Sunday 26 April 2015

ESA ROSA ROJA SOBRE TU CORAZON



                               
               A R A T H I A      M A I T R E Y A


               E S A       R O S A        R O J A


                   
        S  O  B  R  E        T U            C    O   R   A   Z   O  N


              






                   






                                                  y
                                        a mis Maestros
                                        Álvaro
                                             y Gonzalo,    
                                        Guerreros del
                                        Amor, de
                                        canto audaz
                                        y hermosa Muerte.
                             


    

                              -VI- 86   Assisi
                              -VII-87   Rocca St'Angelo


















          Agradezco con mi corazón iluminado por la
Luz, a las grandes “luces” que me sostuvieron en mi “Camino de regreso”, e hicieron posible estos escritos.
     A mi Maestro Tibetano, D.K.  A mi Maestra Tibetana, MACHIG LAPDRON.  A la Luz del Buda, y Cristo, de mi Maestra Teresa de Ávila y Francisco de Asís.
     La de mi “maestrico” y guía,  Gregorio Hernández.  “Mi” guerrerita, Juana de Arco.
     Que su Luz, y la Divina Luz del Todopoderoso, sigan guiando este libro para el provecho de quien lo lea.












          La hora de la Verdad, es la hora del Corazón. Nadie puede atravesar la Puerta del Conocimiento, sin antes cruzar el desierto que teje el Corazón, antes de permitirnos ver el Gran Secreto.  La Luz del Corazón ilumina la “ilusión”, hasta entrar en la Estancia Roja.
          “Esa Rosa Roja sobre tu Corazón”, será mi constancia firme y a la vez secreta, de cómo llegué a la Estancia de la Rosa Roja, custodiada por el Corazón.
          Por el Amor Divino.
          La necesidad de escribirlo, no es ya un impulso, como tampoco tiene nada que ver con un proceso” intuitivo”.  Se trata, al fin, del “Conocimiento” en la medida en que me ha sido revelado.  Paso a paso.  Puerta tras puerta, luego de las pruebas necesarias.  Los desiertos.  El asomo al Paraíso, y el abandono de éste.
          Mi testimonio será, más que todo, una pequeña introducción a lo que he venido escribiendo en “De mi capa un sayo”.  O más bien una correspondencia, que si bien tendrá cierta similitud en la forma, variará en el contenido.
          Al Fin, será el mismo.  Aproximarme -de manera paralela- a esta variante del Conocimiento.  La lectura de los dos, por ende, debe hacerse también paralela.
          Un capítulo o Laberinto de mi otro cuaderno será la parte consecuente a lo que llamaré aquí: El arco Iris.
          Cada color, corresponderá a un portal de cada Laberinto, y en cada uno de ellos habrá siempre un don o adivinanza para descifrar.
          No todas las formas del Conocimiento pueden ser concretas, y ni siquiera todas pueden describirse tampoco como fórmulas abstractas.
          La necesidad idiomática, exigirá la búsqueda de formas nuevas, y procuraré seguir el ritmo y la música de cada color, para así aproximarme de manera armónica a mi objetivo.  La descripción de "La casita del Arcoiris".
          Todos los tonos, o ritmos, o armonías, que saldrán de cada círculo de color, serán sin embargo, sintetizados en su mayor extensión.  La particularidad de cada descripción será, a su vez, reducida a la fórmula de mayor simplicidad.
          Como en el juego de numerología.  O como en las parábolas.
          Para mí, la verdadera significación de esta "tarea", no es otra que el impulso del Amor.
          Este será pues, mi  “Libro sobre el Amor”.  De ahí su nombre.





























     Y para comenzar, diré que he llegado a este “Planeta de Amor”, hace relativamente “poco”, si utilizamos el término aplicando la Ley de la Relatividad; y lo bastante -en términos humanos- como para conocer profundamente sus más mínimos meandros, precipicios, infiernos, dolores y paraísos.  Nadie me podrá explicar estos elementos con formas físicas, si bien nos parecería posible.  Es por esto que dejaré en el momento, sólo dicho lo que la forma relativamente concreta puede observar.
     El primer episodio de este Círculo del Arco Iris, para denominar la primera Gran Aventura, tiene que ver con el primer descubrimiento; ineludiblemente: La Visión.
     Este maravilloso y único don, nos es dado -en general- desde los primeros días del nacimiento, pero no siempre logramos conectarlo con el otro don, que también se nos dió hace tantísimos años, y que perdimos: la Visión Cósmica.
     Difícil es, al comienzo, realizar cuándo es que se desarrolla esta Visión Superior.  Por lo que puedo decir, el momento de su “develación”, o descubrimiento, es uno de los más aterrorizantes de la existencia de un ser humano.  Jamás, mientras viva, podrá borrar de su conciencia ni de su mente, ni de su corazón, la primera “imagen” que ve.
     A partir de ese gran terrible instante, en que la “Visión” se abre en toda su magna dimensión -si bien es apenas el comienzo de un nuevo aprendizaje- todo comenzará a funcionar a un nivel hasta ahora desconocido, y por lo tanto es como entrar en el mundo de una caverna, deshabitada, húmeda, deshidratante y sin asomos de luz, por ningún resquicio.
     Ese es el “primer círculo del color”.  El negro.  La negación de la Luz.  La conjunción de todos los colores.
     A niveles esotéricos, el término sería un poco diferente.  La ausencia de Luz, por acumulación de elementos cargados de fuerzas dinámicas, que atraviesan al mismo tiempo todas las zonas o canales de la percepción, nos invaden de tal manera, y nos paralizan la visión de tal forma, que indiscutiblemente nos dejan esotéricamente en la más profunda de las tinieblas.
     Este primer paso, es el “Gran Bautizo en las aguas del Jordán”.
     Tal como vemos en el pasaje del Evangelio, al presentarse Jesús al Bautista y al éste reconocerlo, cuando inicia la ceremonia del bautizo, “el cielo se abre y de allí se escucha una voz que dice: éste es mi Hijo muy amado, en quien he puesto todas mis complacencias”, y añade la parábola, que se ve, en forma de paloma, al Espíritu Santo.
     Las parábolas evangélicas de la religión cristiana, han sido interpretadas, mutiladas, afeitadas, tantísimas veces, a través de dos mil años, que poco nos queda, en realidad, de lo que el original evangelista narró al mundo del futuro.
     Quizá, el único que no ha sido tergiversado -por su calidad profundamente esotérica- ha sido Juan.  El “Apocalipsis”, ha significado para los Doctos de la Iglesia, un inextricable laberinto, que fuera de aterrorizar por su visiones de final del Mundo, no trae la imaginería popular y común a las gentes, que traen los otros narradores de la vida de Cristo.
     Y decía que el primer “círculo del color” es el “Bautizo en el Jordán”, y que es el negro, a pesar de que este color no está incluido en el Arco Iris, aparentemente.
     Pero en realidad, sí.  Es el comienzo, precisamente, del “Arco Iris”.  Antes, incluso, de la formación del Caos.  Del Logos.  De las alteraciones de la Luz Divina, en nuestro sistema planetario.



     Los elementos energetizadores que conforman la relación entre los tres cuerpos, mental, astral y etéreo (el físico no es considerado como “principio”) han sido considerados hasta ahora, por los grandes Maestros de la Ciencia Esotérica, como elementos básicos en la relación creativa.  El sistema que se ha empleado en miles de años de evolución, ha sido interrumpido en los últimos tiempos, con la apertura de la Nueva Era: la Acuariana.
     No todos los métodos se eliminarán de la actividad propiamente esotérica, sino que más bien se harán innovaciones.  Es por eso que la Ley del Arrojo, jugará un papel importante, en la introducción de “nuevos” métodos, en la enseñanza.
     El Camino de la Luz, o de la Evolución, ha sido señalado, en definitiva, como punto de Purificación, en nuestro Planeta, que no es, todavía, un Planeta Sagrado.
Y es por eso, que se apresta el Nacimiento de la Nueva Raza.
     La Quinta Raza Humana, está en “embrión”.  No alcanzará el ser humano a comprender este paso evolutivo, a la manera en que sucederá; pero sí “verá” levantarse de la Tierra fuerzas tan poderosas y tan desconocidas para él, que no tendrá más remedio que abrir las puertas de su percepción, nuevamente.  Dejar a un lado el materialismo y la carrera hacia la destrucción física de su Planeta, y colaborar, al final, con las Fuerzas Creadoras nuevas, que entrarán a reinar en el Universo, y que afectarán decididamente la Tierra, en un período no muy largo.
     La intención de estas notas, como dije en “De mi capa un sayo”, serán exclusivamente las de un Servicio.  Inducida por la Luz, no hago otra función que la de “transmitir” la “iluminación” que se le da a mi Mente.
     Decepcionante pues, será para mis lectores de siempre este nuevo tono: esta nueva onda.
     Pensé siempre, que al llegar a mis cincuenta años, debería de lanzarme, por qué no, a escribir sobre el tema del Amor, y bien que mal, helo aquí.
     El título, también, inesperado para muchos, seguro, no los pondrá en el ámbito de una novelita rosa, por supuesto. Más bien los colocará -a los que un día lean estas páginas- en las regiones intensas y profundas de un viaje alrededor de ese órgano esencial, en el funcionamiento del ser humano: el Corazón.  Un viaje orbital, al comienzo, que se irá concentrando en sus diversas capas, o zonas peregrinas, y que irá cubriendo territorios de todas las posibilidades.
     Veremos Luz y Oscuridad.  Caminaremos por los senderos culebreros de noches tormentosas, como aquellas del trópico, y cruzaremos hielos y aguas granizadas.  Y Fuego habrá, por cierto.  Esas zonas no dejarán nunca de alimentar el Corazón.  Son las zonas etéricas más conocidas por los que estudian y siguen la Ley del Karma Cósmico.
     La necesidad de explicar, en ocasiones, ciertos pasos que pueden ser provocadores, por lo insólitos, o nuevos, la iré haciendo en capítulos “cerrados”, donde me expandiré en bloque sobre cada nuevo concepto, o Regla, de la Nueva Era, y la aplicación del sistema Evolutivo.
     Los elementos de valor en este sistema, no dejarán de ser los mismos que han existido siempre.  Pero se añaden fenómenos imprevistos, ya que cada Era trae consigo un cambio.  Y éste, circunstancial en esencia, ha sido ya puesto en función.
     Solo Aquel o Aquella -como contaba en “De mi capa un sayo”- que posea la intrepidez y el arrojo de un Espíritu como el de Teresa de Ávila, cruzará el puente del Amor, y conocerá la Frontera sin límites.  El lugar de la Paz.  La Armonía Divina.
     El Loto Azul.
     Y con este Color, comenzaremos el Viaje hacia “La Casita del Arcoíris”, luego de haber dejado el Negro, caballero con penachos y sable en ristre, que nos abrió la Primer puerta, o Círculo: la Visión.

































     El Azul, simboliza el color del Universo y así mismo el del Agua.  El de la bóveda celeste.  Grandes extensiones pues en nuestro planeta, cubre este color.  Azul celeste.  Azul turquí.  Azul aguamarina.  Azul noche.
     La mayor extensión, sin duda, es el de la bóveda celeste, que cambia constantemente de intensidad y de fusión, en la gama cromática.
     Los tonos del color, reflejan así mismo la calidad y la intensidad de la vibración energética, producida por la variación, o radiación directa de la Luz.
     La Calidad la proyecta el astro solar, y la “intensidad” la envía la fuerza energética de cada forma, objeto o persona que la transmite, o recibe.  En la intensidad, reside el cúmulo energético que nos “alimentará” el aura o cuerpo etérico.  Esta vibración se asienta sólo en zonas etéricas y el cuerpo físico recibirá una mínima porción, en la primera época de desarrollo.
     Y con esto quiero decir desarrollo espiritual, o más bien “desarrollo de las fuerzas egoicas energéticas”; que son las que nos pondrán en contacto directo, con el Logos Solar.
     Al comienzo del Camino hacia “la casita del Arcoíris” o la casa de la Armonía, donde se nos abrirá la puerta del Conocimiento,  no reconoceremos como tales, los colores, su vibración será apenas aquella que el ojo nos transmite: no falto de resplandor tantas veces.  El Universo del color es uno de los más mágicos de la gama terrestre.  No en vano el arte pictórico es uno de los más hechizantes y poderosos transmisores del conocimiento inferior... De él partimos, sin lugar a dudas, hacia otros puntos de referencia más potentes: con mayor apertura.
     La situación anímica en que se encuentra en la actualidad el Universo, lo que afecta poderosamente a planetas como el nuestro, muestra al color Azul en su mayor grado evolutivo.  Característica que se podrá “leer” en los fenómenos celestes que precedieron la segunda guerra mundial.  Esta característica, entre otras cosas, influyó notablemente en la aceleración de la llegada térmica del Planeta; o sea, de la destrucción contundente de capas indispensables para la sobrevivencia de ciertas formas, o “entidades”.
     La destrucción de estas zonas, ha ido paulatinamente desarrollando otro tipo de recepciones de la gama del Azul.
     El Rayo Cósmico que corresponde a esta Energía, desarmonizará definitivamente la estratosfera, para dirigir su eminente desarrollo en la atmósfera cercana a la corteza terrestre. Desarmonía quiere decir de-construcción de formas involutivas.  No implica “descomposición” de la materia terrestre, en su extensión anímica, sino más bien re-organización de la corteza celular de la atmósfera que nos rodea.
     El Azul, con su mensaje de “poder expansivo”, dirige en los últimos dos siglos un silencioso y reticente efecto sobre el ser humano, y las formas que lo rodean: animal, vegetal y mineral.  Al no controlar el ser humano este mensaje, ni saber canalizarlo en su debida forma, o dimensión, ha dejado de controlar la parte de la Armonía terrestre, que corresponde al área creativa de energía solar, y por lo tanto, desperdicia sin el más mínimo escrúpulo, el excedente, para él, de estas “fuerzas sincrónicas”.
     La capacidad que el Rayo Azul ha descubierto en el ser humano, no es otra que su fuerza Kundalínica energética; la Razón, en otros términos.  La disociación de su ser-Animal con su Ser-Anímico, o Racional.
     Al nacer, cada ser humano trae consigo la carga energética del Rayo que le corresponde.  A medida que desarrolla la energía Kundalínica -en cualquiera de las vías conocidas, incluyendo la de la intuición, o el ejercicio de la pasión mística- no hay otros términos o vías de comunicación posibles.  Este desarrollo denotará, progresivamente, la búsqueda del segundo Rayo de Acción, que le corresponde.  Y a medida que se crece en experiencia, el conocimiento ampliará -de manera positiva o negativa- la posibilidad de re-encuentro y “fusión” con el Rayo del Amor o Conocimiento Superior.
     Ningún ser humano está exento de ello.  Sólo el que trata de buscar el Camino, lo hallará.  Pero no por ello la energía que lo creó, lo dejará, de una u otra manera (incluso en los seres aparentemente más “primitivos”), de “pasarle” el mensaje del Rayo Azul: el Rayo de la Razón.
     El desarrollo de los diferentes pasos, “cambiará”, según el tipo de raza, la personalidad de cada individuo.  O también, evolucionará con diferentes posibilidades, según el Karma nacional.  Condiciones como las de hoy en día, han aglomerado la energía Kundalínica a un tal volumen o “dinámica", que el Rayo Azul absorbe con fuerza extra-sensorial o “relación intrínseca de la energía ambigua”, en este caso.  Y no es otra que la falta de “evocación” directa con el Ser Cósmico, esta relación intrínseca de las fuerzas de la “ambigüedad”.  Nada ha producido tanto desastre natural, ni tanta anomalía biológica en la Tierra, en este período de energía Kundalínica malforme y egoísta, que la ambigüedad del ser humano.  Su falta de dirección anímica.  Su recursivo andar por terrenos oscuros de poder.  Su absoluta necesidad de concebir el Mundo tal y cual cree él que sea su acomodo perfecto.
     Estas y otras más ambigüedades, han rodeado a la capa terrestre de una supresora fuerza “real”, para hacerla derivar en energía dislocada.  Falta de respuesta Logoica positiva.
     En la última década, desastres impensados han sacudido el Planeta: tanto de factor biológico, químico, o físico.  La Razón humana no ha asimilado en su justo peso y consecuencia, la terrible responsabilidad que ello le implica.  La fuerza que el hombre desata, sin medir las consecuencias “físicas” o metafísicas que producirán en un futuro próximo, no están relacionadas con su acción física inmediata. Están directamente encadenadas a su comportamiento mental.  A su irresponsabilidad, en el campo del Conocimiento Interior.  A su no respuesta a la “integración” de su Ser, que le pide conciencia, Amor Universal, si quiere seguir “sosteniendo” su Planeta dentro de las Leyes de sobrevivencia uniforme.
     La desinformación masiva, parecería que llegara a su límite.  Los oídos sordos y los ciegos, pululan en nuestro Planeta.  La “ceguera” es casi universal, hoy en día.  El Rayo Azul, lanza su poderoso mensaje, a seres sordos, ciegos, enfermizos.  No hay respuesta “activa” al magnetismo de su Luz: no hay Ley de Causa y Efecto que lo impresionen. Ha olvidado.  Ha deshecho la sagrada memoria de su historia cíclica, para hilar en telares de falsas apariencias.  No quiere mirarse sino en los espejos que le regresan su imagen, en apariencia bella.
     No ve.
     La Luz Azul, es tenue en el comienzo de la Historia de la Humanidad.  Su proyección áurica se ha ido expandiendo infinitamente, hasta alcanzar un radio de acción y vibración, antagónica a la de su comienzo.
     El Loto Azul, se abre sólo en épocas de Paz.  De Armonía absoluta.  De Amor Universal.
     Hoy, mi relato de encuentro con el Loto Azul, será la búsqueda del por qué de “aquel comienzo”.  Cómo fue que empezó la cima verde, que germinó el Azul y desató la fuerza luminosa del Naranja.
     Cuáles son los componentes del Rojo, que acompañan con su vibración profunda y tumultuosa, al surgir del Violeta.
     Y luego el Sol.
     El Amarillo.
     La calidad de mi relato, está sujeta sólo a vibraciones de Armonía y Conocimiento Cósmico, que “recibe” y “transmite” desde la Casita del Arcoíris.  Que dejará su huella como quien cubre los caminos recitando los nombres de las cosas. O cantando.  O en danza Azul, con los mensajes de la muerte.
     Mi Armonía  es Azul.  Mi corazón es Rojo.  Mi brazo izquierdo y mi cintura izquierda tienen pigmento verde, y el derecho responde a la gama naranja.  Mi cabeza recibe la Armonía, y sabe disponer de todos los colores, luego que pasan el filtro del Violeta, situado en mi garganta.
     Los pies son amarillos.  Color del oro, y sol.
     No en vano se busca la Armonía.  No es al “azar”, que la encontramos.  Es al quehacer enorme, de días, meses, años.  De eones, sí.  No es la “divina locura” de la palabra, lo que inspira los cantos de poetas.  Es la Luz  del Color.  El tono de su voz, que vibra igual que la palabra.
     Cuando se aprende a “oír” el color, se abre la puerta de la Casa del Padre, y la “Casita del Arcoíris”, hará de morada en esta Tierra, en el período que falte para abandonar esta materia.
     La Casa del Padre nos ha abierto la puerta, y ahora entra sólo la Luz, la Única.
     Entre tanto, este viaje termina con el canto de todos los colores.  No en vano se es cantante, ni poeta.  No fue un logro fugaz la fusión de la batalla de la vida, con la batalla de la muerte.  El cordón que ató las dos corrientes energéticas desde el comienzo de mi historia, se ha roto al fin.
     Sólo queda el Azul, que con su vibración me abrió la percepción a su sonido.  Cuando se ve el ritmo del sonido, se extiende la Armonía y entonces recibimos la última llave.
     La llave de la NADA.  El secreto del TAO.  La entrada al Sol fue nuestro gran umbral, y ahora los ámbitos galáxicos reciben nuestro Ser.
     La distancia no-es.  El Tiempo es NADA.  El Círculo es perfecto.
     Estamos en la NADA.  Al fin volvimos, luego de tantas vidas de aprendizaje doloroso.  Y gozoso.
     La extensión del Azul absorbe el resto, y el Loto esplende.  Resuena su sonido en el campo del Cosmos.  Recompone la gama del Arco Iris y nos enseña el TAO, con un canto de Amor.
     Jamás podrá decirse con palabras, lo que esto significa.  No alcanzará mi pobre verba a diseñar tanto esplendor.
     Tanto silencio.



























     La tarea, ahora, pues, será la de ordenar la escala o los límites que conducen al encuentro con el Loto Azul, que nos regresará a la Gran Estanza del Conocimiento Cósmico.
     De ello habré de dar Fe, como diría mi Maestra Teresa de Ávila, sin el menor escrúpulo de conciencia.  Mi encuentro con la Energía que dispensó tanta “magia” y Esperanza fue inolvidable.  Sin exceptuar, por cierto, los terribles momentos en los que “vi” la Verdad, la Acción derivativa del Universo, o sea la Acción sublimada de nuestra propia Naturaleza Humana.
     La Acción sublimada, conviene también llamarla la mediación entre Espíritu y Materia.  Tal sería, entonces, la manera en que la primera escalinata hacia la “concesión” o visión áurica del Loto Azul, se nos presenta.
     La “dirección” varía, en muchos casos.  Más bien diría que oscila la manera en que nos aproximamos a su tono: que por lo demás, también varía, ya que el Azul, como decíamos, es el más extenso y mutable de todos los colores que nos es dado conocer.
     La dirección pues, no es siempre la que nos indica el límite o la cercanía de su vibración.
     En nuestro acto cotidiano de meditación, o búsqueda silenciosa del Mandala Celeste, nos es dado, casi siempre, de entrever una pequeña luz, o de notar un espacio particular de quietud: de silencio.  Es en ese espacio que se nos incorpora a la vibración del Loto Azul.  Es Allí, en la búsqueda del Absoluto, y mientras mantenemos nuestra conciencia en estado de alerta, que se nos revela la primera escalinata.  El sonido todavía no se percibe, pero sí se escucha con gran claridad, la Voz del Ego Superior.
     El primer escalón que nos permite decididamente participar ya del fulgor Azul, está “cubierto” de hielo.  Es fría su dinámica.  No hay gruta más oscura, ni rarificación del aire más intensa, que esta “zona de iniciación áurica”.  El Azul se entrevé, decía, y es apenas un opaco y rarefacto esquema  o forma, lo que percibimos, como “efecto”.  Porque en este escalón, o mejor diría pasadizo, el “efecto” es intenso. No así la “forma”. 
     No se ve.  Se intuye. 
     Se inicia en ese momento la “entrada” al Conocimiento Cósmico, y con ello se “inicia” igualmente la Muerte de la primera materia: la inferior.
     Decididamente “vemos”, por la primera vez, la “verdadera” faceta de la Muerte Corporal.  Realizamos, en físico  y mental, un viaje intenso y doloroso, hacia regiones de desiertos, y de hielos eternos.  No hay manera absoluta para transmitir esta experiencia, por más que queramos participarla a quienes nos rodean y quieren de buena fe, sacarnos de tal infierno, pues los padecimientos no dejarán de traslucirse: de notarse, física y mentalmente.  Tendremos pues, que pasar por fuerza, y en absoluta soledad por esas regiones, inolvidables, sobra decirlo.
     La mayor parte de esta preciosa experiencia o paso hacia la Luz, será en total olvido de nosotros mismos.  La oscuridad es pasiva, sin embargo.  No hay obstáculos desintegradores ni amenazantes.  Hemos sostenido ya la lucha con el “caballero de los penachos”, quien nos ha dejado ver, a su vez, su “verdadero” rostro, y ello nos ha concedido la fuerza sobrehumana de afrontar cualquier tipo de imagen.  Incluso la nuestra, en su más profundo y secreto espejo.
     Nada habrá pues, que nos arredre, en la subida hacia la Mansión del Loto Azul.  Mansión del Absoluto.  Del Mandala Superior, o Ritmo cíclico Mayor.
     Con esto, se concede a nuestra “percepción” por primera vez, la “visión” mortal. La dedicación con que nos apliquemos en la disciplina de contacto interior con nuestro Ser, tiene mucho que ver con el avance hacia la Mansión del Absoluto.  No por haber visitado la región de la Muerte Corporal y haber “visto” su verdadera faz,  nos es dado seguir camino con franquicia.
     Es en esta zona, precisamente, donde el temple de acero toledano debe surgir a todo precio.  Donde el coraje, el arrojo y la constancia, sobre todo, resurgirán y se multiplicarán con un solo objetivo: dejar “atrás” la escalinata, o zona de la Muerte Corporal.
     OlvidarRecogerDisolver: son los tres “principios” que comienzan a esclarecer nuestro nuevo camino.  El sendero luminoso que nos dejó ver desde la distancia esa luz tenue de facetas cambiantes y esa visión primera, terrible, helada y sin apelo, no nos hará de ahora en adelante ninguna concesión.  Se ha iniciado ya, y para siempre, el Camino del Retorno.
     No seremos, a partir de allí, los mismos de antes.  El velo que cubría la miseria de nuestra esencia humana se ha roto, al fin, y ahora somos, sin más. Y al no desconocernos, además, comprenderemos la misión, el deseo del Alma.  Y entonces, sólo una caída en el oscuro deseo del poder, nos haría regresar a nuestro estado primitivo: a esa gran oscuridad.  Al Caos.  A la eterna esclavitud de quien no oye, porque “no quiere oír...”
     No siempre se trascienden esas primeras zonas del Azul, precisamente por no haber desarrollado aquella unión con el Ser, desde el verdadero fondo de la íntima percepción: del Amor Cósmico.
     Sólo quien logra realizar y comprender esta Ley, cruzará la zona alternativa del Azul-hielo, Azul-desierto, Azul-sombra, Azul-Muerte.
     Los distintos niveles o tonos del Azul, comienzan a ser claros: desde el inmenso cielo que nos cubre, hasta el pequeño tono de una flor.  Conoceremos más de una “entrada” a la fragancia azul de cada fuerza cósmica.  Porque comienza, por igual, un ritmo diferente y una odoración, o “respiro”, a niveles de cambio cotidiano, que se verán obrar, en su razón y en su cuidadoso e intercambiable ambiente.
     Las épocas en que se persigue la Entrada Mayor a la Estanza del Loto Azul, son siempre precedidas por grandes sacudimientos internos y externos.  La dimensión que hasta  ese momento abarcábamos y conocíamos, comienza a “diluirse”, y se recupera, en el segundo escalón, lo que nunca habría tenido el ser humano que perder, en su proceso evolutivo: la audición.  El oído “sobrenatural”.  O sea, la comunicación directa con el Logos.
     La Palabra.  El sonido divino del Universo que nos rodea.  La Acción hecha Verbo.  El Verbo hecho “carne”.
     Segundo y extrasensorial descubrimiento, en el segundo paso de esta gama en Azul. No se oye el sonido,  en realidad; diría más bien que se percibe, o más allá: se intuye, incluso en cada uno de sus tonos particulares.
     Esto forma parte ahora de la escala total, de la “Casita del Arcoíris”. Se dibuja en este segundo encuentro, o zona menor, la Gran Escala Cósmica.  La Gran Dimensión Logoica; si bien estamos lejos, todavía de percibir su Forma.  O de intuir su Dimensión.
     La Naturaleza comienza en esta zona Azul-dinámica, a mostrarnos su fuerza determinativa, y su función dinamizante, con respecto a nuestros propios ritmos.  Y el ritmo del Planeta.
     La recurrencia de ciertos efectos físicos y psíquicos en nuestro sistema, nos abre a la percepción idiomática; lo que nos hace comprender la “lengua” o el lenguaje de cosas u objetos.  De formas visibles e “invisibles”.
     La participación con esta dimensión logra plasmar en nuestro Ser, la afín “discordia” anímica.  El Yin y el Yang se cruzan, por la primera vez, en una relación anímica desconocida hasta entonces.  No podremos valorar aquí este mensaje excepcional: sólo podríamos decir, en términos abstractos, que la Gran Fuerza Oscura y la Gran Fuerza de la Luz, “se dan la mano”, se conocen a fondo: se entremezclan.  Unen sus fuerzas y desarrollan el momentum definitivo, para aquella fusión definitiva, también; que se realizará en zonas rojas y en cielos amarillos.   En atmósferas de gran concentración atómica.  En campos de “unión dinámica” y no sólo anímica, como es el caso, ahora.

                             


























     La nutrición es importante.  La naturaleza humana ha sido “construida” a base de elementos biológicos y químicos, con elementos notables, que no constituyen en ningún momento de su historia, la determinante exigencia de su desarrollo físico-orgánico-psíquico.  La determinante, en realidad, ha sido olvidada, como regla de oro.  El prana: la regla de la salud absoluta. La motivación simbiótica de toda cultura civilizada, y con ello no quiero implicar “avanzada”, en los términos modernos; más bien utilizo, directamente, como significado de “desarrollo espiritual”.
     El Prana, elemento fundamental, en nuestra nutrición hodierna. O sea, definitivo no sólo como elemento bioquímico, sino como ayuda fundamental, en la sobrevivencia anímica.
     Nada que no sea estimulado por el prana, crecerá ni se desarrollará en buen estado, en este Planeta.
     La parte inicial - o “iniciática”- depende pues de la utilización correcta de este elemento fundamental y sagrado.
     En la historia de la naturaleza humana, y en las diversas culturas -conocidas y “desconocidas”- ha existido siempre el factor “búsqueda”, a niveles exteriores e interiores.  El ser humano no ha cesado de investigar su origen, desde el momento mismo que tuvo “conciencia”.  Desde el “nacimiento” de su cuerpo astral, mitificado y exaltado en la cultura Atlante, hasta el punto de lograr la “caída” de la Mente inferior: la revuelta de las fuerzas negativas, y su “constitución” como factor dominante, en la vida de la humanidad.  La de entonces, y la posterior, incluida nuestra era moderna.
     El factor poderoso en el desarrollo de la electricidad, por ejemplo, ha sido el condicionamiento a que el hombre ha sometido su energía “pránica”.  La manera en que ha “cruzado” la energía pránica con la Kundalínica, ha sido determinante y definitiva, en el desarrollo de su fuerza: no sólo física sino espiritual.
     La forma como el ser humano observa o “registra” estos fenómenos, es, en la mayoría de los casos, totalmente ambigua, por no decir ignorante: y con ello incluyo a los buscadores científicos  de los últimos tiempos.
     La Alquimia, fenómeno que se produce a mediados de los siglos llamados “del oscurantismo”, fue precisamente la “Ciencia” que desarrolló en el Occidente -ya el Oriente la había “descubierto” con métodos extraordinariamente avanzados- la búsqueda de la Verdad, y de la Inmortalidad.
     Fenómenos que han siempre dirigido la atención humana, sobre todo esta última, como inquietud constante: como deseo inaudito y absoluto de conseguir superar la Muerte.  La única barrera que el hombre no logra destruir.  Tan ni siquiera conocer, en su magna significación y expresión metafísica.
     La “medida alquimista”, en realidad, fue el descubrimiento del principio pránico, y por ende la “corrección” de la dirección Kundalínica: la esencia misma de tantos “misterios”, en la relación humana con su Creador, y de la búsqueda constante, en los hemisferios de Oriente y Occidente.
     La rapidez con que se expandió entonces el descubrimiento del “elixir de la vida”, y la fórmula secreta de producir oro de materias groseras, fue el ejercicio más convincente de la época.  Los sabios, en su mayoría exploraban la fuente de la Verdad; no ya con el conocimiento heredado de los pre-socráticos o la civilización Atlante, sino que habían avanzado hacia el descubrimiento total: cómo ser inmortales.  O cómo trasmutar la materia grosera, en el oro de la más pura calidad.
     Los elementos alquímicos, descubrieron, a su vez, fórmulas y deshechos “mágicos”.  La Naturaleza entró a formar parte definitiva en la búsqueda y sin su cooperación no fue posible el “encuentro” de materias o elementos fundamentales, que organizaron la “ciencia alquímica” en dos corrientes.  Los que buscaron la “inmortalidad de la materia” y los que consideraron el Espíritu como tal fuente.
     A éstos últimos, pertenecieron casi siempre las grandes corrientes religiosas-filosóficas de la India, China y parte del Japón.
     Por otra parte, en las culturas avanzadas de la hoy llamada “Amerindia” -los territorios del hemisferio que sobrevivió al cataclismo Atlante, en gran parte- se realizaba uno de los encuentros más altos y “poderosos” de todos los tiempos.
     Las culturas Maya, Azteca, Inca, Caribe, Araucana, Chibcha y Pampa, con sus diversas ramificaciones, en menor o mayor grado, iniciaban el “ascenso” más trascendente y útil en la historia del desarrollo humano.  Descubrían la Esencia divina-humana, en la materia luminosa: en los ritmos del agua.  Vivían con el oído atento al lenguaje de la Madre Tierra, “la Pacha mama”.
     "Inti", fue Dios.
     El Sol, fue la divinidad suprema para los pueblos de las culturas “ocultas”, que seguían, de alguna manera, las enseñanzas de pueblos más antiguos.  Caldeos, egipcios, en sus momentos de cultura cumbre, habían iniciado el culto al “astro rey”, llevando a las civilizaciones posteriores, signos y rituales pertenecientes a la Energía Logoica Solar.
     El avance de las culturas Amerindias, fue demolido, casi de raíz, por motivos de aparente respuesta negativa al poder que se había alcanzado; pero en realidad, la causa mayor de la terrible caída de estos imperios, fue de nuevo el exceso de canalización dinámica de la energía Kundalínica, dirigida estrictamente con ambiciones de poder sobrenatural.
     La relación entre estas culturas del llamado Nuevo Mundo y las más antiguas civilizaciones conocidas hasta ese momento, no es otra que el Canal Logoico de Tercer Grado: o Canal “casuístico”.  Aquel que conduce el Rayo Tercero y que conlleva la Ley de la Demostración; o Ley de la Doctrina.
     No es otra pues, la razón de este aumento de fuerza Kundalínica y el desequilibrio de su dirección, lo que logra el avance de la pérdida del Poder.
     En aquel período, el color Azul dominaba el rito, la ceremonia, desde niveles meta biológicos, o externos, y todavía no entreveía la Raza Humana ese escalón, que conducía a la puerta de la Estanza donde el Loto Azul habita.
     El Arco Iris, inicia aquí, precisamente, la fusión de sus dos tonos primeros.
     Es en este período de la Historia Humana, que se “forma” la descendente Armonía Logoica, y da “comienzo” el Universo a la “fusión primera”, de materia atómica dinamizada.  Hasta entonces, esta materia -ya descubierta y puesta en “acción” por pueblos de cultura llamada Lemuriana y Atlante- ha recibido descargas dinámicas del éter, sin que se hubiera desarrollado, en potencia, su estructura ígnea descendente.
     La mayor prueba de que esta dinámica no había realizado aún su centro Logoico, la podemos observar en el primer cataclismo universal, comúnmente conocido como “El Diluvio”.
     Allí, las fuerzas Logoicas organizan un “puente”, entre energía solar y “cambio” de corriente energética líquida; lo que logra el encuentro definitivo de la masa terrestre con el Logos Superior: El Manas.  La Mente Logoica.
     El Orden de la evolución cambia, entonces.  Se siguen Leyes circunstanciales y no dominantes.  Se le ayuda a la Nueva Raza a encontrar su “ritmo” Logoico, y con ello se inicia la Tercera Era.  Se da comienzo a la Cuarta Raza, que sobrevive hasta el comienzo de la "Era de Acuario", en la que comienza a formarse la Quinta Raza.
     Ya en embrión, pues, la Quinta Raza Raíz, se inicia el “ascenso” hacia el encuentro Mayor con la “pulsión” Logoico-solar universal, y se abandona el rito cumplido por la Cuarta Raza.
     La Mente Superior, Manas, avanza decididamente hacia el logro de la “comunicación” directa con el Ser.  Con el Logos SolarCon su Padre Divino.
     Nada detiene este “desarrollo”, inminente en nuestros días.  La “presión” del fenómeno atómico, dinamizado a niveles extra-sensoriales, ha sido ya un “aviso” del alcance de esta nueva forma de comunicación Logoica, con la Raza Humana.
     Es por esto que mi experiencia personal, en este punto cumbre de la Historia de la Raza Humana, se une a la experiencia Logoica-universal. Se desintegran las barreras objetivas, y entramos en el terreno -vedado hasta ahora- de la subjetividad.  La intuición, primero, y el conocimiento, más tarde, abrirán la cerradura, o más bien el paso, que conduce al tercer escalón del Arco-Iris, donde el Azul es nítido y profundo.  Esplende en “forma” y Luz.  Se distingue, esta vez, como un diamante en nichos naturales: no es todavía el “Ojo” que dirige la salida del Fuego, ni tampoco realiza la “unión” etérica con la materia Azul de nuestro centro en movimiento:  la Iglesia  o Chakra de la Gloria.  Lejos de allí... Sin embargo, “vemos” la Luz, y su esplendor nos “ciega”.  Como cuando se sale de una caverna, luego de muchos años de no mirar sino tinieblas, y oler materias ácidas, y vivir rodeados de dureza.  De falta de “expansión”.   
     De “vida” verdadera.
     La experiencia, es en este momento definitiva,  para el avance total, o desprendimiento.  No siempre se logran desatar los distintos niveles de sensación orgánica, psíquica y Espiritual, y en muchos casos, es en este “paso” que el Alma retrocede.  Se atemoriza.  Cae de nuevo en la costumbre de lo ya conocido: se amilana.
     Se necesita la Fuerza de la Esperanza y el Coraje de la Fe, en estos momentos en que el Azul esplende desde un nicho rocoso.  No es fácil “comprender” por qué de este esplendor que nos obnubila y amedrenta, pues es la Fuerza interna, y no la psique ni nuestra voluntad, la que nos pone frente a la nueva Luz: la nueva “realidad”.  Y es, de nuevo, una mezcla de horror y de belleza.
     Allí se deja el miedo, para siempre.  El que no retrocede y huye despavorido y niega tres veces hasta su misma sombra, logra mirar la gran cabeza de la Medusa, sin “convertirse” en piedra.
     Una vez rechazado el espejismo y aceptada esta visión de nuestro propio Ser, como verdad integradora y no como mera posibilidad por el sólo hecho de no haberla conocido antes, o porque así no nos la habían enseñado, reconocemos el Alma, en esa “sombra luminosa” que nos proyecta en pleno, aquel Azul, intenso.  Nítido.  Prometedor de un paso de gran liberación.
     Y el que no duda, “ve” cómo se abren los canales por los que mana el “Agua viva”.  “Oye” la Voz de aquel que crea el Universo y ordena su expansión.
     Y por primera vez, entonces, comienza a comprender la sensación de Ser.
     Entiende sin “saber”, de dónde es que proviene la Luz Azul, que le señala el fin de un Laberinto.  Y le promete Paz.
     Lo lleva a la mansión del gran rechazo, y entonces se “conoce” el por qué vinimos a este Planeta; no en vano llamado por muchos este Valle de Lágrimas.
     El Loto Azul abre sus pétalos, y entramos en su Estanza, donde espera el Dragón de la Esperanza y vigila el León, de la Sabiduría.  Los “intuimos”, nada más.  Son “símbolos” de Paz, después de la batalla.
     Nada tan esplendente y dulce, entonces. La “existencia” se vuelve un ritmo suave, y el dolor queda atrás.
     Han pasado no sólo años sino probablemente siglos -¡tantas vidas!- en que el Alma añoraba cruzar por este “puente”, subir el escalón de la “fusión” Azul, ¡y refugiarse, al fin, en la Mansión del Loto Azul!
     Y al fin llegó el momento de la confrontación, con los poderes del “Oscuro”.  El “día” en que se rompen los espejos, y no se vuelve atrás.
     El Loto Azul se cierra detrás nuestro, con suave resplandor, y nos deja el “silencio”.
     El Don  de los amados por el Padre.
    































     La “Sabiduría”, dicen los doctos en la materia, proviene de la dimensión Mental, o Manas: Mente Superior.
     La “Iluminación”, prosiguen los mismos, no es otra cosa que la llegada a la unión perfecta, entre materia inferior y Manas: el Padre Divino.
     La materia inferior, luego de innumerables intentos, logrará esta unión perfecta, siempre que esté dispuesta a cruzar las aguas turbias del entendimiento, o materia astral.  El entendimiento, o razón, no es otra cosa que el puente intermedio entre la materia inferior y su Atman: su Purusha: su “habitante de la ciudad”: su Ser.
     Los “conocedores” de la llamada Verdad, no son otros que aquellos que han tirado al agua la razón, lanzado al viento el pensamiento concreto y esterilizante, y desenvuelto de una vez por todas aquel hilo de Ariadna, que lo hará regresar, sano y salvo, de aquel extraño Laberinto.  Porque extraño será.  No en vano se ha sido un ser pensante y racional.  Y no será nada fácil, en su comienzo -sobre todo para una mentalidad occidental- ocuparse y asistir a los nuevos fenómenos, que se presentarán en este nuevo camino: en la búsqueda de lo desconocido.  De lo intangible.  Lo innombrable, a quien llamamos, con distintas versiones, Dios.
     Jehová, Krishna, Zeus, Sol, Ra, Creador Supremo...
     Cualquiera de sus nombre, en cualquiera de las épocas de la Historia de la Raza Humana, han sido dirigidos por la Energía de la Luz que de Ello emana.  La búsqueda, pues, será en infinitas direcciones, con igual resultado: la salida, al fin, del Primer Laberinto.
     El encuentro  con Ello.
     Y en este encuentro residirá la Sabiduría.  Habitará el Mandala Superior.  Crecerá la Iluminación, poco a poco, a medida que se avance: sin prisa, pero sin tregua.
     Y en la “Casita del Arcoíris”, entra ahora el segundo Color, o segundo Laberinto.  El segundo Ritmo Cósmico, que integrará Color, Sonido y Movimiento.
     El Verde.
     Nos visita casi de forma inesperada, por lo tan cotidiana, y fácil.  Verde Natura.  Esplende en bosques y montañas.  En los campos de trigo en primavera.  En cada hojita simple o brizna de hierba.  En los mares del Sur, y su profundidad color aguamarina.  En las piedras preciosas: la Esmeralda.
     Decididamente es un color que comunica vida, euforia, exuberancia.  Que calma, apacigua los nervios.  Tranquiliza la Mente y nos pone en contacto con algo más allá, de la atmósfera vana y ruidosa de las grandes metrópolis.
     ¡El Verde Canta...!
     Su melodía es contagiosa, sana.  Nos llegan deseos intensos de correr, en el campo.  De respirar intensamente. De aprovechar ese esplendor, y esa armonía de verdes intangibles, pero tan cerca: tan reales.
     El Verde tiene un ritmo marcado por el viento, por la Luz y la Sombra.  Por la inquietud o la serenidad del Agua. Por la voracidad con que se extiende, en llanuras sin límites, o en mares.  O en las espesas selvas amazónicas.  O en un bosque de pinos.   
     El Verde escucha y hace oír, desde su fronda, o su extensión acuosa o de la tierra.
     Escucha la simiente, y reverdece.  Escucha al viento y siembra.  Escucha al agua y nace, de su espuma y su sal.  De su fondo marino y de sus rocas.  Escucha al hombre, que lo abate o lo ama, y multiplica su esplendor: da frutos, flores, árboles, alimentos de formas variadísimas, o simplemente muere ante la malquerencia.
     El Verde escucha atento el ir y venir de estaciones; de la lluvia y el trueno.  No se escapa a su oído las turbas que lo asaltan, de hombres o de bestias; y atrae con su canto al caminante.
     Quien sabe escuchar al Verde, aprenderá a Oír, tarde o temprano, la Voz del Universo.  La Eterna Voz del Logos.
     Quien se deja conducir mansa y calmadamente por su ritmo armónico y hermoso, encontrará en su propio ritmo, unido a la serena vibración que el Verde lanza siempre.  El ritmo tónico del RE.  La música más íntima, para un oído refinado.  El último decibel, en la Armonía Cósmica.
     El LA Mayor, de la escala musical, cuando se canta en Mantra interior.  Así se canta: así se escucha el Verde.
     La armonía interior, depende en grandísima parte de nuestro punto de tensión con este color.  Con su constante flujo y reflujo: tenso, o no.  Con su intensidad, o su ausencia. Todas las posibilidades de desarmonía, son agudizadas por la falta de nuestra sintonía con el ritmo y el canto, de esa entidad hermosa al que yo llamaría El Caballero de la hermosa capa.  El Duende de los bosques, “El Durmiente escondido”.
     Quien se lo encuentra, “en medio del camino”, y se detiene ante su canto audaz, inquieto, intenso, manso, rico, volatinero, quieto; simple o mortal, en esas dimensiones puede funcionar; encontrará la Clave de la Armonía.
     La oscuridad del Laberinto, en zonas peligrosas, no será amenazante, ni dañina.
     El color que da el canto y la Armonía, sólo se puede ver, cuando se “escucha”.
     Al escuchar la voz interna del color, se escucha al viento, por la primera vez.  Y a la lluvia.  Y al trueno.  Y a las olas del mar.  La percepción es tal, entonces, que todo “habla”.
     La voz del viento es canto intenso, de profundo alcance interno.  Sólo quien puede percibir su “mensaje”, alcanza a recibir esta energía cósmica en toda su expansión.  La energía del viento, es la energía “pránica” de mayor concentración, en este Planeta.  Se encuentra en nuestro Tercer Centro, o Chakra, y es siempre, como decíamos en otra ocasión, motivación  de vida íntegra.
     El Prana, pues, en la voz del viento, vivifica el sistema respiratorio y el aparato nervioso.  Nada con mayor fuerza embriónica que el aire, y si éste nos llega en forma de huracán o viento Alisio, será benéfico, sin duda.  Limpiará.  Purificará el ambiente.
     La voz del Sol le sigue en ritmo armónico, a aquella voz del Aire.  El Prana, igualmente emergente del astro solar, nos dará la Vida esencial.  La Vida positiva.  La dimensión “real” del astro rey, podrá leerse en este momento en que el Verde ha surgido en el camino, como una dimensión sacra.
     El gran secreto de nuestro Padre Sol, nos hará entrar en su Gran Casa: o la Mansión del Padre.
     Tampoco nada podrá ser igual, después de haber tenido la primera “visión” de aquella entrada a la Casa del Sol.  A esa su Luz, de inconcebible fuerza, en su sonido único.
     La Voz del Sol resuena en todo nuestro cuerpo, entonces, y a la par que “penetramos” dulce y violentamente, a la vez, en su Canto, reunimos -también por vez primera- las facultades de todos los sentidos.
     Se unen al oído y a la vista, el olfativo y el táctil.  El ritmo se hace dulce y la impresión violenta.
     El Verde ha delegado su misión, y nos la entrega en este paso, a través del Sol, el Padre mismo; quien desciende directamente con su mensaje abierto, claro, contundente.
     La Luz, “Es”.
     La Armonía interior, realizará el “milagro” del esquema cósmico radioactivo, y este encuentro primario -o sea, a niveles constructivos y manifestados- será la Clave de SOL.
     El sonido interno esplenderá en ese tono armónico, y la Luz definirá con claridad y canto su mensaje.  El mensaje de tierras olvidadas; de dimensiones vacuas, hasta entonces.  De ilusión, Maya.
     Esta -Maya- entrará cual diosa perpetuada en el canto de sirenas, pero no será ya “real”, para quien aprendió a cantar en la tónica SOL.  Dedicación.  Altruismo.  Paciencia de guerrera, se necesitará, sin duda, en este paso al SOL.
     Al Canto de la Audacia mañanera.  Al brillo delicado en esa primera luz de la alborada.  La luz del alba única, pues luego de mirarla y descubrir su Rayo de esplendente tensión, habremos descubierto ese terreno ilímite que produce el sonido del Universo.
     El Canto del Logos.
     Y su Centro, es el SOL.  Su radiación directa emana de la Sombra, compuesta ahora de los dos elementos: pues ya la “Luz” se hizo, al fin.
     El elemento Luz, virtualmente desciende sobre nuestra materia etérica, en niveles de radiación natural anímica, y centraliza, así -o canaliza- la radiación atómica, que moverá la esfera de nuestros componentes físicos.
     Los chakras iniciarán con ritmo acelerado el desenvolvimiento, o retroceso.  La “desintegración” de la que fuera hasta entonces la ineludible, irreversible, Rueda del Samsara.
     El canto en SOL del Universo resonará en nuestro sistema físico y anímico, y alcanzará, con vibración constante, armonizada, la Rueda de la Gloria.  El Chakra de la LuzLa Residencia Verde-Azul.  La sincronía perfecta con el Logos Solar, en su primera fase  de “manifestación”.
     En la segunda fase de manifestación -o Logoica-Solar-Grupal- el Universo entero entona el Canto grave, inocuo -o vacío- determinante y denso, de la Nada Logoica.
     Se escucha entonces su tónica en ritmos sincopados, diatónicos, numerados en corcheas y semifusas.  Melodía radiosa en vibración de Andante Maestoso. Concierto intenso, vibrátil, cohesivo, al contrario de aquel que en el Camino hacia el Loto Azul, escuchamos.
     La dinámica es ahora removible. La audición perfecta. La Sinfonía de los Astros (La música de las Esferas) repite ahora en tónica-diatónica una composición terrible, inmensa. Casi que indescriptible, pues su Armonía pertenece a regiones de transparencia Cósmica.  Donde la Nada, decía, prevalece, y es por lo tanto Zona Única.
     La dimensión pues, se dinamiza, otra vez, en capacidades anímicas, sólo.  Pero se organiza en el sistema evolutivo en forma pura, sensible sí, a la dinámica del Sol, y a sus acordes tónicos y atónicos.  La oímos, dulce, penetrante, pues va directa a aquel sentido que ha sido abierto para oír.
     No es la distancia, ni la dimensión, las que grabarán este nuevo lenguaje del color: es más bien la intensión receptiva.  O sea, la Ley de “Evocación” y la Ley de “Invocación”, a todos sus niveles, y en todos sus circuitos.
     Se da por descontado, ahora más que nunca, que la vibración interna que conlleva este ejercicio de invocación y evocación solar, permanece adherido a zonas etéreas, sobre todo; donde el funcionamiento máximo es requerido, en esta etapa, donde el SOL da Ley de Fuga. Disolución atómica. Potencia energizante, y energetizadora de calidades íntimas. De respuesta disuelta, en el callado Eco de una Aurora dorada, iridisada.  Vibrante de la unión y desunión, de aquella tónica-atónica, que resuena en la Luz del Astro Rey, y vibra ya, a su vez, en las Estrellas.
     El Verde-Sol, se fundió pues en el espacio Cósmico y produjo el Naranja: el Fuego, en la mitad de su “expresión”.
     Si observamos la llama, -sobre todo aquella humilde de una vela- veremos tres colores: el Azul, el Naranja, y el Amarillo.  Cuando la Hoguera esplende en pleno incendio de fuerza permanente, es obvio, entonces que es el Rojo, el que campea, asciende, poderoso.  El que devora casi todo y con ello, la visión. 
     El color de los frutos en sazón.  De las flores silvestres, casi siempre.  De atardeceres de verano.  O luces boreales.  De simple yerba, como es el azafrán.  De verdura de tierra, como es la zanahoria.  De girasol, a media-luz.  De mandarina.  De naranja.
     De vibración de Sol ardiente en tierras tropicales.
     La “provocación”, o descenso del color Naranja, es también señal de actividad, en éste nuestro ciclo, como lo fue en el anterior. Trabaja con el Verde, en la localización de la Armonía, en una zona ardiente.  Efímera. Discordante y atónica.
     Da el tono RE menor, en su acumulación más baja, y “centra” en tono RE diatónico, en acumulaciones más intensas; como en la llama, por ejemplo.
     Al recurrir a ritmos concentrados, reflejos de la electricidad que irradia en su inmanencia; que veremos gradual y refleja, a la vez que auditiva; ofrece gamas inauditas, pues es como un torrente de líquido volcánico.  Así se precipita.  En zonas de violencia.  De sacudidas sísmicas.  De imágenes saturadas por vibraciones de terror. De angustia.  De negación total de la Belleza.
     Así esplende el Naranja. Y canta en DO Mayor, entonces.  Vibra en las zonas de comienzo. De gran intensidad, si evocado en voz plena y gran concentración si asumido en silencio.
     El “dorado”, inicia entonces su primera “evocación” diatónica, en el momento en que el gran Silencio se precipita, en la Zona Naranja, o Estanza Acumulada: zona de Fuego en permanencia.
     Las variantes con que esta Zona Naranja propone la “acumulación”, dependen de cada individualidad.  Cada uno de nosotros conocerá o determinará su propio código; es un factor de personalidad, en este caso el que “resuelve” la tónica y el ritmo.  A cada Ser, se le ha dado la posibilidad de revalorar siempre su tónica y de manejarla en la más ventajosa de las condiciones.
     No por ello, desconoceremos el peligro, de cada Zona irradiante, en el momento de la Evocación, o de sus atributos de Poder, al tener acceso a la justa Invocación.
     El peligro, en cada una de las Zonas, no consiste en la evaluación interna que podamos convocar, sino más bien en la pureza del Acto “invocativo”.  Y se habla de “pureza” de Corazón, pureza de Mente, y pureza de Natura.  Lo opuesto a estas tres condiciones, será la hipocresía.  Y no pocos entrarán en la Estanza Naranja, la “unión Solar”, el RE Tónico Mayor, a la velocidad requerida, pero sin la limpieza rítmica.  Sin el tono preciso.
     No basta saber la técnica.  La escala dominante.  Tampoco entra la dominación del elemento fogoso, ni la creación de materia ígnea, a indicarnos un exacto momento de apertura: cuando la puerta silenciosa recibe el tono mínimo, al comienzo; para “reproducir” el esplendor que el Sol produce.
     Inquietante será la “recepción”  de esta Energía.  La “destrucción” de capas anímicas disonantes, no dejará de tener repercusión en el sistema vegetativo y psíquico.  Hay siempre un altisonante ruido al comienzo, que desequilibrará la vibración acelerada, para recomponerse luego, en valores mayores.  Esto sólo lo podremos reconocer más adelante: cuando la “silenciosa apertura de la llama”, anuncie la Alborada.
     El “renacer del Sol”.
     La gran llegada del Silencio, en el reino vegetal.  El aplacarse gradual, cansino, leve, de atmósferas ígneas no resueltas, hasta esa momentánea aparición del Naranja Real.
     La Flor de Loto acuática, vibrátil, substancia química reducidora de la velocidad del Éter, reinicia la conquista de su campo, y se dispone a su ascender Real.
     La Tierra Prometida.  El Mandala de Ayer, resolverá el Mandala del Futuro.  La Promesa del Padre, fulgura en mil motivos. En llama evanescente, frágil, pero ya permanente.
     Hemos abierto el Canto Magno.  La llave de los ríos y de las tempestades está a la vera del Camino.  Nada detiene el Canto de la Luz, cuando el torrente es ígneo, y la llama permanece. Nadie, jamás podrá decir que habrá escuchado tonos de igual belleza, en toda  su existencia.
     La Música de las Esferas.  El tono Azul, el Verde, el Amarillo y el Naranja, forman un coro diferente a lo ya conocido.  Amplían zonas yuxtapuestas, contraponen la “tónica” y la “disonante”; eligen  bárbaros sonidos, como el trueno, o la avalancha.  Nos deleitan el gesto y la palabra, que se convierten a su vez, en agentes mayores.
     “Reproducimos” la gama del Violeta, que inicia su comienzo, luego de oscuro y quieto ritmo interno: el que apenas veíamos, sin oír todavía su expansión; sin conocer el ritmo de su esencia.
     La recóndita Luz que emerge del Violeta, ya iniciando su ascenso gracias a la apertura de la Zona Naranja, es una puerta ambigua, en su comienzo.  Un retomar la Voz de la Penumbra.
     Y es difícil saber de dónde llega, o por qué permanece, en su “inmanencia oscura”, y no de Luz.
     La protección mayor, en el cruce final de la Zona menor del Fuego, es un equivalente al escudo y la espada flamígeras de San Miguel Arcángel.
     Es este Espíritu, dotado del poder libertario de la llama, quien cortará por nosotros, la cabeza al Dragón.
     El Mantra es ahora, la Central invocación de la Voz del Padre.  Es Ella, en su Armonía fluida y atónica, la que convierte ahora lo que fue el Caos, el “infierno”, las oscuras y heladas moradas del ayer, en melodía de ritmo grácil, evanescente, vacuo... como el sonido de la abeja.
     Como un zumbar agudo, a veces, pero nunca agresivo, donde la Voz se escucha clara.  Contundente.
     El Mandala se abre a radiaciones de intenso resplandor y todo el Universo se nos presenta como invadido de especiales sonidos, y la llama sagrada -que emerge ahora en semi-círculo y activa el Chakraardiente”, donde el Amor reside- circula libre por el cuerpo: que toma entonces posesión verdadera de su elemento. Su substancia.
     Se libera la Luz de la Caverna y resuena la alegre risa de la Aurora.  Desciende en Luz Oscura el horizonte Azul, para afirmar su posesión, y hacerse Noche.
     Canta el Amor, y canta la Esperanza.
     No en vano se ha esperado siglos y más siglos, para contemplar, así, de cerca, esa alborada única: ese nacer del Ser.  ¡De Dios!



















     El “renacer” es doloroso, como lo fue el nacer.
     Pero en la extensión hodierna del Universo conocido, sólo se “ve” y se “siente” el dolor “vegetal”.  Ese que ocupa zonas de la Naturaleza.  No es el dolor interno el que se sufre, todavía.  Aquel lo va a anunciar el Rojo, en su camino hacia la Tierra de Agartha.  Allí se “centrará” la emoción: esa final, de la Liberación del enemigo, que se volvió un aliado.  Del canto, reconocido como alucinación, locura, por algunos.  O sea, de la rotura de los diques ígneos, totalmente evacuados de su Centro: restituidos a su canal centrípeto, no ya centrífugo.
     Evaluados en Luz de Aurora, no ya en noche de los Tiempos.
     Se acaba la tiniebla y su tenebroso encanto, en esta vuelta del Camino. De repente, la Luz que estaba suspendida en la Zona del Fuego, del Naranja opulento, recibe vibraciones de intenso magnetismo y transmite a su vez ondas sonoras neutras.
     Es una dimensión desconocida, para aquel alquimista que busca sólo el oro.  La onda sonora de expansión neutra, se alcanza a percibir sólo en la Estanza Verde-Naranja: aquella que diseña fuertemente la entrada a la Fuente del Agua de la Vida.
     Al Tesoro Oculto.
     Y allí, en aquella Zona, mora el Amarillo.
     Y allí, el Violeta avanza, poco, a poco, como una vocecita con vibración fluctuante, pero con un encanto irresistible.  Con una dinámica del Sol, que emerge de la bruma.  De un solo agudo, a veces, o staccato, en medio a voces opulentas, como lo son la llama, el aire,  el Sol.
     Allí, en la entrada al Reino del Águila dorada, la Morada Amarilla, como el maíz, el trigo madurado, el girasol, un limón en sazón, o la foresta en el Otoño, el Violeta se muestra, como un espíritu burlón.  Y hay que reírse con el juego del genio de la Noche.  Estar atentos a su ritmo, de prestidigitador de gran renombre.  Olvidarse del Laberinto con espejos, que comenzó a dibujarnos con la sagacidad del Mago de la Historia, y dejarlo llegar con su sombrero de copa lleno de conejos.
     Reiremos después.  Cuando descienda en su opulenta carroza de caballos alados, rodeado de lebreles y alfajores. Será el amigo fiel.  Espejo audaz, que simplemente quiso darnos la lección en la escuela de “todo o nada”.  Romperá él mismo aquel azogue inocuo donde nos hizo ver imágenes de dioses o vampiros, y reirá a su vez, como el hermano que es. 
     El “compañero alado”, hasta el final del viaje.
     Por ahora, en esta entrada a la Región del Águila dorada, es todavía un geniecillo retozón.  Una pequeña vibración, decíamos, en tono grácil, no violento.
     Y lo dejamos husmear, mirarnos con sus ojillos de criatura curiosa, mientras sin tregua y sin mirar atrás, nos avanzamos; tiempos duros, en que el desierto nos rodea y el calor calcinante deshidrata el Espíritu, que va a necesitar de todos  los recursos.  ¡De todo nuestro Canto!
     El Reino del Águila dorada, es reino de desiertos.  De cimas últimas y ásperas.  De dolor mineral.
     Dolor de Tiempos de Mañana.
     Así se siente.  Como un arrancarse de cuajo la raíz profunda del ancestro terreno.  Como orfandad de todo.  Incluso de la brisa fresca de la Noche, que parece enemiga.       Y son noches oscuras.  Sin estrellas.
     La Luna luce fosca, extraña, y no reconocemos el antiguo paisaje.  Tan ingrato es el viento, el sueño es gris, y no repara ese cansancio agudo que sienten nuestros huesos.  Como si todo fuera a perecer, en la desolación que nos circunda.
     Estamos solos.
     Ni siquiera el “Silencio” nos es benéfico, a la hora de llamarlo.  Parece sordo también él, a la hora del grito, que le lanzamos con el ansia de “oírlo”.
     Nada responde.  Nada vibra.  ¿Será posible que hayamos perecido y no nos dimos cuenta?  ¿Habitamos acaso las regiones del Hades?  ¿Dónde la Voz, y dónde las campanas?
     Maravilla el sonido, que desapareció tan de repente.  ¿Soñamos que somos mariposa?  O somos mariposa que sueña ser humano...
     El Olvido comienza...
     La certeza de ser que antes sentíamos aguda, casi como saber que el Universo y los Planetas y pájaros y flores y hormiguitas y ardillas y los niños saliendo de la escuela, todo eso existía... ahora es vago,trunco.  Como una rueda que girara sin un eje, o un eje que girara sin la rueda, o una rueda y un eje uncidos a una roca, o una roca flotando en el espacio.
     Sueños.  Soñamos que soñamos que estábamos dormidos.  O que soñamos que estábamos despiertos.
     Todo es ingrávido.
     ¡Amarillo...!
     Todo nos obnubila, como la Luz del Sol del mediodía.  Y nada calma esa necesidad de saber si soñamos que somos mariposa, o si la mariposa sueña que es aquella guerrera que desciende y asciende la Montaña Sagrada, donde habita la Luz del Universo.  Donde el Fuego es Sagrado y sólo puede verlo quien llega hasta sus pies, ciego, sordo y sin habla.
     ¿Dónde están las tinieblas del que procrea la Noche y sus esbirros? gritamos otra vez, ansiosos por oír, aunque sea el fragor de las batallas y el horror de alaridos de quienes mueren en tortura.
     Cualquier cosa daríamos con tal de ser humanos otra vez.  De ver y oír, como los otros.  De sentir miedo.  O sed.
     O tan siquiera olvido...
     Pero el vacío sigue, y sigue ese esplendor, que deja el Corazón con un anhelo terrible y lacerante: anhelo de llorar esa pasión que no es pasión, y aquel dolor que no es dolor. Ese silencio que no escucha, como lo hacía en otros tiempos.
     El Amarillo es ciego, sordo y mudo.
     ¡Es tan solo esplendor!  Y el que no trae el escudo preparado, ese de acero y oro que debe relucir delante a la cabeza de Medusa y reducirla a piedra, no cruzará la Zona del Ritual.
     La Zona del “Oficio”, o Zona del mercurio.
     Del mensajero alado, que entregará el secreto, después del salto en el abismo. Después de haber petrificado la Medusa.  Recitado a la Esfinge las tres adivinanzas.
     Todo ello se requiere, para ser la guerrera que partió de la llama, para encontrar el Fuego Vivo.  Y encontrará los fuegos fatuos, los fuegos de artificios, el fuego del rayo y del relámpago, antes de descender a la caverna, en lo alto de la cima.
     Allí, donde la Esfinge Alada, es el “ángel custodio” de la última puerta, a la Espiral Eterna.
     Y en la Espiral Eterna, se encuentra el Reino del Águila dorada.
     El Reino del Amor, más allá del Amor.
     Aquel que cruza la frontera del Olvido y nace cuatro veces de la Muerte-Natura, conocerá este Reino.  Sabrá el secreto del Águila dorada y volará como ella en el espacio Azul Celeste, donde el rumor  del Nada, nace.  Donde la Voz de Dios se escucha.
     Dios nace entonces, en nuestro “Corazón”.
     El don celeste del Amor humano, se trasmuta en Divino.  La frontera “formal”, entre el hombre-animal y el hombre-humano, ha sido traspuesta en el período Azul-Verde, en que el canto “atonal” descendió al más profundo de los mares y “resurgió”, del “ser naciente” que “fue”, antes de conocer la muerte corporal.
     El Ser que nace ahora, se llama Luz de Diosa
     El Águila, secreta, en vuelo único, hacia la altura no conocida por ser humano, hasta ahora, desciende poco a poco; a “ver” a ese mortal, que llegó hasta la cumbre de su montaña y decidió acampar allí, a la espera del Alba.
     Del nacimiento de la Luz.
     Y entonces, ella, o él, guerrera-guerrero vencedor de la batalla del Olvido, reconociendo el “tono” exacto de la Mansión del Águila, se acerca sin temor, a rendirle tributo.       Ha comprendido, sin “saber”.  Ha visto la visión de quien “saluda” al Sol, sin herir la retina.  Ha acumulado la Energía del Fuego del Amor, para “expandirle” allí, en la Mansión de la “Sabiduría”: porque el vuelo del águila dorada, es “razón sin razón”.
     Conocimiento de la Luz, no ya “conocimiento” de la mente inferior.
     El “tono” es seco.  Profundo, como el grito de las aves nocturnas.  Diáfano y sostenido sólo en la tónica mayor, que amplía el “eco de la montaña”.
     Es un tono perfecto.
     No se “recibe”, ni se “da”.  Se conoce en la niebla, solamente.  En esa bruma de ciertas madrugadas, o en la brumosa esfera de la noche de invierno.  Es el “tono” del gris, que esplende en Azul, en Verde, en el Naranja, y pasada la Noche se trasmutó en el Amarillo.
     El Alba “es”.  El vuelo es de tono encandecido, de Sol reverdeciendo en el follaje: de Luz  de frutas en sazón.
     El Águila resuena y truena y ríe.  Desciende de su trono y deja entrever sus dos cabezas.  Pliega sus alas de guerrera sublime del Espacio, de “viajera del Aire”, conquistadora de Montañas de las Nieves Perpetuas.  Desnuda, está ahora la guerrera, que llegó hasta la cima habitada por ella, y mira el espectáculo, atónita, sin habla.  Difícil le será pronunciar palabra, luego de contemplar el vuelo “Real” del Águila dorada.  Y de “escuchar” su risa.
     De “ver” el tono opalescente, que irradia en vibración ovoide, estricta, natural, y el ritual en sus alas, de dimensiones “áureas”, que se agitan apenas.  El vuelo recomienza, para mayor mudez de la “viajera”, para sorpresa única; y es más que todo el canto de las dos cabezas, atónico y sincrónico, lo que aterra y fascina.
     ¿Dónde quedó el ropaje, el atuendo de guerrera que traíamos, tan dispuesto a impresionar al primero que se nos atravesara?
     ¿El escudo, y la lanza?
     ¿Y la voz de guerrera del espacio?
     Pero estamos desnudas, como describe la primera mujer los libros seculares y sagrados.  Desnudas como Eva, luego de su “pecado”.  El follaje es espeso y al lado de la caverna hay flores de pétalos gigantes, que bien podrían servirnos de vestido, de túnica si quisiéramos, nada más perforarlos un poquito y cubrirían la desnudez insólita, de ahora.
     ¿A dónde fueron a parar, y a qué horas, los arreos de paladina...?
     ¿Por qué...?
     ¿Por qué? ¿por qué...? se ríe el Águila, imitándonos, sus voces tónica  y atónica esta vez.  Todo es fluctuante, aquí, pensamos.  Vago e indeciso.  Como en un sueño de Alicia, y ¿estaremos soñando, otra vez?
     Pero el viento susurra en nuestra piel que estamos bien despiertas, que el “juego” se acabó, y que la entrada a la Mansión del Águila Real, conlleva risa y trueno, y para nada una armadura.  Y mucho menos una espada.
     La piel transpira, emerge de su costra que la disminuía y le quitaba el aire.  Siente que flota con la caricia de la brisa y aquel perfume de las flores gigantes comienza a relajarla y a aromarla.  Como si por primera vez tuviera cuerpo, piensa.
     Y es extraño el “pensar”, pues no son pensamientos, se sorprende.  ¡Todo es sorpresa aquí, en la Mansión del Águila Dorada!
     Un “casi” sueño, que en realidad es Realidad.  Un cuerpo hermoso, joven, fuerte, que siente la caricia del aroma de flores y flota con la brisa y no se asusta para nada, ni mucho menos se avergüenza, de estar desnudo y desafiante ante quien quiera verlo.  A quien quiera donarle una caricia plena o una mirada Azul... Y entonces piensa que no piensa, sino que está “sintiendo” o “viendo” pensamientos, que emergen cual centellas desde una parte muy secreta, y no ha tenido tiempo de “formarlos”, cuando ellos ya no están.
     Quedó un color, a veces.  O un sonido profundo y “emergente”, de tono básico, y atónico.
     Es el mirar” del Alma que se va, y así es su despedida... escucha al aire que susurra.  ¿O fue el Águila que habló?
     ¿El Alma que se va...?
     ¿Y a dónde...?
     A regiones de Olvido, guerrera de los tiempos.  Al último rincón del Universo.  Y no preguntes más, porque es inútil.  Nada la hará volver.  Has sido tú, quien ha dicho “hasta luego...” y ella se va, cantando, ¿ves...?
     Pero ya no se ve, ni se siente el “tono” o el “color”, del Alma que se fue, abandonando por siempre a la guerrera; que más atónita que nunca se sienta a descansar, encima de una roca de color lapislázuli.  Extrañas cosas le suceden, en este Reino del Águila bicéfala.
     ¿Y ahora, qué será lo que me va a ocurrir?
     “Eres curiosa”, dice una vocecita que sale de una flor, y la guerrera siente que el corazón le salta con violencia como queriéndose salir; porque al fin se realiza el sueño de sus sueños: ¡hablar con una Rosa...!
     Y sería un capítulo muy largo, que a lo mejor lo dejamos para escribirlo en otro cuadernito.  El diálogo con la Rosa, de eso sí puedo darle fe, duró una eternidad.
     La guerrera aprendió a tirar al arco como los samuráis, pero sin arco y flechas.  Su cuerpo de cervata le servía de arco, ahora color de bronce por su contacto abierto, limpio, con el Sol; y la flecha era el Fuego del Amor, que a medida que oyó el mensaje de la Rosa y aprendió el tono de la “risa” del Águila, iba fluyendo, penetrante y agudo.  Flecha encendida e incendiaria, que cruzaba los bosques ardiendo las esferas de los árboles y calcinando pájaros en vuelo.
     No te arredres guerrera, sonreía la Rosa, al verla a veces timorata ante lo que parecía un descalabro: La Ley del Arco y de la Flecha ígnea, es así... arrasador, fogoso.  Tu aprende a dominar el Arco de tu cuerpo, que la Flecha sabrá dónde tiene que ir...
     Y así pasaron meses, o años,
     o a lo mejor pasaron siglos...
     La guerrera creció a medida que avanzaban las lunas de Septiembre, y conoció barreras “ciegas”: así dijo la Rosa, que esas barreras se llamaban.
     Ciegas, porque no quierenver”, y eso era todo.  Y ella no le hizo más preguntas, porque aprendió una cosa esencial: que en la Mansión del Águila Dorada el cuestionarse no tenía ni cabeza ni pies, ya que los “pensamientos” no existían.
     Mejor cantar.  Danzar.  Tirar al arco.
     Hasta que un día, o fue una madrugada de verano, para más señas, el Águila se remontó en vuelo tenso, muy nervioso, como queriendo dejar atrás al Sol, que emergía calígine y Azul; pues son regiones donde sonidos y colores no corresponden para nada a los que conocemos, en lo que el ser humano llama “realidad”; y la guerrera comprendió de repente que el Águila se iba.  Que ese vuelo tenaz, nervioso, más allá de los rayos azules del Sol que apenas emergía del Oriente, era un vuelo de adiós.  Y que ese canto que comenzó a “expandirse” y a caer, a caer, como una llama viva, como centellas, truenos y relámpagos ¡como un fragor del fin del mundo! era el regreso del Águila Real a su región secreta.  A su Mansión del más-allá-de la región del Arco-Iris.  De más allá del Sol.
     A la región del Nada Eterno, donde la “Luz” se agota y esplende la Armonía del Eterno DominioEl Poder de la Luz que ya no es Luz, porque la Zona del Amarillo quedó atrás y el esplendente círculo del “Drala”, que producía reverberancias, fuego, amor del astro rey, se “fuga”, a la hora convenida.  Se cierran esas puertas de la Montaña del Olvido, y habrá que echar a andar de nuevo, se dijo la guerrera.
     Y así fue.























     Y anduvo, anduvo, anduvo, hasta encontrar la puerta roja.  Esa que le había sido descrita por el Águila, antes de emprender vuelo hacia la Nada.
     La verás a distancia, como si fuera Fuego, que está incendiando el monte.  Como una hoguera maldita, que te dará terror.  Pero no temas, no es más que un espejismo.  Trapisondas de brujos de los bosques...
     Tú, sigue andando en dirección “contraria”, como si nada fuera...
     ¿En dirección contraria?, se atrevió a balbucir, pues al Águila no le gustaban nada las preguntas, ni las vacilaciones: ¿y cómo haré para llegar a...?
     ¡No te impacientes, guerrerita...! y fue allí, cuando le dio ese nombre por la primera vez: no te impacientes, que de la carrera no queda sino el cansancio...
     El ojo atento al símbolo de vidrio, y el oído cerrado, como si fuera tapia. Cerrado ¿comprendiste?
     Y hétela aquí, la guerrerita, que caminando, caminando, reflexionaba a tanto calambur ¿y cómo hago yo para llegar hasta una puerta que no es puerta, y además está en llamas, y para mejorar el cuento tengo que echar a andar de para atrás?
     “De para atrás, no...”  oyó una vocecita burletera, que provenía de detrás de un matorral, y ella dio un salto hacia el Oeste, pues no había que fiarse de ninguno en parajes como ese.  Había atravesado ya gran parte de lo que parecía estepa, sin agua y con un cielo encapotado que amenazaba chaparrón, más sólo le ofrecía un aire denso, pegajoso.  Cansada y aburrida de tanto caminar y caminar, sin cambiar de paisaje, y para mal de sus males, una plaga de mosquitos la comenzó a azotar, a chuparle la sangre, y tenía el cuerpo como una sola llaga, pues eran bichos venenosos.
     Y ahora la voz de un brujo, que le tomaba el pelo, o la quería enredar en Dios sabía qué cuentos: mejor quedarse muda.  Hay que ignorar las voces de extranjeros, cuando no se les puede ver el color de los ojos, recomendaba siempre el Aguila, y ella no sólo no veía el color de los ojos, sino que la tal voz era invisible.
     Mejor seguir andando...
     ¿Te dio miedo mi voz...? y se le apareció un galán apuesto como un príncipe azul, sólo que estaba enjaezado todo de Violeta.  Terciopelos y sedas, y sombrerito de penachos.  Joyeles y aderezos, de jaspe y de granates.  No tendría veinte años, calculó la guerrera.
     ¿Por qué tanto jugar a escondrijo...? no se podía mostrar de frente, como toda persona de respeto?
     ¿Escondrijo...? se rió el doncel, como si se tratara de la palabra más risible que había escuchado en su vida, y ella no vio la gracia.
     ¡Pues, sí!  Como los niños que andan haciendo travesuras a los caminantes, le dijo más conciliadora, pensando para su capote que mejor andar con tiento, no fuera un brujo disfrazado de mancebo hermoso.  El Águila advirtió un millón de veces, que los brujos pululan en la estepa porque ellos aman vivir en los desiertos: se alimentan de piedras y serpientes, le había dicho, y ella se estremeció, recuerda, con sólo imaginar...
     ¿Te gusta mi collar? oyó que el joven comentaba, pues ella de seguro andaba ida, con la mirada divagante, mientras que meditaba en las cuestiones de piedras y serpientes, y no se sabe nunca, mejor dejar que se vaya el doncel por donde había venido.  Pero él no tenía intenciones de volverse para ninguna parte, y comenzó la charla, que si le gustaba esto o le chocaba aquello, que si se aventuraba siempre sola por parajes extraños y así de peligrosos, que de dónde venía...
     ¡Atenta a confidencias...! le espetó el Águila una tarde en que ella se atrevió a comentar que le gustaba mucho ver las puestas del Sol, sobre todo en verano... ¡La palabra que brota por brotar, es siempre inútil, peligrosa!  No hay que dejarse engolosinar por el sonido.
     ¡Aprende a Ver, mejor... en vez de andar de parlanchina!
     Y allí quedó la Voz, entonces.  Como atrancada adentro, y hablaba apenas con los pájaros y cuando el Águila estaba fuera, reconociendo tempestades y acariciando el Rayo, como ella misma le explicaba.
     El Rayo es oro líquido, que desciende de la morada de los dioses, y hay que saber en qué momento y sobre todo el “por qué”, cae de allá, de arriba, y se queda a tus pies para que lo “acaricies”.  ¿Como un perrito? pensó ella, pero se abstuvo muy mucho de pronunciar semejante pamplina en alta voz, no fuera que...
     Como un perrito, si... continuó el águila en tono socarrón, y desde entonces ni se atrevió siquiera a “pronunciar” sus pensamientos, puesto que eran leídos a gran velocidad.
     ¡Las Águilas no piensan, ellas son...!
     Y otra vez tuvo que dar un salto, porque de sorpresa en sorpresa, en todos los caminos que hasta ahora anduviera, la menos esperada era que un muchachito con aires de galán y pensándose ya conquistador, le leyera también el pensamiento.
     Perdona... se excusó, como quien no quisiera entrometerse en las mentes ajenas, cuando en verdad ya estaba adentro.
     Yo me llamo el Caballero Violeta y me parece que nos habíamos visto en otra parte... siguió en tono cortés, muy varonil, muy centrado en su voz timbrada de barítono.  Caballero Violeta, para servir a Usted... y se inclinó con un gracioso gesto, que en realidad la desarmó, y tuvo que admitir que tenía mucho encanto, y savoir faire.
     ¿Y tú... perdón, y usted, como se llama...?
     Yo me llamo Guerrera de la Paz,  a veces, o Amazona de la Luz, otras, o Estrella del Alba, en ciertas épocas, le soltó de un tirón, mirando la sorpresa que se le dibujaba en la sonrisa hermosa, que no dejó, por cierto, de iluminar su cara, ni en el peor de los momentos.
     ¡Guerrera-de-la-Paz!  Qué bello nombre...¿Y dónde lo encontraste?  ¿Te puedo dar del Tú...?
     Y desde allí, se declaró su paladín, su compañero de camino: como un ángel guardián.
     Sabía todo, lo habido y por haber.  Era un sabio en embrión, que había salido de su tierra a los siete años a recorrer, a ver el Mundo, a descubrir qué más secretos guardaba el fondo de la Tierra, y aseguró que había vivido en las entrañas de la capa Terrestre.
     Que conocía “Agartha”, como sus propias manos... Que allí le habían dado el nombre de Caballero del Violeta o Caballero Audaz. Pero si quieres, puedes llamarme Athon.  Me gustas mucho, "Amazona de Luz", y ya somos hermanos ¿tú no crees?
     Hermanos de la Luz del Corazón de Dios...
     Y ella quedó prendada de tan hermosa descripción, de dos personas que cruzan su camino, en medio de la “Nada”, de una estepa cualquiera, poblada de peligros y de piedras, y se llaman así: ¡Hermanos de la Luz del Corazón de Dios!
     Y le enseñó aquel Canto.
               Mariposa viajera
               con las alas color
               de nieve de las cumbres
               donde habita
               el Mandala
                    del Silencio.

               Sé que conoces la
                    Flor del Paraíso.

               Conoces la Casita
                 donde mora la
                    Flor del Edelweiss...

              
               Dime mariposita
                de las alas de Luz
                color de lluvia
               Luz de la luna nueva
               iris del Sol
               color de estrella de
                    los mares del Sur

               ¿Dónde habita la
                Luz que te creó?
                    ¿Dónde el sonido
                         de tu vuelo
                            en silencio?

               Mariposa de Fuego
                blanco como la
                 leche de las
                       cabras
               y Fuego rojo
               como una rosa
                    de Jericó

               Dime cómo se llega
                    a la morada
               de los siete colores
                 Arath-aí-ma-í
                   Arath-ao ma-o...

     Y así cantaron y cantaron, a lo largo de caminos de montaña y caminos nevados y trochas con pedriscos, esa encantada melodía, que subía y subía en tonos de color muy encendido, cuando el doncel Violeta la entonaba; y en ritmo audaz, violento, premuroso, como queriendo cruzar ya, en un abrir y cerrar de ojos tanta región de olvido, la guerrera Arathía.
     La que aprendió a cantar entonces, a la puesta del Sol.
     Y así cruzaron ríos y planicies.  Parajes de escorpiones.  El le enseñó también, el manejo del tono de la corriente de los vientos del norte  y occidente.  “Atónico” y en RE, cuando era mediodía, y smorzzando y en LA, cuando surgía el Sol.
     Los "tonos" son violeta, cuando se sube a la montaña de las flores doradas.  Son ellas, las que le dan ese color de uva en sazón.  De florecer silvestre.
     ¿No has visto nunca el Cisne del color de las moras?
     Y ella dijo que no.  Le parecía “imposible”, que existiera un cisne con ese colorido.
     Para ti es "imposible" casi todo, dijo el doncel, con sonrisa muy dulce, pues ya aquel airecito socarrón no lo empleaba más que cuando se perdían en algún laberinto, y la salida les jugaba miles de “espejismos”.  ¿Ves...? comentaba: el espejismo es ciego y tonto.  No tiene ni cabeza ni pies. Es marrullero.  Lleno de maturrangas.  Como las triquiñuelas de los brujos, pero no hay que dejarse amilanar por tanta fatuidad.  Los trucos de los brujos y de los "espejismos", sólo pueden hacer caer los que no tienen ojos para ver.
     ¡Y tú, ya tienes ojos, Arathía!
     Y se reían juntos de aquella tonta triquiñuela, y seguían cantando, mientras los pájaros y las maripositas los seguían, en aquel avanzar sin rumbo, parecía, pues no importaba sino la dirección donde se levantaba el Sol.
     ¡Para allá vamos...! señalaba el doncel, con ojos juguetones, del color del ropaje, y la guerrera lo seguía.  Confiada.  Candorosa.  Como se sigue al ser amado, sin preguntar dónde ni cómo...
     ¿Estaría sucumbiendo a los encantos del mancebo, con voz de ruiseñor y manos tiernas?
     ¡Atención...! se decía.  ¡No es hora de amoríos!  Pero su corazón se ponía a correr como un cervato, cuando el doncel cantaba tonadillas en que el Amor campaba en todas las estrofas, y entonces la invadía ese secreto canto de la sangre.
     Ese que hace sentir la piel como flotando y el fuego enciende hogueras en el vientre, y esparce llamas vivas desde los pies hasta la propia coronilla, y ella sentía la Muerte.  O como si llegara, aquella Dama Oscura, a tocar a su puerta.
     Y él se dio cuenta, y sin hablar; sin hacerle entender, que él entendía, se tendió silencioso y sin ropaje, donde yacía ella, que lo esperaba con las manos ansiosas de quien no tiene fuerzas para decir que está sedienta, viviendo cerca de un arroyo; y entonces comprendió, por la primera vez.  Como un rayo que se desgaja en seco.  Como una roca de volcán que se despeña monte abajo.  Como esa quemazón que deja el viento de nieve, mientras cruzamos la ventisca.
     Así sintió la guerrerita, cuando llegó el Amor.
     Como si hiciera siglos que supiera de la existencia de una “sensación”, de un torrente de Luz que invade todo, igual que la palabra de Dios: igual que los silencios.
     Como si no supiera nada de ella misma, que se fundió a la “sensación”, penetrada, esparcida, floreciendo en aromas de riqueza infinita, de miel, de rosmarino, de savia acídula y amarga.  Como si navegara al ritmo del deliro.
     Así se dio, Arathía...
     Sin importarle el tiempo del olvido.  Ese que llegaría, cuando el doncel dijera adiós, y el invierno cantara con su voz de borrasca.
     No importa si me muero, se oyó ella misma murmurar, en medio del tremor de todo el cuerpo, que ardía devorado por esa llamarada que parecía no tener fin.
     No tiene fin, guerrera, le musitó al oído su doncel de manos como seda y mirada violeta como los agapantos.  Yo soy Amor, que llega desde tiempos que ya nadie se acuerda.  Muy poco me conocen.  Pero los que se arriesgan a "regresar" conmigo, a la Tierra del Sol, "conocerán", guerrera...
     Y ella no preguntó.  Conocerán, bastaba.
     Al despertar, al canto de la alondra, él ya no estaba más.  Su aroma de retama la seguía cubriendo como un plumaje espeso, y entonces supo que había perdido al compañero de cantos y de risas.  Al que la hiciera verse en el espejo atroz, de su delirio evanescente.  Su cuerpo en fuego, y oro líquido.
     El monzón de la tarde, la sorprendió en sollozos.
     Guerrera de la Aurora y Luz de grito abierto: ¡despierta!  ¡Es sólo un sueño! le gritaron a voces turbulentas las ramas de los sauces.  No creas en el Amor de los que pasan y se van, sin un adiós siquiera... ¡Ese era un badulaque...! se burló un cisne negro, que se paseaba en un estanque, con lotos amarillos y ranas cantarinas, que le hacían coro, burleteras: ¡Ese era un badulaque...!  ¡Badulaquín, y zarramplín...!
     Y se partían de la risa...
     Pero ella comprendió que la mirada audaz y dulce del que se va sin despedirse, es la espada de Amor, que un guerrero nos deja como ofrenda.  Que el dar así, y el recibir así, como
quien da la vida y te recibe el último suspiro, es pertenencia sólo de los dioses.
     Y supo, entonces.
     “Conoció...”
          






    
     El camino seguía, y a caminar se dijo, guerrerita, se consoló al atardecer, mientras se alimentaba con higos del huerto que sembraron, y adiós, será... le dijo a todo: al paisaje, de colinas tan dulces y ya reverdeciendo.  A los primeros brotes de amapolas.  A la cabaña en piedra y al Nogal, que le había hecho ofrenda siempre de su fuerza.
     ¡A todo, adiós! pensó, sin fuerzas ya de pronunciar palabra.
     Y se envolvió en su capa, se armó de su bastón y sus sandalias, y se lanzó al albur, hacia la luz de las estrellas, que comenzaban a brillar, allá, en el firmamento: y qué querrá decir el firmamento, comenzó a preguntarse, a falta de otra cosa en qué pensar, pues no quería saber de su pasado, ni su dolor, ni de su cuerpo huérfano... y qué querrá explicarnos esa palabreja... cuando sintió el sonido.
     Atroz.
     Como de una estampida.  O una avalancha.  Como si se partiera una montaña.
     Y cayó de rodillas, del terror.  El fin del mundo, de seguro... Todo se sacudía alrededor y del cielo sin nubes comenzaron a precipitarse rayos y centellas.  Los árboles crujían, se desgarraban, se mecían en danza enloquecida, con esa furia ciega de ventarrón que comenzó a soplar.  Piedras enormes comenzaron a moverse y a rodar, a rodar, y ella seguía petrificada, clavada en tierra, de rodillas.  Sin voz por fuera, ni por dentro.
     Y de repente, se sintió volar.  Se sintió transportada por los aires como si fuera una plumita, ligera, vagarosa, flotaba en el azul del firmamento cual pájaro en el viento, cual hojita de otoño ¿y a dónde iré a parar? se preguntó después de mucho tiempo que el viaje alado comenzó.  ¡Si ni siquiera tengo alas...! y le vinieron ganas de reírse, pues ya ni miedo...
     El miedo quedó atrás.  Los rayos y centellas.  Sólo un sonido de tonos graves, muy sutiles, acompañaba su flotar por las regiones del espacio. 
     Su cuerpo efervescía.  Le pareció que era formado de lucecitas de colores, que iridisaban en la noche, como un desfile de luciérnagas.
     ¡Me volví una luciérnaga! gritó, y después las carcajadas.
     ¡Qué risa!  ¡Qué delicia...!  ¡Qué manera de ser una luciérnaga, volando, iridisada, quién sabe para dónde, ni por qué...!
     ¿Y será un sueño...? le vino de pronto la inquietud, pues sólo en sueños uno podía volar, o convertirse en cosas raras.  Pero no creo, se hizo la reflexión.  En los sueños uno nunca puede verse las manos, y yo las estoy viendo.  Y en esas estaba, preguntándose si sería un sueño o no, cuando sintió que descendía.
     Lo primero que vio, fue los picos nevados.  Después un bosque.
     Y las acacias.
     Estás en la Montaña de los Siete Dragones,  oyó una voz que le anunciaba.
     Una voz como un trueno.
     ¡Dios mío, y ahora qué me va a ocurrir...!  ¡Dragones...!  ¡Virgen Santa!  Como en los cuentos de hadas... y de todas maneras será fantástico, y nadie va a creer, cuando yo cuente que nada menos que me topé con los Dragones, se comenzó a decir ya resignada, y excitada, ante el anuncio del portento, y estaba por preguntar: perdón ¿y con quién tengo el gusto de hablar? cuando la vio.
     Los ojos amarillos, como chispas de fuego.  El cuerpo reluciente, muy quieto, de una belleza sólo comparable a su feroz mirada, que comenzó a lanzar una especie de luz, de rayo laser, que atravesó el espacio en un abrir y cerrar de ojos, y se clavó en su corazón.
     Como descarga eléctrica, sintió.  Como si un bastonazo en las espaldas le hubiera abierto un túnel por en medio a las vértebras, donde empezó un calor terrible, a subir, a subir, y no podía ni respirar, ni hablar, ni abrir los ojos. Sólo sentir aquel como dolor ardiente que recorría su cuerpo que temblaba, trepidaba de horror, y al mismo tiempo de goce.
     Sentir así, guerrera, como quien va para la guerra, sin armas y desnuda, es destino de dioses, sintió una voz, ¡adentro de ella!
     La penetraba con sonido como de terciopelo, tan suave, tan delicado fue el acento con que le dio el mensaje, quien fuera aquella que le hablara, pues era un tono de mujer.  Grave.  Muy denso.
     Como una catarata, de esas que abundan en los trópicos.
     ¡Tenía voz de agua...!
     Mi voz es de agua y fuego, Guerrera-de-la-Paz, y hoy canta para ti.  Bienvenida, Arathía.
     Y abrió los ojos y se “vio”: delante de la Puerta.
     Aquella color Rojo, que el Águila Dorada le anunciara que ella se iba a encontrar, en la Montaña de las Siete Cumbres, así se lo predijo: y cuando menos lo esperes, la puerta estará allí.
     Y allí estaba.
     La tigra de ojos amarillos, seguía inmóvil y terrible en su belleza única, y a ella le pareció que era la tigra, la que le había hablado antes.  Algo en su ser le dijo que no debía moverse.  Que observara, en silencio.
     La tigra, entonces, avanzó.  Se dirigió con paso rápido hacia la Puerta, que tapiaba la entrada de una cueva de proporciones gigantescas.  Toda de piedra negra.  Basalto, parecía.  Relucía en las partes de superficie lisa y parecían espejos, donde ella se veía de diferentes dimensiones, igual que en los espejos de los circos.
     ¡Entra, Arathía...! le conminó la tigra, que cruzaba ya la Puerta Roja, que ni se abrió, o circuló en redondo, sino que simplemente se esfumó. O mejor dicho, la tigra “atravesó” la puerta como si fuera de humo, y desapareció, y en el instante en que ella inició el movimiento de seguirla, la Puerta era de Fuego.
     De llamarada viva.
     Un incendio voraz, era lo que cerraba la entrada de la cueva.  Candela pura, en lenguaradas de tres o cuatro metros, por lo menos.
     ¡Entra, Arathía...! volvió a incitar la voz profunda y grave, que recorrió sus miembros -que no podían ya casi sostenerla, tan fuerte era el espanto- como si fuera un bálsamo “encantado”.
     De pronto se sintió como si fuera alada.  O invencible. Como si en realidad tuviera la fuerza de Goliat, siendo sólo David: y “arremetió” contra la Puerta de Fuego, cantando la canción de la mariposita.
     Y entonces, la barrera incendiaria que obstruía la entrada, se convirtió como por arte de birlibirloque, en barrera de rosas; que ella cruzó, aromada, acariciada por sus pétalos.
     En el fondo de la cueva, vio la Tigra.
     Ven Arathía... la invitó, y ella avanzó hacia aquella especie de sitial de roca; traslúcidas, como alabastro, las paredes. Vio las estalactitas y las estalagmitas, emergiendo en azules y descendiendo en verdes y amarillos.  La Estanza entera de cristal de roca, y un resplandor rosa y violeta emanaba del centro de la cúpula, donde ella vio la estrella, en cinco picos.  Y la Luna y el Sol.
     Todo de pedrerías y brillantes.
     La Tigra la observaba, mientras ella avanzaba, pendiente de tanta maravilla, y tanto resplandor.
     ¿Dónde estoy? pronunció apenas, y sin querer, en realidad, pues nunca supo cómo salió la voz.  Se sentía más bien como “paralizada”, mientras veía a su cuerpo “caminar”.      Era una “sensación” muy agradable, que sin embargo le producía angustia. Deseos de volverse por donde había venido...
     ¿Por dónde había venido? se sintió sonreír.  Difícil, guerrerita.  Volar de vuelta va a ser tarea de águila... y estaba en esas, preguntándose en qué regiones se encontraba y asustada a la vez, cuando una sacudida en todo el cuerpo, como un viento interno, cálido, la sacó de un tirón de aquel dilema.
     La Tigra ya no estaba.  En su lugar, había una hoguera de llamaradas altas, mecidas por un aire que soplaba y soplaba produciendo susurros, cantos, voces de tonos dulces, que la dejaron yerta.  No podía salir del estupor.  Como si una corriente subterránea la impulsara, y sin saber cómo ni cuándo, se encontró a los pies mismos de la hoguera.
     ¡Y la hoguera le habló!
     Dulce Arathía, Guerrera-de-la-Paz, no temas...  Estás en la Región del “Nada”, donde habita el “Mandala de la Vida Suprema”. El TAO.  El Dios de los mortales y de los inmortales.  El Ananda.  La Vida del “secreto vivir” sin vivir, se terminó ahora, para ti.  Eres una Amazona de la Luz, y aquella que ha cruzado las “Regiones de Luz”, como guerrera solitaria, no tendrá descendientes de la carne.  Será la “Luz” que encarna ya, como lo fueron tantas otras, hermanas tuyas, Arathía.
     Te llamo “Dulce” hoy, pues has hundido tu simiente en el agraz y duro suelo de la Tierra, y has germinado en árbol de trupillo. En tierno anón de carne azucarada.  En duraznero.      
     En néctar de los dioses.
     Eres el don de la dulzura, para quien vea en tí, lo que tus manos brotan.  Y eres Amor.  “Amor de Luz”, que apaga sed a los sedientos y cura los dolores, las heridas.  Eres la que “nació” del vientre de ti misma.
     Por ello, en esta “Estanza del Diamante”, te hacemos hoy entrega de tu espada.  Tu armadura, guerrera, que cubrirá grandes distancias de luz de Sol y luz de Luna.  Que seguirá contigo ese camino del Amor, sin temor a los lobos esteparios, ni a aquellos que no tienen corazón.   
     Te concedemos tres deseos, Arathía...
     Y ella tembló.  Jamás había escuchado al Fuego hablar, ni pronunciar su nombre, en esa forma.  Nadie la había llamado “Dulce”, pues más bien parecía un puercoespín, que un árbol aromado.
     ¿Y qué pedía...?
     ¿Cómo se iba a atrever a desear ni siquiera un deseo?  Y se acordó de la historia del “Rey Midas”, no me vaya a pasar que ahora peque de angurrienta, yo no sé qué pedir, porque además aquí parece que no se necesita, todo  es “perfecto”, reflexionaba a toda prisa, y en esas, esa voz: que parecía de Luz devoradora, de ventarrón fogoso, no la dejó seguir pensando...
     ¡Concéntrate, guerrera!  ¡Está pasando el ángel de la guerra...!  Toma tu espada, y ¡lánzate al combate!
     Y se sintió desnuda, en medio a un remolino de fuerza arrolladora. Como si una centrífuga la estuviera arrastrando al fondo de un abismo, que no tenía fin.  Un pozo oscuro, oscuro, oscuro... ¡Arathía...! gritaban esas voces burleteras, que una vez escuchó al borde de un estanque con aquel cisne negro, y las ranas imbéciles; ¡Arathía-ma-tía! y entonces, como un rayo que se desgaja y parte en dos una roca de granito, ella vio a su doncel con túnica violeta y ojos de almíbar y agapanto.  Le apuntaba hacia un sitio luminoso, que ella no había notado, tan presa era del terror y aquella fuerza oscura.
     ¡Mira el Amor de frente! ¡Mírate en Mi y en Tí...!  No tengas más temor de aquel espejo vano, y falso.  Aléjate, guerrera.  Quiébralo ahora.  Es “espejismo”.
     Y a la palabra mágica, “espejismo”, el corazón volvió a su sitio.
     Lo sintió palpitar por la primera vez. Le resonaba adentro de su pecho con redoblar furioso.  Como un tambor guerrero.  Como campanas a rebato.
     Y emergió del oscuro.


























     Sintió como sus miembros se buscaban y se reconocían, como hermanos que se hubieran perdido de vista hacía siglos.      Aquí tienes tus manos.  Y tus piernas...
     Y se “vivió” otra vez.  Como aquella que brota de un naufragio.
     Muy lentamente, casi que fue una eternidad ese “emerger”, se encontró regresada en medio de la “Estanza del Diamante”.
     La hoguera refulgía...
     El silencio era denso y lleno de armonía.  Nada turbaba su “llegada”, y la luz de la cúpula comenzó a descender como neblina, en “sensación” violenta y rayos color rosa.  Y la fueron cubriendo.  Adormentando.  Haciéndola pasar de aquel “sueño” de terror, a un “sueño” sin soñante ni soñado.
     Quién sabe cuántos siglos, o minutos, pasaron.
     Se despertó y estaba en la misma posición.  Con las piernas cruzadas, la espalda muy erecta, las manos reposando encima de sus pies, las palmas hacia arriba.
     En la mano derecha, había una rosa “Roja”.
     Es tu espada, Arathía, dijo la voz que ella creyó del fuego, pero se equivocaba ¡porque las llamaradas se habían convertido en una mariposa!
     Y era ella, que hablaba.
     “Blanca”, era.  Como la luz de una mañana cálida del trópico.  Como los resplandores vacuos, fulgurantes, de una cascada en monte espeso.
     Como el color de un lirio.
     Tenía las alas desplegadas y se posaba, fija, en el sitial.  La transparencia de su forma era vibrátil, casi etérea. 
     Era enorme.  Mucho más grande que ella, la guerrera Arathía, que contemplaba embelesada tan hermosa visión.  Sin habla, claro está.  Sólo la “sensación” de poder “ver” sin pensar, y asistir dócil a ese no movimiento de la escena.  A ese espectáculo de “Luz” que emergía, fluía, de aquella Mariposa.
     Me llamo Athén, guerrera, oyó que le decía en un susurro cálido, como brisa marina.
     Bienvenida a la “Mansión” de mis ancestros, las guerreras del Alba: del que tu formas ahora parte.  Has llegado al comienzo de tu Historia, y aquí ya no hay “pasado”.  Todo es presente.  “Forma-Luz”.
     No hay Espacio, ni Tiempo.
     La que cruza la “luz” de la belleza y espera siempre en el Amor, posee las “tres llaves”, para llegar aquí...
     ¿Poseo las tres llaves...? se dijo atónita Arathía.  ¿Y cuándo y cómo...?
     Las “ve” tu Corazón, por el momento... siguió la Mariposa. Las adivina tu visiónY lassiente” tu cuerpovibratorio”.
     ¡Ahhhh...! se dijo.  Ahora entiendo.  Estoy en la región de la Muerte Segunda, y sólo el Yo Supremo recibe la “Enseñanza”.
     No, Arathía.  Esa región ya la pasaste, cuando cruzabas los desiertos de escorpiones y la sed del Amor asaltó los sentidos, hasta hacerlos vivir la eterna muerte de los seres humanos.  Allí, dejaste el Atman.
     Allí te uniste a Dios.
     Aquí, en esta “región”, estás “resucitando”, de esa muerte pequeña.  No hay que temerla más.  Ya sólo es un “reflejo”, del reflejo...
     Acércate, guerrera-de-la-Paz.  Hoy vas a recibir, a la par de tu “espada”, simbolizada en esta rosa roja como el fuego, tu cuerpo de “Diamante”.
     Tu escudo protector.
     Nada ni nadie lo podrá atravesar, ni siquiera tocar, de ahora en adelante.  Es un escudo atómico, que expande “Luz” centrífuga cuando se acerca alguna cosa “negativa” o ser no “positivo”; que desintegra la “expresión”, de toda vibración que no te pertenezca. Y se extiende a su vez en “Luz” centrípeta, en los momentos de “expansión”.  Cuando el Sol resurge en el Oriente.  O cuando se está ocultando.
     Con este cuerpo de Diamante, se te consagra como “Guerrera de la Sabiduría”.
     Era imposible describir, con palabras humanas, lo que siguió después.
     La “Ceremonia” misma de la entrega del “Escudo”.  Del Cuerpo de Diamante.  Comprendió, entonces, los “Misterios de Eleusis” y los “secretos” de las Pirámides.  La visión, tuvo alcance sólo “interno”, pero reverberaba de intensa “vibración”, de armonía, y de tonos musicales.
     El “Canto” era profundo como noche de invierno.  La “noche” silenciosa.  El “silencio” de Luz.
     La Mariposa la “cubrió”, con su etéreo color de iris de los valles, mientras ella, extendida en el suelo de roca, escuchaba su voz de Maga de los vientos.
     Soy el Amor-de-Luz.  Soy Arathé, la que volvió de la “Región Oscura”, luego que le robó su cetro al Fuego.
     ¡Soy tu Sombra-de-Luz!
     Y la “envolvió” en esencias dulces, en efluvios transidos de goce y de dolor: como si nunca antes hubiera “conocido”. Ni “visto”.  Ni “oído” en sus entrañas, el grito tierno del deseo. El feroz sacrificio del don de sí, y de su savia en goce.
     Nunca jamás se hubiera imaginado un dar y un recibir de tal intensidad, y tal dulzura.
     El milagro es  aquí, amada y dulce amiga.  En esta zona alada, en que tu cuerpo no resiste a la magia del viento, ni a la voz de las aves.  Aquí “desciende”, hasta la pura luz de las tinieblas, para “emerger”, virgen y vencedora, de todas las batallas. 
     Aquí, tu cuerpo es Sol.
     Y yo te “entrego” mi armonía.  Mi voz Azul, y mi delirio.
     Me llamo “Athúra”.  La diosa del Amor.  La que “cortó” cadenas de oro y construyó el Castillo de la Muerte, para dejárselo a los buitres.  No me interesan sus lamentos ni sus hipocresías.
     Un día, comprenderán, el por qué de mi espada “vengadora”.  
     Y así diciendo, la acarició en el vientre, como “borrándole” el pasado, y todas las heridas.  La contempló con la mirada transida de dulzura, como a una niña que viene de nacer, y la besó en los labios, que comenzaron entonces a pronunciar, por la primera vez; después de siglos de Silencio.
     ¡Yo te Amo, eres bella...! dijo su voz, tremando suavemente, con miedo a despertar de esa “visión” que comenzaba a desprenderse de las estalactitas con miles de reflejos, y se vio “proyectada” en verdes y amarillos, y entonces oyó el coro.
     ¡Cantaban la canción de la Mariposita Blanca...!
     Ven Arathía.  Acércate a la luz de los colores.  El “Dragón Verde” y el “Dragón amarillo”, quieren conocerte, y le extendió sus alas, que apenas le tocaron la cabeza, se convirtieron en brazos y en manos del color del bronce; y contempló después como su cuerpo fuerte se iba dibujando, por entre el titilar de rayos amarillos.
     Un cuerpo de guerrera, como jamás había contemplado.  El cabello era oscuro.  Los ojos en forma de avellana y del mismo color, con fulgores de miel.  Mirada perspicaz, y punzante.  Directa.  Como halcón.  Manos hermosas, fuertes. Vestía una túnica del color de la plata, con cinto de esmeraldas, y en la frente fulgía un Arco Iris.
     ¡Soy Arathaia...! pronunció con dulzura, y sonrió ante su asombro, que debía ser patético: era tal la parálisis que aquel Ser le había producido.  Tal el Amor.  Tal su deseo de “fundirse” en ella, nuevamente.  De entregar y entregar, sin tregua ni cuartel, a cualquier “condición”, con tal de no perder la esencia de su Luz.
     El “Dragón Verde” se acercó sonando un caramillo y ejecutando danzas de movimientos tristes.  Como si una dulzura honda, muy sentida, embargara su anhelo, que “irradiaba”, también, en tonos verdes, y se esparcía por la atmósfera.
     Bienvenida, Amazona...! silbó su caramillo, y ella le hizo una venia, como se hace a los príncipes, y el dió una voltereta…
     ¡…y desapareció!
     Ahora vamos a cantar el canto de los “ámbitos del Sol”,  dijo una voz alegre, candorosa, y el “Dragón Amarillo” se postró primero a los pies de “Arathaia”.
     “Guerrera de los Vientos y de las tempestades”, te saludo, le dijo; y ella con la sonrisa fresca como el agua de coco, le dio la bienvenida; y su aquiescencia para el Canto.
     Entonces él se sacudió primero, como un caballo brioso, y volaron chispitas amarillas por todos los rincones de la “Estanza del Diamante”.
     Ahora la “Canción de la región del Logos del Espacio, como un presente, a la Amazona de la Luz, dejará su “emoción” en cada roca viva, y “vibrará” en el Sol...
     Y comenzó a danzar, al son de una campana diminuta que sostenía en la mano izquierda, mientras que en la derecha levantaba una vara de fuego, que centelleaba, como un rayo, y hacía brotar corrientes ígneas de la cúpula.
     La danza era un ritual de guerra.  O de dolor.
     Lentamente, el sonido de la campanita se fue desvaneciendo y el “Dragón Amarillo” siguió bailando sólo al ritmo de los tonos del rayo, que era un chasquido intenso, seco, como cuando se agita un látigo.
     ¿Y dónde está la canción? se estaba ya inquiriendo la guerrera, cuando comenzó a “oír”.
     Era como el crepitar de un bosque en llamas, o más bien como un zumbido de un panal.  Como un chirriar de grillos, en noche de verano.
     Zumbido interno, y crepitar interno, pues estaba consciente de que no era un sonido que se podía “oír” al exterior porque afuera, en la atmósfera íntegra de la Estanza de roca, había un Silencio sepulcral.  Sólo los movimientos del “Dragón amarillo” denotaban dinámica, pues “Arathaia”  estaba inmóvil, en posición de Flor de Loto, y ella sentía como de piedra, todo el cuerpo.
     Inánime.  Recibiendo el sonido, que variaba de ritmo y de tonalidades, penetrante, difuso.  Entraba por la punta de los dedos de los pies, y ascendía, ascendía...
     Cuando me llegue a la cabeza, voy a explotar, seguro, pensó mientras que comenzó a vibrarle la garganta y empezaron las lucecitas amarillas a bailotear alrededor del pecho, como una explosión de luces de Bengala; y ella a “vibrar” y más “vibrar”, con una sensación de romperse por dentro.
     Pero romperse sin dolor.
     Más bien era el sonido el que rompía barreras, paredes, velos densos, y ella asistió, de pronto, y sin saber cómo ni cuándo, a la completa “destrucción” de un murallón que se venía abajo como si fuera de azúcar.  Se hacía boronas, delante de sus ojos, que muy abiertos, casi estáticos, contemplaron el derrumbe, mientras sonaban las trompetas, y afuera se hacía noche.
     ¡El muro de Jericó...! le vino a la memoria cual relámpago; y lo estaba pensando, cuando se oyó de nuevo la campana.
     El “Dragón amarillo” había regresado, o sea, ella más bien, había vuelto al centro de la “Estanza de Diamante”, y todo estaba igual.  O casi.  Porque “Arathaia” ya no estaba.  En su lugar había, abierta, esplendorosa, y del tamaño humano, una Rosa color de llama viva.
     "¡Arathaia...!" llamó.
     Y la Rosa le habló, con un acento tierno: soy Arathaia, dulce mía.  No temas.  No me he fugado, todavía, a la región de las guerreras que nacieron sin madre, pues voy a acompañarte por un sinfín de vados, de ahora en adelante.
     Acércate al Dragón, que quiere hacerte un don muy especial, en este instante de gran celebración.  Es el “Don de la Muerte.”
     ¿La Muerte? y tuvo un sobresalto, aunque trató que no se le notara.  ¿Y por qué la Muerte, precisamente ahora, en que todo está calmo, y lindo, y yo me siento casi invulnerable...
     ¡Precisamente! la interrumpió la RosaLa Muerte de hoy, no es la misma de ayer...
     Hoy, es la “Muerte de la vida”.
     ¿Y ayer...?  ¿Qué diferencia había?  ¿Y cómo así que Muerte de la vida, si...
     Ayer, era la muerte de la  Muerte...
     Conténtate con eso, le aconsejó una vocecita adentro.  No pases por idiota: ¡Reflexiona!  Y a ella le pareció que era la voz de su doncel de Amor, y le sonrió por dentro.  Se dejó acariciar por el secreto anhelo de su ausencia, y su sonrisa se ve que traspasó los límites internos, pues el “Dragón amarillo”, le devolvió una gran sonrisa; y entonces ella se acercó.
     Toma, ¡y no lo pierdas en la primera vuelta del camino... y le alargó un saquito suave y afelpado, y ella no resistió y metió la mano...
     ¡ y se encontró el Cristal...!
     Del tamaño de la palma de su mano, a lo largo.  De ancho, tendría un centímetro.  Tallado en cuatro puntas, por un lado, y por el otro en bruto.  Casi de forma cónica.  Con sombras glaucas en algunas paredes, y translúcido en otras.
     ¡Parecía un diamante...!
     Es un cristal de roca.  Viene de “Agartha”.  De las entrañas de su Reino.  Conserva siempre la memoria de quien posee su esplendor, con la “simplicidad” que se requiere.
     El soberbio, el angurriento, el sediento de poder, no logrará cavar en su secreto, ni obtendrá jamás la “clave” de su tono.
     El Cristal, es la Luz de las entrañas del Planeta.
     Su “Corazón” excelso...
     Y hubo un largo silencio, después que habló la Rosa.
























     No se supo jamás cuánto duró.  Unos dirán que fueron sólo minutos, a juzgar por lo que sucedió después.
     Pero ella se dio cuenta del pasar de los tiempos: de la memoria entera de la Tierra, que descendió hasta el “Laberinto de la Eterna Desgracia”, y se sumió en enigma.  Nadie hubiera podido descifrarlo, si se hubiera atrevido a predecir las “claves” de su esencia.
     La guerrera Arathía, armada con su espada y con su escudo de diamante, comprendió entonces aquel mensaje del Silencio.
     Nada es igual a nada, y Todo es igual a todo...
     El Tiempo fue o será, pero este “instante” es infinito.  La “dimensión” real de la capacidad de entendimiento de los seres alados, o del ser mineral, no equivaldrá, jamás, a la capacidad de quien cruzó fronteras de dolor y se encontró al Amor.  La “densidad” acuosa del Misterio de Amor, no la posee sino Dios.
     ¡Y Dios, es la Palabra!
     El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, no es fórmula, Arathía.
     Es el hombre, quien llega de la memoria acuosa,  y la mujer, quien consagró su vientre, a la simiente de la Tierra.
     Los dos son Uno, pero ellos no comprenden que hay que volver a ese esplendor, de Ser en Una “esfera”, en lugar de penar, sufrir desesperanza en la inútil imagen del Espejo.
     Rompiste la cadena, y ahora cantas, “Guerrera-de-la-Paz”. Tu canto es oro, derretido en la forja de Vulcano.  Tu canto es “Luz del Padre”.
     ¡No mires para atrás!
     Los siglos no son más que un recipiente insulso del sueño de un iluso, que se creyó en poder de todos los “poderes”, y poseyó sólo el Dolor.
     La ignorancia es oscura, en el camino “adverso”, y es la culpable de las guerras.  De la muerte entre hermanos.
     No pienses más que estás “pensando”, porque mi Voz no es Maya; Amazona de Luz.  Mi “Voz” es Pensamiento, sólo en quien puede “descifrarla”.
     Y ahora, ve, guerrera. Te está esperando el Alba de los dioses...
     Testimonia su canto, y canta tú... Recibe su fulgor, como las amapolas de los campos.
     ¡Déjate amar del Sol!
     Y se vio transportada en un abrir y cerrar de ojos en otra Estanza, más pequeña, de roca de tonos azulados.  En el centro, una esfera de cristal, suspendida en el aire, desprendía millares de Arco-iris, pues estaba tallada, en centenares de “Karates”, y sintió casi un vértigo cuando la esfera comenzó de repente a girar y a girar, iridisando todo a gran velocidad: cortando el aire, fulgurante, como si fuera un nuevo Sol.
     ¡Escúchala, Arathía...!  Te está contando la Historia de los vientos del Oeste... oyó una voz que hablaba lento, pausadísimo, pero no logró ver a nadie alrededor; fuera de dos cabezas de bronce, muy hermosas, una de hombre y otra de mujer, que estaban colocadas a la derecha y a la izquierda de la Estanza, encima de dos pequeños podios que parecían de mármol negro pues relucían como espejos y las cabezas se reflejaban, con su tono  dorado, inmóviles: ¡no podía ser que fueran ellas, las que hablaran!
     Pero sí...
     No sólo “hablaban”, sino que comenzaron a cantar, a duo sincopado, con tonos agudísimos. Era un ritmo de “construcción” de tonos máximos.  Había tal densidad en su expresión vocal, que ella creyó que se iban a romper en mil pedazos.
     Y entonces, cuando llegaron a un vibrato sonoro y casi insoportable, la esfera suspendió su giro iridisado y las voces callaron, como por encanto.
     La Voz de Dios no puede ser tan “disonante”, se sorprendió pensando, mientras miraba hipnotizada que en el fondo de la esfera se veía “ella”, en doble imagen.
     ¡Pero ella, con dos caras distintas...!
     ¡Y dos cuerpos...!
     ¡Cómo va a ser que yo...! y se cortó el pensar, porque siguió más bien una visión vertiginosa, donde no sólo era imposible emitir pensamientos ni sonidos, sino que casi no veía.  Era más bien la “sensación” de ver.  Y de oír.
     Porque empezaron a “pasar” escenas de su vida que ella reconocía, y otras que no, pero sabía que eran suyas.  Que le pertenecieron en pasados remotos, o en futuros.  Porque entendió los “tiempos” cómo se conformaban, por la sola conciencia; no por el transitar espacio, definido como tiempo.
     Así se vio.  Guerrero, a veces.  Navegante.  Buscadora de tesoros.  Quemada en una hoguera, mientras la horda aplaudía su muerte; que la vio repetida y repetida en maneras distintas.
     Emperadora, bucanero, espadachín, mendiga...
     Un vértigo sin fin, hasta que comenzó a escuchar, al fin, la Voz, de “dentro” del Cristal.  Y eso la suspendió, más allá de visiones y fantasmagorías.
     Era una voz como un torrente de lágrimas.  Como si allí, de pronto, se estuviera formando un nudo de dolor y ella tuviera que cortarlo.
     No podía más, de tanta “errancia” en el tiempo y espacio y pidió, casi sin saberlo, que por favor pasara ese tormento.  Que no quería más sufrir.  Que no quería más ser poderosa, o pobre, o rica, o llena de atributos, o defectos. Que no le interesaba si tenía fortuna y era mimada de la suerte.
     Que por favor, se suspendiera aquella rueda giratoria, con ella adentro, como una marioneta...
     Y entonces, poco a poco, y a medida que a ella le iba “volviendo” el don de ver y oír y de pensar, la esfera “suspendió” la emisión de su historia, y entonces vio a “Arathaia”.
     La contemplaba con amor y acariciaba el cuerpo, que estaba tiritando de terror.  Sus manos eran como un bálsamo, recorriendo las zonas más heridas, y calmándolas.
     “Arathaia”: ¿estoy muerta? musitó apenas, tratando de no caer en el delirio, pues se sentía flotar, vagar en el espacio, veía los colores de la esfera como si fueran dragones con sus colas en trincho y escupiendo llamas por la boca, y las manos de seda se quedaron un rato sobre el pecho, que ella sentía oprimido.  Como si una coraza lo ahogara.
     ¡Claro que sí...!  Pasaste la frontera del Espacio de Dios.
     ¡La frontera del Espacio de Dios...! repitió atónita, asustada ¿y ahora cómo seguir en busca de la “Luz” y del “Amor del Sol”, si ya no era persona ni siquiera?  ¿Cómo saber en cuál región de todas quedaba esa “frontera” de que “Arathaia” hablaba, tan tranquila, sonriente? debía de ser otro delirio.  Se estaba imaginando las caricias y la voz de “Arathaia”.
     ¡No podía ser...!
     ¿Y por qué no...? le preguntó una vocecita muy recóndita.
     ¿Y por qué no, Arathía?
     Y pues sí, por qué no... Nadie me dijo que yo fuera inmortal, entre otras cosas.
     Los inmortales no sólo no se mueren, sino que no deliran, ni sienten esta sensación de estar pasando los desiertos y las lluvias de luz, de secretos olvidos.  Ni tampoco desisten de la lucha, a la primera Dama Oscura que se les pone enfrente y amenazando con cuchillos.
     Y así, reflexionando, poco a poco entendió.
     “La Fuerza de la Luz”, traspasa las “fronteras” de la Muerte, y ésta tuya no es más que la barrera del sonido.  La “Luz”, no permanece en zonas “quietas” sino que avanza, ahora, y tú con Ella.
     No hay para qué arredrarse, guerrerita.  La Luz del Sol, espera...
     Así se dijo.  O era más bien otra Arathía que le hablaba, profundo, profundísimo; como una melopea de sonidos clarísimos que ella escuchaba en “voz”, en realidad.
         Ahora, ya no hay cantos que inflijan llanto ni terror, dulce guerrera-de-la Paz.  Vas directo a la Estanza de la Sumisión, y allí, ya no hay sonido.    
     Hay sólo “vibración”.
     Y diciéndole así, su tierna amiga la arropó con su capa de color del granate y ella se abandonó al aroma de sus pechos.  A la canción de Amor, que “Arathaia” entonaba con una voz de alondra mañanera, y entonces se soñó que era la amada de una estrella, y que la coronaban con una tiara de rubíes fulgentes como soles.

    

















     ¡Arathía...!  ¡Arathía...! decían en la espesura, pues ahora era un bosque umbrío, donde ella reposaba, y entonces vio al Dragón.
     Era color Naranja.
     Tenía una cimitarra colgando de su cinto, aderezada con pedrería de diamantes, y perlas.  Su capa tornasolaba en tonos llama y su cabello era de fuego.
     ¡Buenos día, guerrera! fue su saludo, con voz grave, armoniosa, como los caballeros de los cuentos de hadas.  Parecía un dios, salido de la Fragua de Vulcano.
     Su cuerpo expandía rayos a medida que hablaba, pero a ella no le dio ni pizca de miedo.  Ya estaba acostumbrada a toda serie de portentos, y uno más la excitaba, en realidad. Era tan bello el rostro del Dragón, que se quedó prendada, y no atinó a responder.
     ¿Y a ti es que se te comieron la lengua los ratones...? lo escuchó, como en las nebulosas, y entonces cayó en cuenta que no lo había saludado.
     ¿Y cómo se saluda a un Dragón como éste?  ¿Se le dice señor?  ¿Majestad...? porque el porte “real” era indudable...
     Llámame “Llama-de-los-horizontes”: Othún-ra, en más corto.  Y ya puedes cerrar la boca, sino las moscas...
     Y a ella le dio un ataque de risa, por no tener que partirse de la pura vergüenza, de andar haciendo números de mera provinciana.
     ¡Othún-ra...!  Qué nombre tan precioso...
     Sí.  Es muy lindo.  A mí me gusta mucho.  ¿Sabes tocar laúd...?
     ¿Laúd...?  Pues no, no creo...
     ¡Ah, bueno...!  Yo tampoco..., y ahora fue él, el que se echó a reír a carcajadas, y ella no supo si en realidad era un Dragón “burlón”, o sólo uno simpático, que la quería hacer reír.
     “Othún-ra” era la “claridad” hecha Dragón.  Le contó historias antiquísimas, con lenguaje de niño, y por más que trataba de “misterios” o “secretos” o “hermetismo”, en la conversación -que duraba y duraba- nada era complicado.  Todo era claro como el agua de arroyo.
     Guerras, desastres, los cataclismos en que los Continentes fueron engullidos por el Mar.  La bravura de los hombres de otras razas.  La llegada de dioses, que venían de galaxias.
     El vicio.  La sed de las riquezas.  Y la “prostitución” del Fuego.
     Cómo los hombres lo vendieron, a seres de regiones oscuras, por tres maravedíes.
     Y pasaron mañanas, y noches, y el verano, el invierno, y el Dragón le contaba, y le contaba...
     Ella hechizada.  Enamorada, de su voz.  De ese dulzor de seda fina que emanaban sus manos...
     Hasta que un día le dijo: Yo creo que tú estás pronta para cruzar conmigo la llanura del Fuego.
     ¿Yo...?
     Sí, tú, guerrera.  Tú y yo, como un solo ejército.  Mañana, al Alba...
     Y no pegó los ojos.  “Arathaia”, llamó con timidez, pues en todo ese tiempo, embelecada con las historias del Dragón, no le había hecho falta, y ella se ve que la dejó gozar de su experiencia con el fabulador color Naranja: ¡no apareció ni por el forro...!
     ¡”Arathaia...”! te quiero.  No me olvides.  Perdona si soy la de la ingratitud, pero este viaje con el Dragón Naranja a la “llanura” de que él habla, me pone muy nerviosa...
     Necesito tu ayuda...
     Así rogaba... hasta que al fin, apareció.
     Como la “Estrella matutina”.
     La sonrisa de calidez de Amor inextinguible, y ataviada de Luz.
     Una túnica corta, de tejido de cristal.  El cabello tirado para atrás, y una tiara de diamantes cruzándole la frente.  Pantalón blanco, en lana.  Alfanje toledano en la cintura y escudo de marfil, con labrados finísimos en los que se veía la rosa de los vientos, la flor de Lis, y una cadena de flores de Edelweiss.
     Calzaba las sandalias, con que la vio por la primera vez.
     Mi dulce amiga, le susurró al oído.  No sabes cuánto me complace que te acuerdes de mí.  No eres ingrata, guerrerita.  Estabas simplemente cruzando zonas  de tu historia y nadie más que tú podía franquearlas.
     Tú y el Dragón Naranja.
     Y desde el tiempo en que salió la Estrella Matutina, hasta el momento mismo de emprender el viaje, le dio coraje, Amor ¡su corazón de Luz...!
     No temas, mi guerrera.  La travesía del Desierto del Fuego no será larga, ni difícil.  Será más bien una “extensión” de lo que ya cruzaste, en la “Zona de Cristal”, pero sin “espejismos”, ni “fulgores” extraños.
     El Fuego vierte su “corriente” en tres etapas, y ésta será la última.  La menos peligrosa.  La más “activa”, eso sí. Verás candela por todos los costados, pero yo iré contigo, en muchas partes del trayecto.  Te acompaño en la zona de “esplendor”.  Allí, me sentirás.
     Allí, te “haré” el Amor...
     Y entonces le entregó una campana de cristal, y un tamboril del Tíbet.
     Con ellos vencerás a todos los que quieran detenerte en el cruce.  Me invocas, al sonar del tamboril...
     Y desapareció.
     “¿Lista...?” dijo el Dragón al despuntar la Aurora, y le hizo señas de que montara, porque iban a emprender el vuelo.
     Se acomodó cerca del cuello, entre dos prominencias puntiagudas y se dio cuenta que la piel de los dragones es como afelpadita. Se sintió regia, como en un anda principesca.
     “¿Sabroso el vuelo?” quiso saber su compañero de viaje, o mejor, su “vehículo alado”, pues ella andaba estupefacta, y sin musitar palabra, desde hacía tiempos infinitos.
     Veía “cruzar” las nubes densas y cuajadas de electricidad.  Rechinaban.  No eran nubes motosas como de algodón a las que estaba acostumbrada.  Estas eran de pura luz grisosa, muy compacta, que al cruzar ellos por un lado lanzaban un chasquido, y chispas, pero el Dragón ni se inmutaba y ella había optado por aceptar a ciegas y sin temblar ni un ápice “¡todo lo que viniera!”
     Así fuera un cataclismo Universal...
     ¡Sabroso...! contestó, por decir algo, pues comenzaron a volar por encima de montañas, de una belleza difícil de encontrar.
     ¡Parecían de cristal...!
     El sol reverberaba en pleno zenit y las montañas se “abrían” dulcemente a su calor y a sus rayos, de tonos rojos, verdes, amarillos; le pareció que eran “cavernas” al principio, pues no se veían las cumbres a primera vista.  Luego tomaron forma de montaña, y ella observó los rayos de distintos colores penetrar en las cimas, descendiendo.  Translúcidas, entonces, se volvía una, y después otra, y otra.
     Transparente, amarilla.  O transparente verde.
     O Roja...
     ¡Qué delirio de Luz...!  ¡Qué embriaguez de color y de Armonía!
     Y estaba pensando por qué no bajaremos, a verlas más de cerca, cuando sintió el timonazo a la derecha, y comenzaron el descenso.
     Y otra vez ella boquiabierta y otra vez las carcajadas del Dragón.  En realidad, de todos los Dragones, el Naranja era el que amaba más la risa.  En él todo es contento, pero jamás banalidad.  Contento puro.  Alegría de ser y de vivir.
     La risa es como el oro.  Como la Luz del Sol.  El que no la conoce, no sabrá nunca qué cosa es la “corriente” de la Paz interior.  La luminosidad que esplende dentro, debe salir en risa.
     No en lloreras.  Ni en compunciones.
     ¡Pamplinas...!  El lloriqueo entristece al Ser...
     Hay que ser Sol, Risa...! ¿has visto a alguien alegre, que sea feo...?  ¡Yo no...! y así la sermoneaba, cuando le husmeaba cara de morriña, o de pocos amigos; y ella empezó, de pronto, a carcajearse como él.  Por todo o nada.
     Por pura gozadera...
     Así que descendiendo, descendiendo, se oían las carcajadas del Dragón, que comenzó, además, a botar Fuego por todos los costados.  Las alas y la cola.  La boca llena de risa vuelta llamaradas.  Agárrate, guerrera...!  Llegamos a La Ciudad de Luz y vas a aterrizar como un meteorito..., y diciendo esto, la “soltó”.
     Sí... la soltó, y ella cayó, cayó, mientras veía los pájaros pasar, las copas de los árboles, pero pensó en un santiamén, ¡Ayúdame, “Arathaia”, en este aterrizaje tan tenaz...! y se sintió de pronto de algodón, o mera pluma.
     No caía: flotaba... Las cúpulas de la “Ciudad de Luz” asistían, transparentes, acristaladas, únicas, a su llegada a la región del Sol; pues no podía ser sino la gran morada del Gran Astro. Demasiado esplendor, y una belleza insólita.
     Jardines que colgaban con aromas y flores, que jamás había visto ni sentido.
     Y el color de la atmósfera era Azul turquesa, lo que pintaba de reflejos azules toda la ciudad; que era en cristal.
     Cristal las cúpulas, los muros, las calles, las plazas, las estatuas... Cristal tornasolado, o cristal blanco.  No sabía definir por qué no se sentía del todo extraña a aquel lugar.  Como si allí hubiera nacido, un día, y estuviera de regreso, simplemente.
     Todo era familiar, pensaba, entusiasmada, de recibir, al fin, la gran sorpresa de sorpresas.
     ¡Arathía era una ciudadana de algún sitio!, pues ya creía que había salido del Aire, o de la Nada.
     ¡Saliste de la Nada! eso es muy cierto... la recibió la gran figura, que apareció de pronto, enfrente de ella, y que no había notado, con todo el entusiasmo.
     Vestía de Rojo, todo, hasta los pies.  Túnica, manto, cinturón y sandalias...
     “¡El Rey del Fuego...!” le advirtió un tremor horrible en sus entrañas, pues de las manos de esa figura hermosa y gigantesca brotaban llamas vivas, cuando las extendió hacia ella, en signo de bienvenida, y toda la figura comenzó a botar luz, de un momento a otro.
     Rayos azules, rojos, verdes, brotaban de su cuerpo, y ella vio una aureola blanca, brillantísima, que circundaba su cabeza, de cabellos tan rojos como la vestimenta.
     ¡Su Majestad...! se oyó decir mientras caía prosternada, a los pies de aquel Ser, con la mirada inmóvil; porque no había parpadeado en todo el tiempo en que ella lo observara. Si se podía tratar de observadora esa fascinación que la embargó, desde el primer instante.  ¡Su Majestad...! seguía sin atinar a decir más y con el rostro entre las manos.  El tremor la invadía en una forma tal, que sentía los músculos adoloridos y el vientre tenso, tratando de dominarlo.  Pero no era posible.  El fuego la quemaba, y toda ella se sentía como una sola llama, como una quemazón que no tenía límites precisos y la dejaba sometida y extraviada.
     Sintió un dolor intenso, en medio al tórax, y se sintió gritar.
     Sintió las manos de sensación ardiente alzarla en vilo, firmes, y de nuevo su voz, de intenso ritmo.  No hay que postrarse ante un hermano, ¡Guerrera-del-Amor!  Soy tu hermano; no Dios.  Y ante Dios no se postran sino los elegidos de su Anhelo “divino”.  Hay que saber llegar hasta ese “Anhelo...”
     ¿Quién eres tú...? se sorprendió tuteándolo, y cómo se atrevía... si dos minutos antes yacía postrada ante su aparición y su poder ¿me volví loca, o qué...? tembló otra vez, ante su estúpida ignorancia, pero el gran Ser, con la mirada fija y del color rubí, le pasó el brazo por los hombros, y comenzó a caminar, llevándola despacio, cariñoso, como a una niña pequeñita que se hubiera echo mal en su caída, y él le trajera un dulce.
     O un juguete.
     ¡Bella Arathía...! Eres tan linda como un amanecer de Sol radiante; le iba diciendo ante su asombro, pues nunca nadie le había dicho que ella podía ser hermosa.  Y ella sin habla, lógico.  Qué podía decir, ante esa frase extraña para una guerrera que en todo su camino había sólo pensado en la belleza de los demás, y en el coraje de los otros, sabiendo que su espejo no mentía.  Que las guerreras tienen que ser duras como la roca misma.  Y ecuánimes.  Y nada de mentiras a sí misma, porque nada se gana... Sólo “Arathaia” la había llamado “hermosa”, en los momentos de ternura, y ella sabía que era por Amor.
     No te avergüences de tu imagen, porque ahora es “real”.  Lo que hay afuera, no lo ve el Corazón.  Sólo lo que hay adentro, te lo habían dicho ¿no?
     Sí... musitó, volviéndole a la mente su caballero con ojos del color agapanto. Sí... lo recuerdo.... "Lo esencial..."
     ...sólo lo puede ver el Corazón... recitaron a dúo, su voz no muy audible, y la timbrada, en ritmo cálido, del Ser de atuendo en Rojo, y la mirada perforante.
     Inmóvil y voraz.
     Le parecía que de un segundo al otro los muros de cristal se iban a fundir, si él seguía mirándolos así.
     Le sorprendió una gran sonrisa, y supo que por supuesto, le estaba leyendo el pensamiento.  Nada se va a fundir, o a derrumbar, no temas, y la condujo hasta una puerta de cristal diamantino, que se abrió sola cuando ellos se acercaban.  “Una puerta de Luz de Aurora y fuego líquido”, le vino de improviso, como si lo hubiera leído en algún libro, o lo hubiera escuchado decir antes, quién sabe a quién o dónde, resolvió la cuestión sin más cabeza, pues se adentraban ya en medio a una sala, donde no había nada.
     Sólo los muros y la Luz, que refulgía, y refulgía, hasta que no aguantó tanto esplendor, y entrecerró los ojos.
     ¡Sabia, Arathía!  ¡Sabia!  Cuando la Luz nos ciega, no hay que hacerle frente... le dijo el Ser de Rojo en un susurro, y la condujo de la mano hasta el Centro de la Estanza.
     Entonces, llegó el Canto.
     Locuaz.  Dulcísimo.  Un silbo rico en sus matices de ritmo arrebatado, contrastante. Subía a densidades impensables, y reducía a veces la armonía ascendente, para caer a pico en un “crescendo” oscuro.  Como galvanizado.  O “tremolo”.
     Cantó y cantó, hasta que llegó el Alba; pues ella vio salir la Luna y las estrellas y presintió que si cambiaba de posición, o si abría los ojos totalmente, el canto iba a cesar, y en efecto, así fue.  Al rayar el Sol no pudo más y ensayó a abrir los ojos, y el ave Azul emprendió el vuelo.
     Pájaro de esplendor, Lucero de la Aurora, te saludamos este día en que nos regalaste el canto de los dioses, pronunció “él” como en adiós, y ella lo repitió muy en el fondo de su Corazón, que sintió fuerte, alegre.  Repitiendo en su ritmo esa canción dulcísima.
     La Estanza había cambiado de Color.
     Ahora era Rojo Fuego, y entonces ella supo que era el preludio de aquel Llano o Llanura, que le había predicho el Dragón de la risa clamorosa.
    
    






























     ¡Ven Arathía!  ¡Nos espera la llama de la Luz “inmortal”! La que da de beber a los sedientos, en su copa flamígera y cristal. 
     La que da de beber a los sedientos... entonces sí, vamos hacia el desierto, y se acordó en un relampagueo de “Arathaia”.  ¿Dónde estarás, mi dulce amiga?  Ahora voy para el desierto y sé que me acompañas, como lo prometiste, en la “región iluminada”, pero quisiera tanto “verte...”
     Mi adorable Arathía... dijo la voz de alondra, y brotaba del Ser vestido de Rojo, con la mirada fija, fuego.
     Y entonces “comprendió”.
     Y se echó a caminar, mano en la mano de la Llama.  Del “Paladín de Amor”, que la hizo atravesar el último “desierto”, cubriéndola de Luz.
     Y de rocío.
     Hasta que al fin, cruzaron la otra puerta.
     Era de Sol.  De malaquita gris y roja.  De canto triste y tierno, como los cantos de mujeres que entierran a los niños.
     Era armonía pura, y sin deseos.
     Aquí estás, hermana del Fuego y de la luz de Aurora.  Hermana de los trinos de los pájaros.  De los relámpagos.
     Del Trueno.
     Aquí, en esta Morada habitan sólo los “deseos” del que se fuga en Luz, y cambia el ritmo de los Astros.  De la que se olvidó de la aventura efímera de buscadora de esmeraldas. La riqueza, fundió la angurria con la necesidad de transmitir la primordial vagancia, y sólo teje hilados falsos.
     El tapiz de la “Vida del Silencio”, donde habita el “Mandala del Arrojo” y se abre el Laberinto de la Luz, no se hila en la rueca, ni se teje en telares.
     Se va formando sólo en la “Razón Divina”.  En el “Brahman-Amor” y en el “Brahman-Conciencia”, y se difunde en su tejido, como la savia ardiente de un volcán.  Como las ramas de un Ombú.
     Como los trinos de las aves del cielo.
     No temas poseer al poseído.  Se la Amada y Amante.  Aquí mora la Diosa y la Sacerdotisa.
     La Vestal Arathía...
     Le hablaba un Ser, con la sonrisa más hermosa que ella jamás había visto.  Parecía una mañana de primavera.  O un ocultar del Sol entre los abedules.
     ¿Quién era Aquel, o Aquella, ataviada en Azul Zafiro como Noche estrellada?
     No podía responder.  Obnubilada, y como adormecida.  Vaporosa.  Recibiendo aquel don  de la “presencia oscura” y su palabra.  Del sortilegio de esa Luz, que emanaba su Forma, andrógina, salvaje: una mirada de Tigra que acaba de parir.
     Soy la “Dakini Azul de Noche”.  Guerrera de la Luna y de su Sacrificio.  Artificiosa y malabarista, conocida en las regiones del Oscuro.
     Y “Amazona”, en la Luz.  “Guerrera del Amor” y de-la-“Paz”.  Hija de las Estrellas y Hermana de la Búsqueda de Dios.
     ¡Soy inmortal!  Nací sin madre, como Tú...
     ¿Como yo...? balbuceó atónita, Arathía.
     Si, guerrerita.  Te pariste una Noche, en el desierto. Había un huracán y a ti te parecía que te llegaba era la “muerte”, tan dolorosa, y sola, y aterradora era la “llama” que bajaba a darte Vida.  Te parecía imposible volver a respirar, luego del grito, que te hizo “coronar”.
     ¿No lo recuerdas, Arathía?
     Lo recordaba, sí.  Fue una noche encantada.  Misteriosa.  El espanto jugaba con la curiosidad y ésta le abría las puertas al abismo.  La “razón” le explicaba que no cediera a “tentaciones”, y una voz candorosa la urgía a sumergirse en esas “aguas”, que parecían de azogue vivo.
     ¡Se acordaba de todo!
     Sobre todo el final: cuando como emergiendo de una catarata, o de una avalancha; o más bien, como saliendo pequeñita de un túnel infinito por donde había caminado y caminado, sin una gota de luz, muriéndose de sed y de la Soledad, se vio, de pronto, allí, al borde de la Laguna, y sin saber por qué, el primer impulso fue asomarse al “reflejo” de aquella agua tan calma.
     Y allí se vio, recuerda...
     ¡Cómo olvidarse aquel “instante” en que uno se descubre!
     No; no me he olvidado, le sonrió a la Dakini Azul, que la abrazó, amorosa.
     Vamos a celebrar esta nueva llegada: la Noche es quieta y dulce.
     Yo venía con alguien, que a lo mejor también lo quiere celebrar, dijo buscando en los alrededores con la mirada inquieta, pero el Ser de la Llama ya no estaba.  Se había evaporado.
     Era...
     Lo sé.  Era vestido en Rojo Fuego y hermoso como un dios de las cavernas.  Sólido y frágil.  Apasionado, tierno; como una candelita de Navidad a veces, y otras como un volcán en erupción.
     Te amaba, como tan sólo aman los que llegan del Sol y han hecho un viaje denso y largo, para llegar aquí, a la “Región de la canícula”: la Zona Libertaria.
     Te protegió de los horrores que tiene su otro rostro...
     ¿Su otro rostro...?
     Las máscaras mortíferas y obscenas, con que se viste para aquellos que quieren invocarlo en nombre del Oscuro.
     Ni los más aguerridos logran sobrevivir a ese terror, después que los visita.  Que les deja la marca.
     Es atroz, la visión.  Así como ese príncipe de las manos de seda.  O esa vestal iluminada por la belleza de su anhelo y la mirada de Dios, que tú encontraste y fueron tus acompañantes de las noches de Amor y las mañanas cálidas, se vuelcan los espejos y las formas se “invierten”: en el caso contrario.
     Hay que saber llamar al Dragón Rojo...
     No basta ser “guerrero” ni “guerrera”, en la Zona del Fuego.  Hay que arriesgar el Corazón entero, y lanzarse al albur de los caminos de la Luz.
     Conocer la Humildad.
     El que no la conoce y hace de Ella su compañera excelsa, perecerá en la boca del horno crematorio.
     Así dijo.  Así la fue introduciendo en su dominio efervescido, donde habitaba el “Drala” y las serpientes.  El color de la Noche.
     Las estrellas.
     Así mismo se hizo conocer como Señora del Amor y Señora de la Vida.  Como “Ángel” de la dulce sonrisa, que no dejaba nunca de iluminar su rostro de mirada salvaje.
     La Luz de las Estrellas, es el camino “secreto” del regreso.  Los “peregrinos” del Espacio, que transmigran en la barca del Sol, saben la clave del tono en la Armonía, y conocen la escala “ascendente” y veloz.
     Esa que lleva al Rey.  A su mansión de Estrella del Oriente.
     Y la llevó al Jardín, después que se bañaron en la Fuente, que ella llamó “Fuente del Paraíso” o “Fuente de la Anunciación”.
     Aquí vas a vivir, hasta que anheles otra vez ver las arenas del desierto, y lobos esteparios.
     ¿Arenas del desierto...?  ¿y lobos esteparios, luego de conocer todo esto?  ¡Estaría loca rematada...!
     Pero no pronunció, pues la Dakini Azul la estaba irradiando desde los pies a la cabeza, con el toque fugaz de su sonrisa.  Yo no me voy a ir de aquí ¡jamás...! le dijo en un arranque pasional y vehemente.  ¿Cómo crees que un sitio como éste uno vaya a querer ver el mundo gris, desértico...?  ¿Y por qué...?
     ¿Te parece...? y de pronto cayó en cuenta que la estaba tratando de tú a tú, como a una vieja conocida, o a una amiga, y no se perdonó la irreverencia: seré tarada, quién me manda a creerme la “estrellita...”  Perdón... no sé ni lo que digo, se excusó como un rayo, pero ella se sonrió, y otra vez la descarga luminosa.  La fuerza que surgía de más allá de su sonrisa, en realidad, y que lanzaba “vibraciones”, como una catapulta.
     “Vibraciones” Azules...
     Y no supo por qué de ese color, pero “veía” así, cuando sentía la descarga.  Como si el aura fuera color noche de estrellas, muy callada.
     No te preocupes, Arathía.  Yo soy tu hermana, ahora, y no vas a tener reservas de ese tipo; las convenciones sociales aquí no se conocen, ni se estilan... y esta vez fue una carcajada que alborotó los pájaros y los puso a trinar como posesos, y a los cervatos, y ardillitas, y a todo lo que había en el Jardín.
     Hasta las flores y los árboles, se comenzaron a mecer como si hiciera tramontana.
    
    













     Pasaron noches y noches, en que el Jardín fue la tonada encantada de las flautas y de los caramillos.  Florecían las flores de cristal.  Danzaban elfos con haditas.  Resurgían los tonos de la Aurora en infatuados sones, y ritmos, y el resonar era perpetuo.
     Luz, era.  Amaneceres o crepúsculos, se expandía el Amor de la Naturaleza en un canto sin fin.
     ¡Qué más iba a pedir...!
     Pero pidió, una Noche.  Y fue cuando sintió la comezón de auroras boreales, de huracanes, de rayos y centellas.  De pronto se acordó de aquellas noches de tormenta y de aguacero torrencial, en que ella se ponía desnuda bajo la lluvia, que la golpeaba, cálida, y la dejaba como recién nacida.
     Pidió bajito: aunque sea una vez, me gustaría oír el trueno... y no alcanzó a decir “el trueno”, cuando fue...
     O sea, dicho y hecho.
     Y oyó la risa de “Arathaia”, que salía del trueno, o como si brotara de la atmósfera, toda electrizada...
     “Arathaia...” Mi amiga dulce como miel, dónde estás... la comenzó a llamar, por la primera vez, en siglos...
     Aquí estoy, mi tesoro.  Yo siempre estoy donde estás tú, aunque tú no te enteras.  Te sigo como sombra.
     Dónde “Arathaia...” Dónde...
     Y entonces, “Arathaia” apareció, en compañía de la Dakini Azul.
     Se parecían como dos gotas de agua.
     ¡Cómo no había pensado antes...!  Andaba enceguecida con la mirada de Tigra, y hechizada como una codorniz.  Eran igual de hermosas, y terribles. 
     “Arathaia” le habló con voz de rayo, y entonces comprendió que había llegado al otro lado de la Vida.  Cuando oirás la voz del Rayo, estarás ya cruzando la frontera de la Vida... le había dicho en una tarde de tormenta el “Águila Dorada”.  Comprenderás no sólo su “mensaje” sino que sentirás su efluvio seductor, y pasarás al “más allá”.
     ¿Al más allá...? le preguntó, sin poder evitarlo, sabiendo que el “Águila dorada” detestaba que se le pidiera ninguna explicación, y en efecto, el Águila ignoró su confusión.  Y no le volvió a hablar, en el resto de la tarde.
     Estoy “cruzando” el más allá, y “Arathaia” es el heraldo.
     Venía con los arreos de guerrera, que está esperando la batalla.  Lucía en la frente el “Arco-Iris” y al cinto una espada flamígera.  Su armadura de oro y plata, y el escudo en Diamante.
     La Tigra apareció, como por arte de magia, y se quedó a su flanco, como si fuera en piedra.  Lo único que se movía eran sus ojos amarillos, y ella vio a la Dakini Azul como otra gota de agua, con aquel ejemplar maravilloso que parecía irreal.  Tal era su opulencia, y su mirar bravío.
     “Arathaia” le habló de vados de serpientes venenosas.  Le advirtió que la Luna era en creciente, que atención al solsticio.  Y ella entendió que en ese día, la gran batalla comenzaba.
     ¡La última batalla...!
     Irás a ciegas, con la Tigra por guía.  No temblarás, ni reirás.  Harás lo que la Tigra te señale.  Tu cuerpo estará “inerme”; sin embargo, a la Luz de la primera Aurora, tú lo verás moverse.  Déjalo ser.  El sabe lo que quiere, pues se forjó en la Fragua de Vulcano, y sabe dónde va, y por qué, y no le teme a nada.  Si lo miras actuar, comprenderás cómo es verdad lo verdadero y de “ilusión” lo ilusionario.
     No te dejes embaucar por los espejos, que te saldrán al paso, guerrerita.  Da el grito libertario y verás como corren de huída de su sombra falaz.
     Y así fue.
     La madrugada vino, y con ella la Luz en tintes rosa. “Llegó la Hora de la Verdad”, sintió una voz de fuego murmurarle al oído.
     “La Hora del Corazón...” Guerrera de la Paz: ¡ahora o nunca!
     y se sintió lanzada en el Espacio con una fuerza horripilante, que la brotaba de la nada, pues comprendió que era invisible, y vio pasar ejércitos enteros, armadas, legiones, cuadrillas de hombres y mujeres que avanzaban, con un grito de guerra y con la muerte dibujada en medio de la frente. Vio a los Dragones de la “Luz Oscura”, conduciéndolos.
     Así pasaron y pasaron los desfiles de pregoneros del horror, y heraldos de la Muerte.  Pero ella no se inmutó ni un solo instante.  Comprendió el espejismo.  La falacia.  La dualidad de todo el espectáculo, y contempló a su cuerpo actuar, como le había dicho “Arathaia”.  Dejó a la Tigra conducirlo, por entre gritos de dolor y rugidos de espanto.       Cruzaron bordes líquidos y bordes de acetato.  Pasaron puentes de jade y malaquita, sin mirar para atrás, se recordó... y al despuntar otra alborada, se encontró sola.  La Tigra ya no estaba.
     Se despertó en la cima de la Montaña.
     Tu Corazón ganó la Gran Batalla, Amazona de Luz, Guerrera de la Paz.  Dulce, Arathía, vamos a recorrer la Aurora de los tiempos del Nunca.  Verás, como los otros tiempos no eran siquiera sombra.
     ¡Tiempos del Nunca...!
     Los Tiempos, siempre han tenido “tiempo”, para la Raza Humana, pero ahora es jamás... Verás la diferencia, en el cantar Azul de tu expansión iluminada.
     Ahora, perteneces a las que atravesaron la Zona de la Luz de las Auroras y moran en los tiempos de Libertad Total.
     ¿Quién me hablará...? se preguntó, todavía invadida de aquel sueño de gritos y batallas, pero maravillada del paisaje.
     Era de tarde ya.  Casi la hora del Crepúsculo, y la Montaña reflejaba el color del Sol Poniente.
     Era un color Violeta nacarado: el más extraño Sol que había contemplado en todos esos viajes a través de desiertos, jardines, llanos o montañas.  Era el color de aquellos ojos de agapanto, de su doncel de Amor...
     Y no había terminado de “sentirlo”, pues era más un sentimiento que pensar, cuando se apareció, en lo alto de una roca, una figura poderosa: por su estatura y su presencia.
     Era tan grande como un árbol de Roble, en edad avanzada, y rezumaba ese mismo vigor; el poderío de aquel que tiene la ramazón espesa.  No tenía sandalias, sino más bien una especie de lianas, se le enredaban a los pies, como un tejido, protegiéndolos.  Hablaba desde allí, a una enorme distancia, y ella lo oía como si él estuviera al lado suyo.    Le distinguía también algo del rostro, aunque muy impreciso.  Sólo la barba era reconocible.  Era tan larga como todo su cuerpo, y oscura como un ala de cuervo.
     Una túnica malva, le llegaba hasta los calcañares.
     ¿Quién eres Tú, oh poderoso Ser...? pensó, o más bien “sintió” profundamente con un temor muy vago, mezclado con asombro y alegría.  Porque un Ser como ese, debía de ser el Guía de la Montaña ¡por fin...! ¡por fin! guerrera: el Águila había dicho, que en la Zona de “Plata y de Carbunclo”, la esperaba el Maestro, y que al pasar el puente de la Duda y el puente del Ayer, La Montaña hablaría.
     Y así era.
     Cuando él abrió la boca, fue la Montaña la que habló.  Salían sonidos de calidades diferentes.  De árboles.  De pájaro. De viento y fuego, y agua. De piedra entrechocándose con otra.  De serpiente, de hormiga, de ranita.
     La oyó patente, y como levitando.  Fluía de su ser un torbellino de preguntas, pero sabía que eran inútiles.  “El día en que tú aprendas a no pedir explicación de cuanto ves o cuanto oyes, en el Camino de la Luz, esa será la hora más hermosa.  Porque serás la esclava: La Perfecta”; pronunció el Aguila, vehemente, una tarde en que ella andaba diciendo pamplinadas, y aquí me tienes, guerrerita: ¡sabiendo que no hay más qué preguntar...!
     Y en ese instante mismo, el cielo del crepúsculo se iluminó como si fuera  mediodía, y entonces la Figura alzó los brazos hacia la Luz del Sol.
     ¡Oh Padre Sol...! rugió la Voz de la Montaña: ¡regálanos tu Luz Omnipotente, tu Amor Divino, tu Conocimiento y tu Poder...!
     Y el sol giró y giró, como una rueda ardiente en medio del Espacio...
     Ella se puso de rodillas y escondió la cabeza entre las manos, que tocaban la tierra.  No se atrevió a moverse de aquella posición y no sabía qué más estaba sucediendo ni cuánto tiempo había transcurrido, pues no se oía ni un rumor; y parecía que fuera noche.
     ¡Levántate, Arathía...! oyó la voz, y sintió como si un viento suave la ayudara a moverse, y pudo abrir los ojos, pues los había tenido como encementados: hasta ahora sufriste, ya pasó el huracán, se dijo para darse ánimos, pues no estaba segura.  El aire era de fuego.  Se sentían los silbos de los pájaros, y comenzó a soplar la brisa.
     ¡Bienvenida, Guerrera...!
     Y fue la voz lo que la puso alerta, pero lo vio delante, majestuoso, con un cuerpo de atleta y unas manos suavísimas, que tocaron su espalda con dulzura, como queriendo consolarla de tan difícil paso.
     ¿Estoy en la “Montaña donde habita el Maestro?” se decidió a inquirir, a pesar de que el consejo del Águila dorada le seguía martillando, pero era un día de llegada como pocos, y quería saber.
     La Montaña de Dios y sus Guardianes, ¡sí!
     La Montaña Inmanente.  La Gran Puerta al Abismo de la Nada, y a la Apertura de la Flor de Loto.
     Has llegado, Arathía, y aquí, te está esperando la Luz de la sintética alborada.  La que no tiene receptáculo de ninguna forma, ni color.  La sin sonido.
     Esa que oirás sin oír, verás sin ver y “sentirás” sólo en la Mente Ultima.
     La Alborada en el Tiempo de los Tiempos de Ayer, se quedó atrás.   
     Ella admiró de nuevo su porte de príncipe espartano.  Parecía un muchacho en su figura, pero la barba de más de cinco metros, indicaba su paso por el tiempo.
     Se había sentado un poco a la distancia, ahora; así podía abarcar toda su forma de colosal irradiación: de múltiples facetas.
     La atención, sin embargo, se centró en la mirada, que era color violeta.  Le seguía recordando a su doncel de Amor, en la Morada del Anhelo.  ¿Dónde andará...? pensó, sintió... aquel mancebo iridisado que sacudió mi ser y me llevó al delirio de mi sombra amorosa... y se perdió por un momento en el sentir de entonces.
     ¿Nostalgia...? la hizo saltar la voz del Grande Ser, que la miraba inquisitivo, pero con mucha calma.
     Aquí recobrarás lo que perdiste, pero no tendrás la atención de los sentidos puesta en ello, nunca más.  Lo perdido, está bien que se perdiera.  Hay siempre un límite entre la “sensación” del sentir, y el sentimiento: sutil embrujo de los sentidos exteriores.  Pero aquí, aprenderás la diferencia.
     Pronto...
     Y con estas palabras, la saludó el Gran Ser de túnica Violeta y barba floreciente.
     No tengo que ponerme de preguntona, ni nostálgica, ni mucho menos osar comprometer mi ascenso a esta Montaña pensando en perogrulladas, se aconsejó, y entonces respondió a la mirada inquisitiva con una gran sonrisa, casi como las que lucía en permanencia su inolvidable Dragón Naranja ¿en qué regiones andaría...?
     Y otra vez la “nostalgia”. ¿No iba a aprender nunca...?
     No te inquiete el “osar” ni el “recordar”, guerrera.  Son los dos atributos del Olvido terreno, que te conducen a la mayor Estanza; allí donde el “olvido” olvida que ha olvidado, y la osadía emprende el viaje hacia la escala máxima: la batalla de ayer.
     Parecen calambures, ya lo sé... añadió dulce, sin que ella hubiera parpadeado, pues estaba dispuesta a aprender íntegro, aunque fuera al “revés” de lo que ya le habían enseñado, y se atrevió no más a decir “sí” con la cabeza... y él continuó explicándole, las cosas de la Región de los Silencios Inmortales.
    















    
     Y allí, moró por mucho tiempo, que no tenía transcurrir, pues no tenía espacio, y ella “entendió” los movimientos de la Mente Sutil, y el eje que sostenía la Rueda del Samsara.  La gran velocidad de la caricia del Sol.  La “entrada” a la Armonía del Mandala de La Montaña del Olvido.
     Vivió pendiente del Maestro, que no quería que lo llamara así; mi nombre es Arthó-Mi-Tun, llámame así.  Quiere decir, “enviado de la Estrella del Oriente”  pero no se atrevía. Le parecía que si lo pronunciaba, él se iba a desaparecer, como los espejismos.  Y quién sabe por qué tenía ese presentimiento. Falta de Fe, pensó un buen día, en que él le estaba dirigiendo la danza matutina y su “saludo al Sol”.
     “Arthó-Mi-Tun”, decidió pronunciar, y que pasara lo que fuera... y él la miró directo a las pupilas, que se tuvieron que esconder en un instinto de animal herido, o acosado.  Tal fue aquella centella.  Como mil ramalazos que recorrían el cuerpo entero, así sentía la descarga de toda aquella Luz.
     Perdóname, Arathía, dijo él, y se acercó solícito y la ayudó a que se extendiera encima de las rocas.  Le puso las dos manos sobre la cabeza, y ella sintió un calor, luego un frescor, y luego como un vuelo de palomas.  Flotaba en el espacio de flores perfumadas y hierbas curativas, que le enseñó “Arathaia” tantas veces.  Ella también la había aliviado así, con la caricia sola de sus manos.  Eran milagros únicos, pensaba, sabiendo que ella se sonreía al oír la palabra: “milagros”, son aquellos que el hombre nunca ve y que suceden a diario en la Naturaleza.  Estos, son simples “actos de Amor”.
     Y le curaba todo.  Desde un pesar, hasta una cortadura.
     El Gran Ser le aplicó las manos en los ojos.  Ahora verás mejor.  Tienes que perdonarme este momento, pero era necesario: ya estabas preparada... y la ayudó a sentarse, lentamente, y le indicó que no abriera los párpados, pues había que esperar que la Energía hiciera su trabajo.
     La sacudió después una descarga, que la hizo trepidar como un junquillo.  Pero él la sostenía.  Ella sentía como si la estuvieran desmembrando, y se sentía  gemir, gritar, pero era otra.  No era ella.  El desmembrar era indoloro para ella, aunque sabía que en otra zona era “real”.  Estaba allí y no estaba.
     Tu cuerpo de Diamante es ahora perfecto, guerrerita, y ya está preparado.  Lo entrenaste en la dura disciplina de la aquiescencia impersonal, y recibe sin más.  No se opone a la Luz, por ello no se “rompe”, ni se “desgasta” inútilmente.  Recibe con el amor de la “esclava de Amor”.  Con la aquiescencia “vertical”, y no la horizontal, de tiempo atrás.
     Ahora es Luz, tu cuerpo.  Gloria del Ser.  Instrumento Sereno del Altísimo.
     Y diciéndole así, la comenzó a besar muy dulcemente.  Primero el vientre, luego el pecho, después en la garganta, la frente, y la cabeza.
     Resurge en Ti, Arathía, iba pronunciando, y otras palabras de gran sonoridad y gran belleza que ella no entendía, pero veía su diseño.
     Y la iba ungiendo con aromas de sándalo, de áloe y de mirra.  Recomponiendo sus miembros, uno a uno.  Visitando su entraña, huérfana y con cantos del ayer, y transformándola en Mansión, en permanente euforia de los dioses.
     La “visitó” el color de su esencia, y la vistió de magia pura.
     Largos y hermosos fueron los instantes eternos, en que la ceremonia transcurrió.  Fugaz le pareció su permanencia en la “Montaña” de los atardeceres de colores violeta, cuando le descubrió los siete rostros al Dragón.
     Ahora comprendía, esa sonoridad en las entrañas mismas de la Tierra.  Su dolor, y su goce.
     Sintió nostalgia del dolor, aunque no fuera más el suyo, y le entregó una flor de Mayo a ese recuerdo tenue.  No habrá más “remordimiento” por las horas perdidas, o dolores ganados.  Nunca sintió la espalda más ligera, ni los pies más alados, que en el instante en que se incorporó y “Arthó-Mi-Tun” le dijo, eres una guerrera de las más aguerridas y sonrientes que nos ha visitado: te felicito de todo Corazón...
     Campanas repicaban en unísono tono con la Aurora, que comenzaba a despuntar.
     Mira, le señaló “Arthó-Mi-Tun”, y ella miró al Poniente, donde surgía un Templo que jamás había descubierto, hasta ese momento.
     Lucía erecto en medio de los picos y parecía de diamante.  Esplendía.  Brotaba luz por todos los costados, pues el Sol le pegaba en pleno centro.  Tenía cuatro cúpulas y una torre con una aguja, que se perdía en el espacio.
     Es el Templo de Luz, de la Ciudad de los Destierros.
     ¿De los destierros...?
     Sí, mi hermosa Arathía.  El “Destierro” terreno, le sigue siempre a aquel mortal que ya cruzó los puentes del “Olvido” y el Laberinto de la Montaña.
     Quien llega allí, verá con su mirada a la fantástica figura de su Ser.  Aquella que se va ahora, a transmigrar a otros espacios.  Allí, es el sitio de la gran despedida.
     Y la gran Muerte...
     ¿Otra...? musitó apenas y sin querer, en realidad, porque no le importaba cuántas Muertes seguían.  El Viaje continuaba.  La Vida se expandía, y ella no estaba haciendo otra cosa que siguiendo la Escuela, y daba gracias de alcanzar ese regalo de la Luz de su Padre.
     Y de su Madre.
     Arathía... la estaba llamando “Arthó-Mi-Tun”, y ella lo vió, en la cima de la Montaña, a la entrada del Templo.
     Ven… llamó...
     Y ella cerró los ojos de manera inconsciente e instantánea, se sentó en Flor de Loto encima de una piedra gigantesca y deseó, como nunca en su Vida había deseado.       Abrió los ojos y allí estaba.  A pocos pasos de la puerta del Templo, y Arthó-Mi-Tun, le sonreía.
     “Guerrera-de-la-Paz y del Amor... Amazona de Luz... Bella Arathía... acércate al portal....”  dijo una voz desde adentro, o más bien varias voces al unísono, y resonó en las rocas que comenzaron a repetir, en eco... “Guerrera-de-la-Paz, Guerrera-de-la-Paz, y del Amor-Amor-Amor...”
     “De Luz, de Luz, de Luz...”
     “Arathía, Arathía…”
     Y entonces, el Gran Ser se transformó en su paladín, y como por encanto, ella fue una princesa.
     Una túnica toda de hilos de oro y plata, con recamados de diamante.  Cintura en perlas, y aderezo de zafiros.  Una tiara de flores de durazno, en medio de la frente.
     Sandalias de cristal.
     Su paladín, garboso, tierno, con sus ojos violeta y ese mirar como centella, la condujo del brazo hasta el portal; y allí, en ambos lados, estaban “Arathaia” y la “Dakini Azul”.
     La Tigra, en el Centro de la Estanza; que era íntegra cubierta de Azahares y de aromas de sándalo; haciéndole la guardia a una Figura indescriptible.
     Porque era Luz incandescente.  Brotaban rayos de todos los colores de su Forma, que parecía un Dragón, en un momento, y en otro semejaba más bien a una libélula gigante, o a un gran oso blanco, pero sabía que no tenía que mirarla con la imaginación, porque sino no la “vería”: así le había advertido Arthó-Mi-Tun.
     Deja que llegue a Ti su efluvio, y no temas su esencia: llegará siempre, a la hora de la Aurora y la “verás”, y la Amarás, como nunca has amado...
     Y así fue.
     “Arathaia” le habló, por la primera vez, después de tiempos infinitos.  Así le pareció. 
     Mi amorosa Arathía.  Mi Luz de Sol, mi amiga dulce como miel: aquí nos tienes, a la entrada de tu “liberación  final”. Y comenzó a cantar una canción de melodía dulcísima mientras que la abrazaba y la besaba.

          “Aratha-mí” mi Corazón
          dulcísima doncella
          de mis noches
          de Otoño

          “Aratha-mó” mi Estrella

          de los Mares

          “Aratha-má”, mi Amor

          mi dulce amiga

          “Aratha-mu”

          la miel de
          los panales
          a mí me pertenece...

     Y la arrullaba, como a niña que acaba de salir del vientre de su madre.
     La Dakini y La Tigra, la escoltaron después, y caminaba en medio a ellas como quien va en un sueño con los ojos abiertos, y vio a su paladín, convertido esta vez en el Doncel de Amor.  Su tierno Amor de la Montaña del Silencio, con la mirada de agapanto.
     Lo sabía... se dijo.  Mi corazón me lo había dicho y yo me hice la sorda.
     Y él le sonrió como aquel día en que la penetró ardoroso, dejándole en su piel el aroma de cedro, y en su memoria un corazón de Fuego.
     Amada de mi Amor...le musitó al oído, mientras que la tomaba por el brazo y la hacía seguir al ritmo de su respiración; que era agitada, loca, como queriéndose volar de todos esos ámbitos soñados, pero una voz de viento y luz del Arco-Iris la detuvo.
     Eres la que “volvió” a su punto de partida.  La Guerrera Inmortal.
     Luz de Estrella...
     ¡Arathía...!
     Nunca había oído pronunciar su nombre en aquel modo.
     Como huracán, se volvió el viento.  Como estrella del Sur, el Arco-Iris.  Como si la estuvieran acunando los más extraños sones de todo el Universo, que comenzaron a formar la ronda más Azul que había “vivido” hasta ese entonces.
     “La Ronda Azul del Loto...” le cantaron las voces invisibles, y se extendió en el suelo, a una seña de “Aratháia”.
     Ella le vio por vez primera aquel anillo de oro, con una tigra en escultura.  En su frente una Estrella con reflejos Azules y violetas, y en el cinto de su armadura de Guerrera, un cuchillo de Damasco.
     Su mirar fiero comenzaba a expandirse, como cuando venía una tempestad.
     ¡A mí, Dakini Azul...! la conminó, y la Dakini se convirtió en un rayo de mil colas, en relámpago, y la Estanza tremaba, iluminada por el furor de aquel fulgor que combatía sin tregua, mientras ella asistía, allí extendida: inerme.
     La batalla hizo un alto, y entonces vió la Rosa.
     Surgía del Centro de la Nada.  O sea, brotaba del Espacio, en medio a Todo: a la luz del relámpago y del Rayo, a la Figura de “Arathaia”, que empuñaba el cuchillo damasquino y danzaba, posesa de la Fuerza de su “Fuego Sagrado”, liberado y Azul.  La Rosa, era la “esencia” de esa danza, y la “esencia” del ritmo y de la Luz del Rayo y el relámpago... se dibujó en su mente la más secreta de las voces.
     “La Luz del Ser, es el Espíritu del Nada...”
     “Y la Rosa, es el Nada...
     Y a la vez, era el Todo, que reabsorbía, resumía, convertía, destrozaba...
     Comprendió la distancia, que había cruzado desde su nacimiento hasta la “Zona del Mañana”, como le dijo un día el “Águila Dorada”: y un día, verás tu propio nacimiento, nacer sin ruido ni distancia...
     Y era así.
     Nacía al ritmo de las cosas, y de las hojas de los árboles.  Sin ruido, suave, como la luz del Sol de la Mañana.
     La Rosa es tuya, ahora.  Crúzala: le pidió su doncel, haciendo la señal de despedida, y ella quería gritar ¡pero, por qué sin ti...! pero supo enseguida que no tenía consistencia ese dulce capricho.  Que la existencia de Tu Rosa, es tuya, solamente.  Que la conoces y la Amas desde la misma siembra, y que al brotar, estás ya preparada para viajar con Ella tu camino.
     La “Rosa” es tuya, quémala... le ordenaba “Arathaia”, mirándola muy firme, como queriéndola aferrar con esos ojos almendrados y sostenerla así, en el salto.
     Y entendió, nuevamente.  La Voz de la Razón no tiene descendientes, ni ascenso, en esta Zona del Templo del Adiós.  En la “Morada del Regreso”, los falsos instrumentos con que Maya jugaba, no tienen resplandor, ni magnetismo.
     Quemar la Rosa, significa “vivirla”, “consumarla”, darle mi Corazón en Fuego, para que habite en él.
     “Y te daré mi corazón, que ya será Cristal de Roca Viva...”
     Cantaban esas voces...
     Arathía-de-Fuego y de Luz de la Estrella de la Aurora: oyó a la Rosa hablarle.
     Mi Amor de Luz te pertenece.  Espéralo en silencio.
     Y se expandió en color amarantino, en luz de llama viva, como si fuera a devorarla.  A transformar la esencia de su Esencia.  El cuerpo de su Cuerpo.  La tímida mirada de sus ojos de niña, que acaba de vivir el resplandor “real” y la respiración de los sonidos de una Rosa, en la mirada de una fiera; como la Tigra de la Dakini Azul.
     Azul fue tu nacer, y Azul será tu adiós a la Tierra, Arathía.
     Cumpliste la promesa de Guerrera, y caminaste “para atrás”, hasta llegar al punto máximo.  Tu espléndida figura y el diseño que ella representa, no ha sido más que tu valor.       El arrojo, Arathía, fue tu mayor sostén.  Sin él, difícil es cruzar el ojo de la aguja...
     Y con estas palabras la Rosa trepidaba, como sufriendo una descarga de algún sonido oculto.
     Me conoces ahora, que regresas a la “Casa de tu Padre”, cargada con la Luz de tu memoria del Camino.  Nadie que vea mi rostro lo podrá describir, ni transmitir.
     Sólo en la dimensión de Amor, mi rostro es permitido.  Aquel o Aquella que lo contemplan, en el gran viaje a la “Montaña de los Siete Sonidos”, abrirán mis tesoros.  Conocerán el idioma del agua y de los vientos.
     Encontrarán en el lenguaje de la Naturaleza, la Voz de sus ancestros...
     …y el renacer de un Sol, que lo transformará en criatura dilectísima.  En hijo Pródigo.
     En hija-hijo de la Estrella.
     Vas a nacer, al Sol de un día por venir, que el Mundo no conoce porque no quiere verlo. 
     ¡Ahora, estás en el Nunca! Guerrera-de-la-Rosa, y de la Paz…
     Y la tomó en sus brazos, con la dulce canción que ella escuchó una vez en medio a los caminos:

               camina caminante
               que la ilusión será
               una Rosa Roja...







                              Junio -86-  Assisi
                    Julio -87-  Rocca Sant'Angelo






    

























     Todos los cuadernos escritos de mi puño y letra, deberán ser publicados con el nombre de ARATHIA MAITREYA.  No es un “seudónimo”.
     Es el “nombre real”, de quien le fuera “permitido cambiar el ritmo de los Astros y Planetas”, y por lo tanto el nombre del bautizo primero.
     ARATHIA, o sea, “Luz de la Estrella del Amor Absoluto”, me fue dada en la “Noche” de la “confirmación” de mi existencia real, en esta Tierra.
     Fue el Bautizo de Fuego - en 1986 - y desde ese “instante”, Albalucía ANGEL, “abandonó” su sitio, o “espacio”, en el Planeta Tierra, donde vivió 50 años, de Andariega Juglar.  De “prisionera” del Mandala del Agua.
     Es por ello, que a partir de ahora, ARATHIA MAITREYA es mi único nombre, y así seré llamada en el “Futuro”.
















                                  ...you must first transform
                                  your thought. For that is
                                     something which is still
                                     crawling far down below.
                                     If you are not able to feel
                                    that a concious and living
                                     being can be quite free,
                                     even in a certain definite
                                     form, from all feeling of sex...
                                     it means that you are still up to
                                  your neck in the original animality.
            
                


          THE MOTHER
                            "Conversations" *[1]






[1] … uno debe primero transformar su pensamiento.  Porque eso es algo que todavía se arrastra muy abajo. Si no eres consciente de sentir que un ser consciente y vivo puede ser completamente libre, incluso en una cierta forma definida, de todo sentimiento sexual, quiere decir que estás todavía metida hasta el cuello en la animalidad original.

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