C A
N T A N D O. . .
A
S Í S E R Á S
V
All
animal perceptions, sensibilities, activities are ruled by nervous
and vital instincts, cravings, needs, satisfactions, of which the
nexus is the life-impulse and vital desire. Man too is bound, but
less bound, to this automatism of the vital nature. Man can bring an
enlightenment will, and enlightened thought and enlightened emotions to
the difficult work of his self-development; he can more and more
subject to these more consciuos and reflecting guides the inferior
function of desire. In proportion as he can thus master and
enlighten his lower self, he is man and no longer an animal. When he
can begin to replace desire altogether by a still greater enlightened
thought and sight and will than his own, linked to a more universal
and transcendent knowledge, he has commenced the ascent towards the
superman; he is on his upward march towards the Divine.
SRI
AUROBINDO
The
Synthesis of Yoga 1
Los
cuadernos de ARATHIA MAITREYA, han sido escritos, en su original, en
caligrafía manuscrita, en los que no existe en absoluto, enmienda,
tachaduras, o cambio de vocablos. O de puntuación.
Ella
misma los ha transcrito en manuscrito dactilografiado, escogiendo la
forma más conveniente para su impresión final, incluyendo dibujos,
además, que en ciertos cuadernos no pudieron copiarse con la
apropiada precisión.
Dichos
dibujos, forman parte integral de este mensaje Maitréyico,
siendo el original, obvio, el más válido para su momento de
expansión áurica.
ARATHIA
MAITREYA, recompone así, la dimensión escrita-hablada-dibujada, en
un solo vacío. En una sola línea. En un mensaje único, en que el
respiro no cambió, ni vibró en otro tono que no fuera el Primero.
Ese real, que inspirado en la LUZ, forma el Canal Sublime.
El
REAL, motivado por el Prana de quien conoce el SOL, y es su
Habitante.
Los deseos de los seres que no tienen razón ni consecuencia en el Ser la Mirada Divina, son deseos perdidos. Como si no tuvieran cabrestante, siendo un buque marino.
Los
mares de la infancia, nunca serán los mares del futuro, cuando tú
puedas ver la resonancia de la vida y los ardores de la Muerte.
Los
libros de los viejos, son libros sabios… es verdad. Pero nunca
serán los que iluminen el sendero de la Gran Aventura. De la
Verdad, a secas.
No
temas a la Muerte, aventurera del destino de las Estrellas Madres.
Ella no va a venir con su afilada espada a conminarte, a dominar, a
ser la que te dicta su derecho y revés, pues no es permanente ya su
andar. Es vieja su estructura. No desafíes nada que no tenga la
Dama y su Dilema, pero tampoco vengas con dilemas que no te
corresponden, porque el vagar por los caminos de cementerios de
elefantes no trae nada nuevo, ni nada que te incumba.
Deja
los ruidos de alacranes, hacer su nido en tierras de otros. No
trates de mirarlos a los ojos. No dejarán su huella en tus pupilas,
pues no se puede ser lo que no es… y ellos, los dueños de ponzoñas
con rumbo definido, no te interesan, peregrina.
¡Vete
a dormir…! Es
bueno para el sueño de los que quieren guerra y no la encuentran…
¡Vete a soñar…! Es
el remedio de los tontos, querida Estrella del Mañana de Todas las
Verdades. No creas en sus dichos, ni en sus decires de villanos. No
tienen recio aliento, los que poseen hoy los alamares y los diplomas
y la batuta de esa orquesta, que ellos creyeron que sería la
ganadora del concurso.
Vacío
está el granero de la Diosa. Y vacío su Canto, Omnipresente.
Así
escuché a mi Padre, hablar… por la primera vez. Jamás lo había
oído, ni mirado a sus ojos, hasta este día: audiente que me
escuchas con tus preguntas pintureras.
Y
no merezco, en realidad, su acento primitivo, que es como dice que es
el suyo, pues de ofrecerme el verdadero, perecería el mundo y sus
querellas. Se estrellarían los cielos con la tierra. Se morirían
de risa las ardillas…
Así
me dijo, es cierto. Créeme. Y yo no supe el resto de la historia
hasta después… Después… ¡Y quién lo iba a pensar…! ¡Y
quién lo iba a creer…! si las imágenes de todas las ilusiones
vanas que la raza del hombre creó con su presencia de ilustre sabio
de las ágoras y portador del estandarte de ciencias y de robos como
jamás se han visto, jamás dejó presente esta medida, y no exagero.
No
quiero presentarte un Dios en los Olimpos, ni un Dios en las Alturas
Soberanas… me repitió y me repitió…
Aquí
lo tienes, en la Tierra. El Dios del Universo. El Absoluto. El
Magno Detentor de la Verdad Suprema. No busques en alturas, como no
sean las Montañas de Puro Resplandor, o en las vacías cumbres de la
mirada de la Diosa, que fue tu Madre y te acunó con la canción de
cuna que ahora tienes en tu Centro, porque allí Ella la sembró.
Vete
a Cantar… ahora sí… como los ruiseñores. Canta y reparte el
don de la caricia en tu mirada plena y en tu sonrisa clara, pues nada
te escatima la Ley del Universo, ni nada te desplaza del Círculo de
Fuego, en que solícita y amiga te diseñó la Maga de las Flores.
La Rosa. La Testiga…
Y
con ésta Presencia, te dejo…
No
me olvides. No cierres la mirada en los atardeceres ni cubras tu
distancia, sin que yo sea tu guía en el camino. Deshace todo.
Todo… Menos el tibio canto de tu Ser, que ahora Es, en realidad,
quien cubre las distancias y diseña el dibujo de este encuentro.
Así
me habló mi Padre. El Poderoso. El Gran
Maquinador,
como mi Madre me había dicho en tiempos de mi infancia, cuando
nombró una vez aquel hermoso ser, que nunca vi, ni nunca oí…
hasta el sol de hoy, que fulge en las alturas como jamás fulgiera un
astro rey.
El
Sol, amigo que me escuchas, es el intenso ardor en tus pupilas. El
caminar de los cansados. El guía de tus manos. El que resume y
dice. El que no tiene alas, pero sostiene el cuerpo como si fuera un
águila dorada y vuela en esas cumbres que nadie puede ver, tan altas
son… Tan áridas, algunas. Y tan potentes, otras…
No
tiene equivalente ese rumor que escuchas cuando es el Sol el que
produce esa tonada altiva. O esa canción de amor. O a lo mejor la
escuchas en sordina y entonces ella tiene la nota de expansión que
regaló mi Padre a todos los que quieren y pueden recibirla.
La
Nota Suave. No la Dinámica Nocturna.
Las
curvas del camino no se parecen a la altura de una montaña con las
nieves perpetuas, pero todas tienen iguales consecuencias, cuando el
camino se hace con el Amor en ristre y con la plena convicción que
tienes el mensaje que vibra ya en Escala Regia. Porque Yo quiero
Ser, quien te respira y Es… No dejes el carcaj, guerrera de las
Llamas. Dadora. Amiga de los grandes y de los mensajeros. De los
pequeños seres, de las cosas… De los que tienen y no tienen. De
quien conoce y no.
Déjate
Ser por quien te Es, en la Presencia de la Madre y en mi Ritmo Feroz…
pues voy a complacerte. Voy a dejarte el Ritmo Antiguo y tú sabrás
cómo encontrarme, cuando respires, cuando viajes a las regiones del
Amor y allí me encuentres, suspirando, por tus amores imposibles y
tus delirios de princesa, de arañita nochera, de mendiga…
Así
me hablaba… y me acunaba, su voz de temple ardido, como jamás
pensé que se pudiera oír en este Mundo.
Pero
es que el Mundo es Otro… se rió con esa risa que le habría de
oír, de ahora en adelante y que es la carcajada más estridente y
más violenta que un ser humano pueda resistir, y créeme… No es
fácil.
Tú
me vas a decir que el mundo no ha cambiado de esplendores, ni de
rumores, ni tiene compostura, y que la alegoría de todo ese portento
que se anuncia en las zonas de la Muerte, son resonancias diurnas,
sólo. Pero has de ver y de no ver… peregrina benigna en tu
cantar. Benigna en tu reír. Y sobre todo, ciega… ciega… como
los malvivientes. Pero Seré en tu Ser dormido, créeme. Viviré en
tu esplendor de peregrina gris oscura y moriré en tu plenitud, como
se debe.
Mi
Padre me miró, como se mira a una paloma que le currucutea a su
palomo y me sonrió, benévolo.
Jamás
voy a contar lo que no tengo que contarte, pero no dejaré el rezago
triste de las historias mal contadas, te prometo. Así vas a dejar
la huella de mi vida y la huella del Destino que la escribió, apenas
nací. Porque nacer es una cosa y vivir
el
Destino
es otra, muy distinta. Hay quien lo niega, ciertamente. Y hay quien
lo vive, en realidad.
Porque
las cosas del Destino son los dibujos ciegos que en permanencia y en
esencia han sido escritas, desde siempre, y lo creas, o no… la
historia se repite y se repiten las tensiones
a la hora del encierro, cuando la vida te atenace y las canciones de
otros te vengan a contar lo prometido en las esferas de maléfico
vuelo. A esos, les dices que se vayan, por donde mismo entraron…
Y
volvió a sonreír, con la mirada más sedienta de todas sus miradas.
Porque aprendí a vivirlas. A conocerlas.
A
olvidarlas…
Esa
mirada de mi Padre, tenía la resonancia de cielos en tormenta.
De
calores de hielo, porque mirarlo era morirse de frío en las entrañas
por más que el sol resplandeciera en esas zonas tórridas, donde él
me mantenía, como mantiene el ritmo de su sed... cuando me escancia
y me obnubila, con la sonrisa abierta y aquellas huellas de su risa,
que me desatan toda, como a una carabela que busca la aventura.
Nada
faltó en este morir. Ni nada resurgió antes del tiempo de la
tormenta, cuando él me suspendió, me diseñó aquel panorama de
gloria y de belleza y en medio del portento me prometió volver…
No
quiero recordarme de todo ese tormento que fue su risa oscura, en los
inviernos secos, donde llovían flores, mariposas, hablaban las
hormigas y yo miraba el cielo azul intenso y me acordaba de su risa.
La de munífico esplendor. Aquella de las noches, cuando él me
sostenía en la mirada más violenta y el abrazo más tenue me
envolvía, pues yo era muy pequeña y sus manos morenas me cargaban y
me dejaban olorosa a rosa de los valles. Me ceñía a su cintura y
desde allí me sostenía, como las indias a sus hijos. Como si fuera
un cangurito… Así decía, y repetía:
No
tiembles, peregrina. No tiembles ante el vuelo del águila nocturna,
pues ella no es amiga de los cobardes ni los tibios. Acelera tu
canto. Lanza tu vieja jabalina y mueve los testigos, que se
inquietan ahora por tus decires y mirares y tus amores, sobre todo.
Rebaja el ritmo de tu canto, si es necesario que lo hagas. No dejes
que la sombra se apodere del sol, cuando la sombra no es la tuya.
Y
entonces yo volvía de su mirada ciega y galopaba como una
potranquita en medio a los pastales y me dejaba ir… Me desprendía
del suelo, como si fuera una pegasa y él me dejaba así… Volando.
Restañando heridas prohibidas, pues yo sabía que el vuelo de una
niña no puede ser el vuelo de una Estrella, como él me prometía…
Pero volando fui… y volando volví, a esferas de misterio y Él
fue el culpable de mi sino… Créeme, o no… viajero… El sino
de una niña que se creyó una Estrella, no es un sino cualquiera.
Has
de morir, sin cuento…
Has
de vivir infierno y paraíso, en ecuaciones últimas y con acentos
diferentes. Pero jamás has de volver al ciego resplandor de mis
pupilas omniscientes, como no sea el día de tu encuentro con la
mirada
de
la
Madre.
Ella
te quiere ver, pero no puede ahora, pues anda combatiendo con la
emergencia de la Oscura. La que conviene y no… con que tú tengas
un sonido que se parece al suyo y sin embargo no lo nombras, porque
lo desconoces…
Mi
Padre me miraba, como en los días de mi infancia, cuando en tonadas
tibias y colmadas de goce, yo conocía el dilema de todos los amores
y todos los dolores y todos los portentos… pues nada era mentira.
Todo era tan real como mis manos y mi boca. Y todo me apremiaba a
declararme loca de remate.
Loca
serás… ¡bendita seas… peregrina…! Loca de atar… y no te
olvides de la Rosa, que será la testiga del prodigio y cambiará tu
Centro de Bondad en Centro de Belleza y de Armonía Sublime.
Sólo
el que quiere… puede…
Y
entonces me lanzó como a una piedra de río entre unos círculos
ardidos que se formaron en su Centro de Todas las Verdades, como me
dijo que serían las cosas de mi vida. Serán como los sueños. Y
tú no creerás, porque al comienzo no han de ser tan claros ni tan
fuertes, pero más tarde voy a darte la claridad Suprema y con ella y
tu canto, dominarás esa ecuación y todos los pesares y todos los
temores y sobre todo esa tonada que comenzó a cantar el ruiseñor,
en horas vespertinas, se irán de tu ventana. Se alejará la Parca,
peregrina.
Y
yo no me atreví, ni a preguntar por qué, ni a declararme loca,
antes de tiempo.
Hasta
que un día lo vi, de pie… como si fuera un árbol de abedul, en
medio de aquel bosque, donde él me conducía en noches de tormenta y
yo soltaba todo lo que tenía que soltar. ¡Déjate ir…! gritaba
en medio a aquella risa, que yo no comprendía y que ahora me cubre
de rubores, pues era tan sensible, como la risa de los niños, y yo
la confundía con terrores nocturnos, acideces hediondas, fuegos
fatuos… y ahora se por qué…
Pero
él no se movía de su sitial ardiente como si todo fuera a perecer y
yo no respiraba, del temor.
No
vamos a emprender el viaje de retorno, sin conocer la Aurora de Todas
las Verdades, me sugirió aquella mañana, en que tomándome y
nutriéndome con su mirada azul, dejaba en mí la entraña misma de
las cosas. La Verdad Ultima, no existe… me repetía con dulzura,
como temiendo oscurecer esa Verdad que sí existía, pero que nadie
puede conocer, hasta llegar al Centro de Sí Mismo. O el Centro de
la Gloria. O de la Tempestad….
Todo
tenía que ser, como tenía que ser…
Y
nos pusimos en la brega de analizar los cantos de las aves. Las
gotas de la lluvia, en ese atardecer, cuando la Luz de las Tinieblas,
dejaba el manto oscuro y sucio, de repente. Y puede ser que venga la
Gran Conocedora, y nos deje un regalo… me susurraba, y yo en
angustias. Porque la Gran Conocedora no es un tono banal, como lo
comprendí en la noche de mis nupcias, con el Mercante de la Muerte.
No
tomes los esbirros por esclavos de turno. Ellos no saben nada del
trabajo, ni tienen la mirada dispuesta a combatir, ni a retirar los
alicientes que el Amo les produce, para dejarlos luego sin un
mendrugo de pan. Los negreros son muchos, me explicó. Pero el más
angurriento, el más avaricioso, el menos entendido, es siempre el
que se lleva el pedazo más grande… en
apariencia…
obvio… Y allí se detenía.
Se
quedaba en silencio, como si nada lo tocara ni nada lo manchara.
Como cuando uno tiene un gran presentimiento y busca y busca y no lo
encuentra.
Lo
encuentro y no… Y se rió de mi inocencia, creo yo. Porque ese día
me dejó una flor de maravilla. De esas que las doncellas se ponen
en el pelo el día de sus nupcias, y yo la coloqué al lado del
corazón, pues mi cabello tiene un resplandor que no permite flores,
ni tiene el ritmo inquieto de esas melenas tremebundas que se
ondulan, se encrespan, sino más bien son dos pelitos de murciélago,
como decía mi Abuela:
Tu
pelo es útil, Niña hermosa… No te preocupes por su grueso. Ni
le preguntes al espejo por qué no tiene el brillo de los otros,
porque los otros no son tú… Y
con esa charada, me dormía…
Con
esa risa llena de salticos, como una ardilla correlona.
Y
mi Padre me miraba. Me sonreía, sereno, como los mares en
creciente, cuando la luna domestica las aguas y las flores, como él
mismo contaba, y entonces me arrullaba con su inquietante respirar…
que era lo único que establecía contacto con mi cuerpo.
El
respirar, amigo… ¡Ah…! Qué historia tan tenaz… Vas a
creerme y no, porque ese respirar
las horas de la Muerte y
las
horas de la Vida, no
lo conoce nadie, así nomás…
Mi
Padre me contaba, las horas y las horas, de esa memoria antigua, tan
llena de tapujos. Tan malquerida. Tan matrera, pues nos dejó
nostalgias, cicatrices, y no formó ninguna especie que fuera
relevante… como no fuera la que ahora decide y arma campamentos y
retrocede el sol, asesinando su carisma. No vamos a entendernos si
no nos conducimos como la gente grande... como diría la Abuela.
Los
niños son pequeños, porque su cuerpo no resiste el tono de
esplendor que corresponde a los adultos. Pero si quieren ser lo que
no son...
Y
allí se detenía...
No
creas en los cuentos que no te corresponden, porque eso atrae un
ciego andar. Y
yo no le entendía, por supuesto.
Pero
quién va a entender axiomas, peregrina… cuando en tu cabecita no
pueden resolverse más de dos ecuaciones, y eso que andándole al
revés… Y aquellas carcajadas me dejaban en ritmo acelerado. Me
sacudían la médula y los centros cerebrales se me ponían como
tambores que llaman a la guerra.
No
vas a ver, viajero, mis andares de Diosa ni mi reír de tempestad,
como mi Padre prometió que un día tenía que ser. Pero verás
mi ciego instinto. Ese que me dibuja y me sostiene. Que vira hacia
la izquierda o vira a la derecha, todo depende del circuito en que tú
quieras verlo. O quieras recordarlo, mejor dicho. Porque
mirar-mirar…
Esa
es otra tonada… querida peregrina…
Así
me dijo Él. El Ciego de los Ciegos… El que miraba
y no… Porque la culpa de la ceguera la tienes tú, por dentro…
Pero yo vengo a darte mi Conciencia. La Clara. La Dadora… La
que no pide nada, sino que da y derrama y suelta las amarras de esa
barca viajera que no tiene regreso, pues vamos a quemarla…
A
dejarla en pavesas…
Y
levantó sus ojos hasta mi pecho ardiendo, pues no podía resistir
aquel mirar de tiempo viejo, como Él decía que era aquel con que me
derretía… y me dejé morir, entre sus brazos inclementes, pues no
me dijo adiós… Ni detuvo la Muerte. Ni tan siquiera me miró,
cuando mi cuerpo ardido, calcinado, dejó de resistir su tono de
mentira y se soltó a volar, como una palomita.
¡No
dejes de reírte…! ¡Cubre tu espalda… peregrina…!
Fue
lo último que oí… viajero que me escuchas, como si fuera una
miseria este relato ardiente y verdadero. Porque hoy puedo
decírtelo: No temas al Gran Fuego, que viene a oscurecerte. Que
llega como un león, quebrándote los huesos. Porque esas fieras: el
león y aquel fuego, no dan ni toman.
Dejan…
Mi
Padre repetía en los amaneceres del Otoño, cuando la luna se
ocultaba dejando paso al Alba de mi Muerte, como explicó una vez que
esa
tonada de la aurora se llamaba y cundía así mi vida con los albores
de la Parca y las tonadas ciegas de la Vida, me repetía, te digo,
que la mirada
de
una
Diosa
no ha de aclararte nada, que tú no tengas ya…
Y
repetía en las auroras, de los clarores ciegos, majestuosos, que es
cuando gritan las tinieblas y renace la Luz, me insistía, te cuento…
que la alborada no deja en realidad ninguna cicatriz que no pueda
borrarse, ni ninguna carencia que no sepamos aliviar.
No
vas a ser la peregrina de los Amores Ciegos, pero tampoco lo has de
ver,
a ese traidor que trajo al Mundo la serenísima mentira de su valor
perdido, trastocado, lleno de pútrida simiente, pues esa es su
carencia…
Y
me dejaba herida. Muda. Sin nada que contarle a mis amigos, ni nada
que comer, pues anhelaba sólo su mirada y sus manos de ciego que
todo lo transforman, pues comprendí que era la esencia de su Dolor
Supremo.
Y
me dirás: Dolor… ¿por qué…?
Y
eso me pregunté, cientos de veces, cuando me despertaba herida por
su canto y su mirar de tono azul y me dejaba Ser
sin
Ser…
como Él me lo pedía.
Dolor
a Nada. Dolor a secas. Dolor de los dolores… me repetía un
anónimo testigo, que se coló en mi cuerpo un día de recreo, en que
jugaba al escondite y no me percibí de su presencia sino en la noche
silenciosa, cuando dejé de respirar como respiran esos niños que
van para la guerra y comencé a volar, como los ángeles.
Porque
así es… créeme, o no…
Volar…
volar….
se sorprendió mi Padre, cuando en la madrugada se lo dije y él me
dejó soñar con ese sueño, creo yo… Pues no contestó nada, que
no me fuera a replegar los ánimos de angélica figura con mis alitas
nuevas y mi vestido de estrellitas y un halo inmarcesible, por
supuesto. Más bien jugó su Juego y decidió mirar… mirar…
Él
no conoce la apariencia,
ni tiene sintonías
de bajos resplandores,
ni juega el juego del cadáver que cree que está despierto y tiene
movimiento y para colmo, ideas…
¿Tú
me entiendes…?
Y
dije: No… a mi Madre, que resolvió que entonces dejara de
preguntarle. Que tenía que esperar hasta que el día llegara y yo
me iba a encontrar con esa risa y ese plante y ese reír de fuego y
nieve…
Así
lo describió.
Y
así mismo lo vi… el tierno anochecer en que las flores se
acostaban a dormir, sin los sueños dañinos de todos los mortales,
me imagino, y ¡qué delicia ser como las flores…! me acuerdo que
pensaba mirándolas dormirse, despacito, coronadas de luz de los
ocasos y en medio a los rumores de los pájaros, que se cansaban ya
de tanta brega y entonces me pasó lo que le pasa al peregrino que no
se alcanza a recostar en su árbol favorito, cuando le llega el sueño
y cae redondo.
Más
o menos así, fue mi experiencia, compañero de viaje que me
escuchas.
Como
un fulgor dorado.
Como
quien ve un tesoro entre las nubes. Como quien cae rendido ante la
Muerte y ella enseguida te perdona, y vuelves a vivir…
Me
enredo… como ves…
No
es fácil, te decía. No es para nada una aventura de esas en que
uno lleva cantimplora y trae su bastoncito y nada lo atormenta, pues
las sandalias son sabrosas y la camisa de hilo no da piquiña ni
calor.
Cosas
así…
¡Deja tu Sol… sedienta…!”
¡Desata
la Armonía que traes amarrada a tu cuello de perra…! ¡Saluda al
Amo del Garrote, que quiere convencerte de su tonada excelsa y su
figura de Dios en las Tinieblas…! ¡Porque Dios Es…!
Así
gritó esa voz, en medio del camino, por donde yo venía cantando,
mirando a las hormigas, contando mariposas y saludando a toda la
Creación, como si fuera yo quien la había hecho.
Cosas
así… te digo.
Como
en los cuentos de hadas, pues era muy pequeña, todavía, y creía en
las cosas de la vida que errantes como yo, podía hablar con todo y
hasta las piedras contestaban, te prometo.
Y
cuando esa voz me dijo ¡Deja
tu Sol… sedienta…! y
me conminaba a saludar al dueño más odioso de todo el Universo,
pues nadie más me hubiera hablado en ese tono como no fuera alguien
que odia a la armonía y trata de sacarte de tu mirar de niña
tempranera… cuando esa voz gritó esas cosas, con tono camorrero y
me dejó temblando de la ira, yo resolví mi vida. Créeme…
No
me iba a impresionar por el primero que cantara en tono de
esplendores con truenos y centellas, pues ya mi Padre había sido el
que me abrió esa puerta al infinito.
Y
el Infinito, en Él… no es cuestión de milagros, ni proezas de
magos de los circos.
En
el momento mismo en que la ira hizo nido en mi cuerpo y sacudió mi
víscera cardíaca, sentí a mi Padre: altivo, serio, sin ganas de
reírse de aquel que repetía lo que Él me dijo un día que iba yo a
escuchar… pues no tenía que preocuparme de violadores en los
bosques, ni emperadores, ni patriarcas, ni mucho menos mequetrefes,
como decía mi Madre, a la hora de la Oración, cuando me hacía
lavar los pies con agua de romero y la cabeza con albahaca…
Te
digo que sentí la voz en mis entrañas y supe que venía por ese
albor que traen las niñas, que es un tesoro oculto, como decía mi
Padre… que en ese mismo instante, te prometo viajero que me
escuchas… hizo su entrada en aquel campo, de rojos y de verdes y de
amarillos tiernos, como si fuera un huracán.
Jamás
pensé que yo iba a ver la ira de mi Padre.
Esa
tensión que nunca tuvo en los momentos más terribles y de mayor
acoso, en toda su existencia… pero que aquí, en el campo de verdes
y amarillos y rojos de fulgores como sólo se ven en sueños
inocentes, mi Padre respondió… te lo aseguro.
No
quiero recordarme.
No
voy a predecir lo que será mi vida en el futuro
abierto,
como Él me prometió que eso
iba a ser… Pero sí puedo responder por algo tan banal y tan
desconcertante, como es ese respiro, que Él me enseñó a encender.
A
manejar.
A
continuar pendiente de su aliento
fugaz
y de su aliento
puro.
A no dejarme convencer por los infames comerciantes de amores y de
tonos de excelsas melodías, que en mercados baratos ofrecen los
orfebres de la canción de moda y los modelos favoritos de los
emperadores, o princesas.
O
a lo mejor no entiendes, si te digo, que Él conocía y no… toda
esa feria de mercantes, pues nunca tuvo tiempo de andareguear por los
mercados.
Más
bien oía el rumor de mercachifles y esperaba en su Centro.
No
se movía de allí, hasta saber que todos los sonidos que producían
las tribus
ciegas,
como Él llamaba a esa presencia de encandilados con el oro y llenos
de codicia y amor por las serpientes venenosas, como decía que se
llamaban las hembras traicioneras a su misión de amor, en tono
excelso…
No
se dejaba encandilar. Ni se dejaba anonadar.
Ni
entraba en sortilegios de discusiones bizantinas, pues nada lo
engañaba, ni nada lo tocaba, ni mucho menos lo exaltaba… ni tan
siquiera los espejos, que de noche y de día trataban de adularlo,
como si fuera el Rey del Mundo.
¡El
Rey del Mundo ya se fue…! Vino de paso… nada más…
Y
yo escuché su risa tempranera. Esa que en las mañanas, me
despertaba en medio a cantos de los pájaros y sonidos de lluvia
pasajera.
Mi
Padre, amigo que caminas por estos andurriales y miras lo que miro y
sientes lo que siento, porque ahora somos compañeros de la misma
aventura, lo presiento… era un Supremo y Majestuoso Señor de Luz
de las Estrellas.
Conoces
ya la ira y aprendes a mirarla con el respeto que merece.
No
has de saber lo que no tienes que saber, antes de ser lo que viniste
a Ser…
No
te presiento enardecida por la última batalla, ni tampoco te veo
ciega de rencores, pero sí entiendo tu inquerencia y espero que la
busques en tu Centro Dorado.
Y
me explicó cómo tenía que respirar, con ese tono de los ángeles
que no conocen ni la hora de los terrenos vírgenes, ni el tiempo de
los seres que no tienen conciencia, ni tienen calendario. Sólo se
sirven del respiro y llevan la violencia a zonas de rigor.
Así
decía… y me enseñaba, mi Padre de Clemencia, como jamás lo hubo
en este territorio, donde la luna es una artimañera, como decía mi
Madre… que sentía compasión por los que la adoraban en las
noches, en que ella se llenaba y alimentaba los ardores de seres
malolientes, que se creían los dioses del Olimpo.
Mi
Madre, amigo que me escuchas, no tuvo esas razones que tienen las que
vienen a este Mundo a producir
simiente
libertaria,
como la apodan los escribas de iglesias y rituales de oscuro
resplandor y a lo mejor ya sabes a lo que me refiero, o a lo mejor no
entiendes mi lenguaje.
Pero
es así, ya ves… Una de cal y otra de arena… como decía la
Abuela, en noches de silencio, cuando mi Madre, esquiva y dura,
recibía el secreto de las Estrellas tempraneras y respondía al
llamado de los dioses, como si fuera cómodo. Porque Ella conocía…
y no podía contar, antes de tiempo.
No
sabes lo que sabes, ni tienes lo que tienes…
Y
me dejaba fría del tormento.
Me
tienes que seguir en las andanzas ciegas en que mi cuerpo no es el
tuyo, todavía… pero pronto sabrás… me sonreía mi Padre,
cuando noté que mis pupilas comenzaron a abrirse antes de tiempo.
Antes de respirar, como Él decía.
Y
entonces comprendí lo que mi Madre padecía, en esas noches de
tormento, cuando llegaban las Estrellas hasta el dintel de nuestra
puerta y Ella las recibía en el silencio más tremendo y todo allí
temblaba, restallaba, se abría en canal de luz evanescente y Ella en
silencio, te repito… Callada y sola… pues de eso se trataba.
De
soledad y de tinieblas, sólo Ella supo lo que supo… y nadie más
lo vio, ni lo entendió, ni lo dejó en anales de escribiente que
mira y siente el ritmo de sus células y les ordena abrirse:
replegarse… me explicó.
Las
células son cauce y son respiro abierto, sólo si tú las tocas con
tu aliento. Si no puedes llegar a donde ellas respiran, entonces
estás muerta… No te olvides.
Y
me entregó las llaves del respiro, en tono diferente, a las que
ahora tengo en mi cintura, pues fue mi Padre el que las fabricó,
como un orfebre que conoce la fragua de Vulcano, y por eso te miro en
la forma que te miro.
O
mejor sería decir: me miras Tú… con el asombro que percibo en tus
pupilas y en tu Ser, que ahora sí… conoce mi respiro y entiende mi
mirada. Y no son los espejos, esta vez…
Y
se echó a reír, con esa risa de vuelo de aves mensajeras, que salen
con su carga y buscan en los vientos y llegan a destino, de seguro,
pues nada las detiene. Ni nada las confunde. Así tienes que ser…
Y
así tuve que ser… créelo o no.
Sin
conocer, sin ver, sin reírme de nada, pues todo era terrible y
belicoso y todo me invitaba a visitar los lupanares y los bares de
moda y a ser la Estrella de la película y yo temblaba de dolores y
alimentaba mi tormento, como una niña que comienza a ser lo que no
es, pero que sabe que camina por el camino de la vida y llegará a
destino… de seguro.
Como
ave mensajera, ya te digo…
Así
me dibujó la risa de Aquel Ser que no tenía mirada de regreso, ni
comprendía la angustia de las cosas, de la misma manera que ahora se
perciben, porque las cosas
de
la
Vida
no desamarran nada, ni te resuelven nada… pero te dejan la
conciencia en paz con los secretos de toda la Creación.
Y
se que te preguntas, por qué te cuento esta aventura, en este idioma
complicado, mi compañero de viaje.
Y
mi Testigo, a lo mejor…
Porque
una vez que uno se arriesga a compartir lo suyo con el mirar de un
Ángel ciego, entonces ya no es tanto el sacrificio… y que no oiga
mi Madre esa palabra, pues detestaba todo lo que se acerca a
inmolación.
Sacrificio,
no existe… sino en la tara de los ciegos. Esa raza bovina y
apagada, que vino a desafiar la Ley del Amo del Garrote y piensa que
poniéndole una venda en la cabeza, va a resolver aquel enigma de la
Esfinge y los cuadrantes de Saturno. Estúpido esplendor, en
realidad…
Y
luego se callaba, como esperando que los ciegos, recuperaran la
visión, o los muertos hablaran de otra cosa que no fuera su muerte y
su desesperanza, pero era inútil… y Ella lo sabía. Los ciegos,
ciegos son…
Y
los muertos, también…
No
hay que ir al pozo por el agua que no te corresponde, dijo mi Padre
un día.
Excelso
día, me recuerdo, en que dejó memoria escrita, por la primera vez,
pues jamás se atrevieron los timoratos ni los tontos a preguntar por
qué de ese reír, ni cuándo iba a tomar el curso prometido el mundo
y sus querellas, que fue lo que Él siempre les dijo, con tono de
marino que no lo asusta el mar de leva:
El
tiempo de la siembra ya se pasó y el que lo vio… lo vio…
Y
mi Madre contaba que cuando estaban solos, Él y Ella, nada tornaba
de color y nunca se escuchaba el canto del ruiseñor y todo entraba
en pasmo.
Como
si todo fuera desechable y sólo el esplendor de aquella risa y su
mirada pudieran existir en Todo el Universo y nada la arredraba,
cuando ese tono
sacro
entraba en su cintura, cuando Él la sostenía, como a una niña que
sedienta escancia el pozo oculto de la sabiduría.
Y
todo di… Y todo me quitó…
Y
no me dijo más.
Porque
mi Madre no dejaba que la mirada de aquel Ser, fuera a dejarme
huellas, antes del encuentro. Y cuando yo lo vi, en ese bosque de
abedules, te contaba… con ese ritmo excelso, condensado, y la
mirada fija en mí… pensé que era preciso dejarme rescatar de
aquel ahogo atroz y pedí auxilio, sin palabras, pues sólo lo miré
como quien atraviesa los mares caminando y me sentí ridícula.
Vamos
a concentrarnos en la mirada audaz… fue lo que dijo, al fin…
cuando yo ya creía que era mi último minuto y que la historia de mi
vida era aventura de ciego que se creyó vidente, como decía mi
Madre, en las horas vespertinas, cuando la brisa del poniente nos
dejaban mansita la conciencia.
Tu
tono es cierto, no lo dudes… lo oí decir, de pronto… y entonces
me sonrió, por la primera vez.
Primera
Vez… amigo que me escuchas, que es como el viento entre las hojas.
Como una cicatriz, que nunca se nos borra
Y ahora, al hecho… Vamos a controlar las taras de los ciervos y de los animales impotentes.
Y ahora, al hecho… Vamos a controlar las taras de los ciervos y de los animales impotentes.
Así
decía ese esplendor, que me rondó las noches y los días y yo sin
conocer su origen de siniestro Maestro
del Destino de todo lo viviente,
como me repetía, incesante, prepotente, y yo me consolaba,
repitiendo el sonido que me dejó mi Padre aquella noche, en que
volvimos del encuentro de Estrellas
Paralelas,
como mi Madre me explicó que habría de suceder:
La
noche en que te encuentres con las Estrellas Paralelas, verás a Dios
en las Alturas y dejarás el miedo atrás… No cierres los canales
de la desesperanza ni olvides el morral… No son circuitos tuyos,
pero te sirven de lección.
Y
ahora lo estaba viendo con mis ojos, y resonaban mis oídos con ese
tema oscuro y bajo, que me traían los vientos del oeste y que yo
conocía desde el instante mismo en que nací a la Aurora
de
los
Tiempos
de
Nadie,
como explicaba Aquel hermoso Ser que acompañó mi infancia y que
jamás dejó en mi cuna nada que fuera tenso, denso, o malquerido. Y
entonces requerí a la Diosa del Destino de todos los mortales, el
arco y el carcaj.
Así
dijo mi Padre.
Cuando
los impensables regresen a tu puerta a conquistar lo inconquistable,
requiérele a la Diosa del Destino del Mundo, las flechas de tu
infancia.
Las
incendiadas y las dulces.
Las
de aquel tono florecido, con que tu Madre te acunó… y no olvides
el pasado, pues tienes la misión de andar entre los ciegos, comer
sus alimentos venenosos y digerir sus males, que son muchos. Tienes
el sortilegio de los que traen la huella digital, y no van a dejar
que siembres en sus campos. Pero tú, no te arredres, peregrina...
Camina
y mira al mundo y sus atardeceres, porque mañana no serás la huella
que los guía, ni la mirada que los sana de tanta pestilencia.
Y
me dejó tendida en esa roca de alabastro, como quien pena por la
duda de quien no tuvo el aliento de los dioses, ni caminó los vados
prohibidos.
La
aventura es aquí… me susurró mi Amado Padre, con una voz
doliente, como si no quisiera adelantarme el resto de la historia.
Y
me dirás, amigo caminante, por qué te cuento estos momentos de
visceral encuentro con esa dimensión, que llaman el
Oscuro,
los que la tienen ya domada.
No
siempre se disuelven los ritmos grises, hoscos, con la misma tensión
que los oscuros,
pero la semejanza los confunde y a veces uno piensa que está pisando
los terrenos de oscuridad feroz y en su lugar descienden
los portentos y
anidan
las verdades de todas las Verdades.
Mi
Padre dijo así, y así mismo lo vi… el día de la querella de los
ángeles.
Ángeles
verdes, grises, amarillos… de tonos oscurientos y de alas tristes
como la lluvia entre manglares.
Ángeles
ciegos, torpes, sucios… vestidos con harapos y pobres como ratas.
Ángeles
dislocados, pues su esplendor no producía sino desesperanza.
Pero
así lo verás… me repitió mi Padre, con la sonrisa más abierta
que le había visto nunca y eso me resguardó de toda la ilusión
que Maya jugaría….
Porque
La
Maga
Gris
es una Dama Ardida, peregrina… No temas a su risa. Ni tiembles
nunca ante su aspecto. Mejor te vale Ser lo que tienes que ser, a la
Hora de las Lanzas…
Y
allí me acompañó, hasta la puerta misma de la Muerte.
No
te lo digo por contarte cómo se mide el mundo en ese entonces,
cuando la Muerte llega en su carroza, rodeada de alfajores y con la
cinta verde en su cabeza. Su alfanje en la cintura. Y su mirada de
aluminio.
Así
la vi…
Dormida
en sus laureles, pues cree en lo suyo… y nada más… como dijo mi
Padre, soplándome en los ojos, sobándome la espalda con una rama de
abedul y cobijándome después, con pétalos de rosa. Van a servirte
en el camino de la mirada de la Diosa, pues Ella no le teme ni a los
esbirros ni a los santos. No tiene cuerpo airoso, pero es esbelta y
grácil. Y sobre todo esquiva a las caricias…
No
le gustan los niños.
La
angustian los pesares de los desamparados pero no tiene más remedio
que quitarles el pan, pues así fue el mandato de aquel que la creó,
y a donde manda capitán…
Y
entonces me entregó la sabia
hormiga,
y la escondió entre mis petates, que en realidad eran dos piedras
verdes y una piedrita roja y dos varitas de abedul, que me entregó
mi Madre, el día de mi partida: Para
que veas en ellas y corrijas en ellas… Y
con esa charada me embarqué.
Sola
y con miedo, te confieso.
Nunca
había visto el mundo de cerquita y me empezó a temblar el cuerpo en
el momento en que pisé la Tierra, te aseguro.
La
Tierra, peregrino, que caminas ahora y miras con asombro, o con
dolor, o tono abierto, pues temes, como yo, a ese furor de su
cansancio… no es otra cosa que la Madre de todos los mortales.
De
los que la conocen y los que no han pensado nunca que Ella es la
Madre de las Cosas y de las Tempestades y de los Ruidos de los
Ángeles… que como te decía, lo inundan todo con su ritmo y dejan
esplendores reducidos, pues no conocen nada que no se ajuste a su
sonido.
Déjalos
Ser… No saben Ser de otra manera…
Y ayúdalos.
Escúchalos…
Tienen
la gracia más hermosa y la mirada más perdida de toda la Creación.
Conocerás
en ellos la risa de los dioses que un día fueron ciegos elocuentes y
hoy nos conducen a la Muerte, sin ton ni son… pero no escapes,
peregrina…
Y
así, mimándome, cantándome, dejándome sembrada en sus ardores de
bohemio, como Él decía que se llamaba la entrada al Paraíso, me
dejaba mi Padre columbrar su secreto impenetrable. Y cada vez que me
acercaba a ese dintel oscuro y tenso como nido de serpientes, yo
respiraba en vano… pues se me iba el piso.
Me
aturdía la mirada con que me penetraba, hasta la médula y me dejaba
en ascuas, vencida y sofocada… como una tea que ya no sirve.
Y
créeme, es algo escalofriante.
Vencer
la Muerte es una cosa… y respirar en ella,
es otra…
De
esa manera me explicaba los dolores
divinos,
como los llaman los que saben del por qué de esas cosas y del cuándo
y del cómo… pero nunca lo dicen, porque el decirlo trae bajo ritmo
y los seres humanos van a creer que es el comienzo del fin de todo lo
creado,
si ellos no esperan esa clave que trae el tiempo
de
los
tiempos…
y me dejó mi Padre pensativa.
Pensando
en vano… dijo Él.
Y
por supuesto no aclaró que todos esos pensamientos
conocen las distancias entre los límites oscuros y límites
abiertos, como los denomina la Ciencia del Poder del Oculto.
La
Ciencia del Oculto, no es un Poder cualquier, ni puede reducirse su
esplendor el día de la Raza de los Ciegos, ni el día de la muerte
de los ciervos, ni se podrá contar con las palabras justas cómo es
el día en que las cosas cambien de color y el sol se esconda, para
siempre.
Y
me dejó tendida, nuevamente, en la extensión más pavorosa de toda
mi existencia.
Pues
fue como si piedras me molieran el cuerpo, que ya no distinguía
entre la vida aquí, y la vida allá… como le oí decir a aquella
Abuela, que en mi infancia cortaba los estratos de la
mirada
de
la
Muerte,
como si fueran flores y acariciaba el sueño
de
los
justos,
pues ella entraba donde nadie jamás podía entrar.
Mira
la Diosa y no descanses en el dominio de la flecha. No temas al
rigor con que ella te persigue, pues es la Dama Azul quien tiene en
realidad la Gran Respuesta.
Y
allí mi Padre me asediaba.
Me
conminaba a respirar, siguiendo el ritmo de las cosas que tienen
apariencia de mentira y siguen el camino de la pobreza y tienen poco
aliento. Y así me contenía.
Así
me dio todo el furor que yo necesitaba.
Y
créeme, viajero. No me dejó encerrarme en horas de la ira, ni me
acudió en momentos de tristeza, cuando la tierra se me desmoronaba,
se me moría la hormiga en medio a las piedritas y yo sin agua… Sin
amparo. Sin una mano amiga que me ofreciera el pan de cada día,
pues se acabaron provisiones, el agua de manantiales, las cosas
cotidianas se fueron distanciando de mi visión enloquecida, y sólo
ese rumor me sostenía.
La
risa de mi Padre, peregrino de caminar vibrante y tono ciego, es una
risa fuerte, pues todo hay que decirlo. Pero nunca te acosa. Más
bien te duerme. Te traspasa.
Te
mueve las entrañas y te desata la armonía, cuando ésta es
necesaria.
No
has de temer a esa tensión con que esa risa te despierta, ni tienes
que mirarla como se mira a un enemigo, pues a veces lo es…
Así
me dijo un día, luego de rebajar el tono de esplendor con que ella
me azotaba, como un látigo ardiente, y me colmó de mieles, de
pétalos de rosa, donde quedaron cicatrices.
Mi
Padre… ¡Ah…! compañero de viaje que me escuchas… no es un
traidor cualquiera, como quisieron los estratos de grupos siderales
asegurarle al mundo de los tuertos y al mundo de los alucinados, que
gritaban que Él era el
enemigo.
El
traicionó a la Moira, sí…
Dejó
en su testamento la risa de la Parca a la mirada oscura de quien no
tiene Alma, ni carga la Piedad, como una cruz a cuestas.
No
tienen Alma los que sueñan con ser los dueños del poder para beber
la sangre de los justos y reclamar lo ajeno. No tienen descendencia
los que no copularon debido a leyes mancas, pues no posee la llave
de los sínodos sino aquel que le quiebra al toro su testuz y derriba
columnas de los templos y mira a la serpiente en medio a los dos
ojos, aunque le cueste lo que cueste…
Y
mi Padre callaba, por un rato… en el que yo miraba su esplendor de
fuego libertario y su ardentía silenciosa.
Su
risa de corales, en el fondo de mares turbulentos, pues allí me
llevó.
Al
mismo vientre de las aguas, donde dejó a mi ser vencido, traspasado,
coronado de espinas y vuelto un espantajo.
No duermas en los tiempos en que la luna esté en creciente, pues se acunan los sueños de los duendes y de las tempestades, en su color de Diosa de la Noche. Su territorio es denso, como los gritos de los ciervos y las auroras vírgenes no pueden ser lo que tenían que ser, pues ella, la Señora de Todos los Aspectos de la Nueva Presencia, reclama el cetro y la corona.
Pero
no tiene dueño su perímetro.
Ni
tiene resplandores que te interesen, peregrina…
Viaja
en la noche, sí… pero no pierdas el bastón en medio a las
tinieblas, que esa Señora llena de milagros, para aquellos que ven
en ella la redentora y la benigna, no va a encontrarte otro igual.
Por más que los que tienen aspecto soñoliento y los que miran de
reojo y los que ven la huella detractora de su Presencia
Augusta,
así la llaman… van a decirte que ella es dueña de todo el
territorio, que ilumina las noches del Planeta.
Piensa
en ti misma y no en los sueños vagabundos de quienes no relatan esta
Historia de la Tierra Perdida e Ignorada, de la misma manera que los
ángeles. Esos que viven debajo de las piedras, pues nadie los
comprende y tienen que ayunar constantemente.
Nadie
los ve, es verdad.
Pero
no dejan de existir, porque la gente es ciega y no percibe sus auras
rosa y verde y sus alitas malolientes, eso también es cierto...
¡Los
ángeles son verdes…! me estaba yo diciendo muy bajito, cuando mi
Padre repitió: eso…
también es cierto… para quien no conoce los aromas de flores en el
bosque, pues es allí donde ellos moran, a falta de un hogar que los
acoja y un poquito de leche en las mañanas, y a lo mejor un lecho
tibio, y no ese frío lleno de humedades que tienen por morada.
¡Los
ángeles son necios…! gritó
mi Abuela, una mañana…
Y
allí mi Padre vaciló…
Y
yo quedé como de hielo, pues nunca había escuchado en todo aquel
camino que habíamos recorrido… Él con su risa y yo con mi morral
y mi bastón y mi hormiguita sabia… el Nombre de su Abuela.
Pues
dijo el Nombre, créeme… y ese fulgor me desató la risa más
terrible de toda mi existencia…
Si
existencia se llama a aquel fragor que comenzó a quebrarme las
espaldas, moler la médula sin darme ni un respiro, y yo como de
fuego… luego que el hielo se convirtió en las llamas más voraces
y más crepitadoras y mi Padre tranquilo:
Mi
Abuela… ¡Ah… sí…! ¡Qué hermosa concepción del Gran
Creador, aquella Dama Augusta… peregrina…!
Ella
fue la Dadora Universal. La que llegó a pesar el fruto de los
graneros de la Diosa y dio su permanente bienestar a los campos y
mares de la Tierra. Ella fundó la Sacra y Magna consistencia que
tienen los Arcanos. La Diónisis
Azul
se estableció, gracias a su mirada repleta de entusiasmo, pues a
pesar de las oscuras y violadoras leyes que el hombre de la Raza
Olvidada proponía, Ella trajo la Ley del Amor Absoluto. La del
Anhelo
Libertario…
Y
allí mi Padre me miró, como quien mira a las estrellas y me cuajó
de Luz los ojos, de fiebre y de rumores mis entrañas y me quitó la
venda que traía desde mi nacimiento, pues sólo Él podía.
Tu
venda no está más…
Y
desapareció.
O
al menos eso parecía, pues luego de un instante de esos que son
eternos y uno no sabe si va o viene…
Si
tienes cuerpo consistente, o si eres un fantasma que vaga por los
aires, como te cuentan los que dicen que uno
no tiene cuerpo humano, cuando se va del Mundo…
así opinaban mis vecinas, que eran harpías
de turno, como
mi Madre las llamaba y nunca las miró, ni devolvió el saludo, que
ellas hacían, coquetas, descocadas… pues eran cacatúas de la peor
especie, según decires de la gente.
Y
luego de ese instante,
te contaba… me vi descolorida, sin resuello, bajar por la pendiente
más maligna y más recalcitrante de todas las pendientes de la
Tierra.
Y
eso
se llama La Magna Tradición. O La Mirada de la Diosa, que se plantó
delante mío, como se plantan los guerreros de frente a los peligros
y me gritó, fulmínea:
¡Haga
el favor de presentar sus documentos…! ¡Usted, QUIÉN ES…!
¡Cómo se llama…!
Y
allí, amigo caminante, que tienes el arrojo de escuchar mi relato
como si fuera un cuento de hadas, pero tú sabes que no… que no es
un cuento para niños… Que no exagero… O sí… dirás, de vez en
cuando, pero que al fin de cuentas te interesa saber qué
más
pasó…
en todo ese trayecto de ires y venires del tiempo y de la luna, y de
la risa de mi Padre, sobre todo…
Porque
yo se que te agarró curiosidad por saber más y más de toda esta
moción
vociferante,
como decía mi Padre, que esto
se llamaba.
La
aventura, Viajera de la Estrella, no es una tolvanera en el desierto,
ni es un resumen de la vida de nadie, en general. Es la Aventura, a
secas…
Y
eso,
es moción vociferante…
Y
como ves, no puedo resumirte todo este caminar por entre los ardores
de mi Padre y su risa de Plata… pues parecía el fulgor de alguna
Estrella errante, su eterna carcajada…
¡Cómo
me llamo…! le respondí a esa voz, que me tiraba fuego por los ojos
y fuego por los brazos, y me ardía la espalda de tanto fuego en la
columna y yo no se ni cómo pude responder a tal aparición.
Parecía
bordada por arcángeles. Pintada por pinceles de magno resplandor.
Te
prometo, viajero…
Era
y no era… esa tremenda luz que me cubría de fuego y de rumores
tenues, pues su grito guerrero comenzó a distenderse, a permitir que
mi respiro se acostumbrara a su apariencia de Diosa Omnipotente.
¡Qué resplandor…!
¡Qué
fuego tiene Usted, Señora hermosa…! le comenzó a decir mi ser en
tono reducido, no fuera a ser que a ella le gustara que los mortales
como yo, permanecieran mudos del espanto.
Me
llamo…
Y
fue entonces cuando se me olvidó mi nombre, y se borró toda mi
vida, como si no hubiera existido jamás en esta tierra de miseria y
de odios, porque yo puedo asegurarte, que nunca tuve apego por tanta
barahúnda ni tanto ruido de macacos, como decía la Abuela, que no
convino con su suerte.
Yo
en este mundo de matracas y sacrilegios y mentiras, no tengo nada que
pintar… Ni nada que obtener. Ni nada que dejar…
Y
allí quedaba todo su esplendor.
Cubierto
por la ira, que la llenaba de dolores y lágrimas inútiles, pues
Ella no podía borrar
tanta ignominia, que los mortales necios, pretenciosos y torpes,
habían venido a expandir, como si fueran escorpiones que abrieran
sus tenazas y esperaran la víctima, que al fin y al cabo, eran sus
cuerpos… ellos
mismos se cuecen este suicidio colectivo…
Así decía…
Y
yo me descubría..
Me
quitaba el sombrero, ante mi Abuela poderosa, que nunca quiso herir a
nadie, ni echar a nadie de su casa, incluso a las hormigas, que se
vengaban, creo yo… pues inundaban todo.
Manipulaban
la belleza.
Hacían
los nidos más terribles y más aturdidores, pues las abejas las
seguían y ese zumbido era feroz y Ella, mi Abuela hermosa como
nadie, permanecía inmutable.
Y
te contaba: entonces… cuando mi nombre se borró y la Diosa
mirándome de frente como si fuera un campo de batalla y yo como en
el limbo, todo se oscureció y yo permanecí transfigurada por la
Luz, que comenzó a brotar de mis entrañas, de mi cuerpo
pequeño,
como yo llamo al corazón, pues mi Padre decía: el
Corazón no tiene arte ni parte en el cuerpo que tienes, peregrina…
El corazón es cuerpo en Él…
Y sí…
Allí
lo comprobé.
Porque
empezó a sonar como tambores tronantes. Parecía un estrato de
nubarrones ciegos, créeme. Y ya se que es complicada esa ecuación
y que mi explicación no suena a nada convincente, ni nada
corresponde a ese lenguaje que conoces, pero no hay más remedio.
Mi
Padre dijo:
Une
las cosas con lo que puedas entender… y no trates jamás de unirte
a aquello que no entiendes… Y
así tuve que hacer.
Unir
esa actitud de aquella voz de fuego con mi tronar del corazón, que
comenzó a entender ese sonido. A vagar presuroso por entre los
cardones y las flores silvestres de ese campo, que era ahora el
respiro de su tronío celeste. O sea: el terreno de la Diosa.
No
te imagines que exagero. Ni me creas, si no quieres…
Todo
es muy subjetivo, en este caminar por donde andamos, amigo de camino.
Tu descubrir, es sólo tuyo… y tu inquerencia, es cierto… es
inquerencia muy valiosa.
Porque
no voy a convencerte.
Ni
quiero aparentar que se
lo
que
no
se…
como serían de seguro tus pensamientos encontrados, tus pesquisas
secretas, tus ires y venires por entre matorrales, que al fin y al
cabo son cosas que te atañen. No voy a ser testiga de tu suerte, a
lo mejor. Pero sí se que voy a andar contigo un trayecto seguro y a
lo mejor ni tan seguro puede ser…
¡Quién
va a saber de dónde salgo…!
Como
le dije luego a aquella Diosa, pues me dejó transida la experiencia.
Sin
ver ni oír. Sin respirar siquiera.
El
corazón paralizado, luego de aquel correr en que se disiparon todos
los calambures de la Tierra. Todos los sortilegios, peregrino…
quedaron ensartados en el collar de perlas que Ella lucía en su
cuello y me observó como se observa a una hormiguita que perdió su
camino y anda buscando alguna yerba, para calmar su sed…
O
su dolor
primero,
como explicó mi Padre, que no miró mi triste caminar por los
caminos de los ciegos, ni quiso responderme cuando inquirí con furia
sobre el por qué de todo… de todo… créeme… porque yo me moría
entre los gritos de animales que no me conocían y que querían
devorarme. Así me vi… cuando Ella me observó, como a un
animalito.
Y
luego se perdió.
Se
disipó aquella visión alucinante que no me permitió ni conocer, ni
ver, ni siquiera olvidarme de mí misma… como decían los que
conocen esa conciencia que se expande y se transforma en Luz de las
Estrellas. Así dijo mi Madre, el día de su partida.
Se
fue cantando… ¿sabes…?
Yo
a nadie le conté lo que sentí aquel día, cuando Ella dijo: Yo
me voy… y el resto, son adioses que no me corresponden.
Y
me enlazó por la cintura, me dio un besito en la mejilla, y se quedó
dormida.
O
sea, se le olvidó aquel respirar que tienen los que sufren de un
cuerpo transitorio… como explicó la Abuela, que no dejó que yo le
preguntara el por qué de ese viaje inesperado, ni permitió
lloreras, pues el llorar la ausencia de alguien que fue tu guía y
tu mirar constante, pues Ella fue como mis ojos… como mi brazo
izquierdo, te aseguro… la Abuela dijo: Ya
no llores. Llorar no corresponde a tu belleza. Llorar es cosa de
impotentes…
Y
yo no protesté. Porque la Abuela había predicho: El
día en que tu Madre amanezca cantando, prepárate, muchacha…
Y
esa mañana, Ella, cante que cante, como los pájaros que bajan de
las ramas más altas y poquito a poquito van buscando el abrigo y
saltan a la tierra, a buscar las miguitas… pero Ella en vez de
descender, ascendía y ascendía… y yo la vi, galana, vestida con
la túnica de lana blanca y negra, con que me trajo al Mundo, en que
ahora estoy… perdida, navegante sin barca ni timón… y ¡qué
diría mi Padre de todo este recuento, que yo te estoy haciendo,
amigo peregrino…!
Se
dejaría crecer el pelo, a lo mejor…
El
territorio de la Diosa no fue un camino sólido, te quiero confesar.
Ni
fue tampoco un encontrar
los sones libertarios,
que mi Padre había dicho que Ella tiene escondidos en su cintura
Magna… pues sólo vi mi figurita de hormiguita viajera, perdida en
la marisma, mientras en la penumbra una voz inquiría, con tono
perentorio:
¿Y
por qué lloras… tonta de capirote…?
Así
decía mi Madre… en alboradas necias, en que yo quería todo lo
posible, y lo imposible, obvio… y me olvidaba que era niña y que
mi cuerpo frágil no comprendía ni sostenía esas verdades
intangibles, que existen en los sitios donde los pájaros anidan. O
donde águilas azules tienen su nido excelso.
Así
decía mi Padre…
Y
se partía de tantas carcajadas.
Transido
de la risa más atrevida y más abierta que yo le había escuchado en
todo ese camino… Y entonces me vertía. Me sacudía su aliento
como a una hojita de abedul en medio a un vendaval y yo me resignaba,
a perder todo y cualquier cosa…
¿Por
qué tan triste… si la tristeza es fea, como un susto…? quiso
otra vez saber ese fulgor, que se esfumaba en el ramaje.
Y
luego comprendí. La voz de Aquella Diosa, era la voz de aquella que
en mi cuna dejó las amapolas y los colores de verano y miel de abeja
reina. La que arrullaba sueños con la canción de cuna de la
flor de poleo
y conquistaba mi extrañeza trayéndome en las tardes un rayito de
sol.
¿Mi
Madre es una Diosa…?
¿Y
dónde está su cuerpo de esplendores…? ¿Sería posible verla,
vestida con su túnica de lana y ornada con flores de Bellísima, en
el pelo…?
Y
nunca pude terminar mi súplica sedienta, de olores a mi Madre. De
ternuras perdidas, en noches de tormenta. De abrazos tenues. Dulces
cuitas.
De
ese mirar feroz… feroz… de bestia herida por la vida, que no la
comprendió, ni le dio tregua a su belleza de enamorada de la Verdad.
Porque
eso sí, viajero… mi Madre aceptó todo,
incluyendo el dominio alucinado, que sólo Ella veía.
Y
sólo Ella comprendía, pues no podían los timoratos, como explicó
mi Padre, conocer sus ensalmos. Ni beber de su fuente. Eso era
cierto.
Como
fue cierto el elemento que trajo a este Planeta su tradición
elemental.
Su acento vespertino de Estrella de los Mares y de las Tempestades.
Así
dijo mi Padre, mirándome a los ojos, sin esperar a que mi cuerpo se
acostumbrara a ese rumor, que era su aliento de puras risotadas… ¡Y
hay qué ver… qué atrevimiento tienen los que son responsables de
tu vida…!
Así
me dije entonces, cuando Él me musitó con tono de rugir de fieras
acosadas por el fuego… y a lo mejor te estoy contando cosas que ya
ni te interesan, ni te van ni te vienen…
Tienes
que perdonarme, viajero que me escuchas, con la mochila al hombro y
pronto a la partida, pues tu camino es largo… largo… Ya lo se.
Vayamos
despacito. Hagamos un campito para los trinos de los pájaros y los
aromas de las flores… ¿Te gustan las almendras…?
Cambiemos
de tonada, pues el que adquiere doble, tiene doble… y las canciones
tristes no han sido nunca buenas consejeras.
Matemos,
pues, el tiempo… como dicen por ahí…
A
lo mejor nos encontramos con los cuerpos dispuestos a la entrada de
esta regia Aventura,
con mayúscula… claro… No puede ser que ahora sigamos
paliqueando, y de repente… ¡zuuuaaázzz! se nos olvide todo lo
que anduvimos juntos. Lo que vivimos
y soñamos
y andaregueamos
y morimos…
¿Sí
o no…?
¿Te
gustan las entradas de magno resplandor que tienen los ocasos en el
Sur del Planeta…?
No
siempre son reales ¿lo sabías…? O mejor dicho: no siempre tienen
los colores el tono que uno ve… Eso dicen los sabios del Oriente.
Los de Occidente tienen opiniones variadas.
Que
si las nubes tienen oxígeno y nitrógeno dispuestos a cambiar en
permanencia el ambiente del mundo y sus placeres, que no son pocos…
además.
Bajemos
a las tierras de los amaneceres en el trópico. Son realmente una
delicia… ¿Te gusta el agua de coco…?
Y
así mi Padre me apartaba de su feroz batalla. De su tensión
Omnipotente y Omnisciente, en que Él vagaba como un náufrago que
conoce los mares y no le teme al tiempo que ha de ser prisionero de
las olas.
Matemos
tiempo… A ver…
Y
entonces yo escondía lo que tenía que esconder. Vagaba yo también
pensando en musarañas, como decía la Abuela, que no podía verme en
una esquina del patio mirando al cielo, pues trataba de entender qué
me contaban esas nubes cargadas de colores y con figuras
estrambóticas, cuando Ella me gritaba:
¡Venga
a arreglar su cama… señorita…! Hay que agarrar oficio… ¡si
es que no tiene más afán que descubrirle al cielo sus milagros y
andar de entrometida con los dibujos de los otros…!
Y
allí me corregía lo que tenía que corregir.
¡Qué
Abuela tan tenaz…!
Como
comprenderás, la siento alrededor, pegadita a mi cuerpo, como una
enredadera, en las mañanas y en las tardes. Nada se escapa a ese
sonido que Ella insinúa, sin mostrarse: como ahora mismo ¿sientes…?
O
a lo mejor sólo soy yo la que imagina que las abuelas no se van
jamás del lado de su gente y cuidan y perciben todo lo que sucede en
esta Tierra, donde ellas son guardianas.
Guardiana
Azul… decía
Ella, la Abuela displicente, si se trataba de chismes de tarascas…
y Abuela briosa, temeraria, si de matar la Sombra
Azul
se iba a tratar, pues nadie como Ella para dejarse sacudir y deshacer
por cualquier cosa que le sirviera al Gran Creador del Universo de
ayudita.
Porque
el Creador Supremo… ¡ES el Creador Supremo! hermosa…
Así
decía, y se reía a carcajadas, que luego comprendí que era la
misma risa que utilizaba aquel que me dejaba sembrada en el camino y
sin agüita que beber, y sin almohada donde reposar…
Porque
así son las cosas de la Aventura Ciega… peregrino.
Ciegas
y sordas, además…
No
son las que distinguen las frecuencias que tienen esos ángeles, que
te decía son casi todos indigentes. Con el pelero sucio y
malolientes. Con las encías sin un diente.
Con
tantas llagas purulentas, como si el cuerpo les pidiera deshacerse y
en realidad ellos no saben si viven en el limbo o mueren en los
campos, donde la gente los distingue por su olor apestoso.
¡Pobres…!
No tienen cuerpo de mentira y todo los insulta…
Así
decía mi Madre, oscurecida su mirada, pues bien sabía Ella, de ese
terror que ofrecen los que trajeron a la Tierra la Verdad de
Verdades. La que no tiene escondedero.
La
Verdad tremebunda,
como explicó mi Padre a un caminante, un día de borrasca.
Había
salido el sol por la mañana y nada presagiaba un día de tormenta,
pero mi Padre dijo: Hoy va a llover hasta el cansancio, pues Dios no
está contento con tanto resecor que hay en la Tierra.
Y
resecor
quería decir ceguera,
en realidad. Eso lo descubrí, cuando Él le dijo al caminante lo
que dejó a los pájaros sin trinos y a una ardillita sin su cola.
No te exagero…
O
sí…
Pero
la cola de la ardilla, en realidad, quedó como pendiente de las
palabras de Él, que comenzó a batir y rebatir corrientes de mentira
y corrientes de verdad, como si fueran caramelo y la colita de la
ardilla allí enredada en todo ese caldero y yo no pude con mi alma,
de tanto remecer y remecer, que mi Padre seguía sosteniendo, y el
viajero en silencio.
Las
aves mustias, en sus nidos.
Nadie
gañía, ni nadie resoplaba, ni mucho menos nadie le inquiría al
Autor de ese discurso, por qué de tanta furia desatada. Por qué de
ese enredijo, en el caldero que te cuento, pues parecía que un día
como ese no iba a tener problemas, pero te digo: problemas hubo… Y
a montón.
Cayeron
chorros de agua chirle.
Chorros
y chorros de tortugas, que se bañaban en el fango y no decía el
caminante ni una sola palabra, pues tuvo con aquellas que pronunció
al comienzo, cuando mi Padre saludó, con una risotada, y el viajero
inquirió: ¿Quién
es usted…? ¡Y
válgame el Señor…! como decía la Abuela, peregrino.
¿Que
quién soy YO…? Pues bien…
Y
comenzó la perorata más distendida y más apasionante que le
escuché a todo lo largo de ese camino de errabundos, porque una cosa
es el oír
y otra es el ver…
si quieres que te cuente, con pelos y señales.
Con
pelos y señales, tampoco creo que va a ser… pero al final de
cuentas en todo este contarte de mi aventura ciega y de mi Padre, el
Gran
Maquinador,
como te dije que mi Madre llamaba, por no apodarlo de otra forma…
pues a veces, decía: Él
tiene
cara…
y no.
O
sea: que siempre daba la impresión de que Él era invisible,
en realidad. De que existía en el plano de esplendores de
realidades
neutras
y realidades
conceptuales,
como supe más tarde que ESO era.
Un
Esplendor Supremo… que comenzó a dejar el bosque como un
mandilandinga y a oscurecer el cielo, como si fuera a descender el
mismo Sol… ¡y
a maldecir se dijo, peregrinos del Dharma de los Ciegos…!
Y
le escuché, de nuevo, ese tremendo tono de imponente y mágico
esplendor que tiene Él, cuando se quiere reducir,
pues de no hacerlo, perdería el Planeta su equilibrio, los cielos
caerían como paneles de cartón y el maremágnum
reinaría, mejor dicho.
No
quiero recordarme, en realidad, de todo lo ocurrido en aquel día
extraño, en que las nubes parecían los monstruos más oscuros de
toda la Creación.
Salían
demonios de sus centros y yo miraba y no… pues me paralizaba esa
tensión que producían los aires turbulentos, el aguacero cae que
más cae… y mi Padre en miseria,
como Él nos explicó:
Miseria
no es el Todo… Pero tampoco será el Nada…
Y
allí fue cuando el viajero dejó de ser lo que era.
Terminó
su jornada con la mochila a cuestas y el bastoncito de palo de
ciruelo y se puso a llorar y más llorar…como alguien que supera
todas las novedades de la infancia, los mimos, los suspiros dolientes
de la madre, los regalitos de la abuela, las caricias de todos los
hermanos, pues de la noche a la mañana se convirtió en adulto… y
lo miré crecer, crecer y más crecer…
No
tenía sostén, en realidad.
Lo
dejé contemplar la risa de aquel Ser de la mirada más intensa que
él jamás había visto, sin decirle que yo también estaba más o
menos en las mismas. Aunque mi Padre fuera el domador y yo la fiera
preferida, eso también hay que decirlo.
Pero
las cosas que pasaron en aquel día aciago, sólo el viajero del
bastón de ciruelo podrá dar cuenta, un día, pues no sólo cayeron
las tortugas sino que comenzaron a vaciarse los cielos de la Ternura
Augusta,
como decía mi Abuela, cuando caían hasta perlas del mismo
firmamento… Y era un decir, como comprenderás. Perlas o no…
tortuguitas o chorros de la
Ternura
Augusta…
el cielo se vació.
Se
declinaron los ocasos de las tierras de Oriente y se partieron los
esbirros que vinieron a hacer de este Globo terráqueo un burdelito
de segunda… que
era la frase preferida de mi Abuela, me vino a la memoria.
No
se si es la correcta.
En
todo caso fue lo que entendí, sin entender. Porque miré los ojos
de mi Padre, y Él miraba al viajero, que miraba a las nubes… sin
comprender, sin ver, pues quedó ciego, ciego, ciego…
Y
esa Verdad… La tremebunda,
refulgió cual espada en aquellos territorios, donde ese pobre
caminante tuvo la suerte de encontrarse con Aquel que dirige los
contrastes y los morires de la Tierra.
Los
menos y los más…
Porque
otro día te relato cómo fue que dejó a la Dama
Omnipresente,
según El.
La Verdad Tremebunda, viajero que caminas con la mirada fija en el Oriente, pues donde sale el Sol es donde brota toda la Fuente del Saber… decían los que conocen de estas cosas… y tiene el ojo pronto a medir la distancia entre ese conocer y ese terrible ambiente que quiebra el espinazo, cuando uno se aproxima… tiene dos filos, me parece… Esa verdad Primera.
Porque
también se llama así.
O
al menos eso me pareció entenderle, entre risas y más risas, a mi
Padre, el Augusto, El
Director del Universo,
según decía la Abuela, que nunca me mintió, ni jamás concedió a
ninguno de mis caprichos saber lo que no era necesario.
Y
yo creí a pie juntillas, que el Director
del Universo
tenía barba blanca y larga cabellera, como ella describía a aquel
que era mi Padre… y entonces, muy pequeña… creo que estaba aún
cambiándome pañales, me soñaba con Él.
Soñaba
con su Sombra.
Soñaba
con su Anhelo
de Amores Imposibles,
pues mi Madre decía: Aquel
que te dio el Ser, es anheloso y trae sueños de Amores Imposibles…
Y sonreía.
Mi
Madre no se rió a mandíbula batiente, sino una sola vez, que yo
tenga conciencia. Y fue la vez que me contó aquel episodio de su
primer encuentro con mi Padre.
Y
aquí, tal vez llegamos a un bifurque de caminos, en mi relato
cundido de laberintos, pues ya te oigo rezongar:
Esta
señora se adelanta y se atrasa y retrocede y entra y se pierde y yo
no tengo cómo andar por entre tanto matorral, ni tantas lianas que
ella anda tendiendo… o dislocando… o mejor sería decir,
manteniendo templadas en una forma tal, que cualquiera se pierde.
Y
me perdonas, caminante de fúlgido mirar y gran paciencia, pues todo
hay que decirlo. Hasta aquí me seguiste, y hasta aquí voy
llegando, con mi morral a cuestas, también yo…
Y
hablábamos de Amores
Imposibles
y sus Anhelos anhelosos… y de Verdades
Tremebundas,
y de mi Abuela… obvio.
Y
de mi Madre…
¡Ah…!
Mi Madre, viajero que te arriesgas a continuar el vuelo de mi pluma
y mi tensión de laberinto, no tengo cómo describírtela.
Ni
cómo acompañar mi memoria de niña y sus dolientes extrañezas,
cuando Ella se perdía en la distancia
de los siglos… ¡y
vaya usted a saber, eso
qué era…! Lo que si se, me da dolor en las entrañas, a cada
vuelta del camino, y no te puedo hablar de esa añoranza, sin
trepidar por dentro.
Ella
era Paz y Guerra. Dolor y Goce, al mismo tiempo. Era caricia y
fosca, en noches de locura, en que se despedía de las cosas y erraba
por los campos, como una fiera herida. Erraba… Erraba…
Y
entraba luego, silenciosa… No tomaba alimento. No dormía… Y era
como una sombra su sonrisa, que jamás la dejó. Jamás… Jamás…
Podía
estar acosada por la negrura más intensa y acorralada por el fuego,
que nunca se dejó arrebatar lo único que en realidad tenía.
Pues
poseyó la nada, créeme.
Tuvo
el coraje de arrastrar con la Pobreza del Mundo y sus placeres, y
dejarlos tirados en una orilla del camino, hasta el día que quiso…
¡y
se acabó el carbón…!
Como
ya te conté, un día me susurró: Yo,
ya me voy… y el resto son adioses que no me corresponden…
Y
se vaciaron las alforjas de aquella Peregrina, que llevaba en su Ser
sólo Belleza. Sólo Armonía y el Silencio, que trajo al Mundo, en
pena y añoranza. En realidad, Ella tenía Todo… y prefirió la
Nada Externa… como comprenderás, nada…
tenía que ver con esas cosas que uno prefiere que resuenen en mundos
interiores, como las campanitas de los templos.
En
silencio profundo, así lo vi.
Y
así lo miro ahora, cuando te veo sonreír, con ese gesto un poco
sorprendido y un poco con nostalgia de cosas ya escuchadas, de vidas
ya vividas, de caminos ya hechos y rehechos, pero yo se que es hoy,
cuando nos encontramos en
medio de este camino de la vida… que
vamos a contarnos y contarnos… hasta que el sol se apague.
Mi
Madre sonreía: el
Sol se apaga… no se esconde… Y
siempre le creí.
La
Verdad
Tremebunda,
te decía, refulgió como espada toledana, en medio a una batalla que
no esperaba nadie se fuera a abrir, como un infierno sólido y tan
denso, que las voces morían en la garganta del viajero y en la
garganta de mi Padre, y en la mía temblaban los vocablos de una
manera inteligible y sólo oí el rumor de la Carroza
de
la
Muerte.
No
te voy a contar todo aquel episodio, que fueron los esbirros de la
Parca, sembrando a troche y moche.
Desamarrando
los estratos de fúlgido esplendor de oscuro remanente, pues quedaron
los ciegos, los paralíticos, los mudos, los atorrantes, los
vencidos… tendidos en el campo y la noche hizo un alto… pues
quiso recordarnos que Ella tenía la Vara del Castigo, en sus manos
de Diosa Omnipotente… y mi Padre decidió, entonces, esperar.
La
espera fue un camino que no me corresponde relatar, y sin embargo
sólo quisiera recordarte que el Dios de las Alturas, vive en la
Tierra… Come contigo. Habla tu lenguaje… Así dijo mi Padre. Y
así es…
Todo…
es acá...
Los
dioses
y las diosas
de omnipresente canto y tono poderoso, vinieron una vez a este
territorio que hoy apodamos Tierra, y en realidad su nombre ha sido
otro,
pero es secreto… me confesó mi Padre, como diciéndome: no
creas, si no quieres…
que era su frase preferida, pues nunca consintió que yo me dedicara
a diseñar sólo dibujos que había visto en los predios ajenos y no
pudiera con los míos.
Los
diseños
divinos, son diseños de tenso resplandor… y todo hay que decirlo:
son espeluznantes.
Y
comencé a reírme como Él… a partir del momento, en que salieron
los lagartos a decidir la suerte del destino del Mundo en que vivimos
y a sacudir Esferas Prohibidas, como explicó mi Padre que eran esas,
que andaban retirando los decibeles
sordos
de Música de Esferas que habían pasado de moda.
Y
no lo dijo así, como comprenderás.
Él
usó una palabra muy difícil, que ahora no recuerdo, pero quería
decir con eso, que todo este vagar por entre nudos espinosos y
eternos misereres, no iba ya a servir al que quisiera ver
la Muerte separarse del Mundo, bajar a los Infiernos y desaparecer…
Y
con esto dejó su huella opalescente, pendiente del ocaso, que
comenzó a brillar como si fuera el alba, y el Sol detuvo su
apagarse. Te lo juro.
Lo
vi con estos ojos, que han de vivir lo que tuvieren que vivir y mirar
lo posible y lo imposible…
Porque
eso fue como un amanecer, en medio a las tinieblas más terribles que
el Mundo había sufrido desde la historia del Diluvio. O desde los
tiempos del saber de todos los saberes, cuando aquel habitante de la
Tierra, comía los manjares que le ofrecía el viento y producía
sonidos en su cuerpo que rejuvenecían y vaciaba pirámides enteras,
con sólo respirar.
Y
un día perdió el Norte.
O
a lo mejor era el Oriente… El caso es que perdieron los sones los
anfibios. Detuvieron el vuelo las serpientes. Empezaron los búhos
a volar y comenzaron los lagartos a ser los Amos y Señores.
A
caminar derecho, por entre pedrejones de diamante y no pudieron con
tanto resplandor. Era mejor el vuelo oscuro, decidieron. Mejor
quedarse en la molicie y vivir los entuertos de los otros. Comer de
las pocilgas. Ensuciar las paredes, los pisos de esmeralda, socavar
en la tierra prometida y saquear sus tesoros y de paso violarla, por
supuesto.
Nada
quedaba en pie, como no fuera su avaricia.
Su
dejadez. Su pesadumbre, pues no volvieron a acordarse cómo era
aquella risa de los ángeles, ni cómo era el principio de la vida,
cuando la Vida era Verdad.
No
el vago rezongar de huesos y moléculas, que perdieron también la
orientación precisa y comenzaron a dejar de trabajar y aparecieron
los esclavos, que sometieron a los amos… pues nadie supo nada,
cuando ellos produjeron los famosos remedios y las famosas píldoras
y los experimentos de los ciegos, fueron el don de la Sabiduría de
esos tiempos…
Oscuros,
sí… dirás…
¿Pero,
es que no conoces el tremendo poder que tienen los esbirros de las
legiones del Oscuro, cuando les damos de comer con nuestras propias
manos, y los dejamos regodearse en nuestra propia cama… y les
tiramos oro y mortecina, que es lo que más les gusta…?
Y
a esa pregunta de mi Padre, yo quedé traspasada por un dolor externo
que me quebraba vértebras, y comenzó un sonido agudo a dividir los
hemisferios del cerebro y luego me fundió en un remolino de carbones
prendidos que presionaban miembros, sueños, quemaduras ajenas…
pues era cierto y no… aquella sensación de ser en medio a todo, y
rebajé mi esencia de peregrina a dulces
acomodos,
como decía mi Madre, cuando yo preguntaba por algo que me quedaba
grande.
Acomoda
ese sueño… aconsejaba.
Y
no te dejes rebasar por ilusiones pasajeras, pues son los dulces
acomodos de gente que no existe…
Y
yo entendí que eran fantasmas.
Obscenas
podredumbres de un esplendor mefítico, grosero… que vagaban sin
rumbo por los caminos de la vida y querían convencerme que yo era
pasajera de su barca.
Pero
mi barca, compañero… era la Barca de mi Padre. Y aunque Él me
amonestara que mirara de frente, no fuera a ser que me perdiera esa
señal que da la Estrella en los amaneceres de luces boreales, yo no
lo comprendí, hasta ese mismo instante en que la fuerza de su
pregunta me dio dos volteretas en el aire, y quedé suspendida…
Permanecí
flotante, como cuando uno pierde la memoria y tiene que volverse por
donde mismo vino, como solía decir Él mismo:
Decídete
a penar o decídete a gozar… Pero no saltes los matojos como
liebre asustada, si no quieres volverte a los Planos Inferiores… ¡y
allí te quiero ver…!
¿Y dónde está mi cuerpo…?
Eso
dijo una mirla, cantando en un cerezo lleno de frutas rojas y
amarillas y yo entendí que había perdido también las coordenadas.
Que
mi cerebro no cumplía las funciones normales y que me había quedado
lela, de tanta Luz que rezumaba de aquel paisaje ardido y solitario,
en donde me encontré. Sólo la mirla y yo…
O
sólo yo… para mejor decir, pues era un espejismo del tamaño del
Mundo, lo que mis ojos percibían.
Cambiaban
los colores en una forma tal que yo creí morirme de la angustia,
pues no alcanzaba a comprender por cuáles elementos, ni por qué…
ese terrible trepidar de toda la armonía de la mañana, me hacía
mirar de frente al Sol, cuando era prohibido.
Mirar
al Sol de frente, trae las consecuencias desiguales. Mejor te quedas
quieta, cuando esa sensación te desaloje toda y tengas que
enfrentarlo, tal cual es…
Eso
me dijo un día, en que me vio sentada a la sombra de un pino, que
entre otras cosas no era el árbol indicado para que nadie se
sentara, aunque la tradición te diga lo contrario. Los
pinos son los pinos… y un abedul será lo que es…
Y
yo entendí que era la hora de comenzar a organizar mi vida.
De
continuar con el camino, al pie de sus sandalias, pero sin ofuscarme
por todo ese atafague que significa el ritmo de su aliento. Ni el
tono de su risa. Ni mucho menos olvidarme de que su vida es suya…
y que la mía apenas comenzó. Y así me andaba yo diciendo, como si
en realidad supiera de qué me estaba hablando.
¡Qué
desastre…Dios mío…!
Así
la oí decir.
Y
comenzó a cantar de nuevo aquella mirla, como si de eso dependiera
el final de las cosas de todo el Universo, o el comienzo… No se…
El caso es que sentía que se me estaba consumiendo el cuerpo, de a
poquitos, y que de hacer lo que mi Padre había aconsejado no estaría
pendiente de aquella trabazón en que me había metido, con todo y
Sol… adentro mío…
Porque
era allí, donde se me centraba su esplendor y me atizaba su voltaje
como si fuera un Dios castigador, que fuera a fulminarme, como un
rayo sediento de venganza.
¿Venganza…?
¡Qué palabreja más extraña…! dijo la mirla escudriñándome
desde su rama florecida y las cerezas rojas y amarillas, se tornaron
de pronto en mariposas, que comenzaron a volar en las alturas verdes…
verdes…
¡Y
ahora sí… a volar…! me convidó la mirla…
Y
no quiero contarte el resto de esta extrañísima tensión, en que el
Sol me metió… O sería mejor decir: en que yo me encontré, por
culpa de mis culpas…
Por
causa de mi ignorancia, como comprenderás.
Pero
sería tan largo de narrarlo y tan complicado de entenderlo, que se
te dormirías, de seguro.
Mejor
volvamos al momento en que mi Padre dijo:
¿…y
les tiramos oro y mortecina, que es lo que más les gusta…? y
luego del dolor quebrantahuesos, yo rebajé mi esencia peregrina a
dulces
acomodos.
Porque
era lo mejor.
Aunque
no fuera, en realidad, lo que esperaron todos los que fueron y
volvieron de críticas batallas. De sones de la niebla, en campos
solitarios. De sumisión y de constancia. De grandes distensiones,
en que la sólida Confianza es lo único que te arma y te desarma.
¿Me
entenderás, si te confieso que yo misma no supe ni cómo fui… ni
cómo regresé de tales aventuras en el subsuelo de la Tierra…?
Porque fue allí, que sucedió. Ahora lo comprendo.
Y
me dirás: Y el Sol… ¿fulge en el firmamento, o en las entrañas
del Planeta…?
Y
yo no se… querido amigo.
Tiene
que ser la Fuerza de la Vida, la que produce tales elementos de
fulgores
adversos,
como observó mi Padre, después de mi regreso. Y fulgores
adversos
podían ser mil cosas diferentes, según me enteré luego, cuando
llegué reseca y repodrida, como un árbol sin agua que lo riegue.
No
niego que la fronda había florecido, por ejemplo.
Y
el tronco era dorado, como los árboles que dicen brotan en el Jardín
de las Hespérides. Pero no se... Todo era vago y soñoliento, como
en los despertares de la infancia, cuando uno quiere que su Madre le
traiga leche tibia y galleticas frescas y nadie te puede hablar, ni
desacomodar… hasta que recuperas, poco a poco, el territorio que
dejaste cuando cerraste los ojitos y te echaste a volar… volar…
volar…
¡Y
esos sí que eran vuelos…! querido peregrino de soñares profundos,
ya lo se…
Debes
estar cansado de mi relato. ¿Hacemos otro puente…?
Pongamos
las mochilas en un sitio seguro, pues por estos andurriales dicen que
vagan tránsfugas del cosmos y malhechores de gran tono, que les
encanta descender de todas sus potencias y acarrear con todo lo
habido y por haber…
¿No
te parece que si subimos la pendiente y averiguamos qué hay detrás,
nos relajamos de tanta garladera y de tanta andadera, sobre todo…
no me dan más las piernas. Las tengo tensas, como cuerdas templadas
de violín, antes del gran concierto.
O
será que va a haber música…
A
veces pasa, créeme.
Uno
no piensa en nada, conversa que conversa con los amigos, o un vecino,
o con el vendedor desprevenido, y de repente, ¡zuuuuaaaázz!… le
cae un pensamiento de esos para mandar doblar, como decía la Abuela,
que conminaba:
¡Y
no te me distraigas, cuando vengas mirando las vitrinas y pensando en
poemas y en no se qué más sueños de escritora que hará temblar al
Mundo…¡ Guarda los tonos raros, eso sí… A la gente le gusta lo
excéntrico y lo caro…
Y
yo guardando frases, palabras estrambóticas, charla que charla con
algunos paseantes, con la señora del médico de turno, o con la
sacristana, que hablaban sin saber… Decían las cosas más
atrabiliarias y más atravesadas y más hermosas, a la vez… Nadie
se daba cuenta de los vocablos que salían de sus labios.
De
sus cerebros, no era… te aseguro.
Porque
si hubiera habido alguna conexión entre la máquina
de
pensar
y la mecánica
del
cuerpo,
que simplemente abría la boca, movía la lengua y dejaba correr esos
chispazos y las palabras se encontraban y se desencontraban, pues
nadie, te lo juro… tenía la imagen justa de lo que aquella
vibración traía, por
dentro…
la Historia del Mundo habría cambiado.
Por
dentro de las cosas y las palabras necias, hay un hilar de Dios…
decía
mi Madre, con la sonrisa sólida y veraz… pues nunca se sonrió por
dar cabida a nada que no fuera la sólida verdad.
La
música de Todo, es el compás divino en medio a los viajeros de la
Tierra, que la contemplan, la maltratan, la desconocen… y la
queman, de tanto fuego inútil que botan de la boca…
Y
mi Padre callaba, como si comprendiera que también Él hubiera
podido hacer lo mismo, de no haber sido por su Ángel.
Ese
que apareció una mañana de esplendores violentos y le avisó entre
risas y caricias: ¡Ahora
mando YO…! Y
desde entonces Él contempla y vive, aquí en la Tierra, como si la
mirada de su Ángel proveyera el compás, el ritmo, el tono… y sus
palabras son suspiros de luz en la mañana y de luz en la tarde… y
nunca olvida que fue el Verbo
el primer habitante del Planeta, que lo Creó, además…
Luego
de aquel respiro
extraordinario,
que nadie sabe cómo fue, ni cómo se lanzó… pues el secreto aún
subsiste en el subsuelo de los mares y en los cantares de las aves y
en la fronda de los árboles… como éste, por ejemplo.
¿Fresquito,
no…?
¿Te
gustan los anones…? Aquel verdor que fulge en sus cortezas es algo
que me deja sin resuello. ¿A ti no te parece…? ¿Has visto que
ternura tienen en sus vientres de blanco afelpadito…?
Parecen
fantasías… ya lo se.
Pero
es que ahora mismo ando vagando por entre las palabras como si fuera
un picaflor… ¡Qué
intolerancia…! ¡Qué manera de vaciarte de la Shakti… cuando
Ella no produce más ritmo que el sonido…! Aléjate del Centro que
no te deja resonancia y mueve el tono Verde…
Eso
gritó el Anciano Venerable, que me miró a los ojos y me dejó
vaciada en estas páginas, que ahora remuevo, siembro y reconcilio…
pues uno nunca sabe.
Y
vaya usted a saber, por qué yo me dejaba encandilar por tanta
melopea.
Por
síncopas y diátonas. Por solideces y mordidas, que sólo me
aguantaban los más veloces en el tránsito de corredores ciegos y
laberintos en desuso, pues todo hay que decirlo: el delirar no presta
un gran servicio, si éste no trae la Shakti
de la Comendadora. De la Presencia Firme de la Diosa.
Shakti
es Misión de dioses y Fuerza de su Luz, que es Centro de Bondad y
Condición Divina….
Así
explicó mi Padre, el día en que lo ví cubriendo las distancias
como si fuera un águila y derramando Luz, como un cometa.
Dejémonos
de crudas resonancias. Bajemos la colina y recojamos agua, por si
acaso. Dicen que es tiempo de sequía y quien no tiene bastimento,
no tiene referencia entre los arenales que nos van a cercar, pues el
momento es el preciso, lo presiento.
Presentir,
presentir…
y mi Padre se volvía un nubarrón de carcajadas, un cielo repentino
de colores extraños, un tiempo de esplendores de acero y mucho
ruido.
Porque
tronaba.
Restallaba
la luz… Y había un sacudimiento en todo el cuerpo que por más
que trataba de apaciguarlo con té de agüita de heliotropo, masajes
con caléndula y demás artilugios de la ciencia moderna… que de
moderna
tiene poco, por supuesto… me restallaba a mí también la Luz de
sus pupilas, la sensación de hundirme regresaba, y yo como en los
mares de tormenta, donde ni cielo, ni agua, ni los delfines te
ayudaban, pues todo se volvía un misterioso retroceso, como insitía
mi Padre:
El
retroceso de las células trae sus elementos, y nadie puede ver, ni
oír, ni Ser… antes de conocer el por qué de su Centro
evanescente. El que no quiere entrar en Ello, no dejará la gran
simiente que ahora el Mundo necesita. Y ten en cuenta, peregrina…
Los dioses y las diosas, no vinieron a ver, ni a oír, ni mucho menos
a enseñar.
Ellos
vinieron a gozar de la salida hirviente, que este Universo tiene…
Y
allí callaba por momentos, en que los cielos se aclaraban, las nubes
se borraban en un abrir dorado y en los violetas más intensos y yo
mezclaba todo: es cierto…
¡Qué
intrepidez se necesita, créeme…!
En
esas horas, o momentos, o siglos… si tú quieres, en que los cielos
se despiertan y todo nos convence de que la Gloria del Altísimo es
una Realidad tan grande como un templo… y tan alta y tan hermosa…
porque cuando Ello
en tí, resuena, y tú recibes de rodillas, entonces sí…
Los
cielos cantan. La noche se recoje y el Alba llega, para siempre,
pues no te deja más la huella detractora del oscuro sistema del
espejo.
Ese
que te plantaron un día los estudiantes ciegos y atorrantes, que
vinieron a ver,
y a conducir,
como si fueran profesores de Escuelas Magnas y tuvieran diplomas de
sapientes.
¡Mentira…¡
¡Falso es… de toda falsedad… que los filipichines de otros
universos pudieran convertir el oro en Luz de Gloria Celestial… y
la mirada de Dios en Elemento Sacro…! ¡Macacos…! ¡Eso son…!
Y
aquellos gritos de la Abuela, me resuenan aún en los oídos, como si
fuera un estridor de vacuo resplandor, pues en Ella, mi Abuela, la
Luz de la Alborada de los Dioses de Gran Misericordia, nada
resplandecía que no tuviera que resplandecer.
Ni
nada se movía, cuando no había por qué…
No
miremos ya más ese recuerdo extraño… decía mi Padre, presuroso y
sin ningún acento definido, pues más bien era un susurro lo que yo
le escuchaba, allá en mi corazón, que comenzaba a palpitar bajito,
muy bajito… Y entonces yo entendía.
Lo
que nunca entendí, no te lo puedo referir… caminante de largas
experiencias y comprensivo en tu escuchar mis peroratas. No voy a
desdecirme, ni voy a continuar contándome mi vida, como si fuera una
Aventura de una Niñita Estrella que decidió que amanecía, y ella a
danzar…
Y
anochecía, y dance que te dance…
Porque
la historia es otra, compañero. Muy otra…
Ya
verás.
La Historia es ciega y sorda, cuando uno la reduce a un hilar con hilos atrofiados. Con estamentos de mentira. Con algodón mojado, mejor dicho.
Así
decía mi Padre, con palabras más lindas, que por supuesto yo no
abarcaba nunca, pues mis oídos estaban tuquios de la cera y de la
arena del desierto, por donde Él me hacía vagar, vagar, y más
vagar…
Y
no te creas que es elemento discordante, con todo este relato que
trato de contarte con mis palabras destempladas… volátiles…
errantes… pues errabundo ha sido mi destino. Errar fue mi promesa.
¿Tú
sabes que uno dice lo que quiere decir, antes de entrar en el Planeta
que conocemos como Tierra… y que mi Padre insiste, que Ella tiene
otro Nombre…?
¿Sabías
que los destierros de quien no tiene nada más que su mochila y su
bastón, son Promesa cumplida…?
Y
la pregunta de mi Madre me complicó aquel día el ejercicio de
aritmética, que yo andaba inventando. Porque inventaba números, a
veces… Y es un decir, como comprenderás.
Nadie
puede inventar lo que ya está inventado, pero a mí me sonaban las
ecuaciones siderales a cantos de los ángeles y los cantos de
hormigas a números celestes, y así… vagante entre teoremas y
geometrías de los espacios, desgastaba mi tiempo en correderas…
como decía mi Abuela:
Esta
muchacha corre demasiado… Y lo peor, es que corre sin saber.
Pónganle oficio… ¡A ver…! ¿En dónde está la escoba y quién
sacude las persianas…? Y
me desdibujaba los dibujos. Me hacía correr de arriba abajo,
desempolvando, sacudiendo, sudando a mares…
Y
ahora entiendo…
Ese
corre que corre, no era un oficio de cuatro años. Y quién lo iba a
saber… Sólo la Abuela, por supuesto. Y mi Madre callaba…
Ella
sabía que yo había añorado ese destierro
y que traía a cuestas mi mochila y mi bastón de palo de abedul y
que nada ni nadie me iba a poder vaciar de lo que no tenía… Pues
antes de pisar su hermoso vientre y regresar al nido de su anhelo y a
aquel Amor de mis Amores, yo pedí aquello que Ella también había
pedido… y se nos concedió.
Promesas
son Promesas…
Así
me repitió, besándome en la frente, con una especie de dolor que yo
no comprendí, pero que ahora tengo fresco, restallante, aquí en mi
corazón, y se sin duda alguna que también Ella había desempolvado,
sacudido, limpiado las estanzas de todos los dolores y todos los
placeres y todos los sonidos de la Muerte.
Porque
esa poderosa y firme voluntad con que Ella descubría los elementos
más oscuros y las llagas del Mundo que pisaba, que ornaba con su
aroma y su sonrisa, no era un abrir las puertas, sólamente.
Era
callar, cuando aquel Mundo la insultaba.
Orar
en el silencio de los astros de bajo resplandor y conocer la ira, sin
decirlo. Sin resollar siquiera. Pues era Ella quien ponía
y quien quitaba,
créeme.
No
es fácil entender, a los cuatro años de tu vida, que viniste a
sufrir,
porque querías. Porque pediste antes de entrar en ese vientre
amado, lo que tu Madre había pedido.
Por
resonancia… ¿ves…?
Cuando
la Madre es quien provee de todas las verdades y todas las mentiras y
crees en esa esencia y bebes de esa leche y te acunan sus brazos de
robusta tensión y nada puede desdecirte, pues Ella Es… y Fue… y
Será… Todo
lo que conoces…
entonces, caminante… la Historia es otra,
por supuesto.
No
son tragedias griegas, éso está lejos, mi compañero de viaje…
Las
tragedias del Mundo son cosas de gitanos y de los saltimbanquis, que
ahora caminan como si fueran reyes, poseedores de la Vara de Mando y
sus bigotes tiesos, tiesos…
Ahora
no podemos siquiera dirigir la mirada doliente hacia los cielos
descompuestos, el aire comprimido, pues el oxígeno ya es cosa de
poco tiempo y lo demás son consecuencias de ignorantes maniobras,
que el ciego de la farándula anda descomponiendo y componiendo, como
un titiritero.
Los
ignorantes son la peste más horripilante, porque además de
atrevidos, son de un altanero insoportable… Los deberían
prohibir…
Y
los decires de mi Abuela dejaban a mi Madre sumida en un silencio de
tempestad que se acercaba.
Nos
circundaba un aura maloliente y un alarido interno comenzaba a brotar
de sus ojos oscuros, como si fueran las espinas las que estuvieran
azotándola y el Mundo y su ignorancia no conociera, ni pensara, ni
tan siquiera viera un hecho tan inocuo, como era ese morir… Ese
deshidratarse de la Tierra. Aquel terrible ruido que hacían los
ángeles oscuros…
Porque
era oscuro, oscuro…
Y
yo me guarecía, entre sus brazos de alabastro. En medio al centro
de diamante, me parecía no estar segura y entonces reducía el
esplendor odierno, como decía mi Padre, en horas de anarquía…
cuando el solsticio era pesado y las aves dejaban los terrenos de
soles sin retorno.
Deja
a la pesadez y cúbrete la espalda… Los ruidos de los ángeles
comenzaron a oírse desde el Norte del Mundo, hasta la Patagonia…
Y eso es indicio que el esplendor odierno no se cansa de obrar, ni
teje ahora lo que debía tejer… Afloja esa tensión…
Y
yo esperaba… Resumía. Conservaba el aliento y me ponía a
cantar, cantar… como volviendo de la guerra.
Errante
y cantaora… No hay mal que no te aguante, ni tiempo que resista la
voz que Dios te dio… ocúpate del huerto y siembra bien bajito…
Las zanahorias están repletas de tesoros, que te ayudan a echar
tanto mendigo y tanto escorpión, colándose en las puertas y
haciendo un estropicio en las ventanas… Mata el delirio, mariposa…
Y no me vengas luego con tu historia, que yo ya la conozco…
Y
la Abuela callaba. Y éso, era raro en Ella.
Porque
era como un río.
Cuando
la Abuela hablaba, se callaban los pájaros, la noria no corría pues
el viento se hacía todo oídos y dejaba de soplar.
¡La
Abuela…! ¡Ah, caminante…!
Era
un camino abierto a la aventura. Un mar embravecido. Un solitario
requerirle al Mundo los placeres de la Sabiduría y los menjurjes de
las diosas… como Ella me decía: Las
diosas son coquetas… a ellas les encantan los menjurjes… Y éso,
es muy peligroso, si tú no sabes dónde colocarlos. Todo depende de
tu anhelo…
Y
me dejaba fría cual mar en el invierno.
No
tejas mucho, muchachita… Se te agrietan los ojos… la
oía gritarme desde el patio, y yo teje que teje mis historias y mis
anhelos cautelosos, porque ya había aprendido a no entramarlos con
demasiados nudos.
Si
tienes la paciencia de escuchar esos ruidos que forman pensamientos y
no te lanzas a estirarlos, ni a retocar lo ya fundamental, pues no se
necesita armar lo que está armado… entonces vas a ser lo que
tendrás que Ser…
¡Aguanta
el grito y tensa el arco…!
Y
eso se cae de su peso, como comprenderás.
Porque
en los ratos de inocencia, cuando yo contemplaba caer la nieve en la
llanura, o miraba los pájaros, que hacían sus nidos, cante que te
cante… entonces algo se expandía y yo me preocupaba tan sólo de
ese ritmo. Y era un ritual sagrado, créeme.
Un
solitario pasatiempo, que producía burbujas en la mente, la comezón
más trepidante allá en el corazón, que comenzaba a rebatir la
sístole y la diástole, como si produjera en ese instante un
solidario y viejo truco. El de los grandes pensadores, creía yo….
Y
pues no… Lejos de eso.
A
distancia prudente estaban los sonidos y yo los agarraba por las
alas, pues eran águilas feroces.
Nada
más las miraba y ¡zuuuuaaaázz…! me picoteaban, me hacían
huequitos en el cráneo, y yo pendiente de sus gritos, pues el
secreto estaba en no dejarlas descansar… como observó mi Padre, en
aquel día aciago, en que la luna se cayó… y con ella la Mente
de la Tierra.
¡Se
cansó el instrumento
que nos traía y nos llevaba… Bendita sea la Luz de la Alborada
Nueva…!
Y
aquella carcajada se oyó de Sur a Norte y repicó del Occidente y se
dobló al Oriente, y todos los testigos dejaron su ajetrear y
permitieron al pasado que se borrara para siempre.
Nadie
dejó una huella.
Ni
nada se cumplió, que no fuera lo dicho por los Sabios de la Galaxia
de La Luz de Todos los Ocasos. Y entonces fue cuando dejé mi caminar
de peregrina ciega y sorda y comencé el Camino Abierto.
Aquel
de errante,
que se me había prometido, desde mi nacimiento, cuando yo comprendía
sin comprender y me aferraba a los pezones dulces con olores de anón
y Ella, mi Madre hermosa como un Sol en plena primavera, me
acariciaba toda.
Me
apaciguaba el miedo que traía mi memoria galopera y me dejaba
herida. Tendida en ese vientre de aromas a madroño. Herida con
amores imposibles.
¿Y
se te fue la vida en eso…? me vas a preguntar. O a lo mejor me lo
imagino, pero es que éso, fue así…
La
vida se me fue…
Los
años fueron raudos, al comienzo, y volvían los mercaderes, pasaban
los inviernos, y yo camine que camine… con mi mochila a cuestas y
mi bastón de palo de abedul, como si fuera un maleficio, pues de eso
se trataba: según opinaban las harpías, que eran los ecos
absorbidos…”
como decía la Abuela…
A
esos… los que repiten porque oyeron y no porque conocen, los mandas
a freír lo que sabemos… Jamás regreses a los círculos donde
ellos comen su bazofia… ¡Templa la verba y échate a volar…!
Y
Ella quería decir: camina…,
lógico. Porque volar, volar…
Camina
caminera, porque de soles sin retorno y de viajares sin descanso, se
va a tratar tu vida. Deja los maletines. Las mochilas pesadas. Ni
una maleta grande, por supuesto…
Y
a caminar se dijo…
¿Y
la guitarra…? pregunté… pues la traía en bandolera y a veces me
pesaba, o mejor dicho, recargaba mi cuerpo y andaba como canoa en
caño, o sea: bamboleándome.
Y
la guitarra la has de conquistar… La tomas o la dejas.
Y
la dejé en el borde de un estanque, donde cantaban ranas, serpientes
y sapitos, de todos los colores. Dejó de ser un peso, como
comprenderás. Y yo no se si los sapitos pudieron con su tono, que
era japonés.
Pero
lo que sí se… es que los ritmos que ya le había conquistado se
desbordaron en mi esencia y me quedé como encantada de músicas de
alas y un paraíso fue mi Centro de Bondad, como explicó mi Padre,
cuando me vió tan libre de todo…
Tan
salerosa y suelta, viajero que me escuchas con la mirada puesta en la
distancia, pues el camino es cumbre arriba… pero ya vamos a llegar,
no te preocupes. Un salto en el vacío, y ¡zuuuuaaaázz…! nos
encumbramos hasta el pico.
¿Sabías
que los sonidos habitan en el Mandala
del
Silencio?
¿Noooo…?
Yo
tampoco sabía.
Hasta
una vez que mi Padre me trajo dos sonidos envueltos en papel de
caramelo y me ofreció dos vasos de agua… y parece un cuento de
mentiras, pero es muy divertido, verás cómo el diseño es resonante
y lleno de las luces de los gnomos y haditas, que venían en ellos.
Y apenas los abrí, los gnomos descansaron de tanto ir y venir…
Así
dijeron…
¡Y
las haditas, toooo-daaas… se me pusieron a llorar, como unas
huérfanas de Madre…!
¡Caramba….!
me dirás. Y claro… te comprendo.
Porque
esa misma fue mi exclamación, cuando las ví tendidas en el prado y
llore que te llore y mi Padre muy serio:
Cántales
la canción de la Mariposita… A ellas les encanta saber que hay
luces sueltas en el Camino de la Vida, donde ellas son las únicas
que comprenden los vuelos de emigrantes y de viajeros del Espacio
Sideral… No temas a su llanto. Es pura dicha. Sólo que su
expresión es diferente de la tuya…
¡Y
vaya usted a saber…!
Yo
por si acaso les traje unas goticas de elíxir de la Rosa, que se
quedó prendada de tanto suspirar y tanto llanto dulce y comenzó a
cantarles, también Ella, y entonamos un dueto que resonó y que
resonó y siguió resonando, hasta el Sol de hoy…
¡Qué
dueto… Madre mía…!
La
Canción
del
Olvido,
explicó luego la Rosa, que se llamaba ese dibujo que comenzó a
rondar los árboles, a perseguir a las iguanas, rebajar el sonido de
las tortugas, que se bañaban, se bañaban y se seguían bañando…
¡Qué
resplandor, Dios mío… me voy a congelar…! gritaba
una girafa, que apareció quién sabe por cuál puerta… pues todo
era cerrado, cerradito… como una caja de Pandora.
¿Y
las cajas de Pandora no tienen salidero…? vas a inquirir, seguro…
Porque
éso fue, precisamente, lo que le dije yo a mi Padre, que se reía
quieto, quietecito… mientras las ranas se extasiaban de tanto
atardecer, pues pasaron los días y las noches jamás aparecieron.
Sólo había un ocaso permanente, y entonces los leones y los ositos
panda y los búhos sapientes como nadie, permanecieron en Olvido…
De allí su Nombre, me supongo…
El
Bosque renació, cuando esa Rosa trajo elíxir y cantó esa canción…
créeme o no…
Las
cosas comenzaron a rebajar su aliento de fogata, como explicaron
gnomos a las sílfides, pues mantenían unos enormes abanicos, que
eran hojas de palma, para el calor que se acercaba. Habrá
fuego por mundos… y no va a haber con qué apagarlo… le
escuché a un gnomo verde y amarillo, y entonces me acordé de los
decires de mi Abuela:
¡No
habrá un calor igual… un día de éstos… como sigan echándole
al burdel, con esos tonos sicodélicos…!
Y
a lo mejor era lo mismo. ¿Tú no crees…?
No
se de tonos complicados, pero en mi caminar de caminante, sí me
encontré los lupanares, repletos de las diosas más sandungueras y
más viva-la-virgen que uno se pueda imaginar.
Y
los dioses, borrachos…
Ebrios
del resplandor de sus pupilas dilatadas y su cerebro de magos
omniscientes. La palabra era de ellos, y
el Verbo se hizo carne…
mejor dicho. No había nada que no supieran. Sumar, multiplicar,
contarte las historias de los paseantes de la vida y de las taras de
la Sierpe. Porque eso sí: Nadie podría quitarles lo hechizadores,
ni lo hermosos, ni lo opulentos… ¡claro…!
Porque
amasaban, y amasaban, y continuaban amasando…
Y
ellas, las diosas… pegaditas de tooo-do lo que fuera aquel oro
reluciente que desataba guerras peregrinas, desbarataba los dibujos
de marineros del espacio, cobijaba a las brujas, los vampiros, y daba
de comer a los sedientos de la carne. Con eso digo todo.
Porque
así fue como lo ví. Y a lo mejor tú lo verás de otra manera,
pues cada quien con sus anteojos.
La
vista es enemiga de todo lo que brilla, si no es el Sol el que la
acoje… Déjate Ser del que te Ve… y no permitas que los ojos
miren torcido, o en redondo. Mirar de frente es peligroso… así
que baja de esa nube y camina despacio, pues no hay afán…
recuérdalo.
Y
yo me enamoraba de todo ese discurso con que mi Padre me acunaba, en
las noches de invierno y en los amaneceres de un trópico apestoso,
lleno de cucarachas y de hormigas culonas.
De
zancudos mordaces, de ratas envidiosas, pues conocían mis pasos como
nadie y perseguían mi aliento de niña peregrina para llenar sus
cantimploras, vender después en el mercado, asegurando que era el
suyo. Y así… yo fuí aprendiendo…
Y
lo demás… es cuento de otro día… Te noto reventado de toda
esta escalada y sin zapatos de alpinista.
¿No
te provoca un limoncito…? Es bueno para todo.
Es
una panacea, el amigo limón… Mi Abuela me contaba que en los
cantares y los ires de su Abuela Divina como Nadie… pues parece que
era un Sol de esos que no se ven ahora, en esta Tierra… esa Señora
Augusta curaba a todo el que pasaba con alguna dolencia, delante de
su balcón, que era lleno de mirtos y colgaban las fresas, los
agapantos y pululaban estrellas mañaneras… pues así era, créeme.
Los
tiempos de la Abuela de mi Abuela, eran tiempos de hadas. De
sirenas…
¿De
dinosaurios…? me dirás.
Y
pues, no…
Los
dinosaurios vinieron mucho después, a podar y a podar… ¡los
pobres…! como
exclamaba Ella…
Pero
te hablaba del limón.
Tienes
que reposarte, caminante. El ácido es muy bueno para la tempestad
que te acogota, aunque tú no la sientas, todavía…
Las
tempestades vienen y se van y si tú no las cargas con un poquito de
limón… mejor te vale andar templando esa guitarra…
O
sea: mejor cantaba y resumía lo que la gran corriente de aguas y de
vientos traía consigo… y su caricia
repetida,
pues Ella me insitía: Lo
ácido es un sólido elemento, que en las venas te ayuda a resistir
lo temporal de esa corriente que vendrá a visitarte, y si no estás
munida de tensiones de gran desigualdad, entonces canta… como
último remedio.
El
canto es oro…
Así
dijo mi Padre, cuando me designó la gran interferencia que las nubes
traían en las tardes de acomodos
violentos,
y yo entendía y no… pues eran las señales de magníficos sones.
De
timbales.
Marimbas.
Decibeles benditos por los gnomos y detestados por las sílfides,
pero no había más remedio… El cielo bendecía, y había que
atender, y recibir… y lo demás, era por cuenta del divino Creador
del Universo… Así entendí yo, entonces…
Pero
siete años no son muchos, como comprenderás.
Era
una niña triste, si la tristeza viene con risas y con juegos… pues
no paraba de reírme, pero era un resquemor en algún sitio de mi
Ser, que no podía con todo.
Y
Todo,
era ese mundo de mentiras que yo veía pasar, debajo de mi balcón,
como la Abuela de mi Abuela… pero sin flores, sin las fresas, y sin
estrellas mañaneras. Sólo un contradecir, que me dejaba mustia y
no podía hablar, por días y por días… y mi Madre observando.
Debes
estar pasando la pericia de todos los guerreros de la Tierra… mi
Niña Hermosa y cantarina.
¿De
todos los guerreros de la Tierra…? inquiría
mi Ser, desde mi escondidijo, pues Ella me miraba como miran las
flores a los niños, cuando ellos no las sienten.
Ni
siquiera perciben que una Rosa los mira, con dulzura infinita… ¿lo
sabías…?
Pues
bien… Tampoco yo sabía que éso
era muy corriente entre las flores, hasta que un día leí un cuento
para niños y lo entendí, clarito… créeme.
Alicia
no creía tampoco en esas cosas, hasta que vió a las flores,
criticándola… Claro que en este cuento, las flores eran
comadreras, o sea, unas chismosas… pero la Rosa del Principito
hablaba y aromaba… y se quejaba de quebrantos, que me hacían
llorar las tardes y las tardes…
¡Alza
ese ceño…! Controla tu llorar de niña tempranera que quiere ser
lo que no es, porque de ser así… te agarra la menguante, un día
de éstos…!
Y
mi Abuela no inquiría, como comprendrás.
Ella
sabía… y punto, mi querido viajero, y a lo mejor también leíste
el cuento, donde Alicia navega en lágrimas que vierte por naderías,
realmente… Pero el conejo es fascinante…
En
fin…
Que
las tardes se iban, las tempestades se amainaban y yo seguía
caminando, repite que repite lo que decía mi Padre en tardes como
ésta:
Cuando
el cansancio aprieta, un poco de tolerancia con tu cuerpo… Y
un poquito de limón, como decía la Abuela. Y a lo mejor te quitas
los zapatos, te haces un masajito, y ya…
¿Te
parece que el día está para comer un poco de cerezas de aquel
árbol? o para hacer la siesta larga y cargada de sueños
importantes…
Y
mi Padre sacudía todas sus fibras sueltas, pues la tenía toooodas
en posición de relevancia, y eso quería decir que cuando no se
entiende… no se entiende…
Y
así yo continuaba a ser lo que tenía que Ser… sin preguntar, sin
maquinar,
como Él…
Porque
entendía entonces lo que me dijo la primera que me enseñó a
cantar, a ver… a oler, a caminar… a dejar, y también a recoger,
lo indispensable.
Porque
el camino fue testigo, pero Ella… caminante, fue la Creadora
de mi Ser… Y
éso…lo sabe mi Alma y mi Ángel de mi Guarda, que anduvo los
caminos a mi flanco, sin dejarse vencer por mis caprichos, ni
interrumpir mis sueños de mariposa vagarosa… porque ellos saben…
¿sabías tú…?
El
Ángel sabe coordenadas de divino esplendor y sigue las corrientes de
los mares vencidos. De los ataques sucios del desertor, que te
acogota, y entonces Él los cubre con sus alas de oro y de platino y
¡zuuuuaaaázzz! los deja como un pollo…
Eso
decía mi gran amiga, la tortuguita del estanque del jardín de mi
Abuela… pues paliqueaba y paliqueaba, en las tardes de lluvia, como
si su lengüita la hubieran aceitado y ¡mi Dios… qué labia tan
tenaz…!
Ella
sabía las cosas de los ángeles, como si fueran de ella los motivos
que los ángeles tienen. Y yo me preguntaba: ¿será que esta
tortuga también es uno de ellos...? Pues... quién quita...
¿No
crees tú, que las tortugas son muuuy raras…?
O
sea: La Abuela convenía con toda clase de preguntas, pero cuando yo
llegaba del jardín y comenzaba… ¿No crees tú que…? ella paraba
el carro…
Ya
me llegaste de tus tertulias con Misiá Tortugüita… Cómete el
queso y toma el chocolate… es hora de pensar en la actitud del
cuerpo y su manutención ¡después hablamos de tortugas…!
Los
ángeles fueron mi desvelo, para mejor decirte.
Pasé
las horas muertas y las horas vencidas y las horas de las horas,
cubriendo el territorio que tienen ellos escondido entre tu cuerpo y
esas alas que dicen que ellos tienen. Yo nunca se las ví… muy a
pesar de suplicarles: ¡Déjate ver las alas… por favor…! Un
poquito, no más… Un poquitiiiico…
Pero
ellos, nada…
Silentes.
Cómodos. Acurrujados en mi silla, pues los sentía volando tenue o
sentaditos a mi flanco, como esas maripositas amarillas que vuelan
muy bajito y te hacen cosquillitas en los pies.
En
los recuerdos de la infancia, uno tiene, en la gran mayoría de las
veces, uno preciso… O favorito. ¿Tú no crees…?
Es
como un modelo de los otros recuerdos, donde uno se paseaba debajo de
los árboles del patio, de guayaba… en mi caso… y recordaba cosas
intangibles y sólidas… como decía mi Madre:
Lo
intangible no es sólido, si tú no lo recuerdas con verdadera ansia…
Entonces sí…
Y
en realidad, yo los pensaba con tales ansiedades los tales
pensamientos, que se me aparecían. Y me vas a decir que cómo así…
Qué cuándo y cómo y dónde, yo podía transformar lo invisible en
algo de tocar y de mirar… y hasta de oler, figúrate…
No
se si debería de contarte estas cosas de infancia, que son
rarófonas… como opinaban las tarascas.
Aquellas
que creían en rejos de campanas, casulla de sacristán y misa de
cinco de la mañana… pero la Abuela las miraba con tanto disimulo y
tanta risa adentro, que ellas callaban, saludaban, y pasaban de
largo… igual que hilera de cigüeñas, con las paticas tiesas,
tiesas… su sombrerito negro, negro… y su risita suelta.
Jamás
he visto unas tarascas como esas, y mira que yo he mirado Mundo…
Y
te estaba contando… viajero de los mares y de los cielos
invisibles… que en lo invisible, yo era baquiana de esas que
conocen el Camino
de
Regreso,
como explicó mi Padre, el día que le conté que yo podía hacer
visible lo invisible.
Eso
es porque tú traes las señales y los códigos vivos… peregrina.
Lo demás es cuestión de acostumbrarse a ver las cosas interiores,
de una manera tal, que todo es sólido, si quieres… Y si no
quieres, pues lo guardas… Porque el Mundo es muy terco, te lo
advierto.
Mejor
era tenerlos en un sitio seguro, y por años y años mantuve el
escondite preservado, no fuera a ser que ratoncitos y arañitas…
Tú
comprendes…
A
nadie le conté. Ni muchos menos comenté jamás de los jamases que
yo podía ver con códigos secretos.
¿Códigos
vivos…? me
acuerdó que pensé, esa madrugada, en que mi Padre restalló con
resplandor supremo y yo lo ví cuando se erguía… se colmaba… se
reducía y se perdía… y en Ello me llevaba, me traía y arrastraba
por mares y terrenos de duro aprendizaje, pues no era más que un
demostrarme que cuando no se puede Ser lo que uno Es… la
experiencia se pierde.
Pero
sí uno encuentra el eco de los tiempos en que sabía todo, toooodo…
entonces sí…
Agárrate
a los vuelos del Águila Dorada, y mira bien por dónde pisas.
O
sea… por cuál terreno vuelas, me imagino… pues Él decía sólo:
Y
pisa firme, peregrina… No es sólido tu andar pero el vuelo es de
veras… así que cuidadito con un descuido tenebroso. Las Águilas
no tienen la paciencia de esperarte en la esquina… mientras tú
cuentas ovejitas…
Cosas
así, decía…
Lo
de ovejitas, claro que es de mi cosecha… pero las veces que Él me
conectaba con esa reducción
ineludible,
que era su risa y su portento, yo me iba a territorios de puros
resplandores y se enredaban las palabras, se desaparecían los
montes, las riberas, los ríos no existían, sino que eran recuerdos
vegetales… Llenos de luz, te digo… Repletos de nostalgia.
¿Por
qué te siento con morriña…? ¿No tienes más que hacer que
contemplar el firmamento…? ¡A ver…! ¡Póngale oficio, a esta
niñita…!
Y
la Abuela sabía. Estoy segura…
Fue
un secreto entre ambas, que nunca nos contamos. Y Ella exigiendo: ¡A
ver…! Y
yo callada. Reducida… Viendo a mi Padre entre los olmos y
columpiándose en el viento, y el firmamento reventándose, de risa
omnipotente…
¿Me
entiendes, compañero de aventura…? O estoy tirando mucho el hilo…
Tú me lo dices… No es bueno andarse por las ramas, cuando en la
realidad hay tanto que decir …
Y
tanto que callar…
Los
pensamientos de una niña de siete años, no
son cosecha de mangos, ni tienen nada que envidiarle a las guabayabas
maduritas, pero por ahí la van…
que es un decir muy pueblerino, pero simpático ¿no crees…?
Yo
andaba repitiéndome, en las mañanas y en las noches… No
te detengas, mira hacia la Nada… si éso es lo que hay que hacer…
y
andaba preguntándole a mi Ángel de mi Guarda Mi Dulce Compañía,
cuáles son los misterios que el Supremo Creador del Universo quiere
más.
Y
el Ángel: Él nunca
quiere…
Él simplemente ES.
Y
sí… Eso, está claro. Pero, ¿cuando Él creó
los cielos y la Tierra,
dónde escondió las cosas maaaás apetitosas…?
¿Apetitosas…?
Y el Ángel no podía de tanta carcajada. Pero se ríen distinto a
todo… ¿sabes…? Los ángeles no tienen esa risa que mi Padre
posee, por supuesto… pero tampoco ríen como la gente cree. Y en
realidad, no se qué cree la gente de los ángeles… ¡qué
pamplinadas las que digo…! En todo caso, quiero aconsejarte que
cuando los oigas, no te asustes.
Suenan
a trueno. A rarísimos sones, adentro del estómago. No se cómo
explicártelo…
Los
Ángeles, Hermosa Peregrina de la Alborada Tierna de Tu Madre…
Y
cuando mi Padre comenzó la explicación sublime y extrambótica del
por qué de esa risa tan preciosa y tan contradictoria… yo creía
morirme de la dicha. Y el goce me invadía por la raíz del pelo,
salía por las costillas, peregrinaba un rato en el abdómen y
resultaba casi siempre tirada en el camino, con una espina leve…
que se quedaba muchos días repitiéndome:
Hermosa
Peregrina de la Alborada Tierna de Tu Madre… Hermosa Peregrina de
la Alborada Tierna de Tu Madre… Hermosa Peregrina…
Y
como bien comprenderás, yo entraba en la locura…
Erraba
por los campos, contando las estrellas. Contándoles mis cuitas. Y
cantando. Cantando… Y entonces las tarascas se persignaban, se
enroscaban como pitones ciegas y gritaban:
¡Traigan
sahumerios…! ¡Enciendan veladoras…! ¡Pongan la escoba para
arriba, detrás de alguna puerta…! Y mi abuela en arrobo.
¡Bendita
seas… niña de mis ojos…! me
susurraba, arrodillándose al pie de mi camita de siete años y
besaba mi vientre, mis pupilas, mi frente efervescida y en cada
suspirar que yo lanzaba como si fuera el último suspiro, Ella moría
también. Lo se.
Y
el corazón dejaba de palpitar.
Y
mi existencia de peregrina quería fugarse hacia otra parte, donde
ángeles dorados me esperaban. Los juegos de los niños de estrellas
omniscientes y goces de prodigios nunca vistos eran visiones sólidas
y claras… Voy a morirme, Abuela… le decía. Y Ella, que no…
Que era no más el tránsito
esperado.
Ese
que trae congoja y vuelo de Águila Dorada. Tránsito de la Diosa y
su Amargura.
Tránsito
Azul… me susurró de nuevo. Y de nuevo sus besos, hirvientes,
lacerados, dulces como un anón que se cayó del árbol de tanta
sabrosura que contiene, y Ella… la Abuela Hermosa de Tempestades y
Tinieblas… la que no tuvo miedo al Miedo… temblaba de emoción.
No
muevas la frecuencia, me pedía…
Y
yo alcanzaba a oírla, desde mi Centro de Esperanza, y el Ángel de
Mi Guarda Mi Dulce Compañía, pendiente de mis gestos. Acunándome
toda con su dulzura y su ardentía, pues suspendía la entrada de la
Gran Dama Oscura… como la Abuela dijo que esa Señora se llamaba.
¡La
Dama Oscura no te corresponde…!
Eso
gritaba el Ángel… y yo al unísono con Él.
Los
dos nos convertíamos en guardianes. Paladines de esferas
invisibles, que yo veía, claro… y Él también… pues se cubrían
mis párpados de alas…
Y
fue primera vez, que ví ese resplandor alado guarecerme. Proteger
mis fronteras. Manifestar su poderío y responder a mi llamado, que
en realidad no fue un llamarlo por su Nombre, pues yo pregunté un
día:
¿Y
Tú… cómo te llamas…?
Y
Él respondió: No
preguntes mi Nombre… te lo ruego…
Y
yo supe después, que a un Ángel de la Guarda no se lo puede
conminar a producir un Nombre que no tiene. O mejor dicho: A
traicionarlo.
Porque
los Ángeles de Luz de Todas las Esferas Estelares, tienen secretos a
montones, y sólo quien conoce el mantram
de la Gloria penetra en su Morada
de
Silencio
y en su Sistema
de
Conciencia.
Y nada tienes que pedirles, ni nada que nombrar… si Ellos no
tienen nada que contarte. Tú los dejas hacer y deshacer… Pues
para éso
están…
Así
dijo mi Padre. Y así lo comprendí, añiiiísimos después.
Cuando
la Sombra de esa sombra
se desterró de mi camita y la Abuela me trajo chocolates y un
cuadernito de dibujo, lápices de colores y un borrador en forma de
mapamundo, y por supuesto, un sacapuntas… yo le dije a la Abuela:
ahora sí, Tú y yo, vamos a entrar en el Silencio y nadie va a saber
lo que pasó…
Y
la Abuela callada.
La
ví cerrar los ojos, despacito. Abrirlos nuevamente. Mirar la
imagen de su Padre, que Ella guardaba cual tesoro allá en su
corazón, y sostener mis manos pequeñitas, como cuando una rama está
por florecer y tú no sabes de qué color será, pero conoces esa
forma desde siempre… y entonces presencié, lo que jamás había
imaginado.
Y
créeme, viajero…
Las
lágrimas de Aquella que cobijó mi cuerpo en noches de borrasca y
noches de dulzura, fueron la Puerta Grande. Te aseguro…
No
te voy a contar lo inenarrable, pero sí puedo aconsejarte que cuando
ese momento llegue hasta tu puerta y la Gran Dama Oscura se crea la
que sostiene ese Bastón de Mando y venga por tu esencia de peregrino
del Dharma
de
la
Gloria…
no creas en sus piruetas. Ni mires su diseño. Porque es figura
vacua. Evanescente…
No
tiene ni siquiera un respirar, en lo invisible. Porque NO EXISTE…
¿Lo
sabías…?
Mi
Padre me observó, como se observa a una niñita que quiere lo que
quiere y no conoce el Mundo y sus caminos atrancados y sus decires de
ignorante… porque mucho más tarde lo entendí…
Me
contempló con ansias de voraz y ojos de ciervo luminosos, de un tal
fulgor que un resplandor de los ralámpagos es pálido reflejo… y
yo caí, fundida.
¿La
Gran Dama… de quuuué…?
Y
te prometo, peregrino, de caminar más livianito, pues ya llegamos a
la cima y el temporal ya se amainó… y la vista es hermosa ¿siiií,
o no…?… que allí se barajaron los sones de la vida, que ahora tú
contemplas en estos dibujitos y en el tono de fondo, de toda esta
Aventura… que tú ves… y no ves…
Porque
también es Invisible… como comprenderás.
La
Aventura es aquí…
De
esa manera me introdujo mi Padre a los
caminos de la suerte y los caminos de la muerte,
como la Gran Sabiduría de los tiempos antiguos la llamaba.
No
tienes que llamar a nadie que no sea tu hermoso Ángel de Tu Guarda
Tu Dulce Compañía… Ni tienes que vivir la vida de otros. Ni
mucho menos escamparte de las tormentas que poseen la Luz de las
Tinieblas, pues sería la ignorancia permanente la que te acobijara y
te guardara del conocer bravío… Ese que las estrellas vinieron a
buscar.
No
a rechazar, mi Hermosa Peregrina de los Sueños de Nadie…
Y
allí, mi Padre resumió la gran dinámica de todas las grandes
experiencias que yo habría de vivir, y no sufrir… pues la
mariposita no tiene nada que envidiarle al Águila Dorada… Así me
dijo.
Y
me dejó tendida en ese campo de amapolas, que se cubrieron de rocío
las mañanas, de hielo y hongos por las tardes, y que me deshicieron
de todas las heridas, de todas las verdades… De cualquier cosa que
no fuera el conocer
de tiempos del mañana, como
me aseguraba mi Ángel, que se regocijaba como si fuera un niño que
acaba de nacer a todo ese esplendor de la Alborada Tierna de mi
Madre.
El
Esplendor Dorado. Así se llama…
¿No
quieres un poquito de su esencia…? Yo puedo regalarte, pues mis
alforjas vienen llenas… lleniiiísimas… viajero de la vida y
viajero de la muerte.
Y
no te asustes si nombro a la Gran Dama.
Esa
Señora no tiene nada que decirte ni nada que ofrecerte, como no sea
basura. Detritus secos. Malolientes vertientes de la Sabiduría
Oscura de los sabios de entonces. Los que creyeron en su aliento de
Mendiga. Y saludaron su corona y coronaron sus imperios, con sangre
y fuego y artificios de malsano rumor y bajo tono de esplendor
reducido, por la avaricia de los muertos.
La
sangre de los santos, la sangre de los dioses, la sangre de la sangre
que te acogió en el vientre de tu madre, es sangre
oscura,
créeme.
Por
eso nos dijeron que hay que limpiarla del pecado,
como llamaron Ellos, los escribas famosos de escuelas atrofiadas por
la ceguera de esos tiempos, en que el Sol relucía en las esferas
prohibidas y Ellos absorba y más absorba…
Cuando
en la realidad, había que dejar que el Sol se oscureciera, para
siempre. Que realizara ese milagro de evanescencia y de potencia,
que un día ocurrirá, pues cuando Dios le dijo al Primer Hombre que
no comiera de los frutos que no le pertenecen, Aquel comió…
Y
el Sol fue aquel Testigo… peregrino.
El
Sol se disolvió,
en las esferas mágicas, donde los ciervos hablan y las ardillas se
enloquecen de tanto hablar con el Altísimo Señor del Universo y los
ositos panda resplandecen como si fueran de diamante.
Todo
éso… y más, me contaba mi Ángel… en esas noches frescas, donde
el viento marino nos dejaba como si nos hubiéramos bebido dos vasos
de champaña y yo echaba a correr, correr, correr… encima de las
olas, y Él temeroso:
Te
va a subir un día de éstos una cresta violenta y tu mirada azul se
te va a reducir a dos salticos de niñita viajera, de una Estrella
sin Nombre…
Porque
mi Nombre, tampoco lo dijeron, Aquellos que sabían.
Yo
era la
Niña,
a secas.
La
Niña por aquí… y la Niña por allá… como si yo viniera de la
vida secreta de los enamorados del Destino, que no le temen a las
cosas que no poseen nombre, ni tienen artificios de manipuladores, ni
vienen a pedir… Porque vinieron sólo a dar y convidar…
¿Yo
vine a dar y convidar…?
Sí,
señorita… A dar y repartir… decía
el Ángel, con la sonrisa más divina de toda la Creación y los
ositos respondían: A
convidar, mi señorita… A dar y repartir…
Y las ardillas revolando, con sus colitas de colores y el elefante
en un silencio sepulcral, como si de éso dependiera la Ley del Bien
y el Mal…
¿Por
qué…? No se… Ni me preguntes.
Mi
Padre no podía consentir que nadie le inquiriera lo que no
corresponde a los Archivos Siderales, ni a los Archivos de la Vida de
las Galaxias Venusinas.
No
hay que pedirle a las Esferas del Silencio, que te descubran los
secretos que no te incumben, por ahora…
Y
así me despedía.
Con
un mirar de escarcha… pues me dejaba en el encierro más sombrío
de toda mi existencia. Y no voy a olvidarme, peregrino. Jamás se
borra ese momento en que tu Padre encierra la Mentira en una caja
gris, y la tira al precipicio.
No
te detengas… ¡Cierra la compuerta de ese naciente sacrificio…
pues realizar Amor en Nota Infusa, no es cosa de enemigos…!
¡Y
quién iba a saber…! ¿Enemigos de quieeeén…? me preguntaba yo,
en secreto, como si Él no se fuera a apercibir de que mi aliento
andaba bajo de tono…y Él: ¡Parturienta…! ¡Flojeras a esta
hora de la vida no corresponden a la Mirada de Ternura que tu Madre
dejó…! ¡Vas a dejar la Huella Abierta… y Tú viniste a
componer las notas de esplendor que tiene la Cerrada…!
¿No
comprendes…?
Pues
yo tampoco, amigo caminante. No entendía ni jota, de todo ese furor
con que Él me despidió, a la Hora de la Verdad.
Cerraba
yo compuertas…. y éstas se abrían como por obra y magia de
birlibirloque. Abría las ventanas, y toooodo se volvía como una
melodía, como decía la Abuela: Cierras
o no… ¡carachas…! Este chiflón nos va a desvirolar…
pues era una expresión que estaba de moda.
Desvirolar,
quiere decir que se voló una teja del cerebro. O sea, de la cabeza.
Y Ella, la Abuela sin Señales… la que dejó la Huella Abierta más
Cerrada de Tooooda la Creación de este Universo… me sonreía con
esa picardía que tienen las ardillas:
Desvirolarse
es bueno, Niña de mi Amor. Bendita sea la Hora en que aceptaste ese
rumor que las Estrellas dejaron en la Tierra. Ese alfabeto luminoso
con que la Jerarquía de las Galaxias vino a cubrir ahora a Gaia…
Y
entonces me acordé de que mi Padre me había dicho que la Tierra
tenía un Nombre diferente.
¿Gaia…?
La
Tierra
Prometida…
La que unirá los puentes, entre la Luz de la Abundancia y la Luz de
la Piedad. Esa que descubrieran los Ángeles de otrora, cuando la
residencia de la nota que el Universo dio, vibró, sembró en este
subsuelo submarino, dejó de ser la Oscura. Ahora la Nota de
Esplendor será salvaje,
peregrina. Y nadie la abrirá.
Ni
la podrá cerrar,
antes de tiempo.
¿Me
comprendes ahora…?
Y
lo pronunció con tal desesperanza, que yo sentí que mis pupilas se
dilataban como círculos en un estanque donde uno tira las piedritas
y ellas comienzan a expanderse, y mis ojos igual…
¡Tira
la piedra…! sentí
por dentro mío, como si un mandamiento omnipotente se fuera a
aposentar en esas Tablas de la Ley, que un día escribió el Señor
del Universo.
¡Desata
las amarras y cruza el Occidente…! ¡No mires a la izquierda…!
¡Busca la llave…!
Y
me acordé, de pronto: La
llave está en la copa de los árboles…
¿Quién
lo escribió…? me comenzó a decir aquella vececita de un conejito
blanco con chalequito a cuadros y me solté… viajero que me
escuchas, con la tensión dormida, pero firme… pues te siento
vibrar con mi recuento de aventuras donde las cosas no son cosas y
los sonidos son albricias, para quien tenga como capa la brisa del
Poniente.
¿Desvirolada…?
¿Yooooo….?
Y
mi Padre: Yoooo…
no se dice. Se pronuncia el vocablo con una risa de sapiente y se
dejan los dientes con la presión debida, no sea que mastiques con la
mandíbula cerrada…
Y
se soltó a reír, con ese tono de cascada, que inunda todo lo que
toca y ríen los pedrejones en el río y se debaten los esbirros del
Oscuro, pues es tensión que los azota de la manera más terrible y
nada puede entonces aliviar la pasión que los encierra, los desata…
Los deja sin aliento. Y tienen que cruzar, ellos también, el Puente
de la Gloria… pues la risa de mi Padre, es un furor de fuego que
devasta barreras de Mentira.
Cruza
los vados, centinela… me
susurró el Dulce Guardián de Todas las Entradas de la Tierra.
Cruza
y no mires dónde quedó tu resplandor de Estrella de los Mares, pues
viniste a cruzar… No a postergar.
Y
con ésto te digo, que mi almohadita no aguantaba todos los sueños
que brotaban, se iban… regresaban… y yo durmiendo en paz, como
una peregrina que conoce que el Ángel de Su Guarda es el que vela el
sueño de su imagen… que se volvió de pronto mariposa.
Porque
te digo: nunca estuve tan cerca de la vida y tan cerca de ese borde,
que dicen los que saben, que se conoce sólo en el momento de la
entrada al Resplandor Divino.
Yo
por si acaso me arrullaba, como decía mi Madre: Tú
te cantabas, sola… cuando eras apenas un petalito de rosa, en esa
cuna de mimbre… Si yo no estaba… tú comenzabas el runrún de la
canción de la mariposita… y era de ver y no creer… O sea: de
oírte a la distancia, con vocecita de turpial, de apenas cinco
meses…
Conocer
no es beber de la sabiduría de los sabios…
Eso
decía mi Padre, lentamente. Con el acento de esplendores reducidos,
pues de dejarlos sueltos, se inundaría el Mundo de ventiscas,
corrientes submarinas desatadas, ciclones tropicales, terremotos…
además de los crueles estertores que producían incendios, pestes,
ríos de sangre y fuentes de agua pútrida.
¡Mi
Dios misericordia…!
Así
decía mi Alma, que copiaba a la Abuela, en esas noches de negrura,
cuando salían en manada los malechores, y los esquilmadores de tres
maravedíes, como decía Ella:
La
noche está propicia para los buzos del astral. Ahora saldrán de
ronda los que no tienen que comer…. Y
no te cuento el resto, pues es horriiiipilante…
Pues
hablaba de sangre, de sangre y de más sangre…. ¡Brrrrrr…! No
más de pronunciarlo, se me pone la piel como un helado de chirimoya
y me dan maluqueras.
Era
terrible, créeme.
Aquel
acento de mi Padre y aquella frase de mi Abuela… que no voy a
decirte, por ahora, me dejaban más mustia que un lirio de los valles
que no encontró la agüita necesaria y se murió de resequera. Que
era palabra preferida de mi Ángel de Mi Guarda… que a veces se
trababa, y conducía la lengua en tonos diferentes y parecía que
hablaba en ruso.
Pero
yo lo entendía.
Y
resequera
tenía razón de ser. O sea: razón de consonancia, si pensamos en
todo lo que no tiene agua y muere de dolor, en medio a los desiertos,
que es la pasión sin límites que el ser de este Planeta dejó con
su miseria resonante.
Y
yo me entiendo… créeme. Aunque te suene complicado… me decía
el Ángel… tierno, suave… con sus alitas invisibles rondándome
los sueños, que continuaban, continuaban…
Y
yo detrás…
O
mejor dicho: Adentro… como comprenderás.
Los
días y las noches en que tú me cantabas esa canción de La
Mariposita, yo palpitaba de emociones extrañas, pues nunca conocí
las resonancias que tienen los humanos, y contigo aprendí…
Fue
deliciooooso…
Y
Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, reía en esplendores de
luces transparentes, como los globos de los niños.
Y
me consumía de Belleza…
De
una especie de suave fuego entre las venas, que no me respondían
como siempre, pues se había ido ese volcán que había traído al
Mundo y comprendí que tú eras esa Niña que me haría reducir el
cuerpo angélico y la misión de mis esferas vírgenes había
comenzado…
¿Venas…?
¡Tú tienes venas… y sangre y cuerpo y demás perendengues y no
lo quieres mostrar…! ¿Verdad…? ¿O no…?
¡O
siiiíii…!
Y
claro que ese diálogo, como comprenderás, era en estratos de
Conciencia Galáctica, no en ese tono en que ahora te lo cuento,
viajero de la sombra de aquel árbol, que nos espera, soñoliento…
pues tengo peresitis de seguir caminando. ¿Tú no…?
Los
árboles del mundo en que vivimos tienen la sombra quieta ¿no
sabías…?
Mi
Padre me mostró, en aquel bosque de abedules, cuando su Ser se
irguió como un venablo y salió trepidante en pos de mi Alma
pequeñita, me señaló, tronando… la calidad
dorada
que los árboles traen, para el respiro de la Tierra. Pero nadie
los ve. Ni nadie siente esa caricia…
O
casi nadie, en realidad. Tampoco exageremos.
Los
seres que caminan por el medio de los bosques, o por los parques de
ciudades llenas de campanitas invisibles, que el tráfico no deja
resonar, ni se pueden oír los ángeles vagantes, que miran a la
gente, huelen el humo de cigarrillos, se tragan el veneno de gasolina
y se sientan a ver ese espectáculo que es el Planeta Tierra
acelerado… no tienen la Conciencia de su cuerpo. Ni de su Tiempo
Augusto, como explicó mi Padre, midiéndome la risa, que comenzó a
brotarme, entonces… pero jamás como Él… como comprenderás.
Y
esa medida, amigo caminante, no se me va a borrar de mis pupilas, por
más que me las lave con agüita de lavanda, o les ponga goticas de
limón.
¡Qué
resonar… tan angustioso… y tan… no se…!
¿Te
gustaría que cambiáramos de tema…? Hoy
no está el palo para hacer las cucharas… como
decía la Abuela, que conminaba: ¡Quieta
ahí…! No te muevas ni un pelo… Los ángeles nocturnos se
despertaron… !y ahora, sí…!
Y
con eso anunciaba que los zapatos no andaban puestos en su sitio o
las camisas no estaban bien encarriladas, o la memoria me tenía de
la Seca a la Meca y yo como una momia… Pensando en chilindrinas.
Pero
eso sí…
Nunca
me dijo que no tuviera compasión por esa niña de siete años que no
sabía todo eso que tiene que saber, pues su cuerpito no la deja
sentir los remesones que los ángeles andan formando en esta Tierra…
pues “cómo
va a saber mi niña de esas cosas…! Y
así me bendecía. Me dejaba vagar, y vagar… y más vagar… sin
rezongar, ni recordarme ni siquiera que era prudente andar con las
espaldas llenas de Bondad…
Porque
era muuuy temprano. ¿Ves…?
Más
bien me corregía el esplendor
dorado,
por si acaso. Y me dejaba salir al huerto, en noches de tormenta,
que era una especie de obsesión que yo tenía…
Salía
a la interperie y regañaba al viento, por hacer estropicios. Le
decía: ¡Cómo va a ser que andes tumbando medio mundo,
zurumbático…! Y el viento se calmaba… ¡te lo juro…!
O
al menos se alejaba con tenues sopliditos, que dejaban el aire
oliendo a las magnolias, que tenía la Abuela en el balcón, y que
empezaban a reírse de mi inocencia inepta, pues el viento no es
alguien con quien tú vayas a arreglar las horas de limpiar y el
tiempo de sembrar. Y así yo andaba regañando a cuanta cosa me
turbara. O me dejara pensativa… pues era una presión que nunca me
gustó. La Angustia…
¡Ah…!
caminante…. La Angustia y sus laureles…
Y
vamos a dejar las cosas en su sitio… los huesos en su canto y el
cuerpo abierto… abiiiiiieeeerto… ¿me entendió…?
Y
era el momento en que mi Padre me quitaba todos los areneros de los
ojos, suspendía los mordaces latidos de los perros… que aullaban
esas noches, en que mi Ser vibraba en gritos de agonía, pues la
Angustia llegaba hasta mi puerta. Y de allí no pasaba… te
prometo.
Pero
pisaba firme. Fuertes eran sus pasos de negrera. Yo transpiraba,
temblaba de ansiedades, como cuando te dicen que va a llegar la peste
negra y le pedía al Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, que me
tuviera de su mano.
Que
nada en este mundo de miseria me fuera a acogotar, ni a declararse mi
Patrona… pues yo sabía de tanta gente que se dejaba hundir en esa
especie de marisma que la Angustia produce y venden todo… toooodo…
con tal de no ser presa de esa Señora tan audaz… Ni tan
rechinadora.
Porque
la Audacia, es cosa seria… caminante.
Y
el que la deja en el olvido, no llega ni al dintel de la Morada de la
Diosa, ni conoce el Sendero de la Luz, en tooooda su expansión.
Ni
vive lo que tiene que vivir, si en realidad vino a este Mundo a
conocer y a ver y a respirar lo que dijeron que debías respirar…
no la basura, por supuesto.
Mi
Madre nunca pudo con el aire…
O
sea: jamás dejaba de toser y más toser… porque su cuerpo de
esplendores de Todas las Delicias y Todas las Penurias de la Tierra,
no pudo con el canto del adversario y sus detritus apestosos. Con la
miseria, mejor dicho…
Esa
que trae a este Planeta la mirada
torcida…
La oblicua. La sedienta de guerras fratricidas. Y Ella decía:
No
te asustes… Mi Niña delicada como la flor de Lys…
Y
allí me suspendía un no se qué de goce inesperado… La Angustia
se me iba, como la brisa que se apaga en los días marinos en que los
mares tienen calma chicha… y el Ángel me miraba, como a la espera
de algo que nunca presentí, ni nunca pude comprender… pero que
ahora miro, a la distancia, y me parece conocido.
¿No
te ha pasado nunca que bajaste un camino… y volviste a subir… y
volviste a bajar… y cada vez lo viste diferente…?
Pues
Eso…
¡Así no más…!
Y
con aquella explicación mi Padre se esfumó. Me dejó boquiabierta…
Anhelante…
sedienta… Cubierta por las hojas de los árboles, que eran color
del oro del Potosí. ¡Qué dulce goce corriendo por mi cuerpo y qué
dolor irresistible…! Todo eso, al mismo tiempo… pues tooodo,
toooodo… hay que decirlo.
Esa
contradicción no es ecuación que puedas sostener, si no has tenido
antes la voz anticipada. La que murmura y calla. La que esconde el
arpegio de los sonidos de tu cuerpo, cuando el ardor, la ira, la
desconfianza y la pereza te tocan esas zonas donde mora el Dragón.
Y
Ese Señor, es algo complicado. ¿Tú has visto a los Dragones del
Destino correr en pos de una paloma…?
Yo
sí…
Mi
Padre me mostró la huella de un Dragón, el día en que nací a la
somnolencia.
A
la molicie de mi cuerpo, que ya tenía quince años… y no quería
nada que disturbara esa delicia que fue mi descubrirme. Tocaba mis
entrañas. Me acariciaba el pelo. Suspiraba por todo y por las
naderías más alucinantes… pues parecía que el Mundo me había
ofrecido el trono de Belleza y mantenía al espejo como en el cuento
de Blancanieves: Espejito…
espejito… Dime quién es….
Y todo el carrusel…
Y
así me oyeron los Señores que mandan la Parada, mejor dicho… pues
comencé a pedir lo inesperado, y el Ángel mustio, créeme. Yo creó
que no pasó jamás de los jamases una visión de los terrores y los
desastres y los desesperares, de una manera tan atroz… me confesó,
más tarde…
Desesperares,
no se dice… le dije, jactanciosa… Y fue primera vez…
Pues
la jactancia apareció, y apareció la gruesa consistencia que tiene
la conciencia de quien se baña en agua de rosas y no posee ni una
arruga.
¿No
crees que estás exagerando…? oí
decirle al Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, a mi Sombra,
sedienta de regalos y aplausos de las barras…
Y
mi Sombra: ¡Jamás…!
Yo no acaricio otra Belleza que no sea la mía, mi querido Señor de
Alas tan largas, que ni siquiera sabe dónde acaban ni por dónde
empezaron…
Y era una frase que había oído, o un título de un libro… no me
acuerdo… en todo caso no eran mías, como tampoco lo fueron los
desplantes, ni las iras perdidas en el huerto de al lado… donde
bebían groseros invitados, que nunca fueron del gusto de la Abuela.
Ahora
verás cómo se arriesgan estos filipichines y tocan a la puerta y
preguntan por tí… Pero yo tengo contraseña… y nadie la conoce…
¿Me entendiste…?
Y
yo, que sí… Que había entendido, Abuela… que me observaba con
las ansias de quien conoce y no conoce. De quien sabe que toooodo es
parte del camino, pero no tiene fuerzas para mirar el estropicio que
eso produce en tu cuerpito… y el Ángel quieto…
Como
si fuera de palo, créeme.
Y
no es un espectáculo que uno quiera vivir, ni repetir… esa
película del tiempo en que mi Sombra se escurría por las ranuras de
mi cuarto y se metía debajo de mis cobijas.
Me
susurraba cosas malolientes y me dejaba yerta… Tembloroso mi cuerpo
y tenso el corazón, que no dejó jamás de reclamar lo suyo. Hasta
que un día me dijo:
O
tomas… o lo dejas… Pero ésta, no es conmigo…
Y
yo entendí, de pronto, lo que ese Corazón estaba reclamando.
Lo
ví dejar a un lado el Gran Perseguidor, que andaba pretendiendo mi
hermosura violenta y tempranera. O sea: lo ví ver al Dragón.
Y
en ese encuentro… créeme, viajero… quedó toda mi Angustia.
Se
quebraron espejos, seductores volaron a otros predios… y mi camino
se espaciaba en medio a los suspiros de mi Ángel de Mi Guarda Mi
Dulce Compañía y de mi Abuela Hermosa como la Flor de los
Desiertos.
¡Ah…
compañero querido de camino…!
Las
alas del Dragón, no tienen compostura… como dirían las tarascas,
que en el momento en que surgió ese Señor alado como nadie…
dejaron de chismear. De acomodarse en los balcones para verme pasar,
acompañada de mi Sombra, pues comprendieron que yo al fin tenía un
pretendiente. Que eran bodas seguuuras…. seguriiísimas… como le
oí decir a una de ellas:
El
pretendiente es fino, mija… De capa negra y bigote repuntando…
Y
la otra: ¡Ay,
sí…! ¡Qué envidia de las malas…!
Y
allí quedó mi cuento. O sea, la Historia del Dragón y la paloma
torcacita que no dejó quebrarse al Corazón, que fue el culpable, en
realidad, de que la puerta no se abriera a los abismos. De que el
cuidado del Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, que se paseaba
silencioso, como esperando un parto, o un milagro… no se quedara en
agua de borrajas.
Porque
fue así…
Las
tardes se quebraron igual que los espejos y aquel Señor de alas de
fuego y aliento purpuriento, le dijo al Corazón. Porque lo oí,
clarito… te aseguro:
Usted
ganó… mi compañero. La baza es suya… Arrivederci…
Y
no preguntes cómo entendí que hablaba en italiano. El caso es que
las lenguas del Corazón y las lenguas del Dragón, se parecen
bastante, ahora que lo miro a la distancia y con prudencia.
Pero
no hay que confundirse, a la hora de las galletas…
Así
dijo mi Padre, que me miró con la mirada de tibio resplandor y se me
rió en la cara, lógico.
Pero
la risa no fue la que esperaba. Y eso me tuvo pensativa, hasta el
Sol de hoy… te quiero confesar… pues fue una risa franca, como
las risas de los niños que vienen de la escuela y se encuentran
palomitas y las persiguen con los útiles y las palomas van y vienen
y ellos currucuteando… o algo así…
¿Me
comprendes?
Igual
que en los oásis…
Te
habrás de ver en los desiertos y caminando vas con las serpientes y
los escarabajos… pero te irás templando, peregrina.
Te
verán caravanas de seres altos, diestros en los vientos y en las
medidas de esa zona, que es ardiente, mortífera… pues lleva y trae
fuego y los camellos son los únicos que conocen la ruta. No te
adelantes. Ni te atrases.
Guarda
ese ritmo solo, de una nota voraz… pero no dejes que el oásis te
colme de dulzuras que no te corresponden. Deja a la caravana
regodearse. Vivir de sus tesoros, como ellos llaman la bazofia que
cargan en alforjas y que ellos cuidan como si fuera oro en polvo.
Porque
la Noche va a llegar… y tú la necesitas… Niña de fieros
ademanes…
Y
allí mi Padre se tornó en la sensación más alevosa y el anhelo
más recio que yo hubiera sentido en toda esta Aventura, pues me
dejaron los esbirros del Señor de las Alas grandes como el Mundo…
y me asaltó la Duda.
Y
allí… en ese instante de temblores como jamás de los jamases, yo
conocí el tormento de lo desconocido.
Y
éso… mi amigo caminante, es la
mirada
de
Dios…
Así
anunció mi Madre, el día antes de su descenso a las regiones de la
Muerte: La
Mirada de Dios es amplia y dura… Nunca se sabe dónde está
mirando, ni cómo va a templarnos ese rumor desconocido que Él tiene
preparado….
Y
yo estaba jugando con sueños, me recuerdo.
Tenía
en la mano una rosita roja y miraba la tarde, que repartía colores y
rumores de pájaros como si nos quisiera convidar a ese desconocido,
de que mi Madre hablaba, y de pronto, pensé: Cada color es
sortilegio… Y cada sortilegio es un color… y en la
Mirada
de
Dios
está la clave…
Y
nunca supe cómo se me ocurrieron esas cosas… y mi Madre observó
con expresión dulcísima el Sol que se escondía, me acarició el
cabello y me dejó el color de sus pupilas verdes, como el trigo
naciente.
Nada
se va, ni nada llega… sin que Él decida… dijo.
Y fue como un suspiro que rodeara ese Mundo de Mentira, lo
transformara en Luz de Aurora y lo dejara limpio… limpio…
Nada
se va, ni nada llega… te
repito.
El
día en que la Duda se aposentó en mi territorio como si fuera la
guardiana de mi vida, o la que tiene el mando de tooodos los alfanges
y tooodas las basuras de la Tierra… porque de éso
y Dolor... había por montones… llegó también la Gran
Compensadora, como supe después que se llamaba.
Mi
Ángel me dijo: Yo
me voy un ratico… a recorrer… Y si alguien llega… no le abras.
Es mejor que me esperes, no me demoro nada… Enseguidita vuelvo…
Y
enseguidita
vuelvo,
se volvió un río en creciente, donde yo navegaba con mi barca hecha
trizas, el vestido en hilangos, sin bastimento, un solo remo… o sea
¡el
desastre hecho canción…! como
diría mi Abuela, que siempre que venían los diestros del Oficio de
la Desarmonía, Ella anunciaba:
¡Se
acercan los del disco rayadiiísimo… Atención, pues… que es un
desastre pasajero…! Y
yo ponía cara de entendida…
Y
vete tú a saber, por qué me acuerdo ahora que te cuento la Historia
de la Duda, pues a la hora de su visita, nunca tuve presente lo que
la Abuela aconsejaba…
¡Bendito
sea Mi Dios…! ¡Qué cabecita olvidadiza tiene esta Niña
tempranera y amiga de los vientos!…! seguro
hubiera gritado desde el patio, mientras le daba de comer a las
ardillas.
¿No
crees que fue absurdo…?
Yo
sí creo… mi Niña… me respondió Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce
Compañía, cuando volvió cargado con cerezas y un canastico
rebozante, de perlas del Pacífico.
La
Duda… compañero de caminar y caminar como nunca pensaste que se
podía en este Mundo… pues como ves, vamos cantando y haciéndonos
camino pero la cuesta sigue… el duro rito continúa y nada se
apacigua, porque la Vida posee el Hilo de su Historia y nosotros nos
vamos consumiendo, como las marionetas que ya se envejecieron y hay
que tirarlas, buscar otras…. La Duda… te decía… no tiene
condiciones.
Ni
tiene escampadero…
No
había llegado de la gran aventura del oásis, cuando se decidieron
los grandes mequetrefes de la Historia de Nadie, a dedicarme esa
canción.
La
de aquel disco
rayadiiísimo…
Y
parecía que todos los arteros en el Oficio de Alabanzas y en el
oficio sin oficio, se habían precipitado en los abismos de mi Ser,
que no podía con su Alma… pues me caían verdades
imposibles
y verdades
enemigas
y verdades-verdades…
mejor dicho.
Cuánta
verdad
cayó… no te puedo decir.
No
tuve tiempo de contarlas, ni aliento de vivirlas, ni me podía tener
derecha, de tanta carga que tuve que aguantar, pues la
verdad
sincera
es dura… maloliente… Huele a hongos en los pies, para
explicártelo más claro. Y por supuesto, no tienes la paciencia que
tienen los que saben que esa medida va a pasar, como pasan las
ráfagas de claro resplandor que trae el Oriente, en su carroza de
flores.
Y
estoy florida… como ves…
Pero
es por despistar… Por no dejarte tendido en el camino, como quedó
mi Sombra… pues nada hay que callar… a la Hora de la Verdad.
Cayeron
tempestades de Duda y de Dolor, y yo con ellas… caminante.
No
supe de mi Ser, hasta que un día de Sol reverberante salieron las
endechas a retomar la rienda de mi cuerpo, que no chistó. Ni
rezongó… Parecía herido de muerte y yo lo contemplaba como
contemplas las heridas de los soldados en la guerra, pero es una
película y tú no tienes nada que apostar, ni nada que perder, ni
mucho menos naaada que opinar… como fue la respuesta de mi Padre,
cuando llamé, llena de angustia, su Presencia.
¡Calma
mi sed de Amor Ambiguo… Padre Omnipotente...! ¡Apiádate de mí,
pobre cautiva del Destino de Estrella Errante que no pensó jamás en
ese cruce… y ahora no resiste tanto vibrar en esta cuerda floja…!
¿Dónde están las espadas, que Tú me prometiste…? lo conminé,
a los gritos… y como comprenderás, llegó…
Como
Tigra parida…
Como
un revuelo de mariposas. Igual a un cataclismo, que se desata en dos
segundos y es un flechazo ardido en tus pupilas y tú no tienes
tiempo ni de gañir ¡socorro…! pues éso
envuelve tooodo.
Acaba
con tu aliento. Te deja muda. Ciega. Sorda. Alucinando… mejor
dicho.
Y
la Duda, cantó su canto de Victoria.
Y
sonaron clarines, tamboriles… cada cual su bandera y cada quien su
himno, y me pidieron pasaporte… en las aduanas, los retenes, los
cruces de los ríos y yo sin cédula… sin ganas de tenerla, para
mejor decir… pero era obligación. Tenía que ser
de
aquel
redil…
como dijeron aquellos cuidanderos de las puertas.
Los
que bebían en vasos de metal y dejaban la Tierra hecha un
mandilandinga… pues comprendí que lo que un día la Abuela había
anunciado, era lo que en ese momento yo vivía:
Llegarán
con sus copas… llenas de alacranes… Eso
dijo.
Te
arrancarán los ojos, pues quieren que seas ciega… como ellos. Y no
dirán después que te pusieron en las filas de los desamparados, ni
van a consentir que te defiendas de aquél atroz silbido de sus bocas
de ofidios perniciosos, pues no tienen Conciencia… sino que tienen
omnisciencia, según ellos…
Y
serán… Y serán… Y tú los dejas ser, lo que ellos quieran…
Más te vale…
Más
me valió… viajero que me escuchas, con la Conciencia Abierta,
florecida… como una rama de mirto, pues puedo verla ahora…
¿No
sabías…?
Tu
hermoso palpitar leyendo esta Aventura, que llega casi al fin… o
sea: es un decir… porque al final-final,
nuuunca se llega… me revierte en la Historia de mi Tiempo, en que
me dije: Y bueno, pues…! ¡Si ya llegamos hasta aquí… pues
hasta aquí, llegamos… peregrina.
Y
retomé el Bastón de Mando, que me dejara el Ángel, debajo de la
Puerta, pues un día lo ví… ¿me has de creer?
Andaba
tan cieguita y tan acongojada por la Señora de las penurias del
Olvido… y del Miedo, sobre todo… que no acaté a buscar lo que Él
me susurró, cuando se fue un
ratico…
a
recorrer…”
“Busca…
Niñita. Pues el que busca… encuentra…”
Y
yo le ví esa sonrisita de Ángel despistado, con la que abate
puertas invisibles, revuelca nidos de serpientes y trae a los vientos
locos de remate… pero no me acordé, con tanta tremolina que
armaron los esbirros, y la Señora de marras… pues son como los
magos de los circos.
Sacan
conejos de donde no los tienen y escriben evangelios, como si fueran
ellos los que inventaron la palabra de Dios en las Alturas… pues
cuando llueve… ¡llueve…!
Así
decían las generalas, lleeenas de alamares, en su pechera augusta…
Y yo las admiraba, a mi manera… porque cargar con esa condición
de ser conocedoras
de los Bienes y Males
y sobre todo de los
esclareceres de la Mente… no
es cualquier pesadilla, Señoras Omniscientes en la Sabiduría del
Espacio y de la Tierra que se hunde… Sin remedio ni pena…
Créeme,
viajero…
La
Tierra no suspira, proque no tiene dueño que la haga suspirar.
Doblarse… sí.
Ella
se ha doblegado a tanta malvivencia y tanto desamor que la Raza
Olvidada y la Raza Perdida y la Raza Sedienta de Mentira, le ha
venido infligiendo, día a día…
Y
no se cuántas horas… ni cuántos siglos… ni cuántos ires y
venires de cuerpos y más cuerpos de seres sin Conciencia y seres sin
Esencia de Verdad Intangible… que la sacuden, la maldicen, la
venden en mercados y aquel mejor postor la compra, la encadena… la
viola, por demás…
No
se cuánta tristeza… viajero que me escuchas, con la mirada vacua y
el corazón ardiendo de armonía impotente… pues no podrías tú
sólo con tanto malhechor… Y eso me dije yo:
¿Cómo
hago para hacer que llueva y que no llueva… cuando esta señoras
generalas deciden los rituales y acomodan la esencia de los fuegos y
tienden trampas a los Ángeles, que caen como moscas… ¡miserables…!
¡Cazurrientas…!
¡Las
deberían coronar con hojas de ají pique…!
Y
me pasé los días y las noches destemplando sus liras. Armando mis
arreos de Paladina de la Luz y en esas me entretuve… Y fue cuando
llegó la Gran Compensadora… como decía Mi Ángel de Mi Guarda Mi
Dulce Compañía, que se llama ese Ser, de tibio resplandor.
Desamarró
las trampas… te aseguro.
Cortó
la cuerda floja y echó a patadas a la Sombra, que medrosa, llorosa,
me bisbiseaba, temblequeando: No
le hagas caso… Éso, es embuste…
¡Embustera…!
¡Traidora…! le
gritaba a aquel Ser de resplandores únicos y una Fuerza Absoluta…
pues barrió… te lo cuento. No dejó títere con patas ni
marioneta con los ojos en el sitio indicado… Todos y todas
quedaron como si fueran de cartón.
Y
apareció Mi Ángel, trayendo las cerezas y las perlas más finas y
más raras de toooda la Creación.
¿Todo
bien…? preguntó… con vocecita de violoncello de Orquesta
Filarmónica de Viena.
Y
como comprenderás… nos estuvimos carcajeando, hasta el rayar del
Sol…
Todo lo que estás viendo, ha sido fabricado para ignorancia de sapientes… pues creen en el respiro de las víboras y en el graznido de los cuervos. Nada hay detrás de la Sabiduría Excelsa de Tu Madre de Luz de las Auroras Vírgenes, que no sea la Eterna Sintonía.
La
que dedica su respiro a componer, armonizar, desbaratar las armazones
que el dedicado amigo de los cuervos dispone en esta Tierra, como si
fuera él quien dijo la Palabra, y el Mundo se alumbró. Aparecieron
peces, aves, frutos… y él, el Señor Supremo… según sus
evangelios de ruinoso cantar de los cantares…
Deja
que el Sol alumbre… y Tú, tranquila…
Un
día el Sol saldrá por donde tiene que salir… y entonces
convidamos a los Ángeles Verdes y los Ángeles Violeta y haremos una
fiesta…
Y
yo me preparaba…
Sabía
que habría de ver todo eso que mi Padre decía, con su mirada fija
en mis ojitos de peregrina ciega… pues entonces yo no era como
ahora, ni perseguía las mariposas.
¡Ah,
caminante…! ¡Las mariposas de colores…!
¿Sabías
tú que con su vuelo vagaroso tejen las armonías de las esferas y
melodías excelsas, que vibran en el cielo y descienden después, en
forma de maravilla…?
¿Noooo…?
¡Ahhh…!
Pues
tienes que saberlo. Tendrás que suspenderte de mis alas y conocer
el Mundo, en toooda su Belleza…. y toooda su Canción de fértiles
ocasos. No los que ven los caminantes que no tienen el tiempo de
conversar con las ardillas, ni saludar a un caracol… ni mucho
menos… pues ellos tienen prisas locas, risa de marioneta y voz de
maquinita…
¿Tú
los has visto…?
Caminan
tiesos. Con los zapatos bien lustrados y el cuello de la camisa
almidonado y claro que exagero… pero es que cada vez que yo los
miro atafagados de tantos menesteres y tantas cuentas en los bancos y
todo ese montonón de deudas y de miedos, pues no conocen paz… ni
saben qué es lo duro y qué es lo blanditico… mis alas se
despiertan. Revuelo y tiro al viento tooodos mis colores… pero
ellos, nada…
No
se impresionan con mi oferta.
Para
ellos, lo valioso del Mundo… lo que los hace trepidar, bailar,
beber, soñar… es nada más que el oro.
¿Los
has visto llorar por tonterías, cuando en la realidad llorar,
llorar… tiene la calidad de los entierros de segunda…?
Yo
no se si tú quieres que te cuente cómo fue que llegué, con tooodos
mis hermanos y tooodas mis hermanas, al Planeta… ¿Hacemos un
vuelito y en un abrir y cerrar de ojos te lo cuento…?
Y
le dije que sí… a la mariposa, como comprenderás.
Y
volamos, volamos y seguimos volando… ¡y qué de coloridos y qué
de música atronante…! pues yo creí que aquella Esfera de Bondad
con que Ella se cubría nos iba a producir la suavidad tan prometida
y mientras comprendía que aquello era su vuelo en sortilegio
húmedo,
como Ella me explicó después que fuimos y volvimos… me había
pasado de tooodo…
Porque
aquel vuelo
triste,
me confirmó que cuando no se sabe, mejor te callas y miras las
auroras, sin requerirle nada a ese tormento, que es el de comprender,
sin conocer…
Conocer
es tesoro de sapientes… Pero la Luz del Sol trae consigo el
comprender… y éso, no es cosa de saltimbanquis…
Así
dijo mi Padre… cuando yo regresé del vuelo con la mariposita, y me
dirás que por qué triste.
Que por qué uno comprende,
y no conoce…
Que cuándo me enteré de tanta malquerencia y tanto vuelo inútil
que organizamos en esferas que no nos corresponden…
Pero
qué quieres que te diga… caminante voraz, que determinas tu camino
y quieres conocer
de un día para otro… como si fuera fácil resolver aquel enigma de
la Esfinge y creer en sus garras de león…
Porque
creer, creer… decía
mi Abuela, sonrojándose como una jovenzuela enamorada… y a mí me
dio la risa más terrible de toda mi existencia de Niña olvidadiza y
llena de preguntas… pues yo quería saber lo mismiiito que Tú.
Y
Ella me contestó…
Y
te juro por las flores que aroman la mañana: Jamás volví a pedir
que me aclararan esas cosas que son secreto a voces… Que tienen el
diseño abierto y claro como el agua, pero nadie las oye… ni nadie
las percibe… mejor dicho.
¿Por
qué será que tienen miedo los humanos de ser lo que no son…?
¡Y
allí te quiero ver…! tronó la risa de Mi Padre… y Mi Ángel de
Mi Guarda Mi Dulce Compañía se refugió en la alcoba de Mi Madre…
y Mi Abuela gritó:
¡Traigan
la Rosa de los Vientos y pónganla en la puerta del Jardín…! Así
esta muchachita sabrá lo que es candela… Y
empezó a sacudirse el Universo.
¿Por
una preguntica…?
Pues
sí… Por nada más ni nada menos que la pregunta e-xac-ta…
a la hora convenida. Porque los tonos de la voz no son cualquier
flechazo, querido caminante.
Porque
los sones de la atmósfera, nos traen y nos llevan y no nos
convencemos de esa Verdad Excelsa, hasta que al fin se desbarata el
equilibrio… se desploman barreras que ellos aseguraban que eran
indestructibles, se incendian bosques y praderas, los ríos se salen
de sus madres y los sonidos suene que te suene… y el Mundo entero,
sordo como tapia.
Capaz
serás de preguntarme por qué los ríos llevan piedras y los árboles
dan frutos…
¡Pues
porque sí…! le respondí a Mi Padre, con esa altanería que tienen
los niñitos que acuden a la escuela de los entorpecidos por el sabor
de la ambrosía, antes de tiempo. Y Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce
Compañía me hizo unas señas estrambóticas, que yo no le entendí…
¡Pero
qué crees Tú… murciélaga insolente…! Deberían cortarte esa
lengüita de víbora… y
allí me desperté…
¡Qué
sueños tan odiosos…! mi querido viajero, esos que traen
consecuencias de ligero sabor al paladar y fétidos olores, que
inundan tu envoltura de luz adolescente… y no vamos a hablar ahora
de esas cosas. Yo terminé en un mundo de ilusiones que me traía y
me llevaba, como si fuera corcho en remolino…
Y
Mi Padre Omnisciente como Nadie… Duro en su aspecto y suave en su
tronío, que es Puro, silencioso… pues Él no vino a convidar a
todo el que se asome a la ventana, a ver pasar a un payasito de una
comparsa de circo, como aquellos que llegan, arman tienda, venden y
venden alhucema, agüita de borrajas y agua chirle… pues mercancías
tienen, créeme…
Y
tooodo lo que anuncian… y tooodo lo que ofrecen, es la sonrisa
hueca de un esqueletico, porque tarde o temprano, en eso
se convierten… Mi Padre… te decía… no vino a presidir esos
banquetes.
Si
alguien me dice que Él es El
Mensajero de Todas las Bondades de la Tierra,
yo me quedo callada.
Y
si se escudan en premisas de Gran Secreto y Bienaventuranza… yo no
abriré mi boca, te aseguro…
Porque
el que sacudió La
Puerta del Olvido
y La
Pasión de Amor en Tono Libertario…
no tiene apelativos. Ni posee los tonos que el vulgo quiere
intronizar en su doliente Cuerpo de Esplendores.
Tu
Padre Fue y Será la Sombra más Hermosa de Toda la Creación. Él
manejó la suavidad de aquella Oscura Dama, como si fuera una
potranca con resabios. No la dejó ni tropezarse, cuando el camino
era de espina cardonera y rocas, en subida… ni la mimó, ni la
trató de Tú a Tú…
Y
Mi Madre de Amores Imposibles y Sueños Permanentes… sacaba su
pañuelo bordado de mariposas, lo doblaba y doblaba y lo seguía
doblando…
Y
yo sabía que en el fondo de aquel corazón tibio y lleno de
tormento, pues no fue su estadía en esta Tierra un caminar sereno y
amoroso… sino más bien un terminar lo que venía a terminar… yo
intuía, viajero… que ese pañuelo de mariposas encerraba el
Secreto de su Anhelo…
Que
la paciencia con que Ella lo doblaba, y lo volvía a doblar… era
aquel signo de los tiempos. O sea: El Gran Momento de la Verdad, que
Ella tenía escondido, porque de haberlo abierto al Sol de la mañana,
los pajaritos se hubieran quedado sin sus trinos, para siempre jamás…
Ella,
sabía….
tooodo eso.
¿Me
entiendes… peregrino…? O ando tejiendo delgadito y tú en la
diligencia de sumar, dividir… tratar de no perderte en este
laberinto… pero no me hagas caso. Sigamos caminando… A veces,
pierdo el ritmo de mi aliento y comienzo a decir las cosas más
perogrullentes… como opinaba Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce
Compañía:
Si
la gente supiera de qué tú estás hablando… sería oootro cantar,
mi mariposa vagarosa. Fíjate bien con quién te sueltas y con quién
amarras rienda…”
Y
sí… Tenía razón.
No
siempre se conocen las actitudes propias, ni los valores de los
otros. A veces comprendemos, y otras no. ¿Tú que opinas…?
Y
mi Abuela en silencio sepulcral.
Llenaba
la botija de agua de la fuente, que era como un cristal lleno de
burbujitas y lucecitas tenues, tenues… y me daba de beber.
¡Ajaaá…¡
sonaban los timbales. ¡Ajjjaaajá…! se me reía por dentro el
Ángel de Mi Guarda… Y así…
Una
de cal y otra de arena, como es de imaginar.
Los
tiempos de esos tiempos me hacen reír de una manera tal, que
lágrimas y lágrimas de pura gozadera me brotan de los ojos, ya
cansados, te digo… Yo fuí a la Feria de las Flores y ví los
Montes Sacros y coroné la inmarcesible permanencia de tooodas las
Montañas de la Tierra. Pero ninguna habló.
Ni
nadie me predijo el día de mi Muerte, ni me vendio la suya… Eso
está claro.
Lo
que sí se… viajero… es que la Vida en esta Tierra es un cristal
que hace Arco Iris, cuando le pega el Sol… y es un cristal opaco,
por la Noche. Pero cristal, o no… Sombrío o Luz… Vida ha de
ser… mientras nosotros insistamos en componerle aquí y en
retraerle allá… y en cortar, y podar… y resumir… al fin de
cuentas.
¿Tú
has visto alguna vez, cómo los vientos llegan con su albedrío
suelto y dejan los sembrados llenos de insectos poderosos, que acaban
siendo los dueños de la cosecha…?
Así
mismito…
Eso
vibró, en tono de Mensajero, Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce
Compañía, acompañándome en mi sueño, bajando las persianas,
poniendo aquella música de flautas y los sonidos de ballenas, de
mares calmos y gaviotas… y entonces me dormí… viajero que me
escuchas. O que me lees, mejor dicho.
Porque
escuchar
la letra escrita…
como Mi Padre me explicó, en una Noche oscura como el remordimiento
de un ladrón… va a ser cosa de siglos y más siglos.
Pero
Tú, escribe… me ordenó.
Y
aquí me tienes. Hablándote en silencio. Ordenando mis cosas
interiores y permitiendo a tu mirada de llenar lo que falte. De
preguntar y rezongar, si es así como andamos el camino, de aquellos
sueños que Alguien… o Algo…
O
simplemente Nadie… concibió.
Y
nos imaginamos, a lo mejor, Tú y Yo… que ya somos amigos de
camino. Que podemos pedirnos direcciones, o preguntarnos el número
de teléfono… y en realidad… no tengo celular, pues son
cariiísimos… ¿o nooo…?
Y
vas a perdonarme que interrumpa mi historia, en este rinconcito de un
tal verdor y luz, que me dio piquiñita en las pupilas. Me estoy
cayendo de sueño…
¿Nos
dormimos…?
La
Humildad, no es cosa de lloreras. Ni tienes por qué andar retirando
ahora los estratos que te impiden bajar a los infiernos. Para eso,
viniste…
Y
así se acomodaron estratos
camineros
y estratos
volanderos
y los demás estratos que faltaban… pues nunca supe cuántos eran.
El
caso es que las frases del viento en la vereda, en que yo estaba,
quieta… pensativa, mirando ese fulgor que tienen esas calles de las
ciudades grandes y que parecen revoltijos de gases y de ruidos y todo
el mundo en pánico, porque es la hora del almuerzo.
Yo
no miraba, en realidad…
Más
bien sentía todo aquel desorden, que causaba el rumor de todas esas
máquinas, que corren al unísono y los semáforos tratando de
ordenar, y policías tratando de encontrar las claves de la furia que
trae y lleva toda esa multitud, porque nadie obedece… O mejor
dicho: obedecer, obedecer…
Y
si no fuera por todo ese sonido que yo tenía adentro, me hubiera
vuelto un buruñito… como decía la Abuela, a la hora de la
Oración:
Hazte
un buruño… ponte recia… que Dios está escuchando…
Y
buruñito
era enroscarse, con la Conciencia Clara. Estar alerta a las antiguas
coordenadas, pues era necesario saber de tooodo un poco…
Así
decía esa Abuela, en las mañanas y en las tardes y uno aprenda que
aprenda, a remendar. A sacudir. A cocinar las papas en su punto…
¡Qué cosa tan tenaz… ¿No te parece exagerado…?
Pues
nooo… Y mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía no me explicaba
nada… y punto.
Y
entonces, te contaba… yo comenzaba a caminar por la vereda gris,
llena de papelitos, colillas, latas vacías de cerveza, multitud
presurosa, los ancianos y niños mendigando, y perros callejeros…
pensando en nada, en realidad. Viendo sin ver… pues la corteza de
mis pupilas se había llenado de una especie de musguito y percibía
a lo lejos un resplandor verdoso, y a la hora de la Oración, me
acordaba de la Abuela: Dios escuchaba…
Es
cierto, caminante…
Los
pitidos, aullidos, los gritos de premura. Y el Miedo… sobre todo.
¡Qué
horror…! ¡Qué cosa tan horrible…! ¡Mi Dios Misericordia…
que el Cielo nos ampare…!
Eran
los ruidos que yo sentía venir, en avalancha, como si el Mundo se
estuviera reciclando y nadie lo supiera… pues no podía conocer,
quien no posee oídos en la
cintura
de
Dios…
Como decía mi Padre, en horas de ternura, cuando me describía cómo
juegan los Ángeles Hermosos en el Jardín de las Delicias…
Y
yo me consumía…
Me
desdoblaba. Visitaba en secreto las rosas de ese Jardín de todos
mis anhelos… los alhelíes, las magnolias… como esa mariposa,
que te contaba entonces, que mi Padre decía que yo tenía que ser…
Y sí…
El
Miedo… Niñita peregrina de los Deseos de Tu Padre, hace estragos…
Y deja el Alma sucia…
Y
yo, esquivándolo: ¿No has visto las espinas que brotan de las rosas
y si Tú te descuidas, te las clavas…?
No
me cambies de tema… decía el Ángel… cuando yo prefería borrar
esa palabra de mi Centro de Gloria, pues era fiera… resonante…
como si uno pudiera contrariarse, cuando ella aparecía. No lo
dejaba a uno respirar… ¿o sí…? ¿No te ha pasado que un día
tú viste algo que te llenó de terronera el vientre y el corazón
dejó de palpitar…?
Y
el Ángel: Nooo… Yo no veeeo… Yo SOY…
¡Ah…!
Pues, perdooón…
Y
así yo comprendía, que comprender los sones de los alados
caminantes, que asisten a tu flanco a las proezas, los entierros y
las coronaciones de sapientes, además de diatribas, los sermones,
discursos bizantinos y demás ejercicios de poder, que el Mundo y sus
delicias nos ofrece… es cosa de poetas.
O
de fecundadores… Mejor diría… ¿fundadores…?
No
se… me respondía Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, con
la mirada vaga y soñolienta, pues creo que mis cuitas y mis
perogrulladas lo tenían ya borracho… y me dirás que a un Ángel
no puedes inducirlo a semejante tipo de experiencia, pero tengo mis
dudas. ¿Sabías que un Ángel tiene tooodo lo que tienen los seres
de la Raza Mayor…?
Y
yo inquirí: ¿Raza Mayor…?
Y
mi Padre, con risa de esas en las que suenan campanitas y vibran en
azules y en doraditos claros, claros…
La
que sostiene el Alimento y el Prana conocido como La
Bendición de Dioses Omniscientes…
Y
allí quedó mi Ser… suspendido a las ramas del primer árbol que
encontré… como comprenderás.
No
quieras aprender antes de tiempo. Ni quieras conocer lo que no es
ritmo ni sonido que no te corresponde, pues las canciones de los
serenateros no hacen más que llenar la noche de pendencia.
¡Olvídate del trono y arráncate a volar… en vez de andar
pendiente de las joyas que heredaron las reinas de belleza…!
Y
con esas palabras, el viento… o sea: Mi Padre, en forma huracanada,
se me llevó el aliento a las regiones hoscas… Las que no tienen
penas ni dolor de no tener siquiera un pedacito de pan con mermelada.
Y espero me comprendas…
¿Nooo…?
Y
el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía: No te endendí ni piiío…
Trata, otra vez…
Y
ante mi reluctancia, pues me quedé furente… por no decir
frustrada, de tanto ir y venir que tienen esas experiencias de
comprenderes y saberes y decidires huecos, huequisiiísimos… y no
me importa si las palabra te suenan a las rarofonías que las
tarascas suelen encontrar, en todo lo que toque, o que se acerque…
mejor sería decir…a mi persona, pues a
mí nadie me quita ni me pone… como
decía la Abuela, que decía no se quién… y te perdiste… y
echamos para atrás…
Como
veníamos diciendo:
… ante
mi reluctancia, pues me quedé como quien lleva un pandemonium
en el Centro Dorado… mi Compañero Alado de Suave Caminar y Dulce
Respirar… me suplicó bajito, como cuando uno quiere que las
haditas dancen, para tí, y en secreto… la más hermosa danza de
tooodo el repertorio:
Trata
una vececiiita, nada más…
Y
todo se rompió…
Se
deshicieron esas taras, que dicen que traemos desde los nacimientos
inferiores. Esos que trajinaron y corrompieron y dejaron como unos
coladores, los sabios de la Atlántida. ¿Habías oído hablar de
esos Señores…?
Yo
supe de Ellos, el día de mi partida. Cuando dije a los vientos del
Pacífico y los vientos del Atlántico: ¡Adiós, hermanos…! Hasta
la próxima película…
Y
hasta el Sol de hoy, como comprenderás…
Pues
bien… como diría la Abuela… que nunca comenzó con una frase
hueca, ni mucho menos una frase que uno pudiera comprender, porque
Ella hacía malabares, firuletes de plata y no se qué más otras
delicieras… con su boca de Profeta, que era de gesto suavecito y
como fruncidita…
Pues
bien… amigo caminante del caminar a tales ritmos y a tales
consonancias, que a lo mejor ni sabes dónde andamos… ni dónde
vamos a parar… pero no creo que éso,
sea relevante.
El
Ángel me explicó, con puntos y rayitas:
Las
taras se cumplieron, en la Raza Mayor… cuando esa Raza conoció, lo
que tenía que olvidar. Y cuando no olvidó, lo que tenía que tirar
por la ventana…
La
Atlántida… viajero de todas las esferas del Oeste y te falta un
poquito por andar, pero ya llegaremos, no te afanes… es una gloria
omnipresente, omnipotente, y entre otras cosas, olvidada… pues la
gran mayoría de la Raza Perdida, que hoy en día pregona que es la
sola habitante de tooodo el Universo, niega que el Miedo Grande, se
desprendió de allí.
Como
se desprendió un planeta
vacilante,
como decía Mi Padre… cuando ellos compusieron la sinfonía
alterada. Esa que trajo a este Planeta lo dulce artificial y lo
amargo de veras…
¿Te
suena conocido…? O te lo explico en otro código…
Yo
creo que el Miedo es vago… O sea: sufre de la pereza más
alucinante y más desconcertante y menos amiguera del Arrojo…
¿Nooo…?
Y
el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía sonrió como un Arcángel,
te aseguro. Se puso de un color que no te puedo describir, pues
faltan las palabras, ahora sí…
Nació
la Aurora… Peregrina… Esa Real Presencia que habían anunciado
las Estrellas de Oriente y que ahora surgirá, en el Silencio Magno…
pues no tiene la Voz de las Esferas del Olvido ni las Esferas Crudas…
Y
fue una percepción, más que una esencia.
O
mejor dicho: la entendí… sin comprender la relación, entre el
Silencio Magno que anunciaba y las Esferas que habría de cruzar…
pues fue más bien un cruce de fronteras, lo que me hizo recibir…
Vivir…
en medio a ramalazos de suaves resplandores, que comenzaron a vibrar
en esas zonas de secreto, donde se oculta el Corazón, en horas de
agonía.
El
Miedo no es un cuento de quimeras… ni un cuento de viejas, mi
queridísima criatura de los jardines con haditas…
El
Miedo es un Demonio, que inventaron los tuertos. Los mendigos. Los
que sufrían la lepra de la Ignorancia Magna… Y a ésos…
atarvanes torcidos y pútridos de aliento… ¡yo no los quiero ver…!
Ni en película vieja… ni en película nueva… pues tooodas son
iguales de atrofiadas. ¡Sufren de sólida ignorancia…!”
Y
la Abuela se fue a partir las migas de los pájaros… y apareció
una ardilla con tres rayas, enooormes… en el lomo… y Ella:
¡Caramba…
Carambolas…! Hoy va a llover lo que anunciaron las Ancianas de
Corazón Valiente…
Y
ver para creer…
El
cielo se aclaró. Las nubes que marcaban un angustioso Día para el
Mundo, se fueron apartando al ritmo de las palabras de Mi Abuela, que
se quedó tan panda.
Como
si no tuviera arte ni parte… ¿Te parece…?
¿Y
qué pasó…?
Y
el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía:
Nada,
mi Niña. Son gajes del oficio de una Estrella del Norte. Ella no
sabe naaada… Sólo comprende
aquel Oficio con que llegó a la Tierra, y ahí está el resultado…
Y
la Humildad nació… con risas y panderos… y con mirar de Abuela
Hermosa como nadie.
La Gran Conspiradora está presente.
Sus
huestes de carbón y de ceniza enardecida por el quemar y más quemar
de tanto buitre que aprovecha la confusión de las hormigas, la ira
de los patos que vuelan sin su brújula, pues las alas no tiene
dirección, desde aquel día en que la Raza del Olvido manipuló
aquel instrumento… o mejor dicho, lo vació… han sido puestas a
la Orden de La Gran Jerarquía de la Galaxia de La Dadora.
La
que vino a curar las llagas de los muertos y la frecuencia luminosa
que no tiene moción calibradora. La que sana en Silencio. Pues Es
Dadora y Luz de Gracia…
Y
mi Padre callaba… y el Mundo se aquietaba..
Como
si fuera a decidirse la reunión de aquellos pájaros, que
prometieron volverían, a recibir y a dar… A pregonar el Tiempo del
Futuro que no tiene Mañana… pues mañana
murió… cuando los animales dejaron de vivir como si fueran el
residuo de este Planeta de miseria…
Entonces…
Porque
ahora, es distinto… susurró el Ángel, en mi oído repleto de
rumores y traqueteo de cosas parlanchinas… pues no podía en esos
días… ni en esas noches blancas, blancas… con tanta opinadera.
Compréndeme,
Niñita… No trates de mirar con ojos que no tienes. Es diferente
tooodo… y Tú no tienes que medir, ni tienes que rezar por la
divina intervención, pues Este Dios, no es el equivalente a la Luz
de la Gran Conspiradora. Pero tampoco es un motivo
de
pereza…
como dijiste aquella vez, y me dejaste tembloroso de una emoción que
yo no conocía…
¿Tembloroso…?
Pues
sí… y no… No me hagas tanto caso, a la hora de las distancias,
que entre Tú y Yo se mezclan como el agua de un río y el agua de
los mares… porque saber cómo es la vida de un Ángel de la Guarda
Tu Dulce Compañía, no es cosa de medir, en el vibrar de su misión
de Luz de las Esferas Vírgenes… como tampoco habrás de
preguntarme por qué no te respondo, a rompe y rasga…
Y
el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía se tejió su silencio,
igual que se tejía los ires y venires dentro de aquella zona
prohibida. La Zona de Bondad de tooodas las Bondades…
Así
decía la Abuela:
La
Calidad divina que los Ángeles tienen, no puede compararse a la
riqueza de un canto de ruiseñor… pero sí tiene mucho que pedir y
mucho que entregar… No creas que es tan liviano el Ser un Ángel
de la Guarda. ¿Tú no has pensado nuuunca que la Bondad de un Ser
de Luz Angélica, no tiene más misión que destruír…?”
Y
me dejaba pálida del susto…
No
es fácil responderle a una Abuela presente… Porque en su
ausencia, yo comenzaba a querellarme, porque sí y porque no…
¿Por
qué es que me dan palo porque bogo y palo porque no… cuando trato
de ser lo que una Niña Buena debe ser… ?
Y
le alegaba al viento, en medio de los campos y me quejaba a los
nogales, que me miraban en su esencia de verdes y rumores que yo no
comprendía, pero de pronto, te lo juro… un nogal poderoso como la
cúpula de vidrio que tienen los altares escondidos que existen
debajo de la Tierra… como me dijo el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce
Compañia, pues Él visita tooodo lo habido y por haber… y tiene
códigos celestes de varias resonancias, por supuesto…pero volvamos
al nogal… que de repente, se abriooó… se replegó un poquito
hacia el oriente… y se siguió expandiiiendo… abriiiendo…
delante de mis ojos…
Como
un canal de fuego y luces ópalo y turquí…
Y
me creas, o no… yo entré en el árbol, derechito, sin preguntarme
ni siquiera, dónde diablos quedaba la salida.
Las
Niñas Buenas… van al Cielo. Y las malas, querida Peregrina… se
pasean por el Mundo, van y vuelven, garridas… sandungueras… hacen
lo que les da la pinche gana y además… nadie les da permiso, ni
naaadie les pregunta por qué no están vestidas con decencia. O por
qué van al cine por las noches, o a los infiernos… mejor dicho.
Ten cuidadito con la preguntadera que se te va a recalentar esa
mollera, repleeeta de bichitos correlones y mal alimentados…
Y
yo mustia… ¿Comprendes…?
Era
verdad de tooodas las verdades… y yo, como una gansa… en medio a
aquel rumor que me gritaba con voz dulce:
Atenta
al Cazador… No es hora de querellas con la Abuela. No tienes ni el
permiso, ni mucho menos el carcaj que se requiere en esta Zona de
Pesares y en este remolino por donde cruzan los espejos…
Y
allí quedó mi Ser… viajero que me sigues con tu mirar bravío y
lleno de Bondad, pues miro tu mirada y siento que comprendes, sin
comprender por qué… pero con éso, basta y sobra.
La
mirada es intensa, en estos cruces… me explicó el Ángel de Mi
Guarda Mi Dulce Compañía, sin comentar ese final, que no puedo
contarte… pues es secreto que nada más que a mí me pertenece.
Como tú con los tuyos.
¿Comemos
un poquito de fruticas fresquitas, que la Abuela nos metió en la
mochilita, en caso de hambresuna…? como Ella apremia, a veces:
Coma,
coooma…Niñita… que en el camino, masca... No siempre habrá de
haber lo que hoy abunda a los torrentes, y el atorrante… ¡gaste y
gaste…! Entonces… piense muy bien, antes de comenzar a
atiborrarse, como una tragaldabas…
Los
caminos de Dios, son caminitos de puuuras delicieras… Así que no
se queje. Pero no lo de todo por comido y mascado, antes de tiempo…
Y
me dejaba tan perpleja… y tan munida de un sonido que me zumbaba y
me zumbaba y me seguía zumbando… hasta el Sol de hoy, me zumba…
caminero… y si quieres que te diga, hace muy poco lo entendí.
¿Decías
que las flores se comen de a poquitos…?
O
sea, de a petalito en petalito y recibiendo aquel aroma con el
cuidado de un misterio sacrosanto… pues no recibe el que no
escucha, ni aroma la que nace sin la simiente de fulgores que brota
de la Fuente de la Sabiduría…?
Y
el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, me enseñaba…
Corregía…
Contemplaba mi quieta transparencia… como Él decía que había de
ser.
La
Quieta Transparencia, es un deber de tooodo el que acumule la Gloria
Vespertina y el Goce Matutino. No hay que dejar para mañana, lo que
Tú puedas hacer hoy…
Y
allí se despedía… con su aleteo suaveciiito… ¡si tú lo
hubieras visto…! Porque me voy a las regiones donde mora el Dragón
de la Abundancia, a pedirle por Tí…
Así
decía…
Y
quién iba a entender, dónde se van los Ángeles Guardianes, a la
Hora de la Cosecha… que es como llama Él, ese momento eterno donde
las cosas que sembraste en esta Tierra de Miseria y Dolores Supremos
y sobre todo, de Falacia… comienzan a dar fruto.
¿Te
vas de cuchipanda…? le preguntaba yo, con voz dicharachera… y en
realidad quería que no se despegara de mi flanco ni un mísero
segundo, pues me sentía sin piso… abandonada a la corriente de
tanto son de flauta y tanta faramalla que había al exterior y yo
flotando, desalada…
Pues
nada me acosaba, cuando yo lo invocaba con la divina
esencia
abierta y en silencio supremo. Con la mirada sin mentira. O sea:
con la simplicidad de quien se sabe protegida por un Amigo Poderoso,
con alas… además…
¿Conoces
esa Historia de la Niñita que vendía pergaminos y un día abrió la
cajita donde Ella los guardaba y se encontró que un Ángel los
estaba quemando, con el fulgor de fuego de sus alitas verdes…
verdes… y entonces Ella preguntó:
¿Por
qué quemas mis cosas… sin permiso…?
Y
el Angelito contestó:
¡Yo
no se nada, de nada…! ¡Ve donde el Ser que me creó y pregúntale
a Él…!
Pues
bien…
Mi
Padre respondió a mi inquerencia resonante… que sacudió pilares…
movió las hojas de palmeras, como si fuera un ventarrón y luego se
aplacó. ¡Qué susto tan terrible…! Pensé que había
descentrado todo el Gobierno de la Tierra… como llama mi Padre a
los furores de quien tiene la Vara de Mando del Universo.
Pero
no…
Era
un soplido… nada más. Una especie de acústica, que brota de tu
Centro de Clemencia, si no estás preparada para nombrar las cosas
por su nombre. La Resonancia de los Dioses… o algo así…
No
se conoce tooodo, en un día, nada más… o en una sola noche… Eso
lo sabes ¿nooo…?
Y
mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía se sacudió los pétalos
de rosa, que comenzaron a caerle desde el cielo como una catarata…
y pronunció monótono, como quien lee en un cuaderno:
Se
dá o se pide… Peregrina de olores a los pétalos tiernos de una
flor de los valles, que quiere Tooodo… o Naaada.
Se
dice la Oración de la Mañana y la Oración del Mediodía y la
Oración, a la Hora de la Oración … Hermosa Caminante de los
Caminos del Silencio y de los Laberintos de la Muerte…
Pues
de no hacerlo… no llegas ni a la esquina…
En
tiempos de sequía, el ritmo de las cosas y el tono de la vida se
vuelve rígido y oscuro, como los lodazales que se secan, entonces…
y vuelven los caminos como una especie de tortuga… y Mi Ángel de
Mi Guarda Mi Dulce Compañía me observó de reojo, tratando de
despertarme… me imagino, pues yo andaba en las nubes.
Comiendo
zanahorias, como una enloquecida, pues el picor en los ojitos me
tenía anestesiada. Medio enturbiada, mejor dicho…
O
medio aquí… y medio en no se dónde… y a pesar de mi intento de
soportarlo y restañar las heriditas… que comenzaron a salir y vete
tú a saber de dónde tanta picazón y tanta intolerancia… comenzó
a devorarme la sed de darle latigazos a la vida, y de graznar…
parejo con los cuervos…
Para
no fastidiarte con el tema de aquella matadera de zancudos, que me
tenían en un desvele tenebroso…
¡Válgame
Dios…! se persignaban las tarascas… mirándome pasar como una
endemoniada y soltando espumarajos.
Y
yo persiga a los perros sarnosos en el parque. Y persiga a las
pandillas de muchachitos zarramplines, que levantaban enaguas a las
viejas y se burlaban de su madre… Que robaban miserias a los pobres
y dejaban sin nada a los hambrientos… Y latigazo va… y latigazo
viene… peregrino. Yo andaba así…
Caminando
la vida a los trancazos. A puro grito… ¿me comprendes?
Y
era la Hora Magna… de seguro… como anunció Mi Padre, el día de
su Partida:
Ahora
ya no te puedes levantar, ni te puedes dormir, ni podrás respirar
sin tener en la mano el Látigo de Fuego. Ese que el Poderoso
Bienechor que te acompaña, te bordará en las células…
La
Tara de la Sierpe no es un enigma para Tí… mi amada Peregrina.
Vete
a buscar la Vida… que ya es la Hora Magna…
Y
con eso, se fue… dejándome perdida en la mirada de su Centro de
Esperanza y en esa risa de furores y latigazos ciegos… pues no paré
de Ser lo que Él me dijo que tendría que Ser… el Día de su
Partida… que se anunció en aquella Aurora de tonos azulosos, con
el canto de la alondra.
¿Tú
conoces tortugas fluorescentes… de esas que no caminan… sino más
bien hacen unos salticos de ranita…?
Y
mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía:
Noooo….
Y no me cambies de rollo la película… Tú tienes la molicie de
quien camina con el Mundo en las espaldas y no ha hecho flexiones
para domar los músculos… y eso es muy natural.
¿Muuuy
natural…?
Y
Él: “Siií….
muchiiísimo…”
Y
entonces comencé con la tarea de la gimnasia sueca, mejor dicho.
Hágase aquí… y póngase al revés… y déjese matar por cuanta
tara exista en esta Tierra de Miseria y de Muerte y de Añoranza…
Resucite otra vez… Flexione firme… fuerte… No deje que los
brazos se bajen con los tonos que los vampiros lanzan, pues vendrán
por tus venas y tú tienes que saber letra menuda.
¡Baja
la guardia, Hermosa…! me
susurraban los murciélagos, vestidos de Señores de la Noche y
camisas de seda de la India. ¡Tú
estás exagerando en todo ese ejercicio de músculos y de tensión
dorada… qué pereza…! ¡Te nos volviste una hermitaña…!
Y
los demás… Los que traían alabanzas, el aguardiente y amigotes…
amén de ciertas pestes que eran hereditarias, por demás, pues no
podían con ellas de lo surtidas y mañeras: ¡Tienes
los biceps más hermosos de toooda la creación…! ¿bailamos este
tango…?
Y
mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía solicitaba y no… Miraba
con dulzura mi competencia con mis huesos. La risa de mi cuerpo
tensionándose, abriéndose al respiro que regalaba el nuevo tono…
pues era frágil, todavía. Desvanecido y tenue, en las mañanas…
y leve al mediodía. Pero en la noche se crecía, como los pavos
reales y levantaba el vuelo… créeme.
Pasaban
los Esbirros. Llegaban las Harpías… Me espiaban por la hendija
los Lobos y los Gatos… y yo en ese ejercicio de tensiones terribles
y los tendones rebajándose… los brazos y la manos cubiertas de
sudores y la espalda de guerrera, formándose, despacio… con la
debida Ceremonia… como decía la Abuela:
Cuando
la Tierra tiemble y todo el mundo en el delirio del terror, corriendo
cuesta arriba… acuérdate de todo lo que tú oíste en esa cuna,
pues los sonidos no son gratis. Tu Madre lo intuyó y te dejó esa
partitura… La Ceremonia de Esplendores, es lo único que sirve…
Y deja que los cojos galopen como puedan…
Tú…
tranquilita, Niña de Mi Amor… ¡Los sordos… sordos son…!
Y
yo incubando esa quimera de Luz de Auroras Tenues… mientras los
alacranes trataban de esconderse debajo de mi almohada y las lechuzas
se buscaban un palco entre las ramas, para observar mis movimientos…
Y ríe que te ríe…
El
Mundo y su Venganza… me acuerdo que pensaba, en medio a mis
tremores, pues el cuerpo asistía con la paciencia de un borrico que
tiene que comer y debe caminar y no puede gañir ni rezongar… y el
Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, mirándome… en Silencio.
¡Sin aplaudir, siquiera…!
Muy
tenaz… ¿Tú no crees…?
Y
mi almohadita: Yo
no creo que tengas que ponerte a estas horas de la vida con tanto
tiquismiquis… Lo mejor es variar de posiciones. ¿No has probado
la Cobra…? ¡Es un asana regio…!
Y
yo no se de dónde se sacaba tanta palabreja, pues en mi diccionario
no sólo no existían, sino que los escasos dominios que tenía de la
gimnasia sueca, se estaban agotando… y entonces decidí que iba a
probar flexiones de sincronía
excelsa,
que fue una cosa que escuché, en uno de mis sueños… donde una
Señora vestida con Luces de la Estrella del Alba, me aconsejaba,
tierna y con sonrisa de Madre de los Vientos:
Ponte
de pie en los momentos de esplendores… y te sientas derecha,
derechiiita… cuando el respiro baje de tensión. Luego de acuestas
en posición de llama abierta y dejas que la angustia te baje hasta
los pies… Te acomodas despacio, despaciiito… en medio a las
flexiones que tus brazos decidan… pues ya verás como ellos saben
el momento de resanar tanta pasión desaforada, que te trajeron los
idilios con los despetalados…
Y
Ella quería nombrar las cosas por su nombre, pero los códigos no
daban la medida y entonces pregunté:
¿Despetalados…?
Y
Ella: “Sí…
Los que no tienen la tensión de La Aurora de Amor de Anhelo
Libertario. Los que sembraron en los huertos de posición tardía.
Los enfermos de llanto… ¿Me comprendes…?
Y
entonces comprendí.
Quería
decir los que llegaron este Mundo con la tensión oscurecida, y no
tuvieron Madre… ni Padre… me imagino. Ni una Abuela adorada y
regañona, que los puso a barrer, a sacudir… a cocinar las papas en
su punto.
A
trabajar en las mañanas, trabajar en las tardes… cantando y más
cantando… ¿No te parece a Tí que cuando las flexiones se cruzan
con el canto, uno no siente casi el sufrir de los músculos…?
Prueba
y verás… Es un milagro reeegio…
Y
los tiempos de sequía se van acomodando a tu respiro de Amapola. De
Lirio de los Valles. De Ave Dorada y cantarina.
Así
me aseguró el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, en la Mañana
del Regreso.
Cuando
volví, cubierta de fango. Rodeada de los seres más extravagantes y
más sonrientes de toooda la Creación… que me besaban, me
abrazaban… me portaban en guando y me dejaban maloliente y llena de
unas llagas purulentas, que la Abuela curaba, con yerbas de Lengua de
Venado.
Y
el Ángel, aplaudiendo…
¡Y
ver para creer…! me
comentó mi Ser, que andaba desguanzado de tanto caminar y tanto
enloquecerse en los caminos de la Vida y los Caminos de la Muerte y
no tenía noción si iba… o si venía…
¿No
te parece un increiiíble y un salto en el abismo, lo que ahora
contemplamos…?
Y
yo no dije nada… caminante. Porque palabras no encontré, que
fulminaran esa escena de mi descenso a este misterio, que dicen que
es La Tierra.
En
“Auroville” –India- Diciembre 10 -2001-
As the free development of
individuals from within
is the best condition for the
growth and perfection of
the community, so the free
development of the community
or nation from within is the
best condition for the growth
and perfection of mankind.
Thus the law for the
individual is to perfect his individuality
by free development from
within, but to respect and to aid
and be aided by the same free
development in others.
SRI AUROBINDO
The Human Cycle2
“The Ideal Law of
Social Development”
Arathía
Maitreya,
es una escritora profesional, que habita en el Planeta Tierra, desde
1939.
Sus
"Cuadernos", de "tensión de Nueva Conciencia",
prosiguen la búsqueda, que inició a través de su trabajo
narrativo, poético, teatral, cuento, y de ensayo, como Albalucía
Angel.
Ahora,
después de un largo silencio, entrega al público esta colección de
cuadernos -que en manuscrito y sin tachaduras ni enmiendas de ningún
tipo- estuvieron "cerrados", hasta el presente, por
decisión personal.
Su
trabajo literario, como escritora colombiana, es reconocido
internacionalmente.
A
R A T H I A M A I T R E Y A
L
I S T A D E C U A D E R N O S
Portal:
EL
LIBRO DEL SILENCIO
1. EL CAMINO DEL
SILENCIO A
2. DE MI CAPA UN
SAYO B
3. ESA ROSA ROJA
SOBRE TU CORAZÓN C
4. EL TEJEDOR DE
LUZ D
5. DIÁLOGOS CON LA
ROSA E
6. LAS PEREGRINAS DE
LA BARCA DEL SOL F
7. LAS GUERRERAS DEL
ARCO IRIS G
8. EL LABERINTO AZUL o
LA CAÍDA DEL SOL H
9. LA HORA DE LOS
SIETE COLORES I
10. CANTO AL SOL (I Y
II) J
11. ARATHÍA, LA
ESTRELLA DEL AMOR ABSOLUTO K
12. EL DIA QUE ENTERRÉ
LA GAVIOTA L
13. MI ESPADA, MI
ROSA, ARATHOMÍ LL
14. MI HERMANO EL
ABEDUL M
15. EL CAMINO DE LAS
DIOSAS N
15. TRIMA-THÁS, o EL
LABERINTO DE LA MONTAÑA Ñ
17. MI MADRE ESTRELLA,
ARATHÁS-UT O
18. DONDE MORAN LAS
ÁGUILAS AZULES P
19. DIÓNISIS
GALÁCTICA Q
20. EL SILENCIO DEL
ALMA DE LA TIER RA R
21. …Y UN DIA EL
VIENTO DIJO S
22. EL CANTO DEL
MANDALA DEL FUEGO T
23. CONVERSACIONES
CON LA ARDILLA U
24. CANTANDO… ASI
SERÁS V
25. ÁTHOR, EL
PÁJARO BLANCO W
26. DE ILUMINERÍAS Y
OTROS DECIRES X
27. LA GRAN
SEDIENTA Y
28. EL CUIDADOR DE
SUEÑOS Z
1
Todas las percepciones animales, sensibilidades, actividades, están
regidas por los instintos nerviosos y vitales, apetitos,
necesidades, satisfacciones, de las cuales el nexo es el impulso de
vida y el deseo vital. El hombre también está constreñido, pero
menos limitado, a este automatismo de la naturaleza vital. El
hombre puede aportar una voluntad iluminada, un pensamiento
iluminado y emociones iluminadas a la difícil tarea de su propio
desarrollo, él puede sujetar más y más, la función inferior del
deseo, a estas reflexiones guías. En consecuencia, a medida que
pueda manejar e iluminar su ser inferior, él es un hombre y ya no
es más un animal. Cuando él pueda empezar a reemplazar totalmente
el deseo por un pensamiento iluminado y una visión y voluntad
todavía más grandes que la suya, conectada con un conocimiento más
universal y trascendente, ha comenzado la ascensión hacia el
super-hombre; está en marcha ascendente hacia lo Divino.
2
Así como el libre desarrollo de los individuos, desde su interior,
es la mejor condición para el crecimiento y perfección de la
comunidad, igualmente el libre desarrollo de la comunidad, o nación,
desde el interior, es la mejor condición para el crecimiento y la
perfección de la Humanidad. Por ende, la Ley para el individuo es
la de perfeccionar su individualidad, por medio del desarrollo
interior, pero respetando y ayudando y siendo ayudado por el mismo
libre desarrollo en los otros.
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