues tienes elementos que necesitan arreglarse y gritos que acallar…”
Y con ésto les digo, que yo no comprendí qué clase de Aventura me esperaba.  Y por supuesto, nada que ver con la dinámica de luces que comenzó a rondarme, día y noche.  A hacerme comprender que yo no comprendía y que mejor quedarme quieta en mi cuevita… 
Mirar hacia el Oriente.
Dejar que las Estrellas de fúlgidos colores y aspiraciones vírgenes me suavizaran esa herida que comenzó a sangrar por todos los costados.  A hacerme ver sin ver… como explicó esa noche, en que llegué transida, ciega… y más triste que una rana sin lluvia y sin estanque… aquella gran figura que recibió mi Sombra.
Porque era Sombra nada más, se los prometo.
“Una querencia sin querer y una angustia doblada en dos mitades…”
 Así lo describió esa potente y regia Luz, que comenzó a invadir mis días y mis noches.  A regalarme sus caricias de tremendos sonidos y a reemplazar mi llanto por una especie de mugido, que me llevaba y me traía por zonas prohibidas.  Por caminos de Luz y de Negrura. 
Por delicadas apariencias de muníficos dones, donde me vi adquirir lo que hoy les vine a regalar…
Si es que “regalo” puede ser, el Ser sin Ser.
O mejor sería decir, el Ser sin esperar a Ser lo que tú quieres en los momentos de acidez y en los caminos de amargura, cuando la lluvia cae sin clemencia y tú quieres volverte una hormiguita, por ejemplo…
“¡Ah…!  ¡las hormigas…!” decía mi Maestra, con esa voz de trueno y yo relampagueaba en su esplendor… Reducía mi imagen de impotente y creaba los sueños imposibles, como Ella me explicó.
“Los sueños imposibles no son del tono de la nieve, pero tampoco debes de entrar en la calígine… cuando ellos se resisten a mover lo que se tiene que mover.
“Los sonidos eternos no son sonidos graves…”
Y allí callaba su expansión, para dejarme sorda del hechizo.  Del estruendo tenaz que acariciaba todo el cuerpo, como si fuera un canto de sirenas. 
Como los sones de la Muerte…
Así me lo explicaron los tonos de la Gloria, que siguieron de largo, cuando encontré el Camino de la Malicia.  Ese que se devuelve y se disuelve, en menos de un segundo… cuando uno tiene un Centro de Esplendores de Todos los Colores prohibidos…
¿Prohibidos…? me dije, sin pensar siquiera en el sonido que “eso” iba a desatar, pues se pensaba entonces que lo que tiene forma oblicua y no forma cerrada, tenía algún valor, pero no siempre era el correcto…
Y me dejé vaciar por la tensión que aquello me produjo en la columna vertebral y comencé a llorar de llanto triste, como si fuera un funeral en lo que andaba, en vez de una caricia de prodigioso ritmo y de respiro vacuo… que me fundió…  quiero decirles.
Me rebajó el tremendo ritmo en que yo andaba y me dejó sin el recurso de la risa, que se apagó…
Se diluyó en el llanto de mis ojos, que se cerraron y se abrieron, por la última vez.
Y la ilusión de ser una hormiguita volvió a centrar mi Ser en el Canal correcto, como dijeron las miradas de todos los presentes en aquel Círculo de Fuego… que yo vi abrirse… desprenderse… bajar y oscurecer niveles de esplendores que nunca más volvieron a cerrarse, pues se quemaron los ocasos.
Se desataron las corrientes de los terrores de la Aurora y apareció la Luz de la Alborada Madre, en forma de Serpiente.
Allí me desperté… rodeada de alfajores.  De necios habitantes de la Tierra, que me miraron como a una orate perniciosa que llegó a dominarlos con su sonrisa de Buda.
O algo así…
¿Y te quedaste luego en esa Zona…? me inquirió la PotenteLa que lo sabe todo, sin saberlo…
Y no le contesté. 
Porque no debe responderse a las preguntas necias de la Mente, cuando ésta tiene por objeto llegar a sitios soñolientos, que no producen los valores que tienen resistencia, a la Hora de la Verdad.
Eso me dijo Aquella que acarició mi vientre, en ese entonces.
La que dejó en mi Centro de Delicias, el suave resplandor de los ocasos vírgenes y los sonidos magnos de la noche.























Voy a contarles mi pasado. 
Pero en frecuencia de virtudes que corresponden a los tonos que tienen las Estrellas.  No el de vacíos, por supuesto.
Ni el delicado.  Ni el potente. 
Voy a vaciar mi alforja, mejor dicho… y a conminarlos a vivir lo que se tiene que vivir, cuando se vino a Ser, lo que se vino a Ser…
Y aquí los acompaño con mi Silencio abierto, que será este cuaderno lleno de signos y de letras y algunos dibujitos.
No se afanen si cierro a veces el sonido y los dejo vagar por las corrientes de la vida y los oscuros laberintos, sin entender ni jota… pues no se entiende el calambur, como no se detiene el rayo en su caída.
¿O sí…?
Y se reía mi Maestra, con esa risa tremebunda que hacía abrir el firmamento.
Y comenzaba el chaparrón.
Y yo aferrada a su ternura, que desataba centellazos de los matices más oscuros y los chirridos más triunfantes que uno pueda escuchar… si es que escuchar se llama a ese sentimiento que te toca las fibras de la mente y te deja vaciada de pesares.
Te sacude los párpados, como si fueran hojas secas y tú en la necia posición de quien no cree en los milagros. 
Porque no existen siempre que tú quieres que los prodigios se produzcan.  O porque necesitas decirle no… a la vida, que corre desbocada, como si la carrera fuera hacia una meta fija y no en esta girándula de feria, en que vinimos a mirar cómo los muñequitos se vuelven importantes señores y señoras, de todo lo creado.
“¡No has visto nunca un árbol de cerezas…!” se sorprendió en esa mañana en que bajé al mercado, una ancianita linda y tan sonriente que se me abrió la puerta del corazón.
No, mi señora…  Soy del trópico…
“¡Ahhhh…!  ¡El trópico es bonito…!  Todito lleno de virtudes y pleno de armonía…”
Y no la contradije.  No iba a decirle que mi vida entre mosquitos y zancudos y alacranes violentos y fiebres perniciosas, sin mencionar los huracanes, ni a los distintos elementos que el trópico florece… por florecer, no más… me habían dejado licuada.
Sin ganas de contarlo, mejor dicho…
Y ella… la anciana poderosa como jamás se viera… pues se fueron abriendo sus compuertas… se refinaron sus decires… y yo la fui viviendo en sus querencias y en sus distintas luces en que vibraba toda, como sólo se vibra en la presencia de Dios… me dibujó sin prisa el mapa de mi esencia.
Me sacudió las dudas y me entregó la llave de los sueños.
“El día de tu cumpleaños, va a ser un día aciago… pero no te detengas en lloreras, ni vayas a la esquina, a comprarte las rosas que nadie vino a regalarte…”
Fue lo primero que anunció, luego de aquella introducción sobre las flores tropicales y la belleza del sonido, que a horas convenidas aquella zona del planeta producía…  y yo sin comprender por qué me había encontrado aquella vendedora que pronunciaba en tono suavecito, pero su voz caía y caía… y seguía cayendo en mi conciencia, como caen las piedras en un foso.
Y me van a decir que no tenía nada extraño encontrarse a una anciana en un puesto del mercado, vendiendo las cerezas más baratas y más sabrosas de todo el universo… y los comprendo, créanme. Porque cerezas hay, en ciertas partes de la Tierra.
Pero ancianas como esa… difícil va a quedar, en muchas existencias… por mucho andar y más andar en los caminos de la vida y dar las vueltas a la izquierda o tornar a la derecha, o mantener el ritmo en centro sostenido… como decía ella, en tiempos de borrasca… nos va a salir una ardillita tan lista y tan galana.
Así decía esa mujer, con garbo de muchacha y corazón de tonos de diamante.
“Soy una ardilla correlona y lo demás son perendengues…”
Caían las piedras de montañas… Se secaban los ríos.  Abrían los puentes de piedad sus compuertas cerradas hace siglos, por malquerencia ajena… no la suya… y ella las recogía… volvía a poner el agua… detenía los puentes en pleno maleficio… y nadie la miraba, ni nadie agradecía.
Así la vi… y así la distinguían los pájaros, el viento… la mirada Divina… claro está.
Voy a contarles la Historia de su Vida… a través de mis ojos de hormiguita viajera, como ella me llamaba.
“No vuelvas esta noche sin tu mochila llena de flores de los valles…  Hoy no hay comida de sal…”
Y se comían pétalos rojos y  amarillos y tallos de heliotropo, que eran sus favoritos, pues conducían la sangre hacia los sitios de excelencia, donde las células dañinas tenían que evacuarse, sin remedio… pues nada se movía, ni nada se callaba, ni nada se quebraba… sin la aquiescencia y la armonía de aquella esencia pura.
Y la energía de nuestro cuerpo no tiene escapadero a tal realización.
Pero la gente no sabía…
O mejor sería decir: no quiere comprender que en este paraíso, que perdimos un día por pura cobardía… pues la serpiente fue benigna, en realidad…
Así opinaba, con deje de tristeza… y yo seguía la huella de su historia, que era la Historia del Planeta que no se quiso armonizar, de puro testarudo.
De porfiados que somos… repetía en las noches… y lo volvía a decir en madrugadas de terror, cuando la niebla nos cubría y el viento de los polos abría las puertas de la casa y nos dejaba escarcha hasta en los pensamientos…
¡Qué escalofríos me entraban…! les prometo.
Nunca sentí un helor, ni un resquemor por dentro, ni por fuera, como ese que me entraba, en el momento en que decía:
“Las cosas de la vida no tienen tiempo ni revés…  Sólo es el cuadro que nos pinta la “enemiga de Dios…” 
“Esa matrera es muy tenaz…”
Y entonces se callaban los pájaros cantores y el respiro del sol era un clamor oscuro, que se veía a lo lejos “como una mariposa que vuela sin resuello…”
No es un invento mío.
Es una frase de esas que cantaba, en las horas perdidas, en que permanecía en el mercado vendiendo sus cerezas y la gente pasaba,  escuchaba su canto sin oírlo, escogía las mejores del montón, le pagaba y adiós…
Nadie… les digo: naaaadiiiie…. jamás de los jamases, que yo sepa… le preguntó la hora.
Y ella… les juro… y no exagero, nunca movió sus labios para decir ni una palabra que no fuera la justa.  La que esa gente quería oír.
“Dos kilos… Veinte pesos…”
Y con donaire nunca visto metía cerezas con hojitas en un canasto diminuto, que producía en las noches de tormenta…
Teje que teje, sus canastos…
Cante que cante su oración, al Dios de tempestades y furia de los vientos… mientras me abría el Dique de la Gloria con una suavidad, que envidirarían las aladas criaturas que vuelan invisibles a la mirada de los duendes…
Así me prometía… mientras me hacía los masajes con agua de astromelia y me tiraba encima de una piedra con tanto amor y tanto cometido, que parecía que andábamos en guerra.
¿En guerra…?
Y sí… 
En las batallas más gloriosas y más tergiversadas de toda la Creación…
 En las que yo acudía con cuerpo de inocencia, pues de no hacerlo así, las aves tenebrosas me robarían tesoros escondidos. 
Me tirarían por las pendientes sembradas de cardos borriqueros.  Me sacarían los intestinos a puros picotazos…
¡Qué cuadro tan violento…! van a opinar seguramente los que conocen muchas cosas de saturado tono a “Paz en las alturas…” en esta Tierra de Nadie… y no les quito la razón… pues tonos van y tonos vienen…  en esta gran parodia maloliente, que es el destino de Gaia… que sangra y llora y se alimenta de puras alimañas.
Pero no…  No es violento.
Es sólo una experiencia de “altísima tensión”, como explicaba aquella anciana, cubierta por la pena de todo el Universo.
Sobresalía su esencia de Guerrera de Paz y de Armonía y armaba un maremágnum de flechas incendiadas con el Amor Divino más intenso y menos peligroso… me tienen que creer… tarde o temprano.
Porque no sólo era de espadas, esa batalla que emprendía.
Había de todo…
Igual que en el mercado… donde ella producía sonidos de frecuencias que nadie conocía y dejaba en las frutas de cereza, el olor y el sabor de su presencia.
¡Y quién lo iba a saber…! 
Si apenas le intuían esa conciencia de zarina, que supo de opulencias y ahora vendía las penas de los otros como si fueran suyas, pues las sabía domar… y nadie le creía…. le reclamaban el pasado, como si fuera ella la que había armado esa tensión, que ahora la Tierra producía.
¡Qué carísimas son…! decían los menos.
¿Cuánto me dijo…?  !Qué barbaridad…!
Y ella sonriente.  Solitaria.  Callando en soledades que nadie comprendía, pues cargar con el Mundo y sus placeres, no era cualquier pereque que aquella masa de paseantes se iba a meter en el bolsillo.
El Mundo caminaba…
Y aquella anciana  sentadita en su sillita de mimbre, veía pasar esa carroza, sin parpadear siquiera.
“¡Dos por cinco…!” ofrecía.
Y la danza de la Muerte hacía un respiro, buscaba en su cartera, rezongaba…  y sin pena ni gloria, compraba las cerezas.




“Los hijos de la Gloria de la Sierpe, siempre están listos a la mirada del Oscuro.
“¡No fallan una…!” me explicaba, con cara de satisfecha, como si en realidad no fuera peligroso, ni tuvieran que ver los mirtos en el campo con esa masa indígena apurada, que corría en esa Feria…
La del Olvido y la del Siempre…
O sea, que no sabíamos por dónde caminar, ni por cuál puerta entrar, ni mucho menos atinábamos a conseguir el ritmo de la Estrella… que según la ancianita… que vendía las cerezas de esplendores y magia más tremebundos que yo he visto… había que conservar.
“Porque las danzas de los duendes no son cualquier bobada… mi querida hormiguita.  Por más que los deseos de las hadas los traiga locos con el tema…”
Y así comíamos…
De pie.
Cereza, tras cereza..
Sin comentar que esa mañana, una señora había opinado que el Mundo estaba ya despierto.  Que las entradas iban a dejar lo que tenían que dejar…
Que la antigua verdad, la habían tirado a la basura…
Cosas de esas…
En cambio padecíamos de oscuridades y dolores, como jamás se viera en esta Tierra… y ella, piadosa cual la imagen que veneraran por centurias los dogmas de jerarcas, se mantenía en su sitio… que era el portal de esa casita con techo de palma y con hamaca de pitas de colores.
Y nada se movía…
Y nadie entraba ni salía sin que ella diera su permiso, porque era el día de los santos y esos señores y señoras que fueran una vez los “doma fierros”, como ella los llamaba… tenían el poder de conversar con el Potente Señor del Universo.
“De Tú a Tú…” aseguraba.
 Y yo sufriendo de paciencias que no tenían fin, pues los despojos de mi cuerpo ya me tenían vencida, en la batalla de marras.  Y ya no era batalla de esplendores, sino la guerra de la Muerte… que había llegado al fin de sus requerimientos y ahora comenzaba “la  entrada secreta de la Vida”.
Así lo describió.  Y así mismo les cuento… 
Y así ella pregonaba, a diestra y a siniestra, ese clamor que ya llegaba al Templo… que se quedó sin clientes, de un día para otro.
Se fueron los esclavos y se acabó la fiesta, pues nadie quizo más barrer… Ni nadie les lavó la ropa sucia.
Nadie comió las sobras.  Ni los perros…
“¡Y ahora… al apagón…!” gritó con la dulzura que la caracteriza, pues nada en ella es duro… como no sea el corazón, que es de diamante puro.
Inquebrantable.  Sordo y ciego…
Y se abatieron muros y derrumbáronse los ritos de grandes oficiantes, que salieron afuera a ver caer al Sol…
¡Mi Dios, misericordia…!  clamaban… lloriqueaban… y nada sucedió.
El Dios de las Alturas no quiso para nada oír los balbuceos de quien creyó en su Gloria Permanente, como si fuera un pan recién salido del horno, que repartían en las esquinas…
Y gratis… además.
“Quién va a creer en los altares peregrinos que la Raza Dormida y Asediada fundó en su sueño de estridores y bombas y matracas…
“¿Tú crees que Dios se va a reír…?   O se va a entristecer… de tanto maleficio que le andan ofreciendo a su Planeta Tierra, estos señores y señoras con diplomas de sabios y dementes…”
Porque dementes somos…
Eso dijo.
Y yo como en el día en que la vi ofreciendo sus cerezas, con su carita llena de gloria de los ángeles, pues eso parecía…
Un ángel tierno… reluciente… ofreciendo cerezas en la placita del mercado, mientras que todos los paseantes, las señoras con niños, las sirvientas atareadas con sus canastos llenos de verduras, el policía del tráfico… que no sabía qué hacer con tanto humero envenenado y tanto malechor que no le obedecía… y en fin… ustedes ya conocen lo que hay en los mercados…
Pues más o menos eso… les quería contar…
Caminaba sin rumbo y sin pesares y de repente me di cuenta de aquella masa caminante… en medio al estridor de buses y bocinas, al guarda de los niños vociferando enfurecido… los muchachitos sin zapatos birlando las carteras de los despalomados… la gritería abierta de miles de conciencias, que se movían con ritmo de marionetas…
Todo eso se me abrió… como una caja de Pandora.
¡Y qué terror…! les digo.
Y en esas ella me ofreció un puñadito de cerezas.
“¡Tenga mi niña…!  Son la caricia de Dios, envuelta en pulpa roja como el fuego…!”
Y me quemaron en los labios, cuando toqué esa piel de mágico sabor, pues comencé a tragar y más tragar y ella sonriente, como niñita juguetona, de esas que traen albricias y flores a porfía…
¿Qué son…? le pregunté.
Y allí fue cuando la luz de aquellos ojos garzos me atravesó la piel, los huesos… las entrañas… si quieren que les cuente sin exageraciones… pues no podré mentirles nunca más…
El día que esa anciana de maravilla y de portentos como jamás se vieran en todo este Planeta, me corrigió el acento de mis palabras y me enseñó que aquel maná, que no caía del cielo sino que producían los árboles robustos, que alguien un día decidió llamarlos “los cerezos”… era un producto de la Tierra… pero venía mandado por el Creador del Universo… se me movió aquel eje, que dicen que tenemos en el alma y que un día volverá a su sitio exacto.
Así…  Directamente.
Y me hizo señas de mirar hacia las nubes cenicientas, que me dejaron yerta… de las figuras que formaban.
“¡Ya viste…!  ¡Yo lo sé…!  Se te fundieron las miradas y ahora tienes que apretar la tuerca prometida…
“Come un poquito más… Son buenas para el cráneo y lo abre en dos… ¡en treeees segundos…!
“¡Assssiiiií…!” volvió a decir… y yo me abrí como los cofres que tienen los tesoros de los sultanes y los moros y caían sorpresas por todos los costados y la gente pasaba… compraba… regateaba… y ella metía y metía esas fruticas rojas con sabor a la gloria de los ángeles en esos canasticos que parecían bordados por manos invisibles y si alguno de ustedes quiere saber a dónde fui a parar después de esa comida de cerezas, el cuento será largo…
Porque yo supe y no… el final de esa historia, en el momento mismo en que ella abrió la puerta de tensiones que lleva a lo invisible.
Y fueron las cerezas… No lo duden.
Masticaba despacio… despacito… como ella me enseñaba. 
Y comíamos pétalos de rosas.  Y pétalos de lotos.  Y cogollitos de azucenas.
Bebíamos el néctar de las flores nocturnas y armábamos casita en cualquier parte, porque ella me enseñó que la casita verdadera está en el corazón. Y que uno se acomoda donde la noche lo demande.
Así nos fuimos conociendo, esa dadora de verdades y limpia cual las aguas de la fuente de Amor de la Verdad Suprema y la que aquí les narra… que era un remedo, más o menos, de sapiente en pañales y cantora… 
De enamorada de las cosas y aburridísima del caos que armaban policías, la guerra de guerrillas, los señores del trono y los señores en el mando y el ruido de las bombas.
“Tú adoras la mentira…” me soltó aquella noche, cuando me dió la hamaca para que yo durmiera al fresco, pues a ella no le daba ni frío ni calor. 
Estaba acostumbrada a las borrascas y a los toques de pájaros nocturnos.
A la sonrisa de murciélagos…
Y yo me sorprendí… loquita que es el alma de quien no puede oír ni puede respirar el aura de los ángeles… pues no podía imaginarme a semejantes atorrantes en esa posición, pero después lo ví… como me ví mis manos... llenitas de miseria y de tormento inútil, como ella me decía.
Ví los hechizos de la noche y las tormentas tamizadas con ruidos de cañones, que separaban los ancianos de todas sus querencias.
Dejaban las heridas supurando y mantenían el odio a troche y moche, pues la violencia se alimenta del duelo de las madres y el llanto de los niños.
Así me lo gritó, temblando del dolor.
“No dejes de implorar por el que sufre sin clemencia…” la oí decirle un día, a un pájaro cantor…
Y supe que la vida de quien no tiene nada que perder porque no tiene nada que ganar, de toda esta porción de desamor que en el Planeta nuestro se parte y se reparte como si fuera el oro de los incas… no era cuestión de hacer.
Ni tampoco de quemar… con ese amor de los amores que andamos pregonando por todas las esquinas y en todas las pancartas y en las tienditas del mercado… sino que era una imagen peregrina, de esas que vemos en crestas de las olas de los mares bravíos… o en un paisaje de primavera…
O en bosques de abedules.
En las miradas de los seres que vienen a este mundo a soportar la envidia de los muertos.
Porque muertos están…
“Pero ellos no lo saben…” me susurró doliente, como si fuera culpa de ella.
Y entonces comprendí por qué había dicho, que yo “adoraba la mentira”.







“Nunca has de hacer lo que los otros hagan, sin consultarle primero al corazón.
“La luna está en creciente y es bueno recoger lo que dejaste un día abandonado en las estanzas sin respiro… En los caminos de un ayer que no te pertenece.  Los días están contados.  Y si no tienes que decir, o no te puedes detener a conservar lo tuyo…  entonces parte…
“Nadie te está esperando.
“Ni nadie te abrirá las puertas del olvido, cuando en quimera vive el que no tiene la llave del corazón.  Así que vuelve a la mirada de quien te sabe abierta… como una flor de loto… pues sólo Él conoce lo que tu Ser ansía.
“No pidas a los necios que no tienen clemencia con las cosas.  Ni acarician el agua.  Ni vuelven su oración hacia los sentimientos poderosos de quien creó los cielos y la tierra.
“¿Tú crees que el agua es infinita…?”
Y no supe decirle que el agua era la vida y que la raza humana de hoy en día la había envenenado con sus detritus de miseria y esa actitud de ser patrones de todo el universo… pues me enredé en ese color de aquellos ojos y el gesto de las manos pequeñitas, que saludaban a la Aurora con la ternura de una diosa que cura las heridas y carga el manto del Sol en sus espaldas.
No sé… le respondía siempre.
Pues siempre me aterraba de contestar cualquier intrepidez, que no correspondiera a su sonido magno.
De pisar los terrenos de angustia sofocante que me oprimía las vértebras y me dejaba tiritando… cuando aquella ancianita me sacudía el cerebro con su mirada omnipotente y sus preguntas destruían lo poco que quedaba de mi terreno de esplendores, como ella lo llamaba… 
“Los terrenos de Dios, son los terrenos de esplendor que poseemos en la región de todas las preguntas y todas las respuestas.
“Y el receptor lo sabe…” me explicaba… mientras me hacía un masaje con agua de astromelia y me sacaba todo lo que tenía que sacar…
Y si les cuento estos detalles, no va a ser porque quiera interesarlos en historias pasadas, pues ya no tienen más aquel diseño de aquella que decía que los dibujos de los dioses “se habían desdibujado…” sino porque me vuelvo y me devuelvo y encuentro pedacitos de ese tapiz que un día fue…
“Lo de ahora es distinto… como es distinto el día de la noche…”
Así me dijo aquella anciana, en medio a ese feroz batiburrillo que formaba el mercado, porque sí…
Porque el mercado es para eso…
¿O no…?
Los más opinarán que por supuesto.  Que para eso están los ruidos. 
Y los que no se acuerdan de esos tonos, pues ya están sordos como tapias de oír la música de esferas de principiantes que llegaron con su famosa orquesta y a tocar cuanta cosa el ser les dio a entender…  dirán que ¡cuáles ruidos…!
Y por supuesto habrá quien fue testigo de aquellas bandas de muñecos, que atizaron el fuego con los mugidos de las zonas de oscuro resplandor…
Y se fugaron ángeles y haditas de tanta barahúnda… que esa corriente de sapientes de música de esferas y ruidos consagrados a definir los límites del nada y a sacudir el polvo de tormentas… porque ¡qué vozarrón… tenían los instrumentos! 
“Me acuerdo, yo también…
“Traían las coordenadas de fusas y corcheas en el Fulgor sin Centro.  ¡Y válgame el Señor de truenos y centellas…!
“Se acabó el mundo… entonces…
“Y nadie se enteró…”
Y con esa sonrisa que tienen las ancianas que ya no se sofocan con tensiones oscuras, ni tienen parte en el vacío que forman los dibujos de quien no tiene ya los ojos… me estiró el canastico con cerezas y me dio la devuelta.
¡Pero es mucho, señora…!  Yo le di…
 “¡Ahhh…! ¿Cuánto fue…?”
Y esa risita de campanita, me marcó aquel horario que desde entonces le cumplí a aquel destino que me trajo hasta la orilla de la Muerte… y después me arrastró como una rueda suelta…
Pero esa, es otra historia.
“Mañana va a llover… Trae el reloj de arena…”
Y entonces me incliné ante la fuerza de ese acento y el ritmo de esa risa y héteme aquí… pensé… como una tórtola sin nido, creyéndome la sabia entre las mismas sabias…
Y entonces ella, sin decirlo… sólo lanzando su mirada hacia las niñas de mis ojos, quemó los puentes de mi anhelo… si así se me permite…
Yo entiendo que es ridícula.  Desastrosa y  mielosa, esa figura… Pero no encuentro más. 
A lo mejor ustedes quieren versiones de inocencia.  O versiones modernas.  O simplemente un cuento de hadas con figuritas bordaditas en flores de alhelí…
No sé…  Se los confieso.
El día en que me vi vestida de Arlequina, con mi sombrero de paja desflecado, pues lo traía en mi viaje de vagabunda y me servía hasta de almohada… no dije ni una sílaba a aquella que leía las rayas en el agua.
Porque aprendí a remar…
Y aprendí a conducir mi nave en dunas de desiertos.
Eso me dijo esa mañana… en que llegué de impermeable, llenita con la risa que producía aquel sonido de ese reloj de arena que me fui a conseguir a aquel famoso “Mercado de las Pulgas”.
¡Aquí me tiene, mi Señora…!  Muy Buenos días, le dé Dios…
Pues me acordé de esas maneras que tenían los antiguos en el saludo cotidiano y no quería decepcionar a una ancianita hermosa como nadie y buena como el pan…
Y aquella voz de luces de relámpago y trepidar de tempestades, me contestó, sin yo saber cómo me había podido oír el pensamiento…
“¿Yoooo…?  ¡Dulce como el pan…!” 
Y la algazara del mercado no me dejó escuchar el resto de su frase que pudo y no… haber sido consecuencia de mi estridor estúpido y dañino… como observaba ella… cuando la gente hablaba por hablar cargando con los ecos de las palabras que decían… pues “eso”, se devuelve.
Y si ese boomerang te agarra en medio a pensamientos que no tienen los hilos bien atados… entonces ¡válgate el Señor de terremotos y volcanes…! para mejor decir.
Y les contaba que reían las arenitas del reloj y reía el solecito de la mañana y yo diciendo las sandeces más atrevidas y más inmarcesibles… ¡requite válganme los Manes y dioses del Olimpo…!
¿Por dónde comenzar…?
Las injusticias de la vida las tiene uno sabidas de memoria.
Los dolores ajenos, sabemos que no pican.  O sea, que no producen las mismas consecuencias de quien se ve en el medio de esa fiesta de la noche anterior, y el que la hace… la paga… como decían ahora tiempos.
No divago…  No crean que me engatuso con el idioma de Cervantes para “decirles sin decir”… como diría la terca sabia de los tiempos en que los Fénix relucían en la cintura magna de la Tierra, igual que los cometas…  o sea, cada cien añosNo les diré, repito… que la justicia o los dolores son cosas que no incumben, en esta historia sin raíces…
Y con mucho de intríngulis…
No quiero reducirles mis dibujitos y mis páginas a simples crucigramas.  Ni a los rompecabezas que tienen todo negro, negro… y una estrellita por aquí… y otra estrellita por allá…
Sería un desaguisado… como me dijo la ancianita, que hablaba con un melindre delicioso.  Con un acento galo de la  época de Juana…
Así me pareció.
Pero decíales que entonces… cuando el reloj de arena suspendió su concierto de risas y más risas y el sol se fue apagando en la mañana de un mercado llenito de algazara y repleto de paseantes, de vendedores, compradores… amas con niños y todo lo demás que poseen, sin remedio, los mercados… la voz de esa tormenta refulgió en mis oídos.
Y poco, o nada… de importancia, tienen ya los sonidos que esa ancianita entonces despidió, con la fuerza feroz de jabalina en manos de amazona.
Lo último que oí… fue en realidad las dos palabras que marcarían mi despedida al mundo y sus placeres y dejarían la huella de una fosa… 
O algo así.
Fue como entrar en uno de esos círculos, que dicen los que saben, nadie se puede detener de andar y más andar con vueltas en redondo… al menos que te sepas esa palabra mágica…
Y ya habrán comprendido, los que me siguen esta historia, que yo de mágica tenía lo que los campanarios de aquellas épocas de antaño tenían de silenciosos.






















Las andanzas de aquella que puso el pie derecho antes de recordar esa oración primera, que decía la ancianita era el elíxir magno en horas de quietud…  y el cordón de las cosas de la vida con el cordón divino… son caminar de ciega que no tiene bastón, porque no quizo.
Y punto.
Y así seguía el curso de los días y el llanto de los niños… el ladrido de perros callejeros, los gatos esperando los restos del pescado, los ladrones haciendo san quintines y todo en melodía de aullidos policiales, sacudidas de vientos, que parecían furiosos de tanto rebullicio… digo yo…
Y esa señora hermosa, con su cabello blanco largo, largo… adornado con flores rosas de astromelia, decía mientras pesaba los kilos de cerezas y los metía en la canastica:
“Dos kilos…  Veinte pesos…”
Y el mundo continuaba sus ires y venires.
La sintonía magnífica de aquel Señor del Universo en toda la inocencia que el Cosmos pronunciaba, era algo que ignoraba ese paseante de la Tierra, en todas sus escalas. 
En todo su esplendor de Madre de Bondad, que reconoce sus esquemas y sabe de durezas y quiere reducirlas, para entregarnos todo lo que ella tiene que entregar…
Pero la gente de esta raza tiene una cabeza descentrada y el corazón envuelto en plomo… me comentaba señalando una dama elegante y parlanchina, que no sabía dónde quedaba el límite de su continuo fluido verbal y andaba envuelta en una nube de palabras inquietas…  Por no decir desvertebradas.
O sería mejor decir dañinas.
“Si el tono de la vida se redujera a la simpleza de articular tu aura apenas te despiertas y pronunciar esa oración… todo andaría despierto…
“Y no dormido…”
Y yo como una esclava, que quiere reducir la deuda que adquirió con el Señor de los Ejércitos y de las Tempestades… pues la ancianita recordaba que no vinimos a vivir la disciplina del zancudo… ni la del alacrán… ni mucho menos se trataba de hacer como el caimán, que todo lo devora y nada paga a cambio… y entonces me miraba con esa risa en los ojitos y señalaba otro espécimen…
“Allá va el presuroso. 
“El que le pide todo a todo el mundo y quiere el tiempo articulado a su medida sólo.  A su pensar de máquina elocuente.”
Las tardes se aquietaban al dar la catedral la hora del reposo y el desfile seguía como un péndulo loco, con toda la energía que brotaba del piso de adoquines… 
O a lo mejor era mi alma acogotada por un remordimiento, les quiero confesar.
Pues cuando ella decía que hacíamos de todo un nudo de bondades que no tenían sentido y atropellábamos el Ser de este Planeta solitario, pues nadie se acordaba de darle a él los buenos días… ni darle de comer como Dios manda… yo me veía en la rueda que formaban los avarientos, los ingratos… los que no cumplen la promesa que hicimos al partir de nuestro Centro Magno.
Donde todo es Luz…  y es Armonía.
“Dos kilos.  Veinte pesos…” seguía ofreciendo…
Y si les cuento cómo fue que yo logré desenredar esa Visión Suprema, que la ancianita me mostró sin ni siquiera hacer un gesto… pues se acercaba Navidad y la romería de gente y todos los bazares que ustedes ya conocen, por supuesto… repletos de artefactos y del sueño soñado por fabricantes de los sueños que lo ofrecían a precio de quema…  no crean que estoy exagerando… pues ella nunca se movió de su sillita de mimbre.
Ni retiró sus ojos garzos del panorama excelso que era esa tremolina abigarrada, viviendo ese momento de verdad elocuente en que la tradición decía que había venido un Niño así y asá…
Y entonces esa Estrella brilló sobre Belén…
Y a lo mejor todos se saben esa Historia y yo contando chilindrinas… pero si me sostienen la lectura, verán que todo llega a su epicentro. 
O sea, al momento mismo en que yo vi… con esos ojos que uno tiene detrás de aquellos ojos que ven sin ver las realidades de la Conciencia Activa… y si la frase es larga, la pueden repetir…
“Es esencial que andemos con los pies en el agua… y la cabeza entre las ramas de robles milenarios…
“Es tonto reclamar lo que no pertenece a tu querencia ni a tu Centro Divino.
“Es libre quien no tiene alforja que amarrar, ni mula que sanar ni alimentar… ni le teme al respiro de la Muerte.”
Así empezó a decir, bajito… con voz de arcángel anunciando la Nueva en esta Tierra… que se movió del eje…
Yo lo “vi…”
En el instante mismo en que ella recitaba… con la paciencia de una niña que pone las conchitas en forma de pirámide y una tras otra va formando un castillito en esa arena y sabe que las olas tarde o temprano se lo estropicia todo… yo me sentí como elevada, en medio a aquel gentío y me acordé del “Viaje de Nils Olgerson”… volando en una oca… y entonces entendí la “Percepción Suprema…”
Como ella pregonaba…
Sin hacer espavientos, por supuesto.
Se lo decía al viento de la tarde… cuando llegábamos al sitio que nos había escogido la Bondad de los Ángeles del Trono Azul Celeste… y ustedes se preguntan que si uno se lo escoge, o es una agencia inmobiliaria… pero ella no creía en tales maturrangas.
“Uno no escoge nada… hormiguita preciosa y cantarina.
“Las casitas están en el sitio preciso y a la hora indicada, para quien sabe las bondades de la Gloria Divina… y conoce el sistema que ella emplea, para así dar y convidar… a quien le abre la puerta a su mandato generoso.”
Y era el ambiente terso como un cristal de roca.
La hamaca siempre lista.  El piso reluciente.  El techo de paja limpio de hojas, lo que yo sé… como cualquiera sabe… que es toooodo un imposible…  Y en fin…
La dulce sombra de su sombra no hacía ruido.  Jamás…
Entrábamos despacio, como se entra a un Templo de Artemisa… o una mezquita en la colina de las Siete Verdades…
O a un Refugio Dorado, donde pronuncia el Sol su Ley y el Agua es la Patrona.
Y comenzaba entonces a “desandar lo andado”.
Así era su expresión, mientras quitaba tooodo lo que pudiera detener al aire de la noche, en su misión de limpiadora y hacíamos la hoguera en el patio de atrás, donde cantaban los olivos…
Vibraban los sonidos de dulces campanitas que ella colgó del árbol de madroño y conocía el suelo su pisada… me tienen que creer.
Apenas la ancianita de mirada de Estrella Matutina entraba en el recinto, que ella llamaba “el Gran Altar”… las cosas comenzaban a relucir de otra manera. 
El agua de la fuente brotaba con más fuerza, por ejemplo.
Yo lo noté enseguida…
No había ella retirado la cortina de bambú, que es la puerta de entrada de la casita, cuando éstos comenzaron a entrechocarse y a marcar un ritmo de contento… como si fuera una marimba.
¡Qué pasa aquí…! me acuerdo que pensé… sin atreverme a comentarle que yo “sentía” una presencia moviendo y removiendo y haciendo y deshaciendo… mejor dicho…
Y la ancianita me miró con esa risa picarona en los ojitos garzos y señaló la luz de aquella lamparita que titilaba apenas, encima de la mesa donde había frutas, flores blancas… dos piedritas rosadas y un pedacito de tronco de abedul… y entonces sucedió la misma cosa que en la tarde… cuando yo vi aquel eje de la Tierra, que se movió del ángulo en que estaba… y yo volando en esa oca…
O mejor sería decir… como ella dice:
“Sintiendo el Alma desatarse y Ser la Realidad de lo que Ella conoce, en la Morada Verdadera”.
Un poco complicado… no lo niego.
Las cosas se fundieron de una manera tal que yo dejé de preguntar y suspendí el dilema y enterré los axiomas debajo de aquel árbol de limón… que regalaba y regalaba los limones más ácidos y más jugosos de este mundo.
Con eso me curaba las ansias de volar…
Con un juguito de limón… que me dejaba mansa cual paloma que ya fue y vino de su viaje y ahora reposaba, cubierta por la manta, que ella ponía en mis pies, luego de hacerme ese masaje con sus manitos poderosas.
Y la ternura era aquel tema, con que quería empezar este capítulo… que se volvió al revés… como se fue volviendo mi destino de caminante de mercados, después de aquella Noche de Navidad…
Donde esa lamparita se convirtió en un Sol ardiente… a la sola mirada de esa anciana… y dejó a mi Alma en esa Estanza donde los sueños no son sueños…
Y el vuelo sí es posible.























“La caricia del Sol es alimento cotidiano de quien no teme a la salida de los cuervos, en el amanecer.  Ni tiene sentimientos.  Ni deja de vivir lo que le toca…
“Los destinos cruzados que antes tenías que contar y volver a contar y seguirlos contando hasta la saciedad… no fue razón de tontos, porque en tu ignorancia sediciosa no cabía la fortuna que ahora tienes, hormiguita…”
Y yo veía y no… lo que ella me tejía con hilos delicados, pues nunca me propuso que anduviera de espaldas… o que dejara de respirar de la manera en que lo hacía… porque los componentes del Prana y la Energía que los seres humanos poseen, sin saberlo, no son cuestión de conocer antes de Ser lo que uno debe Ser…
Y Ella veía… es cierto.  Clarito lo sentí…
Como se siente al ruiseñor cantando en horas de silencio y trayendo rumores de aventuras, que yo no conocía… porque se fue esparciendo ese fulgor como una melodía que entretiene tu oído y tú dejándote vencer. 
Acariciando aquella cobra, que sale de la canasta y ella vibrando con sus gestos y produciendo aquellos tonos de palabras de gran simplicidad, porque jamás la oí decir algo que se acercara a precipicios o a oscuridades sin motivo.
Más bien la presentí dejándome escuchar sin que mi ser supiera que era un diseño del destino, que no quería aburrirme con las cuitas de ser destino abigarrado… o destino dormido… o un destino en quietudes beatíficas, muníficas… plenos de “soledad efervescente”, como ella la llamaba… y me dejaba ver el Sol, en cuadros de esplendor y en sintonía regia, como jamás se viera.
Y yo creo que fue el destino de mi estirpe, lo que me registraba toda la gran esencia de ese duelo… pues comencé a sentir dolores imposibles de aguantar y ella sonriendo.  Hablando despacito.  Poniéndome los pies en posición debida y cobijando mi alma con esos pétalos de rosa… que dejaba caer, poquito a poco, sobre mi cuerpo en tiritones…
“Baja, hormiguita…  No subas esa cuesta, que la Montaña espera… en otra parte…”
Les cuento que las tardes del mercado, se fueron espaciando como si fueran de acetato y todo fuera una película en colores que yo miraba desfilar como si en realidad yo no estuviera allí… sino más bien mi cuerpo presenciara los ires y venires de paseantes y toda la paciencia que necesita el cielo para no desatar la furia de los dioses… ante ese revoltillo que traen y llevan los que cruzan por esta vida llena de belleza…
Y nosotros quemando.  Fumando sin parar.
Acabando con todo lo que nos pueda sorprender.  O nos regale pedacitos de colores violeta, envuelto en armonía y música de alas…
Perogrulladas… sí…
Yo andaba en el delirio de quien no tiene nada que perder ni nada que ganar…
Así lo comprendía, mientras la anciana me ofrecía los pétalos de loto y llenaba canasticos de sus fruticas rojas y dejaba su “mantra” a la gente…
“Dos kilos.  Veinte pesos…”
Pero a nadie le urgía preguntarle que cómo estaba esa mañana, que si la humedad de la estación no le hacía daño para las coyunturas…
Cosas así…
Porque en la realidad… les tengo que decir que yo también pasé por los mercados, sin ayudarme en lo más mínimo a responder a esos llamados que ciertos seres te hacen desde un rincón con lamparitas que fulgen como el Sol… para enseñarte a resistir, el día de la batalla.
Sin que tú tengas que acudir a la universidad.  Ni sacar mil diplomas que prueben tu destreza en esas lides cotidianas tan llenas de tristeza, casi siempre.  De rutina inclemente y sobre todo faltas de sonidos amables…
 O a lo mejor estoy exagerando… pero voy a contarles un episodio nimio, de esos con que comienza una mañana de tiempo borrascoso y nubes al oriente que preconizan los chubascos de toda una semana… y la gente asfixiada, de tanta llovedera…
Cargada con mercado.  La compra le costó un ojo de la cara, y los buses no aparecen… porque hay atrancón de padre y señor mío y el tráfico del metro lo suspendieron hoy, pues la bomba de ayer no dejó ni los rieles en la estación donde tú estás…
En fin… las cosas cotidianas.  Los azares del día en tiempos de conquista del espacio y guerra de galaxias, para no hablar de guerras peregrinas alrededor del Globo… y tú metida en esa zarabanda que implica que poseas lo que es obligatorio poseer…
La cédula… eso es obvio.
El carnet de transporte, por si se te acabaron las monedas. Paraguas.  Dos billetes de a diez… por si las moscas.  O a lo mejor un coche… pero dónde parquearlo es una hazaña de titanes…
Y los titanes, riéndose a mandíbula batiente… entre otras, creo yo…
Y el mundo continuaba debatiéndose en medio de esa lluvia y ese genio de mil diablos que el pantanero de las calles produce en los que tienen que resistir la situación, pues no hay otro remedio… y héteme aquí… que una hormiguita perezosa cruzó por el camino de una ancianita vendedora de frutas de cereza y sucedió lo más atrabiliario y por supuesto… lo increíble…
Pues nadie… naaaadie… va a creerme.
Pero yo sigo con mi cuento…
Y cáigale a quien caiga… y escuche el escuchante, de esta parábola absoluta, que si bien no la invento, pareciera…
Yo vi con estos ojos cuando la hormiga fue saliendo por entre lodazales, cáscaras de banano, pedazos de cuanta cosa vive atiborrando el pavimento del mercado de este valle de lágrimas… y con mirada reducida al mínimo esplendor, pues no veía de tanto humero, ni oía del rebullicio… se acercó despacito, como buscando ayuda con los ojos, pues su alma estaba muda…
Ya las palabras no salían.  Ni los gestos servían.
Ni el frío se le quitaba… aunque anduviera con tres pulóveres de lana y pantalón de cuero y guantes tibetanos.
Se le veía el cuerpo tan lleno de soledades que daba pena verla navegando entre esa multitud y me acuerdo que pensé:
¡Y quién la manda a ser hormiga… a estas horas de la vida…!
Y entonces ví ese gesto que yo conozco bien y el corazón me dijo: “¡atenta a ese flechazo…!” que en realidad partió como esos rayos que cruzan esos cielos del Atlántico, en zonas de verano… y ¡retebuuuuummmm….! 
Lo vi cruzar… y más cruzar…
Caer y más caer… mientras la multitud seguía en su mandado de compradora de zarandajas… pues nadie se enteró.
Y entonces la ancianita le acarició ese sueño de perdedora en nieblas concentradas y suspendió la ira de los titanes, que asediaban el tiempo y la inocencia de aquella que traía el alma muda y el cuerpo lleno de tormento…
Y esa luz se posó con la delicadeza de una mariposa, en pleno corazón.
Nada se dijo.  Ni nada se cambió, que no tuviera que cambiarse.
Yo fuí testigo del milagro que nadie percató… pues no se aprecia una sonrisa, al menos que ésta toque el Centro de Dulzura… en la manera en que una anciana que vende en el mercado las frutas de cereza, lo suele hacer… como ejercicio de Esperanza… nada más.
Porque a ella no le importa ni a quién… ni cómo manifiesta, una sonrisa más, o una sonrisa menos…  Eso está claro en el diseño, que le tocó “servir…” como ella dice.
“Yo vine a Ser lo que la Aurora de los Tiempos de Nadie me pidió que Yo fuera.
“Lo demás son cuestiones de matemática obsoleta…”
Y cierro este capítulo.
No sin contarles que la hormiga que vino a despedirse una mañana de verano, era otra hormiga… créanme.
Radiosa como Aurora que despertó sonriente y presurosa por irradiar su luz, de oriente hasta occidente.
“¡Gracias, anciana hermosa…!” la escuché musitar… como quien dice una oración en el Centro del Mundo…
¡Y reía y reía…!
Tan llena de fulgores, como un rayito de sol.  Tan delicada su estructura como esos ángeles nocturnos que nadie los percibe pero que están ahí… para ofrecer al caminante un poco de reposo.
“¡Me voy al viento…! ¡Adiós amor de mis amores…!” le anunció…  lanzándole un besito con la punta de los dedos.  Se birló dos cerezas…  se las tragó de un tramacazo… soltó otra vez la risa…
Y la anciana inmutable.
La vi lanzar de nuevo ese flechazo… pero más despacito.  Sólo un rumor de alitas cruzó por el mercado y persiguió con suavidad la luz de aquella hormiga airosa, que me sonrió con la ternura íntima que tienen las hermanas cuando el camino se separa.
Salió con el donaire que tienen las guerreras… me acuerdo que pensé…



















“En las tardes dolientes, en las que el Sol olvida aparecer y tú te sientas como si estuvieras perseguida por alacranes grises… recita la oración de la Conciencia que no tiene Final ni le importa el Comienzo… pues no es menester obrar con imprudencia…
“Las realidades de la vida de quien no tiene luz en su Centro Dorado, no tienen ángeles de fuego… ni pasan el mensaje de las cosas… ni de los vientos…  Ni el agua habla…
“¿Me comprendes…?”
Y yo dije que sí… por contestar no más… pues se me iba la corriente y vagaba vagante por entre los peñones de aquel río que se volvía rosado, verde… rojo… como si navegara en ese ritmo que tiene el arco iris… mejor dicho.
Un río intenso en el color y sones delicados…
Les tengo que contar que las acciones de la ancianita de ojos codiciosos no tenían principio… y es un decir, como comprenderán… pues sólo codiciaba la Armonía Suprema.  El religioso y dulce rito de quien conoce los decires de la Sagrada Lengua de los Ángeles.
Y entonces, sus acciones… eran de plata y luz violeta… les quería explicar, aunque sin duda no es muy cómodo entender la charada.
Digámoslo distinto.
Eran de calidades invisibles, como sus propias manos…
Que se volvían como las flores de amapola, en el momento de cerrarlas sobre los velos de mi cuerpo… que se dejaba acariciar sin preguntar por qué de esa caricia de hielo, pues ya se acostumbraba a todas las distancias y a todas las tensiones que esas manitos omniscientes dejaban en mi herida.
Herida de verdad.  No es imaginería de mis delirios matutinos ni mis pesares vespertinos, por más que les parezca.
Me comenzó en esa mañana en que ella dijo:
“Ahora… al apagón…
“Vamos a comenzar el fin de tooodo este sistema colectivo que quiere alucinar sin ser la hora del prodigio… y se inventa las máquinas de paz y máquinas de guerra y no sé cuántos más enredos y cuántas más barbaridades, en nombre del sin Nombre…
“Pues ni siquiera tienen la clave de la vida… ¡y ya se creen mi Dios…!
“Vamos a hacer de cuenta que tú no tienes ya la sombra de tu sombra envuelta en pergaminos de la Atlántida.
“Y vamos a contar los años por venir, en tres segundos… nada más…”
Y se quedó en silencio la Montaña.
Bajó la Cierva Blanca y el Águila Dorada y descendieron las Estrellas de tímido esplendor… pues era un sortilegio prohibido, que la ancianita de ojos garzos tenía el poder de abrir, según se vió en ese momento en que ella destapó la clave del Destino de esa Tierra de Nadie…
“Y decidió su reversión…”
Así me dijo mi Conciencia… que se quedó tan llena de pasmo, que en esos tres segundos se le olvidó el respiro… pues era tal el esplendor de todo el Universo, que las distintas entidades que recogieron el pasado, vinieron y se fueron como los huracanes…
 Y todo se cerró…
“Se cerraron las Puertas de la Gloria…” me acuerdo sólo que escuché su voz de melodía infinita, pues descendieron esas resonancias por siglos y por siglos…
Y el Águila Dorada saludó a quien conoce la Verdad, en todas sus frecuencias… y en todo su Esplendor de portadora de la Luz de las Galaxias Madres.
Y su grito fue ardoroso como la noche misma… que comenzó a velar por la Conciencia del Nuevo Ser que había llegado, cubierto por la nieve del ocaso…
Y decidido a tooodo…
Así se lo anunció la Aurora de los Tiempos de Todas las Verdades… y el ruiseñor cantó, como no había cantado en los milenios de la Muerte.
“¡Gracias a Ti… Oh Anciana de los Días y de las Tempestades de la Noche…!”
“¡Gracias te damos los presentes…!” resonó en esa cueva de esplendores, que había formando el Universo y que era de cristal de roca diamantina… donde me vi en azules… en violetas… reflejada en mil formas y en miles de tensiones, que jamás en mi vida me hubiera imaginado que existieran…
Los tres segundos se acabaron… y nunca supe qué pasó con esa cierva blanca… pues sólo vi su imagen diluirse en medio a las cascadas de luces boreales, que repetían en eco silencioso… pues yo sólo lo oía en medio al corazón…
Que comenzó a decir las cosas más hermosas y menos traducibles… les tengo que decir.
Porque no existe un alfabeto en que se pueda dibujar… ni un sonido que iguale a ese decir de las cascadas, que me invadieron… me enseñaron… sin que yo sepa ni por qué… ni cuándo yo entendí que el Día era la Noche…
Y la Noche llegaba, por Fuerza de la Luz que la creara…
Más o menos así, fue el día que les cuento… en que veníamos despacio, después de una mañana atafagada, en el mercado que ya saben…
Y descargamos los canastos. 
Dejamos las tensiones al borde de aquel árbol de madroño, pues él cuidaba todo lo que tenía que cuidar… y nos dejaba limpiecitas, cual ser que sabe bien su oficio.
No se quedaba nada sin limpiar…
¡Y había que ver ese prodigio…! que ojalá, un día, ustedes puedan contemplar, pues es tan digno de saber como se sabe el primer número.
Limpiaba los desastres que producen los ritmos de los sonidos vacuos y los sonidos tenebrosos… y se preguntarán que cuáles son… y yo me temo que la lista es inmensa…
Por no decir que es incongruente… pues tienen la presión de casi todo lo que hacemos.  Todo lo que decimos.  Todo lo que tiramos en las calles o en las canecas de basura…
En fin…
Que era limpieza en serio… y ella alegó un ratico con los sonidos de una rata que se quería quedar, de acomodada que era… me imagino… pues en esa casita todo reluce y canta como si fuera el paraíso… y pues las ratas de “eso” no conocen… y ésta era muy curiosa, entre otras cosas.
El caso es que la rata se resistía a salir de semejante panorama que le pintaba maravillas de su vida futura… digo yo… pues se agarró a los muros como una lapa de mar.
No había manera de moverla, sin producir un descalabro… y comprendí de pronto… no me pregunten cómo, pues hasta hoy es un misterio para mí… que esa carencia de medida, en que ví a la ancianita, no era normal…
Ni mucho menos se acercaba a un gesto de impotencia, sino más bien era una espera.
Y esperó y esperó… y siguió esperando…
Hasta que yo grité desde el fondo de mi alma… que presenció la cosa más absurda y más devastadora… y no encuentro de nuevo las palabras… pero si yo pudiera describirla, diría que se quitaron las costras de mi cuerpo y salieron gusanos de mi vientre…
Todo eso en ese grito… que comenzó como un lamento y terminó en un respirar de rata acorralada…
¿Ustedes no han oído cómo es ese respiro…?
Ojalá que jamás lo tengan que escuchar.  No es nada de envidiarle al que lo oye… aunque tiene su carambola, claro está.
El grito de la rata, es desolado y frío como un amanecer en tierra paramuna.  Parece un arrastrar de cadenas mohosas en un patio de piedras de prisión.
Y no le cuento todo con detalles, no vaya a ser que se me acabe este cuaderno y no me quede espacio para el cuento, que les quería contar… y les termino rápido este episodio turbulento.
Cuando salió la rata de mis ojos…
Y sí… De allí mismo brotó… y no tienen que creerme, si no quieren.
Salió como dormida. 
Temblando del terror, de ver esa mirada de esa anciana que ni siquiera la observó… ni le escuchaba ese lamento como de ciega herida por un dardo que llega con veneno… pero es veneno no dañino… aunque parézcales axioma…
Que axioma es.  No niego…
Corrí y corrí las leguas que tiene la aventura que vino a dibujarme este prodigio de prodigios y la rata arrastrándose a mi flanco.
Pero la anciana se apiadó de aquella resistencia, pues conocía los mares de tormenta y los laberintos de la Parca… y moviendo sin mover lo que tenía que mover… deshizo ese cordón, que entre la rata y yo traíamos a cuestas…
No sé por cuántas vidas…  No interesa.
El caso es que sobraron las mentiras.  Salieron los residuos de la Verdad Ausente y la Verdad del Cotidiano. 
La Verdad de Verdades… que oscureció ese Sol, que comenzó a rodar por la Montaña y entonces vi a la Cierva… fulgiendo en círculos de Luz…
“¡Esa eres Tú…! no se te olvide…”
Y aquella herida fue sanando… como sana aquel llanto de criatura que se quedó sin leche de la Madre, pero alguien le trae un cascabel y así ella se contenta.
Y me acordé de su consejo:
“En las tardes dolientes, en las que el Sol olvida aparecer y tú te sientas como si estuvieras perseguida por alacranes grises… recita la oración de la Conciencia que no tiene Final ni le importa el Comienzo…”
Y acomodé como ella dijo que había que acomodar, el sitio de tus sueños:
“Vive en verdad lo que no sientas y no sientas la vida que se va… porque si tú no quieres, el sueño no es posible…”






“En la pasada vida no fuiste una perdiz… pero tampoco fuiste humana…”
Y se quedó vibrando esa sonrisa para el resto del día.
La gente no quería acomodarse a esa calígine que el Planeta le regalaba esa mañana y los perros gruñían, los niños asediados por los mosquitos y los perros, traían y llevaban a todo ese mercado las rabietas comunes que tienen las criaturas que no comprenden nada de nada…
Y nadie les explica, por supuesto.
O sea, que la mañana se fue descomponiendo en miles de partículas de todos los colores que el verano produce y la ancianita no tenía cerezas que vender.
Pero se había traído los madroños, que era una fruta exótica y que jamás fallaba víctima… como ella me decía… guiñando los ojitos de color del verano, pues eran de ese tono de hojas de castaño…
“Me cambian porque quiero… No porque quieran ellos…” y yo no contestaba lo que no había que contestar, no fuera que los ojos más límpidos y extraños de todo el universo me dieran una dosis de reglamentos invisibles… que son los que ella anota en su cuaderno de pétalos de rosa.
“Las rosas son la esencia del panorama de esta Tierra, que no cultiva nadie con el amor debido.
“Son el conducto y el residuo de todo el desamor que no sabemos dominar, pues los desastres que traemos con la querencia alternativa… no la que fuimos a buscar a las galaxias Madres y luego la olvidamos… van a acabar con esta prepotencia de la Raza de turno, de un día para otro…
“No se te olvide que vinimos a recibir la esencia del divino y la Rosa es la reina de esa sintonía… si fuéramos activos, claro está…”
Y se quedaba atenta a mis sonidos internos, me parece…
Pues no salía ni un respiro de su cuerpito de guardiana de todo esa expansión, que yo veía reducirse hasta su mínima expresión y entonces comprendía… es un decir, me temo… cómo su plante de amazona buscaba entre las sombras de aquella multitud y no encontraba con quién recuperar ese diseño, que ella vino a soñar…
A repartir…
A construir en la armonía de todas las verdades… que ella callaba por pudor.
Nunca se quiso resistir a la mirada de un murciélago… si quieren que les cuente ciertos detalles íntimos, que a lo mejor no van a parecerles de ninguna importancia.  Y entonces los dejamos. 
No es bueno producir los sonidos externos que no le pertenecen a los vientos, que hoy corren por aquí… con tanta prisa… ¿No…?
Parecen destinados a recorrer el mundo y sus placeres sin un eco nocturno… ni una esperanza diurna… y me temo que me salí del plano en que veníamos… que era su puesto en la placita de mercado y ella vendiendo los madroños…
 Con esa sonrisita tan quieta y tan intensa como una carabina en manos de un Polichinela, que desamarra tantas cosas en el alma de los niños y los pone a gozar con todo ese correr desaforado, entre las bambalinas…
Y así era ella y su sonrisa.
Un corretear de haditas y un deshacer la vida de los bosques de gnomos y de sílfides, cuidando que las cosas no pierdan la armonía indispensable.
Pues la sonrisa erraba entre las gentes que pululaba aquí y allá, deshacía el entuerto, donde fuera… vigilaba celosa, como vigila la tigra a su cachorro, y no dejaba nada que tuviera los ruidos en sintonía de desencuentros…. que era como ella distinguía los tonos del oscuro y los “tonos dorados”, como ella los llamaba…
Y jamás comprendí cómo era que sabía, cuándo y de dónde provenían…
Pero no había qué saber.
Había que sostener la “salida del Sol” y la “Dicción de las Estrellas…” que era un lenguaje abierto.  Consonante.  Decidido y violento, algunas veces.  Pero nunca apretado.
Y a lo mejor se van a preguntar que por qué de este preámbulo… o de esta obtusa explicación… pues no es difícil concentrarse en los capítulos errantes, con el cuento expandido y lleno de colores… y este convenio tan difícil que es el de andar metida en otros tonos, que no son para nada los comunes.
Ella me señaló… cuando me vio metida en tanto relucir “las espadas dormidas, de la que piensa por pensar y no por construir…” que era tarea inútil encaramarse a las copas de los árboles y andar desprevenida, cuando los tonos coincidían.
“Si quieres un relato que consiga frecuencias de notas diamantinas como los lagos de las cumbres, entonces suelta el ancla… hormiga presurosa.
“Van a pensar sin pensamientos, los que te escuchen en la Diátona de Sintonía Azul… así que vete preparando…”
Y yo me desaté de toda liana que me tuviera suspendida y de todo color que no me reflejara y por supuesto que perdí el timón de mi aventura… pues era natural.
Perderse en todo aquel espacio, donde ella cubría al mundo de sonrisa divina y pétalos de rosa…
Y sé que aquí no va a sonar la campanita acostumbrada, pues el mercado no es el sitio… van a decir algunos, de seguro… para anotar los vuelos impensables que dejan los respiros de otros tiempos, como es éste que trato de constatar.  O al menos, preparar.
Por no decir que ella mandaba el tono doble, rugía como la tigra cuando alguno se acercaba a su cachorro, deshacía tempestades, formaba los intríngulis más acertados y más límpidos de toda la creación… y yo como una niña resabiada… acompañándola en su ausencia…
Pues todo se moría.  Y todo se apagaba…
Nada dejaba huella, nunca más… y entonces la victoria de los que recorrían esos niveles apestosos y terminaban la jornada con su risita de mequetrefes, que vienen a medir lo sin medida y traen códigos de resonancia vacua, pues tratan de aferrar lo inaferrable… era victoria pírrica.
Y allí, ella se reía… me imagino… pues no la vi fruncir el ceño, ni terminar el día sin que la luz de sus pupilas condensara la herida de la Tierra…
La diluyera como un pámpano que recorre pantanos, suciedades dolosas y pútridas cañadas… “y llega a su destino, porque tenía que llegar.”
Así me lo gritaba todo, en la mitad del corazón.
Pero no supe responderle a esa caricia vaga, que el viento me dejaba en cada ocaso suyo…
En cada despertar… con pétalos de rosa al desayuno.  Un poquito de miel de abeja reina.  Pan de centeno fresco… como lo era esa mirada… que no inquiría nada.
Dejaba… nada más.
Suspendía el olvido y desataba las querellas que uno mantiene con sí mismo, sin saber que lo escuchan los seres interiores… que tienen la costumbre de callarse, por no dejar las huellas digitales.
O a lo mejor ni tan siquiera…
Yo creo que los testigos que yo traigo por dentro se andan cansando de tanta tremolina que anda formando la gente en el mercado y el tráfico espantoso que ya no deja cuerpo sano, ni edificio sin manchas… ni…
Y allí me interrumpió… sin pronunciar palabra.
Me sometió a aquel baño de sonidos, que tienen esos ojos cuando aquella sonrisa se apacienta… y que me dejan mansa como un niño que tiene sus juguetes y la mano de su madre, en el regazo…
¿Como los voy a describir…?
Tarea de enanitos… dirán los más acostumbrados a esos venires de figuras pequeñas entre las páginas de cuentos infantiles… pues no es sino cortar el panorama de todo este vagar y divagar…
Pero no crean que es tan fácil la reducción de un tema, con el sonido excelso que ella purifica… mientras que ofrece:
“Dos kilos.   Veinte pesos.”
No es un sonido errátil, créanme.
Ni es mi relato a beneficio de todo el que me lee, pues no podrán a lo mejor seguirme con la  aquiescencia presurosa de la que “manda y truena”, en ciertas partes del cerebro… y todo lo hace y lo deshace, sin pedirnos permiso para vivir lo nuestro…
“Pues es como una reina… Yo quiero aquí… y yo ordeno allá…
“Yo acabo.  Y yo dispongo…”
“Como si fuera dueña de la nada y la creadora de las cosas que el Ser de las Galaxias nos vino a construír… y esa Señora, piense que te piense… como si fuera un beneficio… y no tarea inútil de quien no sabe el tono de sí mismo, ni cómo se pronuncia…”
Y así no más me descentraba la medida de lo que conocemos como mente, los que sabemos de las cosas que la Ciencia diseña con su varita mágica… sin conocer siquiera esa medida, de quien pronuncia el Nombre de Tu Nombre.
Y si yo no fui humana… ni tan siquiera vine en forma de perdiz… entonces… ¿qué córcholis hacía en estos pantaneros…? 
Fue la ecuación sagaz que esa Señora Excelsa y Sabia  formuló adentro de mi cabeza y luego siguió un ruido de atroces consecuencias… porque mi cuerpo resonó como un circuito ciego…
Panderos, truenos, ritmos desbaratados y melodías concretas… rumores de las bestias… a ritmo de carnaval y con los tonos más ardientes que uno se pueda imaginar, pues no caben aquí todas las descripciones…
 “Cada cual con su tema… y cada quién con su memoria…
“No escondas tu pasado.  Ni dejes olvidada la llave de tu vida… sólo porque la gente no lo va a comprender.”
¿Comprender…? inquirí… y entonces ella hizo este dibujo en blanco…
Que yo les dejo a ustedes… Y así lo pueden colorear…



                                           Auroville Enero 7 – 2002 -
                                                                  Feb. 22 - 2002 -






[1] …si la sociedad existe  primordialmente, o sólo para el mantenimiento, comodidad, felicidad vital y eficiencia política y económica de las especies, entonces nuestra idea de que la vida es una búsqueda de Dios y del Ser Superior y que la Sociedad también debe hacer ésto un día, su
principio no se puede mantener.  La Sociedad Moderna, de todas maneras consciente de su meta, está muy lejos de alcanzar esta tarea, sea como sean sus brillantes resultados, reconoce sólo dos dioses, la vida y las razones prácticas organizadas bajo el nombre de ciencia.