Los cuadernos de ARATHIA MAITREYA



C A N T A N D O. . .


A S Í S E R Á S


V







All animal perceptions, sensibilities, activities are ruled by nervous and vital instincts, cravings, needs, satisfactions, of which the nexus is the life-impulse and vital desire. Man too is bound, but less bound, to this automatism of the vital nature. Man can bring an enlightenment will, and enlightened thought and enlightened emotions to the difficult work of his self-development; he can more and more subject to these more consciuos and reflecting guides the inferior function of desire. In proportion as he can thus master and enlighten his lower self, he is man and no longer an animal. When he can begin to replace desire altogether by a still greater enlightened thought and sight and will than his own, linked to a more universal and transcendent knowledge, he has commenced the ascent towards the superman; he is on his upward march towards the Divine.


SRI AUROBINDO
The Synthesis of Yoga 1



Los cuadernos de ARATHIA MAITREYA, han sido escritos, en su original, en caligrafía manuscrita, en los que no existe en absoluto, enmienda, tachaduras, o cambio de vocablos. O de puntuación.
Ella misma los ha transcrito en manuscrito dactilografiado, escogiendo la forma más conveniente para su impresión final, incluyendo dibujos, además, que en ciertos cuadernos no pudieron copiarse con la apropiada precisión.
Dichos dibujos, forman parte integral de este mensaje Maitréyico, siendo el original, obvio, el más válido para su momento de expansión áurica.
ARATHIA MAITREYA, recompone así, la dimensión escrita-hablada-dibujada, en un solo vacío. En una sola línea. En un mensaje único, en que el respiro no cambió, ni vibró en otro tono que no fuera el Primero. Ese real, que inspirado en la LUZ, forma el Canal Sublime.
El REAL, motivado por el Prana de quien conoce el SOL, y es su Habitante.

Los deseos de los seres que no tienen razón ni consecuencia en el Ser la Mirada Divina, son deseos perdidos. Como si no tuvieran cabrestante, siendo un buque marino.
Los mares de la infancia, nunca serán los mares del futuro, cuando tú puedas ver la resonancia de la vida y los ardores de la Muerte.
Los libros de los viejos, son libros sabios… es verdad. Pero nunca serán los que iluminen el sendero de la Gran Aventura. De la Verdad, a secas.
No temas a la Muerte, aventurera del destino de las Estrellas Madres. Ella no va a venir con su afilada espada a conminarte, a dominar, a ser la que te dicta su derecho y revés, pues no es permanente ya su andar. Es vieja su estructura. No desafíes nada que no tenga la Dama y su Dilema, pero tampoco vengas con dilemas que no te corresponden, porque el vagar por los caminos de cementerios de elefantes no trae nada nuevo, ni nada que te incumba.
Deja los ruidos de alacranes, hacer su nido en tierras de otros. No trates de mirarlos a los ojos. No dejarán su huella en tus pupilas, pues no se puede ser lo que no es… y ellos, los dueños de ponzoñas con rumbo definido, no te interesan, peregrina.
¡Vete a dormir…! Es bueno para el sueño de los que quieren guerra y no la encuentran… ¡Vete a soñar…! Es el remedio de los tontos, querida Estrella del Mañana de Todas las Verdades. No creas en sus dichos, ni en sus decires de villanos. No tienen recio aliento, los que poseen hoy los alamares y los diplomas y la batuta de esa orquesta, que ellos creyeron que sería la ganadora del concurso.
Vacío está el granero de la Diosa. Y vacío su Canto, Omnipresente.
Así escuché a mi Padre, hablar… por la primera vez. Jamás lo había oído, ni mirado a sus ojos, hasta este día: audiente que me escuchas con tus preguntas pintureras.
Y no merezco, en realidad, su acento primitivo, que es como dice que es el suyo, pues de ofrecerme el verdadero, perecería el mundo y sus querellas. Se estrellarían los cielos con la tierra. Se morirían de risa las ardillas…
Así me dijo, es cierto. Créeme. Y yo no supe el resto de la historia hasta después… Después… ¡Y quién lo iba a pensar…! ¡Y quién lo iba a creer…! si las imágenes de todas las ilusiones vanas que la raza del hombre creó con su presencia de ilustre sabio de las ágoras y portador del estandarte de ciencias y de robos como jamás se han visto, jamás dejó presente esta medida, y no exagero.
No quiero presentarte un Dios en los Olimpos, ni un Dios en las Alturas Soberanas… me repitió y me repitió…
Aquí lo tienes, en la Tierra. El Dios del Universo. El Absoluto. El Magno Detentor de la Verdad Suprema. No busques en alturas, como no sean las Montañas de Puro Resplandor, o en las vacías cumbres de la mirada de la Diosa, que fue tu Madre y te acunó con la canción de cuna que ahora tienes en tu Centro, porque allí Ella la sembró.
Vete a Cantar… ahora sí… como los ruiseñores. Canta y reparte el don de la caricia en tu mirada plena y en tu sonrisa clara, pues nada te escatima la Ley del Universo, ni nada te desplaza del Círculo de Fuego, en que solícita y amiga te diseñó la Maga de las Flores. La Rosa. La Testiga…
Y con ésta Presencia, te dejo…
No me olvides. No cierres la mirada en los atardeceres ni cubras tu distancia, sin que yo sea tu guía en el camino. Deshace todo. Todo… Menos el tibio canto de tu Ser, que ahora Es, en realidad, quien cubre las distancias y diseña el dibujo de este encuentro.
Así me habló mi Padre. El Poderoso. El Gran Maquinador, como mi Madre me había dicho en tiempos de mi infancia, cuando nombró una vez aquel hermoso ser, que nunca vi, ni nunca oí… hasta el sol de hoy, que fulge en las alturas como jamás fulgiera un astro rey.
El Sol, amigo que me escuchas, es el intenso ardor en tus pupilas. El caminar de los cansados. El guía de tus manos. El que resume y dice. El que no tiene alas, pero sostiene el cuerpo como si fuera un águila dorada y vuela en esas cumbres que nadie puede ver, tan altas son… Tan áridas, algunas. Y tan potentes, otras…
No tiene equivalente ese rumor que escuchas cuando es el Sol el que produce esa tonada altiva. O esa canción de amor. O a lo mejor la escuchas en sordina y entonces ella tiene la nota de expansión que regaló mi Padre a todos los que quieren y pueden recibirla.
La Nota Suave. No la Dinámica Nocturna.
Las curvas del camino no se parecen a la altura de una montaña con las nieves perpetuas, pero todas tienen iguales consecuencias, cuando el camino se hace con el Amor en ristre y con la plena convicción que tienes el mensaje que vibra ya en Escala Regia. Porque Yo quiero Ser, quien te respira y Es… No dejes el carcaj, guerrera de las Llamas. Dadora. Amiga de los grandes y de los mensajeros. De los pequeños seres, de las cosas… De los que tienen y no tienen. De quien conoce y no.
Déjate Ser por quien te Es, en la Presencia de la Madre y en mi Ritmo Feroz… pues voy a complacerte. Voy a dejarte el Ritmo Antiguo y tú sabrás cómo encontrarme, cuando respires, cuando viajes a las regiones del Amor y allí me encuentres, suspirando, por tus amores imposibles y tus delirios de princesa, de arañita nochera, de mendiga…
Así me hablaba… y me acunaba, su voz de temple ardido, como jamás pensé que se pudiera oír en este Mundo.
Pero es que el Mundo es Otro… se rió con esa risa que le habría de oír, de ahora en adelante y que es la carcajada más estridente y más violenta que un ser humano pueda resistir, y créeme… No es fácil.

Tú me vas a decir que el mundo no ha cambiado de esplendores, ni de rumores, ni tiene compostura, y que la alegoría de todo ese portento que se anuncia en las zonas de la Muerte, son resonancias diurnas, sólo. Pero has de ver y de no ver… peregrina benigna en tu cantar. Benigna en tu reír. Y sobre todo, ciega… ciega… como los malvivientes. Pero Seré en tu Ser dormido, créeme. Viviré en tu esplendor de peregrina gris oscura y moriré en tu plenitud, como se debe.
Mi Padre me miró, como se mira a una paloma que le currucutea a su palomo y me sonrió, benévolo.
Jamás voy a contar lo que no tengo que contarte, pero no dejaré el rezago triste de las historias mal contadas, te prometo. Así vas a dejar la huella de mi vida y la huella del Destino que la escribió, apenas nací. Porque nacer es una cosa y vivir el Destino es otra, muy distinta. Hay quien lo niega, ciertamente. Y hay quien lo vive, en realidad.
Porque las cosas del Destino son los dibujos ciegos que en permanencia y en esencia han sido escritas, desde siempre, y lo creas, o no… la historia se repite y se repiten las tensiones a la hora del encierro, cuando la vida te atenace y las canciones de otros te vengan a contar lo prometido en las esferas de maléfico vuelo. A esos, les dices que se vayan, por donde mismo entraron…
Y volvió a sonreír, con la mirada más sedienta de todas sus miradas. Porque aprendí a vivirlas. A conocerlas.
A olvidarlas…
Esa mirada de mi Padre, tenía la resonancia de cielos en tormenta.
De calores de hielo, porque mirarlo era morirse de frío en las entrañas por más que el sol resplandeciera en esas zonas tórridas, donde él me mantenía, como mantiene el ritmo de su sed... cuando me escancia y me obnubila, con la sonrisa abierta y aquellas huellas de su risa, que me desatan toda, como a una carabela que busca la aventura.
Nada faltó en este morir. Ni nada resurgió antes del tiempo de la tormenta, cuando él me suspendió, me diseñó aquel panorama de gloria y de belleza y en medio del portento me prometió volver…
No quiero recordarme de todo ese tormento que fue su risa oscura, en los inviernos secos, donde llovían flores, mariposas, hablaban las hormigas y yo miraba el cielo azul intenso y me acordaba de su risa. La de munífico esplendor. Aquella de las noches, cuando él me sostenía en la mirada más violenta y el abrazo más tenue me envolvía, pues yo era muy pequeña y sus manos morenas me cargaban y me dejaban olorosa a rosa de los valles. Me ceñía a su cintura y desde allí me sostenía, como las indias a sus hijos. Como si fuera un cangurito… Así decía, y repetía:
No tiembles, peregrina. No tiembles ante el vuelo del águila nocturna, pues ella no es amiga de los cobardes ni los tibios. Acelera tu canto. Lanza tu vieja jabalina y mueve los testigos, que se inquietan ahora por tus decires y mirares y tus amores, sobre todo. Rebaja el ritmo de tu canto, si es necesario que lo hagas. No dejes que la sombra se apodere del sol, cuando la sombra no es la tuya.
Y entonces yo volvía de su mirada ciega y galopaba como una potranquita en medio a los pastales y me dejaba ir… Me desprendía del suelo, como si fuera una pegasa y él me dejaba así… Volando. Restañando heridas prohibidas, pues yo sabía que el vuelo de una niña no puede ser el vuelo de una Estrella, como él me prometía… Pero volando fui… y volando volví, a esferas de misterio y Él fue el culpable de mi sino… Créeme, o no… viajero… El sino de una niña que se creyó una Estrella, no es un sino cualquiera.
Has de morir, sin cuento…
Has de vivir infierno y paraíso, en ecuaciones últimas y con acentos diferentes. Pero jamás has de volver al ciego resplandor de mis pupilas omniscientes, como no sea el día de tu encuentro con la mirada de la Madre.
Ella te quiere ver, pero no puede ahora, pues anda combatiendo con la emergencia de la Oscura. La que conviene y no… con que tú tengas un sonido que se parece al suyo y sin embargo no lo nombras, porque lo desconoces…
Mi Padre me miraba, como en los días de mi infancia, cuando en tonadas tibias y colmadas de goce, yo conocía el dilema de todos los amores y todos los dolores y todos los portentos… pues nada era mentira. Todo era tan real como mis manos y mi boca. Y todo me apremiaba a declararme loca de remate.
Loca serás… ¡bendita seas… peregrina…! Loca de atar… y no te olvides de la Rosa, que será la testiga del prodigio y cambiará tu Centro de Bondad en Centro de Belleza y de Armonía Sublime.
Sólo el que quiere… puede…
Y entonces me lanzó como a una piedra de río entre unos círculos ardidos que se formaron en su Centro de Todas las Verdades, como me dijo que serían las cosas de mi vida. Serán como los sueños. Y tú no creerás, porque al comienzo no han de ser tan claros ni tan fuertes, pero más tarde voy a darte la claridad Suprema y con ella y tu canto, dominarás esa ecuación y todos los pesares y todos los temores y sobre todo esa tonada que comenzó a cantar el ruiseñor, en horas vespertinas, se irán de tu ventana. Se alejará la Parca, peregrina.
Y yo no me atreví, ni a preguntar por qué, ni a declararme loca, antes de tiempo.
Hasta que un día lo vi, de pie… como si fuera un árbol de abedul, en medio de aquel bosque, donde él me conducía en noches de tormenta y yo soltaba todo lo que tenía que soltar. ¡Déjate ir…! gritaba en medio a aquella risa, que yo no comprendía y que ahora me cubre de rubores, pues era tan sensible, como la risa de los niños, y yo la confundía con terrores nocturnos, acideces hediondas, fuegos fatuos… y ahora se por qué…
Pero él no se movía de su sitial ardiente como si todo fuera a perecer y yo no respiraba, del temor.
No vamos a emprender el viaje de retorno, sin conocer la Aurora de Todas las Verdades, me sugirió aquella mañana, en que tomándome y nutriéndome con su mirada azul, dejaba en mí la entraña misma de las cosas. La Verdad Ultima, no existe… me repetía con dulzura, como temiendo oscurecer esa Verdad que sí existía, pero que nadie puede conocer, hasta llegar al Centro de Sí Mismo. O el Centro de la Gloria. O de la Tempestad….
Todo tenía que ser, como tenía que ser…
Y nos pusimos en la brega de analizar los cantos de las aves. Las gotas de la lluvia, en ese atardecer, cuando la Luz de las Tinieblas, dejaba el manto oscuro y sucio, de repente. Y puede ser que venga la Gran Conocedora, y nos deje un regalo… me susurraba, y yo en angustias. Porque la Gran Conocedora no es un tono banal, como lo comprendí en la noche de mis nupcias, con el Mercante de la Muerte.
No tomes los esbirros por esclavos de turno. Ellos no saben nada del trabajo, ni tienen la mirada dispuesta a combatir, ni a retirar los alicientes que el Amo les produce, para dejarlos luego sin un mendrugo de pan. Los negreros son muchos, me explicó. Pero el más angurriento, el más avaricioso, el menos entendido, es siempre el que se lleva el pedazo más grande… en apariencia… obvio… Y allí se detenía.
Se quedaba en silencio, como si nada lo tocara ni nada lo manchara. Como cuando uno tiene un gran presentimiento y busca y busca y no lo encuentra.
Lo encuentro y no… Y se rió de mi inocencia, creo yo. Porque ese día me dejó una flor de maravilla. De esas que las doncellas se ponen en el pelo el día de sus nupcias, y yo la coloqué al lado del corazón, pues mi cabello tiene un resplandor que no permite flores, ni tiene el ritmo inquieto de esas melenas tremebundas que se ondulan, se encrespan, sino más bien son dos pelitos de murciélago, como decía mi Abuela:
Tu pelo es útil, Niña hermosa… No te preocupes por su grueso. Ni le preguntes al espejo por qué no tiene el brillo de los otros, porque los otros no son tú… Y con esa charada, me dormía…
Con esa risa llena de salticos, como una ardilla correlona.
Y mi Padre me miraba. Me sonreía, sereno, como los mares en creciente, cuando la luna domestica las aguas y las flores, como él mismo contaba, y entonces me arrullaba con su inquietante respirar… que era lo único que establecía contacto con mi cuerpo.
El respirar, amigo… ¡Ah…! Qué historia tan tenaz… Vas a creerme y no, porque ese respirar las horas de la Muerte y las horas de la Vida, no lo conoce nadie, así nomás…
Mi Padre me contaba, las horas y las horas, de esa memoria antigua, tan llena de tapujos. Tan malquerida. Tan matrera, pues nos dejó nostalgias, cicatrices, y no formó ninguna especie que fuera relevante… como no fuera la que ahora decide y arma campamentos y retrocede el sol, asesinando su carisma. No vamos a entendernos si no nos conducimos como la gente grande... como diría la Abuela.
Los niños son pequeños, porque su cuerpo no resiste el tono de esplendor que corresponde a los adultos. Pero si quieren ser lo que no son...
Y allí se detenía...
No creas en los cuentos que no te corresponden, porque eso atrae un ciego andar. Y yo no le entendía, por supuesto.
Pero quién va a entender axiomas, peregrina… cuando en tu cabecita no pueden resolverse más de dos ecuaciones, y eso que andándole al revés… Y aquellas carcajadas me dejaban en ritmo acelerado. Me sacudían la médula y los centros cerebrales se me ponían como tambores que llaman a la guerra.
No vas a ver, viajero, mis andares de Diosa ni mi reír de tempestad, como mi Padre prometió que un día tenía que ser. Pero verás mi ciego instinto. Ese que me dibuja y me sostiene. Que vira hacia la izquierda o vira a la derecha, todo depende del circuito en que tú quieras verlo. O quieras recordarlo, mejor dicho. Porque mirar-mirar
Esa es otra tonada… querida peregrina…
Así me dijo Él. El Ciego de los Ciegos… El que miraba y no… Porque la culpa de la ceguera la tienes tú, por dentro… Pero yo vengo a darte mi Conciencia. La Clara. La Dadora… La que no pide nada, sino que da y derrama y suelta las amarras de esa barca viajera que no tiene regreso, pues vamos a quemarla…
A dejarla en pavesas…
Y levantó sus ojos hasta mi pecho ardiendo, pues no podía resistir aquel mirar de tiempo viejo, como Él decía que era aquel con que me derretía… y me dejé morir, entre sus brazos inclementes, pues no me dijo adiós… Ni detuvo la Muerte. Ni tan siquiera me miró, cuando mi cuerpo ardido, calcinado, dejó de resistir su tono de mentira y se soltó a volar, como una palomita.
¡No dejes de reírte…! ¡Cubre tu espalda… peregrina…!
Fue lo último que oí… viajero que me escuchas, como si fuera una miseria este relato ardiente y verdadero. Porque hoy puedo decírtelo: No temas al Gran Fuego, que viene a oscurecerte. Que llega como un león, quebrándote los huesos. Porque esas fieras: el león y aquel fuego, no dan ni toman.
Dejan…
Mi Padre repetía en los amaneceres del Otoño, cuando la luna se ocultaba dejando paso al Alba de mi Muerte, como explicó una vez que esa tonada de la aurora se llamaba y cundía así mi vida con los albores de la Parca y las tonadas ciegas de la Vida, me repetía, te digo, que la mirada de una Diosa no ha de aclararte nada, que tú no tengas ya…
Y repetía en las auroras, de los clarores ciegos, majestuosos, que es cuando gritan las tinieblas y renace la Luz, me insistía, te cuento… que la alborada no deja en realidad ninguna cicatriz que no pueda borrarse, ni ninguna carencia que no sepamos aliviar.
No vas a ser la peregrina de los Amores Ciegos, pero tampoco lo has de ver, a ese traidor que trajo al Mundo la serenísima mentira de su valor perdido, trastocado, lleno de pútrida simiente, pues esa es su carencia…
Y me dejaba herida. Muda. Sin nada que contarle a mis amigos, ni nada que comer, pues anhelaba sólo su mirada y sus manos de ciego que todo lo transforman, pues comprendí que era la esencia de su Dolor Supremo.
Y me dirás: Dolor… ¿por qué…?
Y eso me pregunté, cientos de veces, cuando me despertaba herida por su canto y su mirar de tono azul y me dejaba Ser sin Ser… como Él me lo pedía.
Dolor a Nada. Dolor a secas. Dolor de los dolores… me repetía un anónimo testigo, que se coló en mi cuerpo un día de recreo, en que jugaba al escondite y no me percibí de su presencia sino en la noche silenciosa, cuando dejé de respirar como respiran esos niños que van para la guerra y comencé a volar, como los ángeles.
Porque así es… créeme, o no…
Volar… volar…. se sorprendió mi Padre, cuando en la madrugada se lo dije y él me dejó soñar con ese sueño, creo yo… Pues no contestó nada, que no me fuera a replegar los ánimos de angélica figura con mis alitas nuevas y mi vestido de estrellitas y un halo inmarcesible, por supuesto. Más bien jugó su Juego y decidió mirar… mirar…
Él no conoce la apariencia, ni tiene sintonías de bajos resplandores, ni juega el juego del cadáver que cree que está despierto y tiene movimiento y para colmo, ideas…
¿Tú me entiendes…?
Y dije: No… a mi Madre, que resolvió que entonces dejara de preguntarle. Que tenía que esperar hasta que el día llegara y yo me iba a encontrar con esa risa y ese plante y ese reír de fuego y nieve…
Así lo describió.
Y así mismo lo vi… el tierno anochecer en que las flores se acostaban a dormir, sin los sueños dañinos de todos los mortales, me imagino, y ¡qué delicia ser como las flores…! me acuerdo que pensaba mirándolas dormirse, despacito, coronadas de luz de los ocasos y en medio a los rumores de los pájaros, que se cansaban ya de tanta brega y entonces me pasó lo que le pasa al peregrino que no se alcanza a recostar en su árbol favorito, cuando le llega el sueño y cae redondo.
Más o menos así, fue mi experiencia, compañero de viaje que me escuchas.
Como un fulgor dorado.
Como quien ve un tesoro entre las nubes. Como quien cae rendido ante la Muerte y ella enseguida te perdona, y vuelves a vivir…
Me enredo… como ves…
No es fácil, te decía. No es para nada una aventura de esas en que uno lleva cantimplora y trae su bastoncito y nada lo atormenta, pues las sandalias son sabrosas y la camisa de hilo no da piquiña ni calor.
Cosas así…


¡Deja tu Sol… sedienta…!”
¡Desata la Armonía que traes amarrada a tu cuello de perra…! ¡Saluda al Amo del Garrote, que quiere convencerte de su tonada excelsa y su figura de Dios en las Tinieblas…! ¡Porque Dios Es…!
Así gritó esa voz, en medio del camino, por donde yo venía cantando, mirando a las hormigas, contando mariposas y saludando a toda la Creación, como si fuera yo quien la había hecho.
Cosas así… te digo.
Como en los cuentos de hadas, pues era muy pequeña, todavía, y creía en las cosas de la vida que errantes como yo, podía hablar con todo y hasta las piedras contestaban, te prometo.
Y cuando esa voz me dijo ¡Deja tu Sol… sedienta…! y me conminaba a saludar al dueño más odioso de todo el Universo, pues nadie más me hubiera hablado en ese tono como no fuera alguien que odia a la armonía y trata de sacarte de tu mirar de niña tempranera… cuando esa voz gritó esas cosas, con tono camorrero y me dejó temblando de la ira, yo resolví mi vida. Créeme…
No me iba a impresionar por el primero que cantara en tono de esplendores con truenos y centellas, pues ya mi Padre había sido el que me abrió esa puerta al infinito.
Y el Infinito, en Él… no es cuestión de milagros, ni proezas de magos de los circos.
En el momento mismo en que la ira hizo nido en mi cuerpo y sacudió mi víscera cardíaca, sentí a mi Padre: altivo, serio, sin ganas de reírse de aquel que repetía lo que Él me dijo un día que iba yo a escuchar… pues no tenía que preocuparme de violadores en los bosques, ni emperadores, ni patriarcas, ni mucho menos mequetrefes, como decía mi Madre, a la hora de la Oración, cuando me hacía lavar los pies con agua de romero y la cabeza con albahaca…
Te digo que sentí la voz en mis entrañas y supe que venía por ese albor que traen las niñas, que es un tesoro oculto, como decía mi Padre… que en ese mismo instante, te prometo viajero que me escuchas… hizo su entrada en aquel campo, de rojos y de verdes y de amarillos tiernos, como si fuera un huracán.
Jamás pensé que yo iba a ver la ira de mi Padre.
Esa tensión que nunca tuvo en los momentos más terribles y de mayor acoso, en toda su existencia… pero que aquí, en el campo de verdes y amarillos y rojos de fulgores como sólo se ven en sueños inocentes, mi Padre respondió… te lo aseguro.
No quiero recordarme.
No voy a predecir lo que será mi vida en el futuro abierto, como Él me prometió que eso iba a ser… Pero sí puedo responder por algo tan banal y tan desconcertante, como es ese respiro, que Él me enseñó a encender.
A manejar.
A continuar pendiente de su aliento fugaz y de su aliento puro. A no dejarme convencer por los infames comerciantes de amores y de tonos de excelsas melodías, que en mercados baratos ofrecen los orfebres de la canción de moda y los modelos favoritos de los emperadores, o princesas.
O a lo mejor no entiendes, si te digo, que Él conocía y no… toda esa feria de mercantes, pues nunca tuvo tiempo de andareguear por los mercados.
Más bien oía el rumor de mercachifles y esperaba en su Centro.
No se movía de allí, hasta saber que todos los sonidos que producían las tribus ciegas, como Él llamaba a esa presencia de encandilados con el oro y llenos de codicia y amor por las serpientes venenosas, como decía que se llamaban las hembras traicioneras a su misión de amor, en tono excelso…
No se dejaba encandilar. Ni se dejaba anonadar.
Ni entraba en sortilegios de discusiones bizantinas, pues nada lo engañaba, ni nada lo tocaba, ni mucho menos lo exaltaba… ni tan siquiera los espejos, que de noche y de día trataban de adularlo, como si fuera el Rey del Mundo.
¡El Rey del Mundo ya se fue…! Vino de paso… nada más…
Y yo escuché su risa tempranera. Esa que en las mañanas, me despertaba en medio a cantos de los pájaros y sonidos de lluvia pasajera.
Mi Padre, amigo que caminas por estos andurriales y miras lo que miro y sientes lo que siento, porque ahora somos compañeros de la misma aventura, lo presiento… era un Supremo y Majestuoso Señor de Luz de las Estrellas.
Conoces ya la ira y aprendes a mirarla con el respeto que merece.
No has de saber lo que no tienes que saber, antes de ser lo que viniste a Ser…
No te presiento enardecida por la última batalla, ni tampoco te veo ciega de rencores, pero sí entiendo tu inquerencia y espero que la busques en tu Centro Dorado.
Y me explicó cómo tenía que respirar, con ese tono de los ángeles que no conocen ni la hora de los terrenos vírgenes, ni el tiempo de los seres que no tienen conciencia, ni tienen calendario. Sólo se sirven del respiro y llevan la violencia a zonas de rigor.
Así decía… y me enseñaba, mi Padre de Clemencia, como jamás lo hubo en este territorio, donde la luna es una artimañera, como decía mi Madre… que sentía compasión por los que la adoraban en las noches, en que ella se llenaba y alimentaba los ardores de seres malolientes, que se creían los dioses del Olimpo.
Mi Madre, amigo que me escuchas, no tuvo esas razones que tienen las que vienen a este Mundo a producir simiente libertaria, como la apodan los escribas de iglesias y rituales de oscuro resplandor y a lo mejor ya sabes a lo que me refiero, o a lo mejor no entiendes mi lenguaje.
Pero es así, ya ves… Una de cal y otra de arena… como decía la Abuela, en noches de silencio, cuando mi Madre, esquiva y dura, recibía el secreto de las Estrellas tempraneras y respondía al llamado de los dioses, como si fuera cómodo. Porque Ella conocía… y no podía contar, antes de tiempo.
No sabes lo que sabes, ni tienes lo que tienes…
Y me dejaba fría del tormento.
Me tienes que seguir en las andanzas ciegas en que mi cuerpo no es el tuyo, todavía… pero pronto sabrás… me sonreía mi Padre, cuando noté que mis pupilas comenzaron a abrirse antes de tiempo. Antes de respirar, como Él decía.
Y entonces comprendí lo que mi Madre padecía, en esas noches de tormento, cuando llegaban las Estrellas hasta el dintel de nuestra puerta y Ella las recibía en el silencio más tremendo y todo allí temblaba, restallaba, se abría en canal de luz evanescente y Ella en silencio, te repito… Callada y sola… pues de eso se trataba.
De soledad y de tinieblas, sólo Ella supo lo que supo… y nadie más lo vio, ni lo entendió, ni lo dejó en anales de escribiente que mira y siente el ritmo de sus células y les ordena abrirse: replegarse… me explicó.
Las células son cauce y son respiro abierto, sólo si tú las tocas con tu aliento. Si no puedes llegar a donde ellas respiran, entonces estás muerta… No te olvides.
Y me entregó las llaves del respiro, en tono diferente, a las que ahora tengo en mi cintura, pues fue mi Padre el que las fabricó, como un orfebre que conoce la fragua de Vulcano, y por eso te miro en la forma que te miro.
O mejor sería decir: me miras Tú… con el asombro que percibo en tus pupilas y en tu Ser, que ahora sí… conoce mi respiro y entiende mi mirada. Y no son los espejos, esta vez…
Y se echó a reír, con esa risa de vuelo de aves mensajeras, que salen con su carga y buscan en los vientos y llegan a destino, de seguro, pues nada las detiene. Ni nada las confunde. Así tienes que ser…
Y así tuve que ser… créelo o no.
Sin conocer, sin ver, sin reírme de nada, pues todo era terrible y belicoso y todo me invitaba a visitar los lupanares y los bares de moda y a ser la Estrella de la película y yo temblaba de dolores y alimentaba mi tormento, como una niña que comienza a ser lo que no es, pero que sabe que camina por el camino de la vida y llegará a destino… de seguro.
Como ave mensajera, ya te digo…
Así me dibujó la risa de Aquel Ser que no tenía mirada de regreso, ni comprendía la angustia de las cosas, de la misma manera que ahora se perciben, porque las cosas de la Vida no desamarran nada, ni te resuelven nada… pero te dejan la conciencia en paz con los secretos de toda la Creación.
Y se que te preguntas, por qué te cuento esta aventura, en este idioma complicado, mi compañero de viaje.
Y mi Testigo, a lo mejor…
Porque una vez que uno se arriesga a compartir lo suyo con el mirar de un Ángel ciego, entonces ya no es tanto el sacrificio… y que no oiga mi Madre esa palabra, pues detestaba todo lo que se acerca a inmolación.
Sacrificio, no existe… sino en la tara de los ciegos. Esa raza bovina y apagada, que vino a desafiar la Ley del Amo del Garrote y piensa que poniéndole una venda en la cabeza, va a resolver aquel enigma de la Esfinge y los cuadrantes de Saturno. Estúpido esplendor, en realidad…
Y luego se callaba, como esperando que los ciegos, recuperaran la visión, o los muertos hablaran de otra cosa que no fuera su muerte y su desesperanza, pero era inútil… y Ella lo sabía. Los ciegos, ciegos son…
Y los muertos, también…
No hay que ir al pozo por el agua que no te corresponde, dijo mi Padre un día.
Excelso día, me recuerdo, en que dejó memoria escrita, por la primera vez, pues jamás se atrevieron los timoratos ni los tontos a preguntar por qué de ese reír, ni cuándo iba a tomar el curso prometido el mundo y sus querellas, que fue lo que Él siempre les dijo, con tono de marino que no lo asusta el mar de leva:
El tiempo de la siembra ya se pasó y el que lo vio… lo vio…
Y mi Madre contaba que cuando estaban solos, Él y Ella, nada tornaba de color y nunca se escuchaba el canto del ruiseñor y todo entraba en pasmo.
Como si todo fuera desechable y sólo el esplendor de aquella risa y su mirada pudieran existir en Todo el Universo y nada la arredraba, cuando ese tono sacro entraba en su cintura, cuando Él la sostenía, como a una niña que sedienta escancia el pozo oculto de la sabiduría.
Y todo di… Y todo me quitó…
Y no me dijo más.
Porque mi Madre no dejaba que la mirada de aquel Ser, fuera a dejarme huellas, antes del encuentro. Y cuando yo lo vi, en ese bosque de abedules, te contaba… con ese ritmo excelso, condensado, y la mirada fija en mí… pensé que era preciso dejarme rescatar de aquel ahogo atroz y pedí auxilio, sin palabras, pues sólo lo miré como quien atraviesa los mares caminando y me sentí ridícula.
Vamos a concentrarnos en la mirada audaz… fue lo que dijo, al fin… cuando yo ya creía que era mi último minuto y que la historia de mi vida era aventura de ciego que se creyó vidente, como decía mi Madre, en las horas vespertinas, cuando la brisa del poniente nos dejaban mansita la conciencia.
Tu tono es cierto, no lo dudes… lo oí decir, de pronto… y entonces me sonrió, por la primera vez.
Primera Vez… amigo que me escuchas, que es como el viento entre las hojas. Como una cicatriz, que nunca se nos borra

Y ahora, al hecho… Vamos a controlar las taras de los ciervos y de los animales impotentes.
Así decía ese esplendor, que me rondó las noches y los días y yo sin conocer su origen de siniestro Maestro del Destino de todo lo viviente, como me repetía, incesante, prepotente, y yo me consolaba, repitiendo el sonido que me dejó mi Padre aquella noche, en que volvimos del encuentro de Estrellas Paralelas, como mi Madre me explicó que habría de suceder:
La noche en que te encuentres con las Estrellas Paralelas, verás a Dios en las Alturas y dejarás el miedo atrás… No cierres los canales de la desesperanza ni olvides el morral… No son circuitos tuyos, pero te sirven de lección.
Y ahora lo estaba viendo con mis ojos, y resonaban mis oídos con ese tema oscuro y bajo, que me traían los vientos del oeste y que yo conocía desde el instante mismo en que nací a la Aurora de los Tiempos de Nadie, como explicaba Aquel hermoso Ser que acompañó mi infancia y que jamás dejó en mi cuna nada que fuera tenso, denso, o malquerido. Y entonces requerí a la Diosa del Destino de todos los mortales, el arco y el carcaj.
Así dijo mi Padre.
Cuando los impensables regresen a tu puerta a conquistar lo inconquistable, requiérele a la Diosa del Destino del Mundo, las flechas de tu infancia.
Las incendiadas y las dulces.
Las de aquel tono florecido, con que tu Madre te acunó… y no olvides el pasado, pues tienes la misión de andar entre los ciegos, comer sus alimentos venenosos y digerir sus males, que son muchos. Tienes el sortilegio de los que traen la huella digital, y no van a dejar que siembres en sus campos. Pero tú, no te arredres, peregrina...
Camina y mira al mundo y sus atardeceres, porque mañana no serás la huella que los guía, ni la mirada que los sana de tanta pestilencia.
Y me dejó tendida en esa roca de alabastro, como quien pena por la duda de quien no tuvo el aliento de los dioses, ni caminó los vados prohibidos.
La aventura es aquí… me susurró mi Amado Padre, con una voz doliente, como si no quisiera adelantarme el resto de la historia.
Y me dirás, amigo caminante, por qué te cuento estos momentos de visceral encuentro con esa dimensión, que llaman el Oscuro, los que la tienen ya domada.
No siempre se disuelven los ritmos grises, hoscos, con la misma tensión que los oscuros, pero la semejanza los confunde y a veces uno piensa que está pisando los terrenos de oscuridad feroz y en su lugar descienden los portentos y anidan las verdades de todas las Verdades.
Mi Padre dijo así, y así mismo lo vi… el día de la querella de los ángeles.
Ángeles verdes, grises, amarillos… de tonos oscurientos y de alas tristes como la lluvia entre manglares.
Ángeles ciegos, torpes, sucios… vestidos con harapos y pobres como ratas.
Ángeles dislocados, pues su esplendor no producía sino desesperanza.
Pero así lo verás… me repitió mi Padre, con la sonrisa más abierta que le había visto nunca y eso me resguardó de toda la ilusión que Maya jugaría….
Porque La Maga Gris es una Dama Ardida, peregrina… No temas a su risa. Ni tiembles nunca ante su aspecto. Mejor te vale Ser lo que tienes que ser, a la Hora de las Lanzas…
Y allí me acompañó, hasta la puerta misma de la Muerte.
No te lo digo por contarte cómo se mide el mundo en ese entonces, cuando la Muerte llega en su carroza, rodeada de alfajores y con la cinta verde en su cabeza. Su alfanje en la cintura. Y su mirada de aluminio.
Así la vi…
Dormida en sus laureles, pues cree en lo suyo… y nada más… como dijo mi Padre, soplándome en los ojos, sobándome la espalda con una rama de abedul y cobijándome después, con pétalos de rosa. Van a servirte en el camino de la mirada de la Diosa, pues Ella no le teme ni a los esbirros ni a los santos. No tiene cuerpo airoso, pero es esbelta y grácil. Y sobre todo esquiva a las caricias…
No le gustan los niños.
La angustian los pesares de los desamparados pero no tiene más remedio que quitarles el pan, pues así fue el mandato de aquel que la creó, y a donde manda capitán…
Y entonces me entregó la sabia hormiga, y la escondió entre mis petates, que en realidad eran dos piedras verdes y una piedrita roja y dos varitas de abedul, que me entregó mi Madre, el día de mi partida: Para que veas en ellas y corrijas en ellas… Y con esa charada me embarqué.
Sola y con miedo, te confieso.
Nunca había visto el mundo de cerquita y me empezó a temblar el cuerpo en el momento en que pisé la Tierra, te aseguro.
La Tierra, peregrino, que caminas ahora y miras con asombro, o con dolor, o tono abierto, pues temes, como yo, a ese furor de su cansancio… no es otra cosa que la Madre de todos los mortales.
De los que la conocen y los que no han pensado nunca que Ella es la Madre de las Cosas y de las Tempestades y de los Ruidos de los Ángeles… que como te decía, lo inundan todo con su ritmo y dejan esplendores reducidos, pues no conocen nada que no se ajuste a su sonido.
Déjalos Ser… No saben Ser de otra manera… Y ayúdalos.
Escúchalos…
Tienen la gracia más hermosa y la mirada más perdida de toda la Creación.
Conocerás en ellos la risa de los dioses que un día fueron ciegos elocuentes y hoy nos conducen a la Muerte, sin ton ni son… pero no escapes, peregrina…
Y así, mimándome, cantándome, dejándome sembrada en sus ardores de bohemio, como Él decía que se llamaba la entrada al Paraíso, me dejaba mi Padre columbrar su secreto impenetrable. Y cada vez que me acercaba a ese dintel oscuro y tenso como nido de serpientes, yo respiraba en vano… pues se me iba el piso.
Me aturdía la mirada con que me penetraba, hasta la médula y me dejaba en ascuas, vencida y sofocada… como una tea que ya no sirve.
Y créeme, es algo escalofriante.
Vencer la Muerte es una cosa… y respirar en ella, es otra…
De esa manera me explicaba los dolores divinos, como los llaman los que saben del por qué de esas cosas y del cuándo y del cómo… pero nunca lo dicen, porque el decirlo trae bajo ritmo y los seres humanos van a creer que es el comienzo del fin de todo lo creado, si ellos no esperan esa clave que trae el tiempo de los tiempos… y me dejó mi Padre pensativa.
Pensando en vano… dijo Él.
Y por supuesto no aclaró que todos esos pensamientos conocen las distancias entre los límites oscuros y límites abiertos, como los denomina la Ciencia del Poder del Oculto.
La Ciencia del Oculto, no es un Poder cualquier, ni puede reducirse su esplendor el día de la Raza de los Ciegos, ni el día de la muerte de los ciervos, ni se podrá contar con las palabras justas cómo es el día en que las cosas cambien de color y el sol se esconda, para siempre.
Y me dejó tendida, nuevamente, en la extensión más pavorosa de toda mi existencia.
Pues fue como si piedras me molieran el cuerpo, que ya no distinguía entre la vida aquí, y la vida allá… como le oí decir a aquella Abuela, que en mi infancia cortaba los estratos de la mirada de la Muerte, como si fueran flores y acariciaba el sueño de los justos, pues ella entraba donde nadie jamás podía entrar.
Mira la Diosa y no descanses en el dominio de la flecha. No temas al rigor con que ella te persigue, pues es la Dama Azul quien tiene en realidad la Gran Respuesta.
Y allí mi Padre me asediaba.
Me conminaba a respirar, siguiendo el ritmo de las cosas que tienen apariencia de mentira y siguen el camino de la pobreza y tienen poco aliento. Y así me contenía.
Así me dio todo el furor que yo necesitaba.
Y créeme, viajero. No me dejó encerrarme en horas de la ira, ni me acudió en momentos de tristeza, cuando la tierra se me desmoronaba, se me moría la hormiga en medio a las piedritas y yo sin agua… Sin amparo. Sin una mano amiga que me ofreciera el pan de cada día, pues se acabaron provisiones, el agua de manantiales, las cosas cotidianas se fueron distanciando de mi visión enloquecida, y sólo ese rumor me sostenía.
La risa de mi Padre, peregrino de caminar vibrante y tono ciego, es una risa fuerte, pues todo hay que decirlo. Pero nunca te acosa. Más bien te duerme. Te traspasa.
Te mueve las entrañas y te desata la armonía, cuando ésta es necesaria.
No has de temer a esa tensión con que esa risa te despierta, ni tienes que mirarla como se mira a un enemigo, pues a veces lo es…
Así me dijo un día, luego de rebajar el tono de esplendor con que ella me azotaba, como un látigo ardiente, y me colmó de mieles, de pétalos de rosa, donde quedaron cicatrices.
Mi Padre… ¡Ah…! compañero de viaje que me escuchas… no es un traidor cualquiera, como quisieron los estratos de grupos siderales asegurarle al mundo de los tuertos y al mundo de los alucinados, que gritaban que Él era el enemigo.
El traicionó a la Moira, sí…
Dejó en su testamento la risa de la Parca a la mirada oscura de quien no tiene Alma, ni carga la Piedad, como una cruz a cuestas.
No tienen Alma los que sueñan con ser los dueños del poder para beber la sangre de los justos y reclamar lo ajeno. No tienen descendencia los que no copularon debido a leyes mancas, pues no posee la llave de los sínodos sino aquel que le quiebra al toro su testuz y derriba columnas de los templos y mira a la serpiente en medio a los dos ojos, aunque le cueste lo que cueste…
Y mi Padre callaba, por un rato… en el que yo miraba su esplendor de fuego libertario y su ardentía silenciosa.
Su risa de corales, en el fondo de mares turbulentos, pues allí me llevó.
Al mismo vientre de las aguas, donde dejó a mi ser vencido, traspasado, coronado de espinas y vuelto un espantajo.

No duermas en los tiempos en que la luna esté en creciente, pues se acunan los sueños de los duendes y de las tempestades, en su color de Diosa de la Noche. Su territorio es denso, como los gritos de los ciervos y las auroras vírgenes no pueden ser lo que tenían que ser, pues ella, la Señora de Todos los Aspectos de la Nueva Presencia, reclama el cetro y la corona.
Pero no tiene dueño su perímetro.
Ni tiene resplandores que te interesen, peregrina…
Viaja en la noche, sí… pero no pierdas el bastón en medio a las tinieblas, que esa Señora llena de milagros, para aquellos que ven en ella la redentora y la benigna, no va a encontrarte otro igual. Por más que los que tienen aspecto soñoliento y los que miran de reojo y los que ven la huella detractora de su Presencia Augusta, así la llaman… van a decirte que ella es dueña de todo el territorio, que ilumina las noches del Planeta.
Piensa en ti misma y no en los sueños vagabundos de quienes no relatan esta Historia de la Tierra Perdida e Ignorada, de la misma manera que los ángeles. Esos que viven debajo de las piedras, pues nadie los comprende y tienen que ayunar constantemente.
Nadie los ve, es verdad.
Pero no dejan de existir, porque la gente es ciega y no percibe sus auras rosa y verde y sus alitas malolientes, eso también es cierto...
¡Los ángeles son verdes…! me estaba yo diciendo muy bajito, cuando mi Padre repitió: eso… también es cierto… para quien no conoce los aromas de flores en el bosque, pues es allí donde ellos moran, a falta de un hogar que los acoja y un poquito de leche en las mañanas, y a lo mejor un lecho tibio, y no ese frío lleno de humedades que tienen por morada.
¡Los ángeles son necios…! gritó mi Abuela, una mañana…
Y allí mi Padre vaciló…
Y yo quedé como de hielo, pues nunca había escuchado en todo aquel camino que habíamos recorrido… Él con su risa y yo con mi morral y mi bastón y mi hormiguita sabia… el Nombre de su Abuela.
Pues dijo el Nombre, créeme… y ese fulgor me desató la risa más terrible de toda mi existencia…
Si existencia se llama a aquel fragor que comenzó a quebrarme las espaldas, moler la médula sin darme ni un respiro, y yo como de fuego… luego que el hielo se convirtió en las llamas más voraces y más crepitadoras y mi Padre tranquilo:
Mi Abuela… ¡Ah… sí…! ¡Qué hermosa concepción del Gran Creador, aquella Dama Augusta… peregrina…!
Ella fue la Dadora Universal. La que llegó a pesar el fruto de los graneros de la Diosa y dio su permanente bienestar a los campos y mares de la Tierra. Ella fundó la Sacra y Magna consistencia que tienen los Arcanos. La Diónisis Azul se estableció, gracias a su mirada repleta de entusiasmo, pues a pesar de las oscuras y violadoras leyes que el hombre de la Raza Olvidada proponía, Ella trajo la Ley del Amor Absoluto. La del Anhelo Libertario
Y allí mi Padre me miró, como quien mira a las estrellas y me cuajó de Luz los ojos, de fiebre y de rumores mis entrañas y me quitó la venda que traía desde mi nacimiento, pues sólo Él podía.
Tu venda no está más…
Y desapareció.
O al menos eso parecía, pues luego de un instante de esos que son eternos y uno no sabe si va o viene…
Si tienes cuerpo consistente, o si eres un fantasma que vaga por los aires, como te cuentan los que dicen que uno no tiene cuerpo humano, cuando se va del Mundo… así opinaban mis vecinas, que eran harpías de turno, como mi Madre las llamaba y nunca las miró, ni devolvió el saludo, que ellas hacían, coquetas, descocadas… pues eran cacatúas de la peor especie, según decires de la gente.
Y luego de ese instante, te contaba… me vi descolorida, sin resuello, bajar por la pendiente más maligna y más recalcitrante de todas las pendientes de la Tierra.
Y eso se llama La Magna Tradición. O La Mirada de la Diosa, que se plantó delante mío, como se plantan los guerreros de frente a los peligros y me gritó, fulmínea:
¡Haga el favor de presentar sus documentos…! ¡Usted, QUIÉN ES…! ¡Cómo se llama…!
Y allí, amigo caminante, que tienes el arrojo de escuchar mi relato como si fuera un cuento de hadas, pero tú sabes que no… que no es un cuento para niños… Que no exagero… O sí… dirás, de vez en cuando, pero que al fin de cuentas te interesa saber qué más pasó… en todo ese trayecto de ires y venires del tiempo y de la luna, y de la risa de mi Padre, sobre todo…
Porque yo se que te agarró curiosidad por saber más y más de toda esta moción vociferante, como decía mi Padre, que esto se llamaba.
La aventura, Viajera de la Estrella, no es una tolvanera en el desierto, ni es un resumen de la vida de nadie, en general. Es la Aventura, a secas…
Y eso, es moción vociferante…
Y como ves, no puedo resumirte todo este caminar por entre los ardores de mi Padre y su risa de Plata… pues parecía el fulgor de alguna Estrella errante, su eterna carcajada…
¡Cómo me llamo…! le respondí a esa voz, que me tiraba fuego por los ojos y fuego por los brazos, y me ardía la espalda de tanto fuego en la columna y yo no se ni cómo pude responder a tal aparición.
Parecía bordada por arcángeles. Pintada por pinceles de magno resplandor.
Te prometo, viajero…
Era y no era… esa tremenda luz que me cubría de fuego y de rumores tenues, pues su grito guerrero comenzó a distenderse, a permitir que mi respiro se acostumbrara a su apariencia de Diosa Omnipotente. ¡Qué resplandor…!
¡Qué fuego tiene Usted, Señora hermosa…! le comenzó a decir mi ser en tono reducido, no fuera a ser que a ella le gustara que los mortales como yo, permanecieran mudos del espanto.
Me llamo…
Y fue entonces cuando se me olvidó mi nombre, y se borró toda mi vida, como si no hubiera existido jamás en esta tierra de miseria y de odios, porque yo puedo asegurarte, que nunca tuve apego por tanta barahúnda ni tanto ruido de macacos, como decía la Abuela, que no convino con su suerte.
Yo en este mundo de matracas y sacrilegios y mentiras, no tengo nada que pintar… Ni nada que obtener. Ni nada que dejar…
Y allí quedaba todo su esplendor.
Cubierto por la ira, que la llenaba de dolores y lágrimas inútiles, pues Ella no podía borrar tanta ignominia, que los mortales necios, pretenciosos y torpes, habían venido a expandir, como si fueran escorpiones que abrieran sus tenazas y esperaran la víctima, que al fin y al cabo, eran sus cuerpos… ellos mismos se cuecen este suicidio colectivo… Así decía…
Y yo me descubría..
Me quitaba el sombrero, ante mi Abuela poderosa, que nunca quiso herir a nadie, ni echar a nadie de su casa, incluso a las hormigas, que se vengaban, creo yo… pues inundaban todo.
Manipulaban la belleza.
Hacían los nidos más terribles y más aturdidores, pues las abejas las seguían y ese zumbido era feroz y Ella, mi Abuela hermosa como nadie, permanecía inmutable.
Y te contaba: entonces… cuando mi nombre se borró y la Diosa mirándome de frente como si fuera un campo de batalla y yo como en el limbo, todo se oscureció y yo permanecí transfigurada por la Luz, que comenzó a brotar de mis entrañas, de mi cuerpo pequeño, como yo llamo al corazón, pues mi Padre decía: el Corazón no tiene arte ni parte en el cuerpo que tienes, peregrina… El corazón es cuerpo en Él… Y sí…
Allí lo comprobé.
Porque empezó a sonar como tambores tronantes. Parecía un estrato de nubarrones ciegos, créeme. Y ya se que es complicada esa ecuación y que mi explicación no suena a nada convincente, ni nada corresponde a ese lenguaje que conoces, pero no hay más remedio.
Mi Padre dijo:
Une las cosas con lo que puedas entender… y no trates jamás de unirte a aquello que no entiendes… Y así tuve que hacer.
Unir esa actitud de aquella voz de fuego con mi tronar del corazón, que comenzó a entender ese sonido. A vagar presuroso por entre los cardones y las flores silvestres de ese campo, que era ahora el respiro de su tronío celeste. O sea: el terreno de la Diosa.
No te imagines que exagero. Ni me creas, si no quieres…
Todo es muy subjetivo, en este caminar por donde andamos, amigo de camino. Tu descubrir, es sólo tuyo… y tu inquerencia, es cierto… es inquerencia muy valiosa.
Porque no voy a convencerte.
Ni quiero aparentar que se lo que no se… como serían de seguro tus pensamientos encontrados, tus pesquisas secretas, tus ires y venires por entre matorrales, que al fin y al cabo son cosas que te atañen. No voy a ser testiga de tu suerte, a lo mejor. Pero sí se que voy a andar contigo un trayecto seguro y a lo mejor ni tan seguro puede ser…
¡Quién va a saber de dónde salgo…!
Como le dije luego a aquella Diosa, pues me dejó transida la experiencia.
Sin ver ni oír. Sin respirar siquiera.
El corazón paralizado, luego de aquel correr en que se disiparon todos los calambures de la Tierra. Todos los sortilegios, peregrino… quedaron ensartados en el collar de perlas que Ella lucía en su cuello y me observó como se observa a una hormiguita que perdió su camino y anda buscando alguna yerba, para calmar su sed…
O su dolor primero, como explicó mi Padre, que no miró mi triste caminar por los caminos de los ciegos, ni quiso responderme cuando inquirí con furia sobre el por qué de todo… de todo… créeme… porque yo me moría entre los gritos de animales que no me conocían y que querían devorarme. Así me vi… cuando Ella me observó, como a un animalito.
Y luego se perdió.
Se disipó aquella visión alucinante que no me permitió ni conocer, ni ver, ni siquiera olvidarme de mí misma… como decían los que conocen esa conciencia que se expande y se transforma en Luz de las Estrellas. Así dijo mi Madre, el día de su partida.
Se fue cantando… ¿sabes…?
Yo a nadie le conté lo que sentí aquel día, cuando Ella dijo: Yo me voy… y el resto, son adioses que no me corresponden.
Y me enlazó por la cintura, me dio un besito en la mejilla, y se quedó dormida.
O sea, se le olvidó aquel respirar que tienen los que sufren de un cuerpo transitorio… como explicó la Abuela, que no dejó que yo le preguntara el por qué de ese viaje inesperado, ni permitió lloreras, pues el llorar la ausencia de alguien que fue tu guía y tu mirar constante, pues Ella fue como mis ojos… como mi brazo izquierdo, te aseguro… la Abuela dijo: Ya no llores. Llorar no corresponde a tu belleza. Llorar es cosa de impotentes…
Y yo no protesté. Porque la Abuela había predicho: El día en que tu Madre amanezca cantando, prepárate, muchacha…
Y esa mañana, Ella, cante que cante, como los pájaros que bajan de las ramas más altas y poquito a poquito van buscando el abrigo y saltan a la tierra, a buscar las miguitas… pero Ella en vez de descender, ascendía y ascendía… y yo la vi, galana, vestida con la túnica de lana blanca y negra, con que me trajo al Mundo, en que ahora estoy… perdida, navegante sin barca ni timón… y ¡qué diría mi Padre de todo este recuento, que yo te estoy haciendo, amigo peregrino…!
Se dejaría crecer el pelo, a lo mejor…

El territorio de la Diosa no fue un camino sólido, te quiero confesar.
Ni fue tampoco un encontrar los sones libertarios, que mi Padre había dicho que Ella tiene escondidos en su cintura Magna… pues sólo vi mi figurita de hormiguita viajera, perdida en la marisma, mientras en la penumbra una voz inquiría, con tono perentorio:
¿Y por qué lloras… tonta de capirote…?
Así decía mi Madre… en alboradas necias, en que yo quería todo lo posible, y lo imposible, obvio… y me olvidaba que era niña y que mi cuerpo frágil no comprendía ni sostenía esas verdades intangibles, que existen en los sitios donde los pájaros anidan. O donde águilas azules tienen su nido excelso.
Así decía mi Padre…
Y se partía de tantas carcajadas.
Transido de la risa más atrevida y más abierta que yo le había escuchado en todo ese camino… Y entonces me vertía. Me sacudía su aliento como a una hojita de abedul en medio a un vendaval y yo me resignaba, a perder todo y cualquier cosa…
¿Por qué tan triste… si la tristeza es fea, como un susto…? quiso otra vez saber ese fulgor, que se esfumaba en el ramaje.
Y luego comprendí. La voz de Aquella Diosa, era la voz de aquella que en mi cuna dejó las amapolas y los colores de verano y miel de abeja reina. La que arrullaba sueños con la canción de cuna de la flor de poleo y conquistaba mi extrañeza trayéndome en las tardes un rayito de sol.
¿Mi Madre es una Diosa…?
¿Y dónde está su cuerpo de esplendores…? ¿Sería posible verla, vestida con su túnica de lana y ornada con flores de Bellísima, en el pelo…?
Y nunca pude terminar mi súplica sedienta, de olores a mi Madre. De ternuras perdidas, en noches de tormenta. De abrazos tenues. Dulces cuitas.
De ese mirar feroz… feroz… de bestia herida por la vida, que no la comprendió, ni le dio tregua a su belleza de enamorada de la Verdad.
Porque eso sí, viajero… mi Madre aceptó todo, incluyendo el dominio alucinado, que sólo Ella veía.
Y sólo Ella comprendía, pues no podían los timoratos, como explicó mi Padre, conocer sus ensalmos. Ni beber de su fuente. Eso era cierto.
Como fue cierto el elemento que trajo a este Planeta su tradición elemental. Su acento vespertino de Estrella de los Mares y de las Tempestades.
Así dijo mi Padre, mirándome a los ojos, sin esperar a que mi cuerpo se acostumbrara a ese rumor, que era su aliento de puras risotadas… ¡Y hay qué ver… qué atrevimiento tienen los que son responsables de tu vida…!
Así me dije entonces, cuando Él me musitó con tono de rugir de fieras acosadas por el fuego… y a lo mejor te estoy contando cosas que ya ni te interesan, ni te van ni te vienen…
Tienes que perdonarme, viajero que me escuchas, con la mochila al hombro y pronto a la partida, pues tu camino es largo… largo… Ya lo se.
Vayamos despacito. Hagamos un campito para los trinos de los pájaros y los aromas de las flores… ¿Te gustan las almendras…?
Cambiemos de tonada, pues el que adquiere doble, tiene doble… y las canciones tristes no han sido nunca buenas consejeras.
Matemos, pues, el tiempo… como dicen por ahí…
A lo mejor nos encontramos con los cuerpos dispuestos a la entrada de esta regia Aventura, con mayúscula… claro… No puede ser que ahora sigamos paliqueando, y de repente… ¡zuuuaaázzz! se nos olvide todo lo que anduvimos juntos. Lo que vivimos y soñamos y andaregueamos y morimos
¿Sí o no…?
¿Te gustan las entradas de magno resplandor que tienen los ocasos en el Sur del Planeta…?
No siempre son reales ¿lo sabías…? O mejor dicho: no siempre tienen los colores el tono que uno ve… Eso dicen los sabios del Oriente. Los de Occidente tienen opiniones variadas.
Que si las nubes tienen oxígeno y nitrógeno dispuestos a cambiar en permanencia el ambiente del mundo y sus placeres, que no son pocos… además.
Bajemos a las tierras de los amaneceres en el trópico. Son realmente una delicia… ¿Te gusta el agua de coco…?
Y así mi Padre me apartaba de su feroz batalla. De su tensión Omnipotente y Omnisciente, en que Él vagaba como un náufrago que conoce los mares y no le teme al tiempo que ha de ser prisionero de las olas.
Matemos tiempo… A ver…
Y entonces yo escondía lo que tenía que esconder. Vagaba yo también pensando en musarañas, como decía la Abuela, que no podía verme en una esquina del patio mirando al cielo, pues trataba de entender qué me contaban esas nubes cargadas de colores y con figuras estrambóticas, cuando Ella me gritaba:
¡Venga a arreglar su cama… señorita…! Hay que agarrar oficio… ¡si es que no tiene más afán que descubrirle al cielo sus milagros y andar de entrometida con los dibujos de los otros…!
Y allí me corregía lo que tenía que corregir.
¡Qué Abuela tan tenaz…!
Como comprenderás, la siento alrededor, pegadita a mi cuerpo, como una enredadera, en las mañanas y en las tardes. Nada se escapa a ese sonido que Ella insinúa, sin mostrarse: como ahora mismo ¿sientes…?
O a lo mejor sólo soy yo la que imagina que las abuelas no se van jamás del lado de su gente y cuidan y perciben todo lo que sucede en esta Tierra, donde ellas son guardianas.
Guardiana Azul… decía Ella, la Abuela displicente, si se trataba de chismes de tarascas… y Abuela briosa, temeraria, si de matar la Sombra Azul se iba a tratar, pues nadie como Ella para dejarse sacudir y deshacer por cualquier cosa que le sirviera al Gran Creador del Universo de ayudita.
Porque el Creador Supremo… ¡ES el Creador Supremo! hermosa…
Así decía, y se reía a carcajadas, que luego comprendí que era la misma risa que utilizaba aquel que me dejaba sembrada en el camino y sin agüita que beber, y sin almohada donde reposar…
Porque así son las cosas de la Aventura Ciega… peregrino.
Ciegas y sordas, además…
No son las que distinguen las frecuencias que tienen esos ángeles, que te decía son casi todos indigentes. Con el pelero sucio y malolientes. Con las encías sin un diente.
Con tantas llagas purulentas, como si el cuerpo les pidiera deshacerse y en realidad ellos no saben si viven en el limbo o mueren en los campos, donde la gente los distingue por su olor apestoso.
¡Pobres…! No tienen cuerpo de mentira y todo los insulta…
Así decía mi Madre, oscurecida su mirada, pues bien sabía Ella, de ese terror que ofrecen los que trajeron a la Tierra la Verdad de Verdades. La que no tiene escondedero.
La Verdad tremebunda, como explicó mi Padre a un caminante, un día de borrasca.
Había salido el sol por la mañana y nada presagiaba un día de tormenta, pero mi Padre dijo: Hoy va a llover hasta el cansancio, pues Dios no está contento con tanto resecor que hay en la Tierra.
Y resecor quería decir ceguera, en realidad. Eso lo descubrí, cuando Él le dijo al caminante lo que dejó a los pájaros sin trinos y a una ardillita sin su cola. No te exagero…
O sí…
Pero la cola de la ardilla, en realidad, quedó como pendiente de las palabras de Él, que comenzó a batir y rebatir corrientes de mentira y corrientes de verdad, como si fueran caramelo y la colita de la ardilla allí enredada en todo ese caldero y yo no pude con mi alma, de tanto remecer y remecer, que mi Padre seguía sosteniendo, y el viajero en silencio.
Las aves mustias, en sus nidos.
Nadie gañía, ni nadie resoplaba, ni mucho menos nadie le inquiría al Autor de ese discurso, por qué de tanta furia desatada. Por qué de ese enredijo, en el caldero que te cuento, pues parecía que un día como ese no iba a tener problemas, pero te digo: problemas hubo… Y a montón.
Cayeron chorros de agua chirle.
Chorros y chorros de tortugas, que se bañaban en el fango y no decía el caminante ni una sola palabra, pues tuvo con aquellas que pronunció al comienzo, cuando mi Padre saludó, con una risotada, y el viajero inquirió: ¿Quién es usted…? ¡Y válgame el Señor…! como decía la Abuela, peregrino.
¿Que quién soy YO…? Pues bien…
Y comenzó la perorata más distendida y más apasionante que le escuché a todo lo largo de ese camino de errabundos, porque una cosa es el oír y otra es el ver… si quieres que te cuente, con pelos y señales.
Con pelos y señales, tampoco creo que va a ser… pero al final de cuentas en todo este contarte de mi aventura ciega y de mi Padre, el Gran Maquinador, como te dije que mi Madre llamaba, por no apodarlo de otra forma… pues a veces, decía: Él tiene cara… y no.
O sea: que siempre daba la impresión de que Él era invisible, en realidad. De que existía en el plano de esplendores de realidades neutras y realidades conceptuales, como supe más tarde que ESO era.
Un Esplendor Supremo… que comenzó a dejar el bosque como un mandilandinga y a oscurecer el cielo, como si fuera a descender el mismo Sol… ¡y a maldecir se dijo, peregrinos del Dharma de los Ciegos…!
Y le escuché, de nuevo, ese tremendo tono de imponente y mágico esplendor que tiene Él, cuando se quiere reducir, pues de no hacerlo, perdería el Planeta su equilibrio, los cielos caerían como paneles de cartón y el maremágnum reinaría, mejor dicho.
No quiero recordarme, en realidad, de todo lo ocurrido en aquel día extraño, en que las nubes parecían los monstruos más oscuros de toda la Creación.
Salían demonios de sus centros y yo miraba y no… pues me paralizaba esa tensión que producían los aires turbulentos, el aguacero cae que más cae… y mi Padre en miseria, como Él nos explicó:
Miseria no es el Todo… Pero tampoco será el Nada…
Y allí fue cuando el viajero dejó de ser lo que era.
Terminó su jornada con la mochila a cuestas y el bastoncito de palo de ciruelo y se puso a llorar y más llorar…como alguien que supera todas las novedades de la infancia, los mimos, los suspiros dolientes de la madre, los regalitos de la abuela, las caricias de todos los hermanos, pues de la noche a la mañana se convirtió en adulto… y lo miré crecer, crecer y más crecer…
No tenía sostén, en realidad.
Lo dejé contemplar la risa de aquel Ser de la mirada más intensa que él jamás había visto, sin decirle que yo también estaba más o menos en las mismas. Aunque mi Padre fuera el domador y yo la fiera preferida, eso también hay que decirlo.
Pero las cosas que pasaron en aquel día aciago, sólo el viajero del bastón de ciruelo podrá dar cuenta, un día, pues no sólo cayeron las tortugas sino que comenzaron a vaciarse los cielos de la Ternura Augusta, como decía mi Abuela, cuando caían hasta perlas del mismo firmamento… Y era un decir, como comprenderás. Perlas o no… tortuguitas o chorros de la Ternura Augusta… el cielo se vació.
Se declinaron los ocasos de las tierras de Oriente y se partieron los esbirros que vinieron a hacer de este Globo terráqueo un burdelito de segunda… que era la frase preferida de mi Abuela, me vino a la memoria.
No se si es la correcta.
En todo caso fue lo que entendí, sin entender. Porque miré los ojos de mi Padre, y Él miraba al viajero, que miraba a las nubes… sin comprender, sin ver, pues quedó ciego, ciego, ciego…
Y esa Verdad… La tremebunda, refulgió cual espada en aquellos territorios, donde ese pobre caminante tuvo la suerte de encontrarse con Aquel que dirige los contrastes y los morires de la Tierra.
Los menos y los más…
Porque otro día te relato cómo fue que dejó a la Dama Omnipresente, según El.

La Verdad Tremebunda, viajero que caminas con la mirada fija en el Oriente, pues donde sale el Sol es donde brota toda la Fuente del Saber… decían los que conocen de estas cosas… y tiene el ojo pronto a medir la distancia entre ese conocer y ese terrible ambiente que quiebra el espinazo, cuando uno se aproxima… tiene dos filos, me parece… Esa verdad Primera.
Porque también se llama así.
O al menos eso me pareció entenderle, entre risas y más risas, a mi Padre, el Augusto, El Director del Universo, según decía la Abuela, que nunca me mintió, ni jamás concedió a ninguno de mis caprichos saber lo que no era necesario.
Y yo creí a pie juntillas, que el Director del Universo tenía barba blanca y larga cabellera, como ella describía a aquel que era mi Padre… y entonces, muy pequeña… creo que estaba aún cambiándome pañales, me soñaba con Él.
Soñaba con su Sombra.
Soñaba con su Anhelo de Amores Imposibles, pues mi Madre decía: Aquel que te dio el Ser, es anheloso y trae sueños de Amores Imposibles… Y sonreía.
Mi Madre no se rió a mandíbula batiente, sino una sola vez, que yo tenga conciencia. Y fue la vez que me contó aquel episodio de su primer encuentro con mi Padre.
Y aquí, tal vez llegamos a un bifurque de caminos, en mi relato cundido de laberintos, pues ya te oigo rezongar:
Esta señora se adelanta y se atrasa y retrocede y entra y se pierde y yo no tengo cómo andar por entre tanto matorral, ni tantas lianas que ella anda tendiendo… o dislocando… o mejor sería decir, manteniendo templadas en una forma tal, que cualquiera se pierde.
Y me perdonas, caminante de fúlgido mirar y gran paciencia, pues todo hay que decirlo. Hasta aquí me seguiste, y hasta aquí voy llegando, con mi morral a cuestas, también yo…
Y hablábamos de Amores Imposibles y sus Anhelos anhelosos… y de Verdades Tremebundas, y de mi Abuela… obvio.
Y de mi Madre…
¡Ah…! Mi Madre, viajero que te arriesgas a continuar el vuelo de mi pluma y mi tensión de laberinto, no tengo cómo describírtela.
Ni cómo acompañar mi memoria de niña y sus dolientes extrañezas, cuando Ella se perdía en la distancia de los siglos… ¡y vaya usted a saber, eso qué era…! Lo que si se, me da dolor en las entrañas, a cada vuelta del camino, y no te puedo hablar de esa añoranza, sin trepidar por dentro.
Ella era Paz y Guerra. Dolor y Goce, al mismo tiempo. Era caricia y fosca, en noches de locura, en que se despedía de las cosas y erraba por los campos, como una fiera herida. Erraba… Erraba…
Y entraba luego, silenciosa… No tomaba alimento. No dormía… Y era como una sombra su sonrisa, que jamás la dejó. Jamás… Jamás…
Podía estar acosada por la negrura más intensa y acorralada por el fuego, que nunca se dejó arrebatar lo único que en realidad tenía.
Pues poseyó la nada, créeme.
Tuvo el coraje de arrastrar con la Pobreza del Mundo y sus placeres, y dejarlos tirados en una orilla del camino, hasta el día que quiso… ¡y se acabó el carbón…!
Como ya te conté, un día me susurró: Yo, ya me voy… y el resto son adioses que no me corresponden…
Y se vaciaron las alforjas de aquella Peregrina, que llevaba en su Ser sólo Belleza. Sólo Armonía y el Silencio, que trajo al Mundo, en pena y añoranza. En realidad, Ella tenía Todo… y prefirió la Nada Externa… como comprenderás, nada… tenía que ver con esas cosas que uno prefiere que resuenen en mundos interiores, como las campanitas de los templos.
En silencio profundo, así lo vi.
Y así lo miro ahora, cuando te veo sonreír, con ese gesto un poco sorprendido y un poco con nostalgia de cosas ya escuchadas, de vidas ya vividas, de caminos ya hechos y rehechos, pero yo se que es hoy, cuando nos encontramos en medio de este camino de la vida… que vamos a contarnos y contarnos… hasta que el sol se apague.
Mi Madre sonreía: el Sol se apaga… no se esconde… Y siempre le creí.
La Verdad Tremebunda, te decía, refulgió como espada toledana, en medio a una batalla que no esperaba nadie se fuera a abrir, como un infierno sólido y tan denso, que las voces morían en la garganta del viajero y en la garganta de mi Padre, y en la mía temblaban los vocablos de una manera inteligible y sólo oí el rumor de la Carroza de la Muerte.
No te voy a contar todo aquel episodio, que fueron los esbirros de la Parca, sembrando a troche y moche.
Desamarrando los estratos de fúlgido esplendor de oscuro remanente, pues quedaron los ciegos, los paralíticos, los mudos, los atorrantes, los vencidos… tendidos en el campo y la noche hizo un alto… pues quiso recordarnos que Ella tenía la Vara del Castigo, en sus manos de Diosa Omnipotente… y mi Padre decidió, entonces, esperar.
La espera fue un camino que no me corresponde relatar, y sin embargo sólo quisiera recordarte que el Dios de las Alturas, vive en la Tierra… Come contigo. Habla tu lenguaje… Así dijo mi Padre. Y así es…
Todo… es acá...
Los dioses y las diosas de omnipresente canto y tono poderoso, vinieron una vez a este territorio que hoy apodamos Tierra, y en realidad su nombre ha sido otro, pero es secreto… me confesó mi Padre, como diciéndome: no creas, si no quieres… que era su frase preferida, pues nunca consintió que yo me dedicara a diseñar sólo dibujos que había visto en los predios ajenos y no pudiera con los míos.
Los diseños divinos, son diseños de tenso resplandor… y todo hay que decirlo: son espeluznantes.
Y comencé a reírme como Él… a partir del momento, en que salieron los lagartos a decidir la suerte del destino del Mundo en que vivimos y a sacudir Esferas Prohibidas, como explicó mi Padre que eran esas, que andaban retirando los decibeles sordos de Música de Esferas que habían pasado de moda.
Y no lo dijo así, como comprenderás.
Él usó una palabra muy difícil, que ahora no recuerdo, pero quería decir con eso, que todo este vagar por entre nudos espinosos y eternos misereres, no iba ya a servir al que quisiera ver la Muerte separarse del Mundo, bajar a los Infiernos y desaparecer…
Y con esto dejó su huella opalescente, pendiente del ocaso, que comenzó a brillar como si fuera el alba, y el Sol detuvo su apagarse. Te lo juro.
Lo vi con estos ojos, que han de vivir lo que tuvieren que vivir y mirar lo posible y lo imposible…
Porque eso fue como un amanecer, en medio a las tinieblas más terribles que el Mundo había sufrido desde la historia del Diluvio. O desde los tiempos del saber de todos los saberes, cuando aquel habitante de la Tierra, comía los manjares que le ofrecía el viento y producía sonidos en su cuerpo que rejuvenecían y vaciaba pirámides enteras, con sólo respirar.
Y un día perdió el Norte.
O a lo mejor era el Oriente… El caso es que perdieron los sones los anfibios. Detuvieron el vuelo las serpientes. Empezaron los búhos a volar y comenzaron los lagartos a ser los Amos y Señores.
A caminar derecho, por entre pedrejones de diamante y no pudieron con tanto resplandor. Era mejor el vuelo oscuro, decidieron. Mejor quedarse en la molicie y vivir los entuertos de los otros. Comer de las pocilgas. Ensuciar las paredes, los pisos de esmeralda, socavar en la tierra prometida y saquear sus tesoros y de paso violarla, por supuesto.
Nada quedaba en pie, como no fuera su avaricia.
Su dejadez. Su pesadumbre, pues no volvieron a acordarse cómo era aquella risa de los ángeles, ni cómo era el principio de la vida, cuando la Vida era Verdad.
No el vago rezongar de huesos y moléculas, que perdieron también la orientación precisa y comenzaron a dejar de trabajar y aparecieron los esclavos, que sometieron a los amos… pues nadie supo nada, cuando ellos produjeron los famosos remedios y las famosas píldoras y los experimentos de los ciegos, fueron el don de la Sabiduría de esos tiempos…
Oscuros, sí… dirás…
¿Pero, es que no conoces el tremendo poder que tienen los esbirros de las legiones del Oscuro, cuando les damos de comer con nuestras propias manos, y los dejamos regodearse en nuestra propia cama… y les tiramos oro y mortecina, que es lo que más les gusta…?
Y a esa pregunta de mi Padre, yo quedé traspasada por un dolor externo que me quebraba vértebras, y comenzó un sonido agudo a dividir los hemisferios del cerebro y luego me fundió en un remolino de carbones prendidos que presionaban miembros, sueños, quemaduras ajenas… pues era cierto y no… aquella sensación de ser en medio a todo, y rebajé mi esencia de peregrina a dulces acomodos, como decía mi Madre, cuando yo preguntaba por algo que me quedaba grande.
Acomoda ese sueño… aconsejaba. Y no te dejes rebasar por ilusiones pasajeras, pues son los dulces acomodos de gente que no existe…
Y yo entendí que eran fantasmas.
Obscenas podredumbres de un esplendor mefítico, grosero… que vagaban sin rumbo por los caminos de la vida y querían convencerme que yo era pasajera de su barca.
Pero mi barca, compañero… era la Barca de mi Padre. Y aunque Él me amonestara que mirara de frente, no fuera a ser que me perdiera esa señal que da la Estrella en los amaneceres de luces boreales, yo no lo comprendí, hasta ese mismo instante en que la fuerza de su pregunta me dio dos volteretas en el aire, y quedé suspendida…
Permanecí flotante, como cuando uno pierde la memoria y tiene que volverse por donde mismo vino, como solía decir Él mismo:
Decídete a penar o decídete a gozar… Pero no saltes los matojos como liebre asustada, si no quieres volverte a los Planos Inferiores… ¡y allí te quiero ver…!

¿Y dónde está mi cuerpo…?
Eso dijo una mirla, cantando en un cerezo lleno de frutas rojas y amarillas y yo entendí que había perdido también las coordenadas.
Que mi cerebro no cumplía las funciones normales y que me había quedado lela, de tanta Luz que rezumaba de aquel paisaje ardido y solitario, en donde me encontré. Sólo la mirla y yo…
O sólo yo… para mejor decir, pues era un espejismo del tamaño del Mundo, lo que mis ojos percibían.
Cambiaban los colores en una forma tal que yo creí morirme de la angustia, pues no alcanzaba a comprender por cuáles elementos, ni por qué… ese terrible trepidar de toda la armonía de la mañana, me hacía mirar de frente al Sol, cuando era prohibido.
Mirar al Sol de frente, trae las consecuencias desiguales. Mejor te quedas quieta, cuando esa sensación te desaloje toda y tengas que enfrentarlo, tal cual es…
Eso me dijo un día, en que me vio sentada a la sombra de un pino, que entre otras cosas no era el árbol indicado para que nadie se sentara, aunque la tradición te diga lo contrario. Los pinos son los pinos… y un abedul será lo que es…
Y yo entendí que era la hora de comenzar a organizar mi vida.
De continuar con el camino, al pie de sus sandalias, pero sin ofuscarme por todo ese atafague que significa el ritmo de su aliento. Ni el tono de su risa. Ni mucho menos olvidarme de que su vida es suya… y que la mía apenas comenzó. Y así me andaba yo diciendo, como si en realidad supiera de qué me estaba hablando.
¡Qué desastre…Dios mío…!
Así la oí decir.
Y comenzó a cantar de nuevo aquella mirla, como si de eso dependiera el final de las cosas de todo el Universo, o el comienzo… No se… El caso es que sentía que se me estaba consumiendo el cuerpo, de a poquitos, y que de hacer lo que mi Padre había aconsejado no estaría pendiente de aquella trabazón en que me había metido, con todo y Sol… adentro mío…
Porque era allí, donde se me centraba su esplendor y me atizaba su voltaje como si fuera un Dios castigador, que fuera a fulminarme, como un rayo sediento de venganza.
¿Venganza…? ¡Qué palabreja más extraña…! dijo la mirla escudriñándome desde su rama florecida y las cerezas rojas y amarillas, se tornaron de pronto en mariposas, que comenzaron a volar en las alturas verdes… verdes…
¡Y ahora sí… a volar…! me convidó la mirla…
Y no quiero contarte el resto de esta extrañísima tensión, en que el Sol me metió… O sería mejor decir: en que yo me encontré, por culpa de mis culpas…
Por causa de mi ignorancia, como comprenderás.
Pero sería tan largo de narrarlo y tan complicado de entenderlo, que se te dormirías, de seguro.
Mejor volvamos al momento en que mi Padre dijo:
¿…y les tiramos oro y mortecina, que es lo que más les gusta…? y luego del dolor quebrantahuesos, yo rebajé mi esencia peregrina a dulces acomodos.
Porque era lo mejor.
Aunque no fuera, en realidad, lo que esperaron todos los que fueron y volvieron de críticas batallas. De sones de la niebla, en campos solitarios. De sumisión y de constancia. De grandes distensiones, en que la sólida Confianza es lo único que te arma y te desarma.
¿Me entenderás, si te confieso que yo misma no supe ni cómo fui… ni cómo regresé de tales aventuras en el subsuelo de la Tierra…? Porque fue allí, que sucedió. Ahora lo comprendo.
Y me dirás: Y el Sol… ¿fulge en el firmamento, o en las entrañas del Planeta…?
Y yo no se… querido amigo.
Tiene que ser la Fuerza de la Vida, la que produce tales elementos de fulgores adversos, como observó mi Padre, después de mi regreso. Y fulgores adversos podían ser mil cosas diferentes, según me enteré luego, cuando llegué reseca y repodrida, como un árbol sin agua que lo riegue.
No niego que la fronda había florecido, por ejemplo.
Y el tronco era dorado, como los árboles que dicen brotan en el Jardín de las Hespérides. Pero no se... Todo era vago y soñoliento, como en los despertares de la infancia, cuando uno quiere que su Madre le traiga leche tibia y galleticas frescas y nadie te puede hablar, ni desacomodar… hasta que recuperas, poco a poco, el territorio que dejaste cuando cerraste los ojitos y te echaste a volar… volar… volar…
¡Y esos sí que eran vuelos…! querido peregrino de soñares profundos, ya lo se…
Debes estar cansado de mi relato. ¿Hacemos otro puente…?
Pongamos las mochilas en un sitio seguro, pues por estos andurriales dicen que vagan tránsfugas del cosmos y malhechores de gran tono, que les encanta descender de todas sus potencias y acarrear con todo lo habido y por haber…
¿No te parece que si subimos la pendiente y averiguamos qué hay detrás, nos relajamos de tanta garladera y de tanta andadera, sobre todo… no me dan más las piernas. Las tengo tensas, como cuerdas templadas de violín, antes del gran concierto.
O será que va a haber música…
A veces pasa, créeme.
Uno no piensa en nada, conversa que conversa con los amigos, o un vecino, o con el vendedor desprevenido, y de repente, ¡zuuuuaaaázz!… le cae un pensamiento de esos para mandar doblar, como decía la Abuela, que conminaba:
¡Y no te me distraigas, cuando vengas mirando las vitrinas y pensando en poemas y en no se qué más sueños de escritora que hará temblar al Mundo…¡ Guarda los tonos raros, eso sí… A la gente le gusta lo excéntrico y lo caro…
Y yo guardando frases, palabras estrambóticas, charla que charla con algunos paseantes, con la señora del médico de turno, o con la sacristana, que hablaban sin saber… Decían las cosas más atrabiliarias y más atravesadas y más hermosas, a la vez… Nadie se daba cuenta de los vocablos que salían de sus labios.
De sus cerebros, no era… te aseguro.
Porque si hubiera habido alguna conexión entre la máquina de pensar y la mecánica del cuerpo, que simplemente abría la boca, movía la lengua y dejaba correr esos chispazos y las palabras se encontraban y se desencontraban, pues nadie, te lo juro… tenía la imagen justa de lo que aquella vibración traía, por dentro… la Historia del Mundo habría cambiado.
Por dentro de las cosas y las palabras necias, hay un hilar de Dios… decía mi Madre, con la sonrisa sólida y veraz… pues nunca se sonrió por dar cabida a nada que no fuera la sólida verdad.
La música de Todo, es el compás divino en medio a los viajeros de la Tierra, que la contemplan, la maltratan, la desconocen… y la queman, de tanto fuego inútil que botan de la boca…
Y mi Padre callaba, como si comprendiera que también Él hubiera podido hacer lo mismo, de no haber sido por su Ángel.
Ese que apareció una mañana de esplendores violentos y le avisó entre risas y caricias: ¡Ahora mando YO…! Y desde entonces Él contempla y vive, aquí en la Tierra, como si la mirada de su Ángel proveyera el compás, el ritmo, el tono… y sus palabras son suspiros de luz en la mañana y de luz en la tarde… y nunca olvida que fue el Verbo el primer habitante del Planeta, que lo Creó, además…
Luego de aquel respiro extraordinario, que nadie sabe cómo fue, ni cómo se lanzó… pues el secreto aún subsiste en el subsuelo de los mares y en los cantares de las aves y en la fronda de los árboles… como éste, por ejemplo.
¿Fresquito, no…?
¿Te gustan los anones…? Aquel verdor que fulge en sus cortezas es algo que me deja sin resuello. ¿A ti no te parece…? ¿Has visto que ternura tienen en sus vientres de blanco afelpadito…?
Parecen fantasías… ya lo se.
Pero es que ahora mismo ando vagando por entre las palabras como si fuera un picaflor… ¡Qué intolerancia…! ¡Qué manera de vaciarte de la Shakti… cuando Ella no produce más ritmo que el sonido…! Aléjate del Centro que no te deja resonancia y mueve el tono Verde…
Eso gritó el Anciano Venerable, que me miró a los ojos y me dejó vaciada en estas páginas, que ahora remuevo, siembro y reconcilio… pues uno nunca sabe.
Y vaya usted a saber, por qué yo me dejaba encandilar por tanta melopea.
Por síncopas y diátonas. Por solideces y mordidas, que sólo me aguantaban los más veloces en el tránsito de corredores ciegos y laberintos en desuso, pues todo hay que decirlo: el delirar no presta un gran servicio, si éste no trae la Shakti de la Comendadora. De la Presencia Firme de la Diosa.
Shakti es Misión de dioses y Fuerza de su Luz, que es Centro de Bondad y Condición Divina….
Así explicó mi Padre, el día en que lo ví cubriendo las distancias como si fuera un águila y derramando Luz, como un cometa.
Dejémonos de crudas resonancias. Bajemos la colina y recojamos agua, por si acaso. Dicen que es tiempo de sequía y quien no tiene bastimento, no tiene referencia entre los arenales que nos van a cercar, pues el momento es el preciso, lo presiento.
Presentir, presentir… y mi Padre se volvía un nubarrón de carcajadas, un cielo repentino de colores extraños, un tiempo de esplendores de acero y mucho ruido.
Porque tronaba.
Restallaba la luz… Y había un sacudimiento en todo el cuerpo que por más que trataba de apaciguarlo con té de agüita de heliotropo, masajes con caléndula y demás artilugios de la ciencia moderna… que de moderna tiene poco, por supuesto… me restallaba a mí también la Luz de sus pupilas, la sensación de hundirme regresaba, y yo como en los mares de tormenta, donde ni cielo, ni agua, ni los delfines te ayudaban, pues todo se volvía un misterioso retroceso, como insitía mi Padre:
El retroceso de las células trae sus elementos, y nadie puede ver, ni oír, ni Ser… antes de conocer el por qué de su Centro evanescente. El que no quiere entrar en Ello, no dejará la gran simiente que ahora el Mundo necesita. Y ten en cuenta, peregrina… Los dioses y las diosas, no vinieron a ver, ni a oír, ni mucho menos a enseñar.
Ellos vinieron a gozar de la salida hirviente, que este Universo tiene…
Y allí callaba por momentos, en que los cielos se aclaraban, las nubes se borraban en un abrir dorado y en los violetas más intensos y yo mezclaba todo: es cierto…
¡Qué intrepidez se necesita, créeme…!
En esas horas, o momentos, o siglos… si tú quieres, en que los cielos se despiertan y todo nos convence de que la Gloria del Altísimo es una Realidad tan grande como un templo… y tan alta y tan hermosa… porque cuando Ello en tí, resuena, y tú recibes de rodillas, entonces sí…
Los cielos cantan. La noche se recoje y el Alba llega, para siempre, pues no te deja más la huella detractora del oscuro sistema del espejo.
Ese que te plantaron un día los estudiantes ciegos y atorrantes, que vinieron a ver, y a conducir, como si fueran profesores de Escuelas Magnas y tuvieran diplomas de sapientes.
¡Mentira…¡ ¡Falso es… de toda falsedad… que los filipichines de otros universos pudieran convertir el oro en Luz de Gloria Celestial… y la mirada de Dios en Elemento Sacro…! ¡Macacos…! ¡Eso son…!
Y aquellos gritos de la Abuela, me resuenan aún en los oídos, como si fuera un estridor de vacuo resplandor, pues en Ella, mi Abuela, la Luz de la Alborada de los Dioses de Gran Misericordia, nada resplandecía que no tuviera que resplandecer.
Ni nada se movía, cuando no había por qué…
No miremos ya más ese recuerdo extraño… decía mi Padre, presuroso y sin ningún acento definido, pues más bien era un susurro lo que yo le escuchaba, allá en mi corazón, que comenzaba a palpitar bajito, muy bajito… Y entonces yo entendía.
Lo que nunca entendí, no te lo puedo referir… caminante de largas experiencias y comprensivo en tu escuchar mis peroratas. No voy a desdecirme, ni voy a continuar contándome mi vida, como si fuera una Aventura de una Niñita Estrella que decidió que amanecía, y ella a danzar…
Y anochecía, y dance que te dance…
Porque la historia es otra, compañero. Muy otra…
Ya verás.

La Historia es ciega y sorda, cuando uno la reduce a un hilar con hilos atrofiados. Con estamentos de mentira. Con algodón mojado, mejor dicho.
Así decía mi Padre, con palabras más lindas, que por supuesto yo no abarcaba nunca, pues mis oídos estaban tuquios de la cera y de la arena del desierto, por donde Él me hacía vagar, vagar, y más vagar…
Y no te creas que es elemento discordante, con todo este relato que trato de contarte con mis palabras destempladas… volátiles… errantes… pues errabundo ha sido mi destino. Errar fue mi promesa.
¿Tú sabes que uno dice lo que quiere decir, antes de entrar en el Planeta que conocemos como Tierra… y que mi Padre insiste, que Ella tiene otro Nombre…?
¿Sabías que los destierros de quien no tiene nada más que su mochila y su bastón, son Promesa cumplida…?
Y la pregunta de mi Madre me complicó aquel día el ejercicio de aritmética, que yo andaba inventando. Porque inventaba números, a veces… Y es un decir, como comprenderás.
Nadie puede inventar lo que ya está inventado, pero a mí me sonaban las ecuaciones siderales a cantos de los ángeles y los cantos de hormigas a números celestes, y así… vagante entre teoremas y geometrías de los espacios, desgastaba mi tiempo en correderas… como decía mi Abuela:
Esta muchacha corre demasiado… Y lo peor, es que corre sin saber. Pónganle oficio… ¡A ver…! ¿En dónde está la escoba y quién sacude las persianas…? Y me desdibujaba los dibujos. Me hacía correr de arriba abajo, desempolvando, sacudiendo, sudando a mares…
Y ahora entiendo…
Ese corre que corre, no era un oficio de cuatro años. Y quién lo iba a saber… Sólo la Abuela, por supuesto. Y mi Madre callaba…
Ella sabía que yo había añorado ese destierro y que traía a cuestas mi mochila y mi bastón de palo de abedul y que nada ni nadie me iba a poder vaciar de lo que no tenía… Pues antes de pisar su hermoso vientre y regresar al nido de su anhelo y a aquel Amor de mis Amores, yo pedí aquello que Ella también había pedido… y se nos concedió.
Promesas son Promesas…
Así me repitió, besándome en la frente, con una especie de dolor que yo no comprendí, pero que ahora tengo fresco, restallante, aquí en mi corazón, y se sin duda alguna que también Ella había desempolvado, sacudido, limpiado las estanzas de todos los dolores y todos los placeres y todos los sonidos de la Muerte.
Porque esa poderosa y firme voluntad con que Ella descubría los elementos más oscuros y las llagas del Mundo que pisaba, que ornaba con su aroma y su sonrisa, no era un abrir las puertas, sólamente.
Era callar, cuando aquel Mundo la insultaba.
Orar en el silencio de los astros de bajo resplandor y conocer la ira, sin decirlo. Sin resollar siquiera. Pues era Ella quien ponía y quien quitaba, créeme.
No es fácil entender, a los cuatro años de tu vida, que viniste a sufrir, porque querías. Porque pediste antes de entrar en ese vientre amado, lo que tu Madre había pedido.
Por resonancia… ¿ves…?
Cuando la Madre es quien provee de todas las verdades y todas las mentiras y crees en esa esencia y bebes de esa leche y te acunan sus brazos de robusta tensión y nada puede desdecirte, pues Ella Es… y Fue… y Será… Todo lo que conoces… entonces, caminante… la Historia es otra, por supuesto.
No son tragedias griegas, éso está lejos, mi compañero de viaje…
Las tragedias del Mundo son cosas de gitanos y de los saltimbanquis, que ahora caminan como si fueran reyes, poseedores de la Vara de Mando y sus bigotes tiesos, tiesos…
Ahora no podemos siquiera dirigir la mirada doliente hacia los cielos descompuestos, el aire comprimido, pues el oxígeno ya es cosa de poco tiempo y lo demás son consecuencias de ignorantes maniobras, que el ciego de la farándula anda descomponiendo y componiendo, como un titiritero.
Los ignorantes son la peste más horripilante, porque además de atrevidos, son de un altanero insoportable… Los deberían prohibir…
Y los decires de mi Abuela dejaban a mi Madre sumida en un silencio de tempestad que se acercaba.
Nos circundaba un aura maloliente y un alarido interno comenzaba a brotar de sus ojos oscuros, como si fueran las espinas las que estuvieran azotándola y el Mundo y su ignorancia no conociera, ni pensara, ni tan siquiera viera un hecho tan inocuo, como era ese morir… Ese deshidratarse de la Tierra. Aquel terrible ruido que hacían los ángeles oscuros…
Porque era oscuro, oscuro…
Y yo me guarecía, entre sus brazos de alabastro. En medio al centro de diamante, me parecía no estar segura y entonces reducía el esplendor odierno, como decía mi Padre, en horas de anarquía… cuando el solsticio era pesado y las aves dejaban los terrenos de soles sin retorno.
Deja a la pesadez y cúbrete la espalda… Los ruidos de los ángeles comenzaron a oírse desde el Norte del Mundo, hasta la Patagonia… Y eso es indicio que el esplendor odierno no se cansa de obrar, ni teje ahora lo que debía tejer… Afloja esa tensión…
Y yo esperaba… Resumía. Conservaba el aliento y me ponía a cantar, cantar… como volviendo de la guerra.
Errante y cantaora… No hay mal que no te aguante, ni tiempo que resista la voz que Dios te dio… ocúpate del huerto y siembra bien bajito… Las zanahorias están repletas de tesoros, que te ayudan a echar tanto mendigo y tanto escorpión, colándose en las puertas y haciendo un estropicio en las ventanas… Mata el delirio, mariposa… Y no me vengas luego con tu historia, que yo ya la conozco…
Y la Abuela callaba. Y éso, era raro en Ella.
Porque era como un río.
Cuando la Abuela hablaba, se callaban los pájaros, la noria no corría pues el viento se hacía todo oídos y dejaba de soplar.
¡La Abuela…! ¡Ah, caminante…!
Era un camino abierto a la aventura. Un mar embravecido. Un solitario requerirle al Mundo los placeres de la Sabiduría y los menjurjes de las diosas… como Ella me decía: Las diosas son coquetas… a ellas les encantan los menjurjes… Y éso, es muy peligroso, si tú no sabes dónde colocarlos. Todo depende de tu anhelo…
Y me dejaba fría cual mar en el invierno.
No tejas mucho, muchachita… Se te agrietan los ojos… la oía gritarme desde el patio, y yo teje que teje mis historias y mis anhelos cautelosos, porque ya había aprendido a no entramarlos con demasiados nudos.
Si tienes la paciencia de escuchar esos ruidos que forman pensamientos y no te lanzas a estirarlos, ni a retocar lo ya fundamental, pues no se necesita armar lo que está armado… entonces vas a ser lo que tendrás que Ser…
¡Aguanta el grito y tensa el arco…!
Y eso se cae de su peso, como comprenderás.
Porque en los ratos de inocencia, cuando yo contemplaba caer la nieve en la llanura, o miraba los pájaros, que hacían sus nidos, cante que te cante… entonces algo se expandía y yo me preocupaba tan sólo de ese ritmo. Y era un ritual sagrado, créeme.
Un solitario pasatiempo, que producía burbujas en la mente, la comezón más trepidante allá en el corazón, que comenzaba a rebatir la sístole y la diástole, como si produjera en ese instante un solidario y viejo truco. El de los grandes pensadores, creía yo….
Y pues no… Lejos de eso.
A distancia prudente estaban los sonidos y yo los agarraba por las alas, pues eran águilas feroces.
Nada más las miraba y ¡zuuuuaaaázz…! me picoteaban, me hacían huequitos en el cráneo, y yo pendiente de sus gritos, pues el secreto estaba en no dejarlas descansar… como observó mi Padre, en aquel día aciago, en que la luna se cayó… y con ella la Mente de la Tierra.
¡Se cansó el instrumento que nos traía y nos llevaba… Bendita sea la Luz de la Alborada Nueva…!
Y aquella carcajada se oyó de Sur a Norte y repicó del Occidente y se dobló al Oriente, y todos los testigos dejaron su ajetrear y permitieron al pasado que se borrara para siempre.
Nadie dejó una huella.
Ni nada se cumplió, que no fuera lo dicho por los Sabios de la Galaxia de La Luz de Todos los Ocasos. Y entonces fue cuando dejé mi caminar de peregrina ciega y sorda y comencé el Camino Abierto.
Aquel de errante, que se me había prometido, desde mi nacimiento, cuando yo comprendía sin comprender y me aferraba a los pezones dulces con olores de anón y Ella, mi Madre hermosa como un Sol en plena primavera, me acariciaba toda.
Me apaciguaba el miedo que traía mi memoria galopera y me dejaba herida. Tendida en ese vientre de aromas a madroño. Herida con amores imposibles.
¿Y se te fue la vida en eso…? me vas a preguntar. O a lo mejor me lo imagino, pero es que éso, fue así…
La vida se me fue…
Los años fueron raudos, al comienzo, y volvían los mercaderes, pasaban los inviernos, y yo camine que camine… con mi mochila a cuestas y mi bastón de palo de abedul, como si fuera un maleficio, pues de eso se trataba: según opinaban las harpías, que eran los ecos absorbidos…” como decía la Abuela…
A esos… los que repiten porque oyeron y no porque conocen, los mandas a freír lo que sabemos… Jamás regreses a los círculos donde ellos comen su bazofia… ¡Templa la verba y échate a volar…!
Y Ella quería decir: camina…, lógico. Porque volar, volar…

Camina caminera, porque de soles sin retorno y de viajares sin descanso, se va a tratar tu vida. Deja los maletines. Las mochilas pesadas. Ni una maleta grande, por supuesto…
Y a caminar se dijo…
¿Y la guitarra…? pregunté… pues la traía en bandolera y a veces me pesaba, o mejor dicho, recargaba mi cuerpo y andaba como canoa en caño, o sea: bamboleándome.
Y la guitarra la has de conquistar… La tomas o la dejas.
Y la dejé en el borde de un estanque, donde cantaban ranas, serpientes y sapitos, de todos los colores. Dejó de ser un peso, como comprenderás. Y yo no se si los sapitos pudieron con su tono, que era japonés.
Pero lo que sí se… es que los ritmos que ya le había conquistado se desbordaron en mi esencia y me quedé como encantada de músicas de alas y un paraíso fue mi Centro de Bondad, como explicó mi Padre, cuando me vió tan libre de todo…
Tan salerosa y suelta, viajero que me escuchas con la mirada puesta en la distancia, pues el camino es cumbre arriba… pero ya vamos a llegar, no te preocupes. Un salto en el vacío, y ¡zuuuuaaaázz…! nos encumbramos hasta el pico.
¿Sabías que los sonidos habitan en el Mandala del Silencio?
¿Noooo…?
Yo tampoco sabía.
Hasta una vez que mi Padre me trajo dos sonidos envueltos en papel de caramelo y me ofreció dos vasos de agua… y parece un cuento de mentiras, pero es muy divertido, verás cómo el diseño es resonante y lleno de las luces de los gnomos y haditas, que venían en ellos. Y apenas los abrí, los gnomos descansaron de tanto ir y venir…
Así dijeron…
¡Y las haditas, toooo-daaas… se me pusieron a llorar, como unas huérfanas de Madre…!
¡Caramba….! me dirás. Y claro… te comprendo.
Porque esa misma fue mi exclamación, cuando las ví tendidas en el prado y llore que te llore y mi Padre muy serio:
Cántales la canción de la Mariposita… A ellas les encanta saber que hay luces sueltas en el Camino de la Vida, donde ellas son las únicas que comprenden los vuelos de emigrantes y de viajeros del Espacio Sideral… No temas a su llanto. Es pura dicha. Sólo que su expresión es diferente de la tuya…
¡Y vaya usted a saber…!
Yo por si acaso les traje unas goticas de elíxir de la Rosa, que se quedó prendada de tanto suspirar y tanto llanto dulce y comenzó a cantarles, también Ella, y entonamos un dueto que resonó y que resonó y siguió resonando, hasta el Sol de hoy…
¡Qué dueto… Madre mía…!
La Canción del Olvido, explicó luego la Rosa, que se llamaba ese dibujo que comenzó a rondar los árboles, a perseguir a las iguanas, rebajar el sonido de las tortugas, que se bañaban, se bañaban y se seguían bañando…
¡Qué resplandor, Dios mío… me voy a congelar…! gritaba una girafa, que apareció quién sabe por cuál puerta… pues todo era cerrado, cerradito… como una caja de Pandora.
¿Y las cajas de Pandora no tienen salidero…? vas a inquirir, seguro…
Porque éso fue, precisamente, lo que le dije yo a mi Padre, que se reía quieto, quietecito… mientras las ranas se extasiaban de tanto atardecer, pues pasaron los días y las noches jamás aparecieron. Sólo había un ocaso permanente, y entonces los leones y los ositos panda y los búhos sapientes como nadie, permanecieron en Olvido… De allí su Nombre, me supongo…
El Bosque renació, cuando esa Rosa trajo elíxir y cantó esa canción… créeme o no…
Las cosas comenzaron a rebajar su aliento de fogata, como explicaron gnomos a las sílfides, pues mantenían unos enormes abanicos, que eran hojas de palma, para el calor que se acercaba. Habrá fuego por mundos… y no va a haber con qué apagarlo… le escuché a un gnomo verde y amarillo, y entonces me acordé de los decires de mi Abuela:
¡No habrá un calor igual… un día de éstos… como sigan echándole al burdel, con esos tonos sicodélicos…!
Y a lo mejor era lo mismo. ¿Tú no crees…?
No se de tonos complicados, pero en mi caminar de caminante, sí me encontré los lupanares, repletos de las diosas más sandungueras y más viva-la-virgen que uno se pueda imaginar.
Y los dioses, borrachos…
Ebrios del resplandor de sus pupilas dilatadas y su cerebro de magos omniscientes. La palabra era de ellos, y el Verbo se hizo carne… mejor dicho. No había nada que no supieran. Sumar, multiplicar, contarte las historias de los paseantes de la vida y de las taras de la Sierpe. Porque eso sí: Nadie podría quitarles lo hechizadores, ni lo hermosos, ni lo opulentos… ¡claro…!
Porque amasaban, y amasaban, y continuaban amasando…
Y ellas, las diosas… pegaditas de tooo-do lo que fuera aquel oro reluciente que desataba guerras peregrinas, desbarataba los dibujos de marineros del espacio, cobijaba a las brujas, los vampiros, y daba de comer a los sedientos de la carne. Con eso digo todo.
Porque así fue como lo ví. Y a lo mejor tú lo verás de otra manera, pues cada quien con sus anteojos.
La vista es enemiga de todo lo que brilla, si no es el Sol el que la acoje… Déjate Ser del que te Ve… y no permitas que los ojos miren torcido, o en redondo. Mirar de frente es peligroso… así que baja de esa nube y camina despacio, pues no hay afán… recuérdalo.
Y yo me enamoraba de todo ese discurso con que mi Padre me acunaba, en las noches de invierno y en los amaneceres de un trópico apestoso, lleno de cucarachas y de hormigas culonas.
De zancudos mordaces, de ratas envidiosas, pues conocían mis pasos como nadie y perseguían mi aliento de niña peregrina para llenar sus cantimploras, vender después en el mercado, asegurando que era el suyo. Y así… yo fuí aprendiendo…
Y lo demás… es cuento de otro día… Te noto reventado de toda esta escalada y sin zapatos de alpinista.
¿No te provoca un limoncito…? Es bueno para todo.
Es una panacea, el amigo limón… Mi Abuela me contaba que en los cantares y los ires de su Abuela Divina como Nadie… pues parece que era un Sol de esos que no se ven ahora, en esta Tierra… esa Señora Augusta curaba a todo el que pasaba con alguna dolencia, delante de su balcón, que era lleno de mirtos y colgaban las fresas, los agapantos y pululaban estrellas mañaneras… pues así era, créeme.
Los tiempos de la Abuela de mi Abuela, eran tiempos de hadas. De sirenas…
¿De dinosaurios…? me dirás.
Y pues, no…
Los dinosaurios vinieron mucho después, a podar y a podar… ¡los pobres…! como exclamaba Ella…
Pero te hablaba del limón.
Tienes que reposarte, caminante. El ácido es muy bueno para la tempestad que te acogota, aunque tú no la sientas, todavía…
Las tempestades vienen y se van y si tú no las cargas con un poquito de limón… mejor te vale andar templando esa guitarra…
O sea: mejor cantaba y resumía lo que la gran corriente de aguas y de vientos traía consigo… y su caricia repetida, pues Ella me insitía: Lo ácido es un sólido elemento, que en las venas te ayuda a resistir lo temporal de esa corriente que vendrá a visitarte, y si no estás munida de tensiones de gran desigualdad, entonces canta… como último remedio.
El canto es oro…
Así dijo mi Padre, cuando me designó la gran interferencia que las nubes traían en las tardes de acomodos violentos, y yo entendía y no… pues eran las señales de magníficos sones.
De timbales.
Marimbas. Decibeles benditos por los gnomos y detestados por las sílfides, pero no había más remedio… El cielo bendecía, y había que atender, y recibir… y lo demás, era por cuenta del divino Creador del Universo… Así entendí yo, entonces…
Pero siete años no son muchos, como comprenderás.
Era una niña triste, si la tristeza viene con risas y con juegos… pues no paraba de reírme, pero era un resquemor en algún sitio de mi Ser, que no podía con todo.
Y Todo, era ese mundo de mentiras que yo veía pasar, debajo de mi balcón, como la Abuela de mi Abuela… pero sin flores, sin las fresas, y sin estrellas mañaneras. Sólo un contradecir, que me dejaba mustia y no podía hablar, por días y por días… y mi Madre observando.
Debes estar pasando la pericia de todos los guerreros de la Tierra… mi Niña Hermosa y cantarina.
¿De todos los guerreros de la Tierra…? inquiría mi Ser, desde mi escondidijo, pues Ella me miraba como miran las flores a los niños, cuando ellos no las sienten.
Ni siquiera perciben que una Rosa los mira, con dulzura infinita… ¿lo sabías…?
Pues bien… Tampoco yo sabía que éso era muy corriente entre las flores, hasta que un día leí un cuento para niños y lo entendí, clarito… créeme.
Alicia no creía tampoco en esas cosas, hasta que vió a las flores, criticándola… Claro que en este cuento, las flores eran comadreras, o sea, unas chismosas… pero la Rosa del Principito hablaba y aromaba… y se quejaba de quebrantos, que me hacían llorar las tardes y las tardes…
¡Alza ese ceño…! Controla tu llorar de niña tempranera que quiere ser lo que no es, porque de ser así… te agarra la menguante, un día de éstos…!
Y mi Abuela no inquiría, como comprendrás.
Ella sabía… y punto, mi querido viajero, y a lo mejor también leíste el cuento, donde Alicia navega en lágrimas que vierte por naderías, realmente… Pero el conejo es fascinante…
En fin…
Que las tardes se iban, las tempestades se amainaban y yo seguía caminando, repite que repite lo que decía mi Padre en tardes como ésta:
Cuando el cansancio aprieta, un poco de tolerancia con tu cuerpo… Y un poquito de limón, como decía la Abuela. Y a lo mejor te quitas los zapatos, te haces un masajito, y ya…
¿Te parece que el día está para comer un poco de cerezas de aquel árbol? o para hacer la siesta larga y cargada de sueños importantes…
Y mi Padre sacudía todas sus fibras sueltas, pues la tenía toooodas en posición de relevancia, y eso quería decir que cuando no se entiende… no se entiende…
Y así yo continuaba a ser lo que tenía que Ser… sin preguntar, sin maquinar, como Él…
Porque entendía entonces lo que me dijo la primera que me enseñó a cantar, a ver… a oler, a caminar… a dejar, y también a recoger, lo indispensable.
Porque el camino fue testigo, pero Ella… caminante, fue la Creadora de mi Ser… Y éso…lo sabe mi Alma y mi Ángel de mi Guarda, que anduvo los caminos a mi flanco, sin dejarse vencer por mis caprichos, ni interrumpir mis sueños de mariposa vagarosa… porque ellos saben… ¿sabías tú…?
El Ángel sabe coordenadas de divino esplendor y sigue las corrientes de los mares vencidos. De los ataques sucios del desertor, que te acogota, y entonces Él los cubre con sus alas de oro y de platino y ¡zuuuuaaaázzz! los deja como un pollo…
Eso decía mi gran amiga, la tortuguita del estanque del jardín de mi Abuela… pues paliqueaba y paliqueaba, en las tardes de lluvia, como si su lengüita la hubieran aceitado y ¡mi Dios… qué labia tan tenaz…!
Ella sabía las cosas de los ángeles, como si fueran de ella los motivos que los ángeles tienen. Y yo me preguntaba: ¿será que esta tortuga también es uno de ellos...? Pues... quién quita...
¿No crees tú, que las tortugas son muuuy raras…?
O sea: La Abuela convenía con toda clase de preguntas, pero cuando yo llegaba del jardín y comenzaba… ¿No crees tú que…? ella paraba el carro…
Ya me llegaste de tus tertulias con Misiá Tortugüita… Cómete el queso y toma el chocolate… es hora de pensar en la actitud del cuerpo y su manutención ¡después hablamos de tortugas…!
Los ángeles fueron mi desvelo, para mejor decirte.
Pasé las horas muertas y las horas vencidas y las horas de las horas, cubriendo el territorio que tienen ellos escondido entre tu cuerpo y esas alas que dicen que ellos tienen. Yo nunca se las ví… muy a pesar de suplicarles: ¡Déjate ver las alas… por favor…! Un poquito, no más… Un poquitiiiico…
Pero ellos, nada…
Silentes. Cómodos. Acurrujados en mi silla, pues los sentía volando tenue o sentaditos a mi flanco, como esas maripositas amarillas que vuelan muy bajito y te hacen cosquillitas en los pies.

En los recuerdos de la infancia, uno tiene, en la gran mayoría de las veces, uno preciso… O favorito. ¿Tú no crees…?
Es como un modelo de los otros recuerdos, donde uno se paseaba debajo de los árboles del patio, de guayaba… en mi caso… y recordaba cosas intangibles y sólidas… como decía mi Madre:
Lo intangible no es sólido, si tú no lo recuerdas con verdadera ansia… Entonces sí…
Y en realidad, yo los pensaba con tales ansiedades los tales pensamientos, que se me aparecían. Y me vas a decir que cómo así… Qué cuándo y cómo y dónde, yo podía transformar lo invisible en algo de tocar y de mirar… y hasta de oler, figúrate…
No se si debería de contarte estas cosas de infancia, que son rarófonas… como opinaban las tarascas.
Aquellas que creían en rejos de campanas, casulla de sacristán y misa de cinco de la mañana… pero la Abuela las miraba con tanto disimulo y tanta risa adentro, que ellas callaban, saludaban, y pasaban de largo… igual que hilera de cigüeñas, con las paticas tiesas, tiesas… su sombrerito negro, negro… y su risita suelta.
Jamás he visto unas tarascas como esas, y mira que yo he mirado Mundo…
Y te estaba contando… viajero de los mares y de los cielos invisibles… que en lo invisible, yo era baquiana de esas que conocen el Camino de Regreso, como explicó mi Padre, el día que le conté que yo podía hacer visible lo invisible.
Eso es porque tú traes las señales y los códigos vivos… peregrina. Lo demás es cuestión de acostumbrarse a ver las cosas interiores, de una manera tal, que todo es sólido, si quieres… Y si no quieres, pues lo guardas… Porque el Mundo es muy terco, te lo advierto.
Mejor era tenerlos en un sitio seguro, y por años y años mantuve el escondite preservado, no fuera a ser que ratoncitos y arañitas…
Tú comprendes…
A nadie le conté. Ni muchos menos comenté jamás de los jamases que yo podía ver con códigos secretos.
¿Códigos vivos…? me acuerdó que pensé, esa madrugada, en que mi Padre restalló con resplandor supremo y yo lo ví cuando se erguía… se colmaba… se reducía y se perdía… y en Ello me llevaba, me traía y arrastraba por mares y terrenos de duro aprendizaje, pues no era más que un demostrarme que cuando no se puede Ser lo que uno Es… la experiencia se pierde.
Pero sí uno encuentra el eco de los tiempos en que sabía todo, toooodo… entonces sí…
Agárrate a los vuelos del Águila Dorada, y mira bien por dónde pisas.
O sea… por cuál terreno vuelas, me imagino… pues Él decía sólo: Y pisa firme, peregrina… No es sólido tu andar pero el vuelo es de veras… así que cuidadito con un descuido tenebroso. Las Águilas no tienen la paciencia de esperarte en la esquina… mientras tú cuentas ovejitas…
Cosas así, decía…
Lo de ovejitas, claro que es de mi cosecha… pero las veces que Él me conectaba con esa reducción ineludible, que era su risa y su portento, yo me iba a territorios de puros resplandores y se enredaban las palabras, se desaparecían los montes, las riberas, los ríos no existían, sino que eran recuerdos vegetales… Llenos de luz, te digo… Repletos de nostalgia.
¿Por qué te siento con morriña…? ¿No tienes más que hacer que contemplar el firmamento…? ¡A ver…! ¡Póngale oficio, a esta niñita…!
Y la Abuela sabía. Estoy segura…
Fue un secreto entre ambas, que nunca nos contamos. Y Ella exigiendo: ¡A ver…! Y yo callada. Reducida… Viendo a mi Padre entre los olmos y columpiándose en el viento, y el firmamento reventándose, de risa omnipotente…
¿Me entiendes, compañero de aventura…? O estoy tirando mucho el hilo… Tú me lo dices… No es bueno andarse por las ramas, cuando en la realidad hay tanto que decir …
Y tanto que callar…
Los pensamientos de una niña de siete años, no son cosecha de mangos, ni tienen nada que envidiarle a las guabayabas maduritas, pero por ahí la van… que es un decir muy pueblerino, pero simpático ¿no crees…?
Yo andaba repitiéndome, en las mañanas y en las noches… No te detengas, mira hacia la Nada… si éso es lo que hay que hacer… y andaba preguntándole a mi Ángel de mi Guarda Mi Dulce Compañía, cuáles son los misterios que el Supremo Creador del Universo quiere más.
Y el Ángel: Él nunca quiere… Él simplemente ES.
Y sí… Eso, está claro. Pero, ¿cuando Él creó los cielos y la Tierra, dónde escondió las cosas maaaás apetitosas…?
¿Apetitosas…? Y el Ángel no podía de tanta carcajada. Pero se ríen distinto a todo… ¿sabes…? Los ángeles no tienen esa risa que mi Padre posee, por supuesto… pero tampoco ríen como la gente cree. Y en realidad, no se qué cree la gente de los ángeles… ¡qué pamplinadas las que digo…! En todo caso, quiero aconsejarte que cuando los oigas, no te asustes.
Suenan a trueno. A rarísimos sones, adentro del estómago. No se cómo explicártelo…
Los Ángeles, Hermosa Peregrina de la Alborada Tierna de Tu Madre…
Y cuando mi Padre comenzó la explicación sublime y extrambótica del por qué de esa risa tan preciosa y tan contradictoria… yo creía morirme de la dicha. Y el goce me invadía por la raíz del pelo, salía por las costillas, peregrinaba un rato en el abdómen y resultaba casi siempre tirada en el camino, con una espina leve… que se quedaba muchos días repitiéndome:
Hermosa Peregrina de la Alborada Tierna de Tu Madre… Hermosa Peregrina de la Alborada Tierna de Tu Madre… Hermosa Peregrina…
Y como bien comprenderás, yo entraba en la locura…
Erraba por los campos, contando las estrellas. Contándoles mis cuitas. Y cantando. Cantando… Y entonces las tarascas se persignaban, se enroscaban como pitones ciegas y gritaban:
¡Traigan sahumerios…! ¡Enciendan veladoras…! ¡Pongan la escoba para arriba, detrás de alguna puerta…! Y mi abuela en arrobo.
¡Bendita seas… niña de mis ojos…! me susurraba, arrodillándose al pie de mi camita de siete años y besaba mi vientre, mis pupilas, mi frente efervescida y en cada suspirar que yo lanzaba como si fuera el último suspiro, Ella moría también. Lo se.
Y el corazón dejaba de palpitar.
Y mi existencia de peregrina quería fugarse hacia otra parte, donde ángeles dorados me esperaban. Los juegos de los niños de estrellas omniscientes y goces de prodigios nunca vistos eran visiones sólidas y claras… Voy a morirme, Abuela… le decía. Y Ella, que no… Que era no más el tránsito esperado.
Ese que trae congoja y vuelo de Águila Dorada. Tránsito de la Diosa y su Amargura.
Tránsito Azul… me susurró de nuevo. Y de nuevo sus besos, hirvientes, lacerados, dulces como un anón que se cayó del árbol de tanta sabrosura que contiene, y Ella… la Abuela Hermosa de Tempestades y Tinieblas… la que no tuvo miedo al Miedo… temblaba de emoción.
No muevas la frecuencia, me pedía…
Y yo alcanzaba a oírla, desde mi Centro de Esperanza, y el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, pendiente de mis gestos. Acunándome toda con su dulzura y su ardentía, pues suspendía la entrada de la Gran Dama Oscura… como la Abuela dijo que esa Señora se llamaba.
¡La Dama Oscura no te corresponde…!
Eso gritaba el Ángel… y yo al unísono con Él.
Los dos nos convertíamos en guardianes. Paladines de esferas invisibles, que yo veía, claro… y Él también… pues se cubrían mis párpados de alas…
Y fue primera vez, que ví ese resplandor alado guarecerme. Proteger mis fronteras. Manifestar su poderío y responder a mi llamado, que en realidad no fue un llamarlo por su Nombre, pues yo pregunté un día:
¿Y Tú… cómo te llamas…?
Y Él respondió: No preguntes mi Nombre… te lo ruego…
Y yo supe después, que a un Ángel de la Guarda no se lo puede conminar a producir un Nombre que no tiene. O mejor dicho: A traicionarlo.
Porque los Ángeles de Luz de Todas las Esferas Estelares, tienen secretos a montones, y sólo quien conoce el mantram de la Gloria penetra en su Morada de Silencio y en su Sistema de Conciencia. Y nada tienes que pedirles, ni nada que nombrar… si Ellos no tienen nada que contarte. Tú los dejas hacer y deshacer… Pues para éso están…
Así dijo mi Padre. Y así lo comprendí, añiiiísimos después.
Cuando la Sombra de esa sombra se desterró de mi camita y la Abuela me trajo chocolates y un cuadernito de dibujo, lápices de colores y un borrador en forma de mapamundo, y por supuesto, un sacapuntas… yo le dije a la Abuela: ahora sí, Tú y yo, vamos a entrar en el Silencio y nadie va a saber lo que pasó…
Y la Abuela callada.
La ví cerrar los ojos, despacito. Abrirlos nuevamente. Mirar la imagen de su Padre, que Ella guardaba cual tesoro allá en su corazón, y sostener mis manos pequeñitas, como cuando una rama está por florecer y tú no sabes de qué color será, pero conoces esa forma desde siempre… y entonces presencié, lo que jamás había imaginado.
Y créeme, viajero…
Las lágrimas de Aquella que cobijó mi cuerpo en noches de borrasca y noches de dulzura, fueron la Puerta Grande. Te aseguro…
No te voy a contar lo inenarrable, pero sí puedo aconsejarte que cuando ese momento llegue hasta tu puerta y la Gran Dama Oscura se crea la que sostiene ese Bastón de Mando y venga por tu esencia de peregrino del Dharma de la Gloria… no creas en sus piruetas. Ni mires su diseño. Porque es figura vacua. Evanescente…
No tiene ni siquiera un respirar, en lo invisible. Porque NO EXISTE…
¿Lo sabías…?
Mi Padre me observó, como se observa a una niñita que quiere lo que quiere y no conoce el Mundo y sus caminos atrancados y sus decires de ignorante… porque mucho más tarde lo entendí…
Me contempló con ansias de voraz y ojos de ciervo luminosos, de un tal fulgor que un resplandor de los ralámpagos es pálido reflejo… y yo caí, fundida.
¿La Gran Dama… de quuuué…?
Y te prometo, peregrino, de caminar más livianito, pues ya llegamos a la cima y el temporal ya se amainó… y la vista es hermosa ¿siiií, o no…?… que allí se barajaron los sones de la vida, que ahora tú contemplas en estos dibujitos y en el tono de fondo, de toda esta Aventura… que tú ves… y no ves…
Porque también es Invisible… como comprenderás.

La Aventura es aquí…
De esa manera me introdujo mi Padre a los caminos de la suerte y los caminos de la muerte, como la Gran Sabiduría de los tiempos antiguos la llamaba.
No tienes que llamar a nadie que no sea tu hermoso Ángel de Tu Guarda Tu Dulce Compañía… Ni tienes que vivir la vida de otros. Ni mucho menos escamparte de las tormentas que poseen la Luz de las Tinieblas, pues sería la ignorancia permanente la que te acobijara y te guardara del conocer bravío… Ese que las estrellas vinieron a buscar.
No a rechazar, mi Hermosa Peregrina de los Sueños de Nadie…
Y allí, mi Padre resumió la gran dinámica de todas las grandes experiencias que yo habría de vivir, y no sufrir… pues la mariposita no tiene nada que envidiarle al Águila Dorada… Así me dijo.
Y me dejó tendida en ese campo de amapolas, que se cubrieron de rocío las mañanas, de hielo y hongos por las tardes, y que me deshicieron de todas las heridas, de todas las verdades… De cualquier cosa que no fuera el conocer de tiempos del mañana, como me aseguraba mi Ángel, que se regocijaba como si fuera un niño que acaba de nacer a todo ese esplendor de la Alborada Tierna de mi Madre.
El Esplendor Dorado. Así se llama…
¿No quieres un poquito de su esencia…? Yo puedo regalarte, pues mis alforjas vienen llenas… lleniiiísimas… viajero de la vida y viajero de la muerte.
Y no te asustes si nombro a la Gran Dama.
Esa Señora no tiene nada que decirte ni nada que ofrecerte, como no sea basura. Detritus secos. Malolientes vertientes de la Sabiduría Oscura de los sabios de entonces. Los que creyeron en su aliento de Mendiga. Y saludaron su corona y coronaron sus imperios, con sangre y fuego y artificios de malsano rumor y bajo tono de esplendor reducido, por la avaricia de los muertos.
La sangre de los santos, la sangre de los dioses, la sangre de la sangre que te acogió en el vientre de tu madre, es sangre oscura, créeme.
Por eso nos dijeron que hay que limpiarla del pecado, como llamaron Ellos, los escribas famosos de escuelas atrofiadas por la ceguera de esos tiempos, en que el Sol relucía en las esferas prohibidas y Ellos absorba y más absorba…
Cuando en la realidad, había que dejar que el Sol se oscureciera, para siempre. Que realizara ese milagro de evanescencia y de potencia, que un día ocurrirá, pues cuando Dios le dijo al Primer Hombre que no comiera de los frutos que no le pertenecen, Aquel comió…
Y el Sol fue aquel Testigo… peregrino.
El Sol se disolvió, en las esferas mágicas, donde los ciervos hablan y las ardillas se enloquecen de tanto hablar con el Altísimo Señor del Universo y los ositos panda resplandecen como si fueran de diamante.
Todo éso… y más, me contaba mi Ángel… en esas noches frescas, donde el viento marino nos dejaba como si nos hubiéramos bebido dos vasos de champaña y yo echaba a correr, correr, correr… encima de las olas, y Él temeroso:
Te va a subir un día de éstos una cresta violenta y tu mirada azul se te va a reducir a dos salticos de niñita viajera, de una Estrella sin Nombre…
Porque mi Nombre, tampoco lo dijeron, Aquellos que sabían.
Yo era la Niña, a secas.
La Niña por aquí… y la Niña por allá… como si yo viniera de la vida secreta de los enamorados del Destino, que no le temen a las cosas que no poseen nombre, ni tienen artificios de manipuladores, ni vienen a pedir… Porque vinieron sólo a dar y convidar…
¿Yo vine a dar y convidar…?
Sí, señorita… A dar y repartir… decía el Ángel, con la sonrisa más divina de toda la Creación y los ositos respondían: A convidar, mi señorita… A dar y repartir… Y las ardillas revolando, con sus colitas de colores y el elefante en un silencio sepulcral, como si de éso dependiera la Ley del Bien y el Mal…
¿Por qué…? No se… Ni me preguntes.
Mi Padre no podía consentir que nadie le inquiriera lo que no corresponde a los Archivos Siderales, ni a los Archivos de la Vida de las Galaxias Venusinas.
No hay que pedirle a las Esferas del Silencio, que te descubran los secretos que no te incumben, por ahora…
Y así me despedía.
Con un mirar de escarcha… pues me dejaba en el encierro más sombrío de toda mi existencia. Y no voy a olvidarme, peregrino. Jamás se borra ese momento en que tu Padre encierra la Mentira en una caja gris, y la tira al precipicio.
No te detengas… ¡Cierra la compuerta de ese naciente sacrificio… pues realizar Amor en Nota Infusa, no es cosa de enemigos…!
¡Y quién iba a saber…! ¿Enemigos de quieeeén…? me preguntaba yo, en secreto, como si Él no se fuera a apercibir de que mi aliento andaba bajo de tono…y Él: ¡Parturienta…! ¡Flojeras a esta hora de la vida no corresponden a la Mirada de Ternura que tu Madre dejó…! ¡Vas a dejar la Huella Abierta… y Tú viniste a componer las notas de esplendor que tiene la Cerrada…!
¿No comprendes…?
Pues yo tampoco, amigo caminante. No entendía ni jota, de todo ese furor con que Él me despidió, a la Hora de la Verdad.
Cerraba yo compuertas…. y éstas se abrían como por obra y magia de birlibirloque. Abría las ventanas, y toooodo se volvía como una melodía, como decía la Abuela: Cierras o no… ¡carachas…! Este chiflón nos va a desvirolar… pues era una expresión que estaba de moda.
Desvirolar, quiere decir que se voló una teja del cerebro. O sea, de la cabeza. Y Ella, la Abuela sin Señales… la que dejó la Huella Abierta más Cerrada de Tooooda la Creación de este Universo… me sonreía con esa picardía que tienen las ardillas:
Desvirolarse es bueno, Niña de mi Amor. Bendita sea la Hora en que aceptaste ese rumor que las Estrellas dejaron en la Tierra. Ese alfabeto luminoso con que la Jerarquía de las Galaxias vino a cubrir ahora a Gaia…
Y entonces me acordé de que mi Padre me había dicho que la Tierra tenía un Nombre diferente.
¿Gaia…?
La Tierra Prometida… La que unirá los puentes, entre la Luz de la Abundancia y la Luz de la Piedad. Esa que descubrieran los Ángeles de otrora, cuando la residencia de la nota que el Universo dio, vibró, sembró en este subsuelo submarino, dejó de ser la Oscura. Ahora la Nota de Esplendor será salvaje, peregrina. Y nadie la abrirá.
Ni la podrá cerrar, antes de tiempo.
¿Me comprendes ahora…?
Y lo pronunció con tal desesperanza, que yo sentí que mis pupilas se dilataban como círculos en un estanque donde uno tira las piedritas y ellas comienzan a expanderse, y mis ojos igual…
¡Tira la piedra…! sentí por dentro mío, como si un mandamiento omnipotente se fuera a aposentar en esas Tablas de la Ley, que un día escribió el Señor del Universo.
¡Desata las amarras y cruza el Occidente…! ¡No mires a la izquierda…! ¡Busca la llave…!
Y me acordé, de pronto: La llave está en la copa de los árboles…
¿Quién lo escribió…? me comenzó a decir aquella vececita de un conejito blanco con chalequito a cuadros y me solté… viajero que me escuchas, con la tensión dormida, pero firme… pues te siento vibrar con mi recuento de aventuras donde las cosas no son cosas y los sonidos son albricias, para quien tenga como capa la brisa del Poniente.
¿Desvirolada…? ¿Yooooo….?
Y mi Padre: Yoooo… no se dice. Se pronuncia el vocablo con una risa de sapiente y se dejan los dientes con la presión debida, no sea que mastiques con la mandíbula cerrada…
Y se soltó a reír, con ese tono de cascada, que inunda todo lo que toca y ríen los pedrejones en el río y se debaten los esbirros del Oscuro, pues es tensión que los azota de la manera más terrible y nada puede entonces aliviar la pasión que los encierra, los desata… Los deja sin aliento. Y tienen que cruzar, ellos también, el Puente de la Gloria… pues la risa de mi Padre, es un furor de fuego que devasta barreras de Mentira.
Cruza los vados, centinela… me susurró el Dulce Guardián de Todas las Entradas de la Tierra. Cruza y no mires dónde quedó tu resplandor de Estrella de los Mares, pues viniste a cruzar… No a postergar.
Y con ésto te digo, que mi almohadita no aguantaba todos los sueños que brotaban, se iban… regresaban… y yo durmiendo en paz, como una peregrina que conoce que el Ángel de Su Guarda es el que vela el sueño de su imagen… que se volvió de pronto mariposa.
Porque te digo: nunca estuve tan cerca de la vida y tan cerca de ese borde, que dicen los que saben, que se conoce sólo en el momento de la entrada al Resplandor Divino.
Yo por si acaso me arrullaba, como decía mi Madre: Tú te cantabas, sola… cuando eras apenas un petalito de rosa, en esa cuna de mimbre… Si yo no estaba… tú comenzabas el runrún de la canción de la mariposita… y era de ver y no creer… O sea: de oírte a la distancia, con vocecita de turpial, de apenas cinco meses…
Conocer no es beber de la sabiduría de los sabios…
Eso decía mi Padre, lentamente. Con el acento de esplendores reducidos, pues de dejarlos sueltos, se inundaría el Mundo de ventiscas, corrientes submarinas desatadas, ciclones tropicales, terremotos… además de los crueles estertores que producían incendios, pestes, ríos de sangre y fuentes de agua pútrida.
¡Mi Dios misericordia…!
Así decía mi Alma, que copiaba a la Abuela, en esas noches de negrura, cuando salían en manada los malechores, y los esquilmadores de tres maravedíes, como decía Ella:
La noche está propicia para los buzos del astral. Ahora saldrán de ronda los que no tienen que comer…. Y no te cuento el resto, pues es horriiiipilante…
Pues hablaba de sangre, de sangre y de más sangre…. ¡Brrrrrr…! No más de pronunciarlo, se me pone la piel como un helado de chirimoya y me dan maluqueras.
Era terrible, créeme.
Aquel acento de mi Padre y aquella frase de mi Abuela… que no voy a decirte, por ahora, me dejaban más mustia que un lirio de los valles que no encontró la agüita necesaria y se murió de resequera. Que era palabra preferida de mi Ángel de Mi Guarda… que a veces se trababa, y conducía la lengua en tonos diferentes y parecía que hablaba en ruso.
Pero yo lo entendía.
Y resequera tenía razón de ser. O sea: razón de consonancia, si pensamos en todo lo que no tiene agua y muere de dolor, en medio a los desiertos, que es la pasión sin límites que el ser de este Planeta dejó con su miseria resonante.
Y yo me entiendo… créeme. Aunque te suene complicado… me decía el Ángel… tierno, suave… con sus alitas invisibles rondándome los sueños, que continuaban, continuaban…
Y yo detrás…
O mejor dicho: Adentro… como comprenderás.

Los días y las noches en que tú me cantabas esa canción de La Mariposita, yo palpitaba de emociones extrañas, pues nunca conocí las resonancias que tienen los humanos, y contigo aprendí…
Fue deliciooooso…
Y Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, reía en esplendores de luces transparentes, como los globos de los niños.
Y me consumía de Belleza…
De una especie de suave fuego entre las venas, que no me respondían como siempre, pues se había ido ese volcán que había traído al Mundo y comprendí que tú eras esa Niña que me haría reducir el cuerpo angélico y la misión de mis esferas vírgenes había comenzado…
¿Venas…? ¡Tú tienes venas… y sangre y cuerpo y demás perendengues y no lo quieres mostrar…! ¿Verdad…? ¿O no…?
¡O siiiíii…!
Y claro que ese diálogo, como comprenderás, era en estratos de Conciencia Galáctica, no en ese tono en que ahora te lo cuento, viajero de la sombra de aquel árbol, que nos espera, soñoliento… pues tengo peresitis de seguir caminando. ¿Tú no…?
Los árboles del mundo en que vivimos tienen la sombra quieta ¿no sabías…?
Mi Padre me mostró, en aquel bosque de abedules, cuando su Ser se irguió como un venablo y salió trepidante en pos de mi Alma pequeñita, me señaló, tronando… la calidad dorada que los árboles traen, para el respiro de la Tierra. Pero nadie los ve. Ni nadie siente esa caricia…
O casi nadie, en realidad. Tampoco exageremos.
Los seres que caminan por el medio de los bosques, o por los parques de ciudades llenas de campanitas invisibles, que el tráfico no deja resonar, ni se pueden oír los ángeles vagantes, que miran a la gente, huelen el humo de cigarrillos, se tragan el veneno de gasolina y se sientan a ver ese espectáculo que es el Planeta Tierra acelerado… no tienen la Conciencia de su cuerpo. Ni de su Tiempo Augusto, como explicó mi Padre, midiéndome la risa, que comenzó a brotarme, entonces… pero jamás como Él… como comprenderás.
Y esa medida, amigo caminante, no se me va a borrar de mis pupilas, por más que me las lave con agüita de lavanda, o les ponga goticas de limón.
¡Qué resonar… tan angustioso… y tan… no se…!
¿Te gustaría que cambiáramos de tema…? Hoy no está el palo para hacer las cucharas… como decía la Abuela, que conminaba: ¡Quieta ahí…! No te muevas ni un pelo… Los ángeles nocturnos se despertaron… !y ahora, sí…!
Y con eso anunciaba que los zapatos no andaban puestos en su sitio o las camisas no estaban bien encarriladas, o la memoria me tenía de la Seca a la Meca y yo como una momia… Pensando en chilindrinas.
Pero eso sí…
Nunca me dijo que no tuviera compasión por esa niña de siete años que no sabía todo eso que tiene que saber, pues su cuerpito no la deja sentir los remesones que los ángeles andan formando en esta Tierra… pues “cómo va a saber mi niña de esas cosas…! Y así me bendecía. Me dejaba vagar, y vagar… y más vagar… sin rezongar, ni recordarme ni siquiera que era prudente andar con las espaldas llenas de Bondad…
Porque era muuuy temprano. ¿Ves…?
Más bien me corregía el esplendor dorado, por si acaso. Y me dejaba salir al huerto, en noches de tormenta, que era una especie de obsesión que yo tenía…
Salía a la interperie y regañaba al viento, por hacer estropicios. Le decía: ¡Cómo va a ser que andes tumbando medio mundo, zurumbático…! Y el viento se calmaba… ¡te lo juro…!
O al menos se alejaba con tenues sopliditos, que dejaban el aire oliendo a las magnolias, que tenía la Abuela en el balcón, y que empezaban a reírse de mi inocencia inepta, pues el viento no es alguien con quien tú vayas a arreglar las horas de limpiar y el tiempo de sembrar. Y así yo andaba regañando a cuanta cosa me turbara. O me dejara pensativa… pues era una presión que nunca me gustó. La Angustia…
¡Ah…! caminante…. La Angustia y sus laureles…
Y vamos a dejar las cosas en su sitio… los huesos en su canto y el cuerpo abierto… abiiiiiieeeerto… ¿me entendió…?
Y era el momento en que mi Padre me quitaba todos los areneros de los ojos, suspendía los mordaces latidos de los perros… que aullaban esas noches, en que mi Ser vibraba en gritos de agonía, pues la Angustia llegaba hasta mi puerta. Y de allí no pasaba… te prometo.
Pero pisaba firme. Fuertes eran sus pasos de negrera. Yo transpiraba, temblaba de ansiedades, como cuando te dicen que va a llegar la peste negra y le pedía al Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, que me tuviera de su mano.
Que nada en este mundo de miseria me fuera a acogotar, ni a declararse mi Patrona… pues yo sabía de tanta gente que se dejaba hundir en esa especie de marisma que la Angustia produce y venden todo… toooodo… con tal de no ser presa de esa Señora tan audaz… Ni tan rechinadora.
Porque la Audacia, es cosa seria… caminante.
Y el que la deja en el olvido, no llega ni al dintel de la Morada de la Diosa, ni conoce el Sendero de la Luz, en tooooda su expansión.
Ni vive lo que tiene que vivir, si en realidad vino a este Mundo a conocer y a ver y a respirar lo que dijeron que debías respirar… no la basura, por supuesto.
Mi Madre nunca pudo con el aire…
O sea: jamás dejaba de toser y más toser… porque su cuerpo de esplendores de Todas las Delicias y Todas las Penurias de la Tierra, no pudo con el canto del adversario y sus detritus apestosos. Con la miseria, mejor dicho…
Esa que trae a este Planeta la mirada torcida… La oblicua. La sedienta de guerras fratricidas. Y Ella decía:
No te asustes… Mi Niña delicada como la flor de Lys…
Y allí me suspendía un no se qué de goce inesperado… La Angustia se me iba, como la brisa que se apaga en los días marinos en que los mares tienen calma chicha… y el Ángel me miraba, como a la espera de algo que nunca presentí, ni nunca pude comprender… pero que ahora miro, a la distancia, y me parece conocido.
¿No te ha pasado nunca que bajaste un camino… y volviste a subir… y volviste a bajar… y cada vez lo viste diferente…?
Pues Eso… ¡Así no más…!
Y con aquella explicación mi Padre se esfumó. Me dejó boquiabierta…
Anhelante… sedienta… Cubierta por las hojas de los árboles, que eran color del oro del Potosí. ¡Qué dulce goce corriendo por mi cuerpo y qué dolor irresistible…! Todo eso, al mismo tiempo… pues tooodo, toooodo… hay que decirlo.
Esa contradicción no es ecuación que puedas sostener, si no has tenido antes la voz anticipada. La que murmura y calla. La que esconde el arpegio de los sonidos de tu cuerpo, cuando el ardor, la ira, la desconfianza y la pereza te tocan esas zonas donde mora el Dragón.
Y Ese Señor, es algo complicado. ¿Tú has visto a los Dragones del Destino correr en pos de una paloma…?
Yo sí…
Mi Padre me mostró la huella de un Dragón, el día en que nací a la somnolencia.
A la molicie de mi cuerpo, que ya tenía quince años… y no quería nada que disturbara esa delicia que fue mi descubrirme. Tocaba mis entrañas. Me acariciaba el pelo. Suspiraba por todo y por las naderías más alucinantes… pues parecía que el Mundo me había ofrecido el trono de Belleza y mantenía al espejo como en el cuento de Blancanieves: Espejito… espejito… Dime quién es…. Y todo el carrusel…
Y así me oyeron los Señores que mandan la Parada, mejor dicho… pues comencé a pedir lo inesperado, y el Ángel mustio, créeme. Yo creó que no pasó jamás de los jamases una visión de los terrores y los desastres y los desesperares, de una manera tan atroz… me confesó, más tarde…
Desesperares, no se dice… le dije, jactanciosa… Y fue primera vez…
Pues la jactancia apareció, y apareció la gruesa consistencia que tiene la conciencia de quien se baña en agua de rosas y no posee ni una arruga.
¿No crees que estás exagerando…? oí decirle al Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, a mi Sombra, sedienta de regalos y aplausos de las barras…
Y mi Sombra: ¡Jamás…! Yo no acaricio otra Belleza que no sea la mía, mi querido Señor de Alas tan largas, que ni siquiera sabe dónde acaban ni por dónde empezaron… Y era una frase que había oído, o un título de un libro… no me acuerdo… en todo caso no eran mías, como tampoco lo fueron los desplantes, ni las iras perdidas en el huerto de al lado… donde bebían groseros invitados, que nunca fueron del gusto de la Abuela.
Ahora verás cómo se arriesgan estos filipichines y tocan a la puerta y preguntan por tí… Pero yo tengo contraseña… y nadie la conoce… ¿Me entendiste…?
Y yo, que sí… Que había entendido, Abuela… que me observaba con las ansias de quien conoce y no conoce. De quien sabe que toooodo es parte del camino, pero no tiene fuerzas para mirar el estropicio que eso produce en tu cuerpito… y el Ángel quieto…
Como si fuera de palo, créeme.
Y no es un espectáculo que uno quiera vivir, ni repetir… esa película del tiempo en que mi Sombra se escurría por las ranuras de mi cuarto y se metía debajo de mis cobijas.
Me susurraba cosas malolientes y me dejaba yerta… Tembloroso mi cuerpo y tenso el corazón, que no dejó jamás de reclamar lo suyo. Hasta que un día me dijo:
O tomas… o lo dejas… Pero ésta, no es conmigo…
Y yo entendí, de pronto, lo que ese Corazón estaba reclamando.
Lo ví dejar a un lado el Gran Perseguidor, que andaba pretendiendo mi hermosura violenta y tempranera. O sea: lo ví ver al Dragón.
Y en ese encuentro… créeme, viajero… quedó toda mi Angustia.
Se quebraron espejos, seductores volaron a otros predios… y mi camino se espaciaba en medio a los suspiros de mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía y de mi Abuela Hermosa como la Flor de los Desiertos.
¡Ah… compañero querido de camino…!
Las alas del Dragón, no tienen compostura… como dirían las tarascas, que en el momento en que surgió ese Señor alado como nadie… dejaron de chismear. De acomodarse en los balcones para verme pasar, acompañada de mi Sombra, pues comprendieron que yo al fin tenía un pretendiente. Que eran bodas seguuuras…. seguriiísimas… como le oí decir a una de ellas:
El pretendiente es fino, mija… De capa negra y bigote repuntando…
Y la otra: ¡Ay, sí…! ¡Qué envidia de las malas…!
Y allí quedó mi cuento. O sea, la Historia del Dragón y la paloma torcacita que no dejó quebrarse al Corazón, que fue el culpable, en realidad, de que la puerta no se abriera a los abismos. De que el cuidado del Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, que se paseaba silencioso, como esperando un parto, o un milagro… no se quedara en agua de borrajas.
Porque fue así…
Las tardes se quebraron igual que los espejos y aquel Señor de alas de fuego y aliento purpuriento, le dijo al Corazón. Porque lo oí, clarito… te aseguro:
Usted ganó… mi compañero. La baza es suya… Arrivederci…
Y no preguntes cómo entendí que hablaba en italiano. El caso es que las lenguas del Corazón y las lenguas del Dragón, se parecen bastante, ahora que lo miro a la distancia y con prudencia.
Pero no hay que confundirse, a la hora de las galletas…
Así dijo mi Padre, que me miró con la mirada de tibio resplandor y se me rió en la cara, lógico.
Pero la risa no fue la que esperaba. Y eso me tuvo pensativa, hasta el Sol de hoy… te quiero confesar… pues fue una risa franca, como las risas de los niños que vienen de la escuela y se encuentran palomitas y las persiguen con los útiles y las palomas van y vienen y ellos currucuteando… o algo así…
¿Me comprendes?
Igual que en los oásis…
Te habrás de ver en los desiertos y caminando vas con las serpientes y los escarabajos… pero te irás templando, peregrina.
Te verán caravanas de seres altos, diestros en los vientos y en las medidas de esa zona, que es ardiente, mortífera… pues lleva y trae fuego y los camellos son los únicos que conocen la ruta. No te adelantes. Ni te atrases.
Guarda ese ritmo solo, de una nota voraz… pero no dejes que el oásis te colme de dulzuras que no te corresponden. Deja a la caravana regodearse. Vivir de sus tesoros, como ellos llaman la bazofia que cargan en alforjas y que ellos cuidan como si fuera oro en polvo.
Porque la Noche va a llegar… y tú la necesitas… Niña de fieros ademanes…
Y allí mi Padre se tornó en la sensación más alevosa y el anhelo más recio que yo hubiera sentido en toda esta Aventura, pues me dejaron los esbirros del Señor de las Alas grandes como el Mundo… y me asaltó la Duda.
Y allí… en ese instante de temblores como jamás de los jamases, yo conocí el tormento de lo desconocido.
Y éso… mi amigo caminante, es la mirada de Dios
Así anunció mi Madre, el día antes de su descenso a las regiones de la Muerte: La Mirada de Dios es amplia y dura… Nunca se sabe dónde está mirando, ni cómo va a templarnos ese rumor desconocido que Él tiene preparado….
Y yo estaba jugando con sueños, me recuerdo.
Tenía en la mano una rosita roja y miraba la tarde, que repartía colores y rumores de pájaros como si nos quisiera convidar a ese desconocido, de que mi Madre hablaba, y de pronto, pensé: Cada color es sortilegio… Y cada sortilegio es un color… y en la Mirada de Dios está la clave…
Y nunca supe cómo se me ocurrieron esas cosas… y mi Madre observó con expresión dulcísima el Sol que se escondía, me acarició el cabello y me dejó el color de sus pupilas verdes, como el trigo naciente.
Nada se va, ni nada llega… sin que Él decida… dijo. Y fue como un suspiro que rodeara ese Mundo de Mentira, lo transformara en Luz de Aurora y lo dejara limpio… limpio…
Nada se va, ni nada llega… te repito.
El día en que la Duda se aposentó en mi territorio como si fuera la guardiana de mi vida, o la que tiene el mando de tooodos los alfanges y tooodas las basuras de la Tierra… porque de éso y Dolor... había por montones… llegó también la Gran Compensadora, como supe después que se llamaba.
Mi Ángel me dijo: Yo me voy un ratico… a recorrer… Y si alguien llega… no le abras. Es mejor que me esperes, no me demoro nada… Enseguidita vuelvo…
Y enseguidita vuelvo, se volvió un río en creciente, donde yo navegaba con mi barca hecha trizas, el vestido en hilangos, sin bastimento, un solo remo… o sea ¡el desastre hecho canción…! como diría mi Abuela, que siempre que venían los diestros del Oficio de la Desarmonía, Ella anunciaba:
¡Se acercan los del disco rayadiiísimo… Atención, pues… que es un desastre pasajero…! Y yo ponía cara de entendida…
Y vete tú a saber, por qué me acuerdo ahora que te cuento la Historia de la Duda, pues a la hora de su visita, nunca tuve presente lo que la Abuela aconsejaba…
¡Bendito sea Mi Dios…! ¡Qué cabecita olvidadiza tiene esta Niña tempranera y amiga de los vientos!…! seguro hubiera gritado desde el patio, mientras le daba de comer a las ardillas.
¿No crees que fue absurdo…?
Yo sí creo… mi Niña… me respondió Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, cuando volvió cargado con cerezas y un canastico rebozante, de perlas del Pacífico.
La Duda… compañero de caminar y caminar como nunca pensaste que se podía en este Mundo… pues como ves, vamos cantando y haciéndonos camino pero la cuesta sigue… el duro rito continúa y nada se apacigua, porque la Vida posee el Hilo de su Historia y nosotros nos vamos consumiendo, como las marionetas que ya se envejecieron y hay que tirarlas, buscar otras…. La Duda… te decía… no tiene condiciones.
Ni tiene escampadero…
No había llegado de la gran aventura del oásis, cuando se decidieron los grandes mequetrefes de la Historia de Nadie, a dedicarme esa canción.
La de aquel disco rayadiiísimo
Y parecía que todos los arteros en el Oficio de Alabanzas y en el oficio sin oficio, se habían precipitado en los abismos de mi Ser, que no podía con su Alma… pues me caían verdades imposibles y verdades enemigas y verdades-verdades… mejor dicho.
Cuánta verdad cayó… no te puedo decir.
No tuve tiempo de contarlas, ni aliento de vivirlas, ni me podía tener derecha, de tanta carga que tuve que aguantar, pues la verdad sincera es dura… maloliente… Huele a hongos en los pies, para explicártelo más claro. Y por supuesto, no tienes la paciencia que tienen los que saben que esa medida va a pasar, como pasan las ráfagas de claro resplandor que trae el Oriente, en su carroza de flores.
Y estoy florida… como ves…
Pero es por despistar… Por no dejarte tendido en el camino, como quedó mi Sombra… pues nada hay que callar… a la Hora de la Verdad.
Cayeron tempestades de Duda y de Dolor, y yo con ellas… caminante.
No supe de mi Ser, hasta que un día de Sol reverberante salieron las endechas a retomar la rienda de mi cuerpo, que no chistó. Ni rezongó… Parecía herido de muerte y yo lo contemplaba como contemplas las heridas de los soldados en la guerra, pero es una película y tú no tienes nada que apostar, ni nada que perder, ni mucho menos naaada que opinar… como fue la respuesta de mi Padre, cuando llamé, llena de angustia, su Presencia.
¡Calma mi sed de Amor Ambiguo… Padre Omnipotente...! ¡Apiádate de mí, pobre cautiva del Destino de Estrella Errante que no pensó jamás en ese cruce… y ahora no resiste tanto vibrar en esta cuerda floja…! ¿Dónde están las espadas, que Tú me prometiste…? lo conminé, a los gritos… y como comprenderás, llegó…
Como Tigra parida…
Como un revuelo de mariposas. Igual a un cataclismo, que se desata en dos segundos y es un flechazo ardido en tus pupilas y tú no tienes tiempo ni de gañir ¡socorro…! pues éso envuelve tooodo.
Acaba con tu aliento. Te deja muda. Ciega. Sorda. Alucinando… mejor dicho.
Y la Duda, cantó su canto de Victoria.
Y sonaron clarines, tamboriles… cada cual su bandera y cada quien su himno, y me pidieron pasaporte… en las aduanas, los retenes, los cruces de los ríos y yo sin cédula… sin ganas de tenerla, para mejor decir… pero era obligación. Tenía que ser de aquel redil… como dijeron aquellos cuidanderos de las puertas.
Los que bebían en vasos de metal y dejaban la Tierra hecha un mandilandinga… pues comprendí que lo que un día la Abuela había anunciado, era lo que en ese momento yo vivía:
Llegarán con sus copas… llenas de alacranes… Eso dijo.
Te arrancarán los ojos, pues quieren que seas ciega… como ellos. Y no dirán después que te pusieron en las filas de los desamparados, ni van a consentir que te defiendas de aquél atroz silbido de sus bocas de ofidios perniciosos, pues no tienen Conciencia… sino que tienen omnisciencia, según ellos…
Y serán… Y serán… Y tú los dejas ser, lo que ellos quieran… Más te vale…
Más me valió… viajero que me escuchas, con la Conciencia Abierta, florecida… como una rama de mirto, pues puedo verla ahora…
¿No sabías…?
Tu hermoso palpitar leyendo esta Aventura, que llega casi al fin… o sea: es un decir… porque al final-final, nuuunca se llega… me revierte en la Historia de mi Tiempo, en que me dije: Y bueno, pues…! ¡Si ya llegamos hasta aquí… pues hasta aquí, llegamos… peregrina.
Y retomé el Bastón de Mando, que me dejara el Ángel, debajo de la Puerta, pues un día lo ví… ¿me has de creer?
Andaba tan cieguita y tan acongojada por la Señora de las penurias del Olvido… y del Miedo, sobre todo… que no acaté a buscar lo que Él me susurró, cuando se fue un raticoa recorrer…”
Busca… Niñita. Pues el que busca… encuentra…”
Y yo le ví esa sonrisita de Ángel despistado, con la que abate puertas invisibles, revuelca nidos de serpientes y trae a los vientos locos de remate… pero no me acordé, con tanta tremolina que armaron los esbirros, y la Señora de marras… pues son como los magos de los circos.
Sacan conejos de donde no los tienen y escriben evangelios, como si fueran ellos los que inventaron la palabra de Dios en las Alturas… pues cuando llueve… ¡llueve…!
Así decían las generalas, lleeenas de alamares, en su pechera augusta… Y yo las admiraba, a mi manera… porque cargar con esa condición de ser conocedoras de los Bienes y Males y sobre todo de los esclareceres de la Mente… no es cualquier pesadilla, Señoras Omniscientes en la Sabiduría del Espacio y de la Tierra que se hunde… Sin remedio ni pena…
Créeme, viajero…
La Tierra no suspira, proque no tiene dueño que la haga suspirar. Doblarse… sí.
Ella se ha doblegado a tanta malvivencia y tanto desamor que la Raza Olvidada y la Raza Perdida y la Raza Sedienta de Mentira, le ha venido infligiendo, día a día…
Y no se cuántas horas… ni cuántos siglos… ni cuántos ires y venires de cuerpos y más cuerpos de seres sin Conciencia y seres sin Esencia de Verdad Intangible… que la sacuden, la maldicen, la venden en mercados y aquel mejor postor la compra, la encadena… la viola, por demás…
No se cuánta tristeza… viajero que me escuchas, con la mirada vacua y el corazón ardiendo de armonía impotente… pues no podrías tú sólo con tanto malhechor… Y eso me dije yo:
¿Cómo hago para hacer que llueva y que no llueva… cuando esta señoras generalas deciden los rituales y acomodan la esencia de los fuegos y tienden trampas a los Ángeles, que caen como moscas… ¡miserables…! ¡Cazurrientas…!
¡Las deberían coronar con hojas de ají pique…!
Y me pasé los días y las noches destemplando sus liras. Armando mis arreos de Paladina de la Luz y en esas me entretuve… Y fue cuando llegó la Gran Compensadora… como decía Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, que se llama ese Ser, de tibio resplandor.
Desamarró las trampas… te aseguro.
Cortó la cuerda floja y echó a patadas a la Sombra, que medrosa, llorosa, me bisbiseaba, temblequeando: No le hagas caso… Éso, es embuste…
¡Embustera…! ¡Traidora…! le gritaba a aquel Ser de resplandores únicos y una Fuerza Absoluta… pues barrió… te lo cuento. No dejó títere con patas ni marioneta con los ojos en el sitio indicado… Todos y todas quedaron como si fueran de cartón.
Y apareció Mi Ángel, trayendo las cerezas y las perlas más finas y más raras de toooda la Creación.
¿Todo bien…? preguntó… con vocecita de violoncello de Orquesta Filarmónica de Viena.
Y como comprenderás… nos estuvimos carcajeando, hasta el rayar del Sol…

Todo lo que estás viendo, ha sido fabricado para ignorancia de sapientes… pues creen en el respiro de las víboras y en el graznido de los cuervos. Nada hay detrás de la Sabiduría Excelsa de Tu Madre de Luz de las Auroras Vírgenes, que no sea la Eterna Sintonía.
La que dedica su respiro a componer, armonizar, desbaratar las armazones que el dedicado amigo de los cuervos dispone en esta Tierra, como si fuera él quien dijo la Palabra, y el Mundo se alumbró. Aparecieron peces, aves, frutos… y él, el Señor Supremo… según sus evangelios de ruinoso cantar de los cantares…
Deja que el Sol alumbre… y Tú, tranquila…
Un día el Sol saldrá por donde tiene que salir… y entonces convidamos a los Ángeles Verdes y los Ángeles Violeta y haremos una fiesta…
Y yo me preparaba…
Sabía que habría de ver todo eso que mi Padre decía, con su mirada fija en mis ojitos de peregrina ciega… pues entonces yo no era como ahora, ni perseguía las mariposas.
¡Ah, caminante…! ¡Las mariposas de colores…!
¿Sabías tú que con su vuelo vagaroso tejen las armonías de las esferas y melodías excelsas, que vibran en el cielo y descienden después, en forma de maravilla…?
¿Noooo…? ¡Ahhh…!
Pues tienes que saberlo. Tendrás que suspenderte de mis alas y conocer el Mundo, en toooda su Belleza…. y toooda su Canción de fértiles ocasos. No los que ven los caminantes que no tienen el tiempo de conversar con las ardillas, ni saludar a un caracol… ni mucho menos… pues ellos tienen prisas locas, risa de marioneta y voz de maquinita…
¿Tú los has visto…?
Caminan tiesos. Con los zapatos bien lustrados y el cuello de la camisa almidonado y claro que exagero… pero es que cada vez que yo los miro atafagados de tantos menesteres y tantas cuentas en los bancos y todo ese montonón de deudas y de miedos, pues no conocen paz… ni saben qué es lo duro y qué es lo blanditico… mis alas se despiertan. Revuelo y tiro al viento tooodos mis colores… pero ellos, nada…
No se impresionan con mi oferta.
Para ellos, lo valioso del Mundo… lo que los hace trepidar, bailar, beber, soñar… es nada más que el oro.
¿Los has visto llorar por tonterías, cuando en la realidad llorar, llorar… tiene la calidad de los entierros de segunda…?
Yo no se si tú quieres que te cuente cómo fue que llegué, con tooodos mis hermanos y tooodas mis hermanas, al Planeta… ¿Hacemos un vuelito y en un abrir y cerrar de ojos te lo cuento…?
Y le dije que sí… a la mariposa, como comprenderás.
Y volamos, volamos y seguimos volando… ¡y qué de coloridos y qué de música atronante…! pues yo creí que aquella Esfera de Bondad con que Ella se cubría nos iba a producir la suavidad tan prometida y mientras comprendía que aquello era su vuelo en sortilegio húmedo, como Ella me explicó después que fuimos y volvimos… me había pasado de tooodo…
Porque aquel vuelo triste, me confirmó que cuando no se sabe, mejor te callas y miras las auroras, sin requerirle nada a ese tormento, que es el de comprender, sin conocer…
Conocer es tesoro de sapientes… Pero la Luz del Sol trae consigo el comprender… y éso, no es cosa de saltimbanquis…
Así dijo mi Padre… cuando yo regresé del vuelo con la mariposita, y me dirás que por qué triste. Que por qué uno comprende, y no conoce… Que cuándo me enteré de tanta malquerencia y tanto vuelo inútil que organizamos en esferas que no nos corresponden…
Pero qué quieres que te diga… caminante voraz, que determinas tu camino y quieres conocer de un día para otro… como si fuera fácil resolver aquel enigma de la Esfinge y creer en sus garras de león…
Porque creer, creer… decía mi Abuela, sonrojándose como una jovenzuela enamorada… y a mí me dio la risa más terrible de toda mi existencia de Niña olvidadiza y llena de preguntas… pues yo quería saber lo mismiiito que Tú.
Y Ella me contestó…
Y te juro por las flores que aroman la mañana: Jamás volví a pedir que me aclararan esas cosas que son secreto a voces… Que tienen el diseño abierto y claro como el agua, pero nadie las oye… ni nadie las percibe… mejor dicho.
¿Por qué será que tienen miedo los humanos de ser lo que no son…?
¡Y allí te quiero ver…! tronó la risa de Mi Padre… y Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía se refugió en la alcoba de Mi Madre… y Mi Abuela gritó:
¡Traigan la Rosa de los Vientos y pónganla en la puerta del Jardín…! Así esta muchachita sabrá lo que es candela… Y empezó a sacudirse el Universo.
¿Por una preguntica…?
Pues sí… Por nada más ni nada menos que la pregunta e-xac-ta… a la hora convenida. Porque los tonos de la voz no son cualquier flechazo, querido caminante.
Porque los sones de la atmósfera, nos traen y nos llevan y no nos convencemos de esa Verdad Excelsa, hasta que al fin se desbarata el equilibrio… se desploman barreras que ellos aseguraban que eran indestructibles, se incendian bosques y praderas, los ríos se salen de sus madres y los sonidos suene que te suene… y el Mundo entero, sordo como tapia.
Capaz serás de preguntarme por qué los ríos llevan piedras y los árboles dan frutos…
¡Pues porque sí…! le respondí a Mi Padre, con esa altanería que tienen los niñitos que acuden a la escuela de los entorpecidos por el sabor de la ambrosía, antes de tiempo. Y Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía me hizo unas señas estrambóticas, que yo no le entendí…
¡Pero qué crees Tú… murciélaga insolente…! Deberían cortarte esa lengüita de víbora… y allí me desperté…
¡Qué sueños tan odiosos…! mi querido viajero, esos que traen consecuencias de ligero sabor al paladar y fétidos olores, que inundan tu envoltura de luz adolescente… y no vamos a hablar ahora de esas cosas. Yo terminé en un mundo de ilusiones que me traía y me llevaba, como si fuera corcho en remolino…
Y Mi Padre Omnisciente como Nadie… Duro en su aspecto y suave en su tronío, que es Puro, silencioso… pues Él no vino a convidar a todo el que se asome a la ventana, a ver pasar a un payasito de una comparsa de circo, como aquellos que llegan, arman tienda, venden y venden alhucema, agüita de borrajas y agua chirle… pues mercancías tienen, créeme…
Y tooodo lo que anuncian… y tooodo lo que ofrecen, es la sonrisa hueca de un esqueletico, porque tarde o temprano, en eso se convierten… Mi Padre… te decía… no vino a presidir esos banquetes.
Si alguien me dice que Él es El Mensajero de Todas las Bondades de la Tierra, yo me quedo callada.
Y si se escudan en premisas de Gran Secreto y Bienaventuranza… yo no abriré mi boca, te aseguro…
Porque el que sacudió La Puerta del Olvido y La Pasión de Amor en Tono Libertario… no tiene apelativos. Ni posee los tonos que el vulgo quiere intronizar en su doliente Cuerpo de Esplendores.
Tu Padre Fue y Será la Sombra más Hermosa de Toda la Creación. Él manejó la suavidad de aquella Oscura Dama, como si fuera una potranca con resabios. No la dejó ni tropezarse, cuando el camino era de espina cardonera y rocas, en subida… ni la mimó, ni la trató de Tú a Tú…
Y Mi Madre de Amores Imposibles y Sueños Permanentes… sacaba su pañuelo bordado de mariposas, lo doblaba y doblaba y lo seguía doblando…
Y yo sabía que en el fondo de aquel corazón tibio y lleno de tormento, pues no fue su estadía en esta Tierra un caminar sereno y amoroso… sino más bien un terminar lo que venía a terminar… yo intuía, viajero… que ese pañuelo de mariposas encerraba el Secreto de su Anhelo…
Que la paciencia con que Ella lo doblaba, y lo volvía a doblar… era aquel signo de los tiempos. O sea: El Gran Momento de la Verdad, que Ella tenía escondido, porque de haberlo abierto al Sol de la mañana, los pajaritos se hubieran quedado sin sus trinos, para siempre jamás…
Ella, sabía…. tooodo eso.
¿Me entiendes… peregrino…? O ando tejiendo delgadito y tú en la diligencia de sumar, dividir… tratar de no perderte en este laberinto… pero no me hagas caso. Sigamos caminando… A veces, pierdo el ritmo de mi aliento y comienzo a decir las cosas más perogrullentes… como opinaba Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía:
Si la gente supiera de qué tú estás hablando… sería oootro cantar, mi mariposa vagarosa. Fíjate bien con quién te sueltas y con quién amarras rienda…”
Y sí… Tenía razón.
No siempre se conocen las actitudes propias, ni los valores de los otros. A veces comprendemos, y otras no. ¿Tú que opinas…?
Y mi Abuela en silencio sepulcral.
Llenaba la botija de agua de la fuente, que era como un cristal lleno de burbujitas y lucecitas tenues, tenues… y me daba de beber.
¡Ajaaá…¡ sonaban los timbales. ¡Ajjjaaajá…! se me reía por dentro el Ángel de Mi Guarda… Y así…
Una de cal y otra de arena, como es de imaginar.
Los tiempos de esos tiempos me hacen reír de una manera tal, que lágrimas y lágrimas de pura gozadera me brotan de los ojos, ya cansados, te digo… Yo fuí a la Feria de las Flores y ví los Montes Sacros y coroné la inmarcesible permanencia de tooodas las Montañas de la Tierra. Pero ninguna habló.
Ni nadie me predijo el día de mi Muerte, ni me vendio la suya… Eso está claro.
Lo que sí se… viajero… es que la Vida en esta Tierra es un cristal que hace Arco Iris, cuando le pega el Sol… y es un cristal opaco, por la Noche. Pero cristal, o no… Sombrío o Luz… Vida ha de ser… mientras nosotros insistamos en componerle aquí y en retraerle allá… y en cortar, y podar… y resumir… al fin de cuentas.
¿Tú has visto alguna vez, cómo los vientos llegan con su albedrío suelto y dejan los sembrados llenos de insectos poderosos, que acaban siendo los dueños de la cosecha…?
Así mismito…
Eso vibró, en tono de Mensajero, Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, acompañándome en mi sueño, bajando las persianas, poniendo aquella música de flautas y los sonidos de ballenas, de mares calmos y gaviotas… y entonces me dormí… viajero que me escuchas. O que me lees, mejor dicho.
Porque escuchar la letra escrita… como Mi Padre me explicó, en una Noche oscura como el remordimiento de un ladrón… va a ser cosa de siglos y más siglos.
Pero Tú, escribe… me ordenó.
Y aquí me tienes. Hablándote en silencio. Ordenando mis cosas interiores y permitiendo a tu mirada de llenar lo que falte. De preguntar y rezongar, si es así como andamos el camino, de aquellos sueños que Alguien… o Algo…
O simplemente Nadie… concibió.
Y nos imaginamos, a lo mejor, Tú y Yo… que ya somos amigos de camino. Que podemos pedirnos direcciones, o preguntarnos el número de teléfono… y en realidad… no tengo celular, pues son cariiísimos… ¿o nooo…?
Y vas a perdonarme que interrumpa mi historia, en este rinconcito de un tal verdor y luz, que me dio piquiñita en las pupilas. Me estoy cayendo de sueño…
¿Nos dormimos…?

La Humildad, no es cosa de lloreras. Ni tienes por qué andar retirando ahora los estratos que te impiden bajar a los infiernos. Para eso, viniste…
Y así se acomodaron estratos camineros y estratos volanderos y los demás estratos que faltaban… pues nunca supe cuántos eran.
El caso es que las frases del viento en la vereda, en que yo estaba, quieta… pensativa, mirando ese fulgor que tienen esas calles de las ciudades grandes y que parecen revoltijos de gases y de ruidos y todo el mundo en pánico, porque es la hora del almuerzo.
Yo no miraba, en realidad…
Más bien sentía todo aquel desorden, que causaba el rumor de todas esas máquinas, que corren al unísono y los semáforos tratando de ordenar, y policías tratando de encontrar las claves de la furia que trae y lleva toda esa multitud, porque nadie obedece… O mejor dicho: obedecer, obedecer…
Y si no fuera por todo ese sonido que yo tenía adentro, me hubiera vuelto un buruñito… como decía la Abuela, a la hora de la Oración:
Hazte un buruño… ponte recia… que Dios está escuchando…
Y buruñito era enroscarse, con la Conciencia Clara. Estar alerta a las antiguas coordenadas, pues era necesario saber de tooodo un poco…
Así decía esa Abuela, en las mañanas y en las tardes y uno aprenda que aprenda, a remendar. A sacudir. A cocinar las papas en su punto… ¡Qué cosa tan tenaz… ¿No te parece exagerado…?
Pues nooo… Y mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía no me explicaba nada… y punto.
Y entonces, te contaba… yo comenzaba a caminar por la vereda gris, llena de papelitos, colillas, latas vacías de cerveza, multitud presurosa, los ancianos y niños mendigando, y perros callejeros… pensando en nada, en realidad. Viendo sin ver… pues la corteza de mis pupilas se había llenado de una especie de musguito y percibía a lo lejos un resplandor verdoso, y a la hora de la Oración, me acordaba de la Abuela: Dios escuchaba…
Es cierto, caminante…
Los pitidos, aullidos, los gritos de premura. Y el Miedo… sobre todo.
¡Qué horror…! ¡Qué cosa tan horrible…! ¡Mi Dios Misericordia… que el Cielo nos ampare…!
Eran los ruidos que yo sentía venir, en avalancha, como si el Mundo se estuviera reciclando y nadie lo supiera… pues no podía conocer, quien no posee oídos en la cintura de Dios… Como decía mi Padre, en horas de ternura, cuando me describía cómo juegan los Ángeles Hermosos en el Jardín de las Delicias…
Y yo me consumía…
Me desdoblaba. Visitaba en secreto las rosas de ese Jardín de todos mis anhelos… los alhelíes, las magnolias… como esa mariposa, que te contaba entonces, que mi Padre decía que yo tenía que ser… Y sí…
El Miedo… Niñita peregrina de los Deseos de Tu Padre, hace estragos… Y deja el Alma sucia…
Y yo, esquivándolo: ¿No has visto las espinas que brotan de las rosas y si Tú te descuidas, te las clavas…?
No me cambies de tema… decía el Ángel… cuando yo prefería borrar esa palabra de mi Centro de Gloria, pues era fiera… resonante… como si uno pudiera contrariarse, cuando ella aparecía. No lo dejaba a uno respirar… ¿o sí…? ¿No te ha pasado que un día tú viste algo que te llenó de terronera el vientre y el corazón dejó de palpitar…?
Y el Ángel: Nooo… Yo no veeeo… Yo SOY…
¡Ah…! Pues, perdooón…
Y así yo comprendía, que comprender los sones de los alados caminantes, que asisten a tu flanco a las proezas, los entierros y las coronaciones de sapientes, además de diatribas, los sermones, discursos bizantinos y demás ejercicios de poder, que el Mundo y sus delicias nos ofrece… es cosa de poetas.
O de fecundadores… Mejor diría… ¿fundadores…?
No se… me respondía Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, con la mirada vaga y soñolienta, pues creo que mis cuitas y mis perogrulladas lo tenían ya borracho… y me dirás que a un Ángel no puedes inducirlo a semejante tipo de experiencia, pero tengo mis dudas. ¿Sabías que un Ángel tiene tooodo lo que tienen los seres de la Raza Mayor…?
Y yo inquirí: ¿Raza Mayor…?
Y mi Padre, con risa de esas en las que suenan campanitas y vibran en azules y en doraditos claros, claros…
La que sostiene el Alimento y el Prana conocido como La Bendición de Dioses Omniscientes…
Y allí quedó mi Ser… suspendido a las ramas del primer árbol que encontré… como comprenderás.
No quieras aprender antes de tiempo. Ni quieras conocer lo que no es ritmo ni sonido que no te corresponde, pues las canciones de los serenateros no hacen más que llenar la noche de pendencia. ¡Olvídate del trono y arráncate a volar… en vez de andar pendiente de las joyas que heredaron las reinas de belleza…!
Y con esas palabras, el viento… o sea: Mi Padre, en forma huracanada, se me llevó el aliento a las regiones hoscas… Las que no tienen penas ni dolor de no tener siquiera un pedacito de pan con mermelada. Y espero me comprendas…
¿Nooo…?
Y el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía: No te endendí ni piiío… Trata, otra vez…
Y ante mi reluctancia, pues me quedé furente… por no decir frustrada, de tanto ir y venir que tienen esas experiencias de comprenderes y saberes y decidires huecos, huequisiiísimos… y no me importa si las palabra te suenan a las rarofonías que las tarascas suelen encontrar, en todo lo que toque, o que se acerque… mejor sería decir…a mi persona, pues a mí nadie me quita ni me pone… como decía la Abuela, que decía no se quién… y te perdiste… y echamos para atrás…
Como veníamos diciendo:
ante mi reluctancia, pues me quedé como quien lleva un pandemonium en el Centro Dorado… mi Compañero Alado de Suave Caminar y Dulce Respirar… me suplicó bajito, como cuando uno quiere que las haditas dancen, para tí, y en secreto… la más hermosa danza de tooodo el repertorio:
Trata una vececiiita, nada más…
Y todo se rompió…
Se deshicieron esas taras, que dicen que traemos desde los nacimientos inferiores. Esos que trajinaron y corrompieron y dejaron como unos coladores, los sabios de la Atlántida. ¿Habías oído hablar de esos Señores…?
Yo supe de Ellos, el día de mi partida. Cuando dije a los vientos del Pacífico y los vientos del Atlántico: ¡Adiós, hermanos…! Hasta la próxima película…
Y hasta el Sol de hoy, como comprenderás…
Pues bien… como diría la Abuela… que nunca comenzó con una frase hueca, ni mucho menos una frase que uno pudiera comprender, porque Ella hacía malabares, firuletes de plata y no se qué más otras delicieras… con su boca de Profeta, que era de gesto suavecito y como fruncidita…
Pues bien… amigo caminante del caminar a tales ritmos y a tales consonancias, que a lo mejor ni sabes dónde andamos… ni dónde vamos a parar… pero no creo que éso, sea relevante.
El Ángel me explicó, con puntos y rayitas:
Las taras se cumplieron, en la Raza Mayor… cuando esa Raza conoció, lo que tenía que olvidar. Y cuando no olvidó, lo que tenía que tirar por la ventana…
La Atlántida… viajero de todas las esferas del Oeste y te falta un poquito por andar, pero ya llegaremos, no te afanes… es una gloria omnipresente, omnipotente, y entre otras cosas, olvidada… pues la gran mayoría de la Raza Perdida, que hoy en día pregona que es la sola habitante de tooodo el Universo, niega que el Miedo Grande, se desprendió de allí.
Como se desprendió un planeta vacilante, como decía Mi Padre… cuando ellos compusieron la sinfonía alterada. Esa que trajo a este Planeta lo dulce artificial y lo amargo de veras…
¿Te suena conocido…? O te lo explico en otro código…
Yo creo que el Miedo es vago… O sea: sufre de la pereza más alucinante y más desconcertante y menos amiguera del Arrojo… ¿Nooo…?
Y el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía sonrió como un Arcángel, te aseguro. Se puso de un color que no te puedo describir, pues faltan las palabras, ahora sí…
Nació la Aurora… Peregrina… Esa Real Presencia que habían anunciado las Estrellas de Oriente y que ahora surgirá, en el Silencio Magno… pues no tiene la Voz de las Esferas del Olvido ni las Esferas Crudas…
Y fue una percepción, más que una esencia.
O mejor dicho: la entendí… sin comprender la relación, entre el Silencio Magno que anunciaba y las Esferas que habría de cruzar… pues fue más bien un cruce de fronteras, lo que me hizo recibir…
Vivir… en medio a ramalazos de suaves resplandores, que comenzaron a vibrar en esas zonas de secreto, donde se oculta el Corazón, en horas de agonía.
El Miedo no es un cuento de quimeras… ni un cuento de viejas, mi queridísima criatura de los jardines con haditas…
El Miedo es un Demonio, que inventaron los tuertos. Los mendigos. Los que sufrían la lepra de la Ignorancia Magna… Y a ésos… atarvanes torcidos y pútridos de aliento… ¡yo no los quiero ver…! Ni en película vieja… ni en película nueva… pues tooodas son iguales de atrofiadas. ¡Sufren de sólida ignorancia…!”
Y la Abuela se fue a partir las migas de los pájaros… y apareció una ardilla con tres rayas, enooormes… en el lomo… y Ella:
¡Caramba… Carambolas…! Hoy va a llover lo que anunciaron las Ancianas de Corazón Valiente…
Y ver para creer…
El cielo se aclaró. Las nubes que marcaban un angustioso Día para el Mundo, se fueron apartando al ritmo de las palabras de Mi Abuela, que se quedó tan panda.
Como si no tuviera arte ni parte… ¿Te parece…?
¿Y qué pasó…?
Y el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía:
Nada, mi Niña. Son gajes del oficio de una Estrella del Norte. Ella no sabe naaada… Sólo comprende aquel Oficio con que llegó a la Tierra, y ahí está el resultado…
Y la Humildad nació… con risas y panderos… y con mirar de Abuela Hermosa como nadie.


La Gran Conspiradora está presente.
Sus huestes de carbón y de ceniza enardecida por el quemar y más quemar de tanto buitre que aprovecha la confusión de las hormigas, la ira de los patos que vuelan sin su brújula, pues las alas no tiene dirección, desde aquel día en que la Raza del Olvido manipuló aquel instrumento… o mejor dicho, lo vació… han sido puestas a la Orden de La Gran Jerarquía de la Galaxia de La Dadora.
La que vino a curar las llagas de los muertos y la frecuencia luminosa que no tiene moción calibradora. La que sana en Silencio. Pues Es Dadora y Luz de Gracia…
Y mi Padre callaba… y el Mundo se aquietaba..
Como si fuera a decidirse la reunión de aquellos pájaros, que prometieron volverían, a recibir y a dar… A pregonar el Tiempo del Futuro que no tiene Mañana… pues mañana murió… cuando los animales dejaron de vivir como si fueran el residuo de este Planeta de miseria…
Entonces…
Porque ahora, es distinto… susurró el Ángel, en mi oído repleto de rumores y traqueteo de cosas parlanchinas… pues no podía en esos días… ni en esas noches blancas, blancas… con tanta opinadera.
Compréndeme, Niñita… No trates de mirar con ojos que no tienes. Es diferente tooodo… y Tú no tienes que medir, ni tienes que rezar por la divina intervención, pues Este Dios, no es el equivalente a la Luz de la Gran Conspiradora. Pero tampoco es un motivo de pereza… como dijiste aquella vez, y me dejaste tembloroso de una emoción que yo no conocía…
¿Tembloroso…?
Pues sí… y no… No me hagas tanto caso, a la hora de las distancias, que entre Tú y Yo se mezclan como el agua de un río y el agua de los mares… porque saber cómo es la vida de un Ángel de la Guarda Tu Dulce Compañía, no es cosa de medir, en el vibrar de su misión de Luz de las Esferas Vírgenes… como tampoco habrás de preguntarme por qué no te respondo, a rompe y rasga…
Y el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía se tejió su silencio, igual que se tejía los ires y venires dentro de aquella zona prohibida. La Zona de Bondad de tooodas las Bondades…
Así decía la Abuela:
La Calidad divina que los Ángeles tienen, no puede compararse a la riqueza de un canto de ruiseñor… pero sí tiene mucho que pedir y mucho que entregar… No creas que es tan liviano el Ser un Ángel de la Guarda. ¿Tú no has pensado nuuunca que la Bondad de un Ser de Luz Angélica, no tiene más misión que destruír…?”
Y me dejaba pálida del susto…
No es fácil responderle a una Abuela presente… Porque en su ausencia, yo comenzaba a querellarme, porque sí y porque no…
¿Por qué es que me dan palo porque bogo y palo porque no… cuando trato de ser lo que una Niña Buena debe ser… ?
Y le alegaba al viento, en medio de los campos y me quejaba a los nogales, que me miraban en su esencia de verdes y rumores que yo no comprendía, pero de pronto, te lo juro… un nogal poderoso como la cúpula de vidrio que tienen los altares escondidos que existen debajo de la Tierra… como me dijo el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañia, pues Él visita tooodo lo habido y por haber… y tiene códigos celestes de varias resonancias, por supuesto…pero volvamos al nogal… que de repente, se abriooó… se replegó un poquito hacia el oriente… y se siguió expandiiiendo… abriiiendo… delante de mis ojos…
Como un canal de fuego y luces ópalo y turquí…
Y me creas, o no… yo entré en el árbol, derechito, sin preguntarme ni siquiera, dónde diablos quedaba la salida.
Las Niñas Buenas… van al Cielo. Y las malas, querida Peregrina… se pasean por el Mundo, van y vuelven, garridas… sandungueras… hacen lo que les da la pinche gana y además… nadie les da permiso, ni naaadie les pregunta por qué no están vestidas con decencia. O por qué van al cine por las noches, o a los infiernos… mejor dicho. Ten cuidadito con la preguntadera que se te va a recalentar esa mollera, repleeeta de bichitos correlones y mal alimentados…
Y yo mustia… ¿Comprendes…?
Era verdad de tooodas las verdades… y yo, como una gansa… en medio a aquel rumor que me gritaba con voz dulce:
Atenta al Cazador… No es hora de querellas con la Abuela. No tienes ni el permiso, ni mucho menos el carcaj que se requiere en esta Zona de Pesares y en este remolino por donde cruzan los espejos…
Y allí quedó mi Ser… viajero que me sigues con tu mirar bravío y lleno de Bondad, pues miro tu mirada y siento que comprendes, sin comprender por qué… pero con éso, basta y sobra.
La mirada es intensa, en estos cruces… me explicó el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, sin comentar ese final, que no puedo contarte… pues es secreto que nada más que a mí me pertenece. Como tú con los tuyos.
¿Comemos un poquito de fruticas fresquitas, que la Abuela nos metió en la mochilita, en caso de hambresuna…? como Ella apremia, a veces:
Coma, coooma…Niñita… que en el camino, masca... No siempre habrá de haber lo que hoy abunda a los torrentes, y el atorrante… ¡gaste y gaste…! Entonces… piense muy bien, antes de comenzar a atiborrarse, como una tragaldabas…
Los caminos de Dios, son caminitos de puuuras delicieras… Así que no se queje. Pero no lo de todo por comido y mascado, antes de tiempo…
Y me dejaba tan perpleja… y tan munida de un sonido que me zumbaba y me zumbaba y me seguía zumbando… hasta el Sol de hoy, me zumba… caminero… y si quieres que te diga, hace muy poco lo entendí.
¿Decías que las flores se comen de a poquitos…?
O sea, de a petalito en petalito y recibiendo aquel aroma con el cuidado de un misterio sacrosanto… pues no recibe el que no escucha, ni aroma la que nace sin la simiente de fulgores que brota de la Fuente de la Sabiduría…?
Y el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, me enseñaba…
Corregía… Contemplaba mi quieta transparencia… como Él decía que había de ser.
La Quieta Transparencia, es un deber de tooodo el que acumule la Gloria Vespertina y el Goce Matutino. No hay que dejar para mañana, lo que Tú puedas hacer hoy…
Y allí se despedía… con su aleteo suaveciiito… ¡si tú lo hubieras visto…! Porque me voy a las regiones donde mora el Dragón de la Abundancia, a pedirle por Tí…
Así decía…
Y quién iba a entender, dónde se van los Ángeles Guardianes, a la Hora de la Cosecha… que es como llama Él, ese momento eterno donde las cosas que sembraste en esta Tierra de Miseria y Dolores Supremos y sobre todo, de Falacia… comienzan a dar fruto.
¿Te vas de cuchipanda…? le preguntaba yo, con voz dicharachera… y en realidad quería que no se despegara de mi flanco ni un mísero segundo, pues me sentía sin piso… abandonada a la corriente de tanto son de flauta y tanta faramalla que había al exterior y yo flotando, desalada…
Pues nada me acosaba, cuando yo lo invocaba con la divina esencia abierta y en silencio supremo. Con la mirada sin mentira. O sea: con la simplicidad de quien se sabe protegida por un Amigo Poderoso, con alas… además…
¿Conoces esa Historia de la Niñita que vendía pergaminos y un día abrió la cajita donde Ella los guardaba y se encontró que un Ángel los estaba quemando, con el fulgor de fuego de sus alitas verdes… verdes… y entonces Ella preguntó:
¿Por qué quemas mis cosas… sin permiso…?
Y el Angelito contestó:
¡Yo no se nada, de nada…! ¡Ve donde el Ser que me creó y pregúntale a Él…!
Pues bien…
Mi Padre respondió a mi inquerencia resonante… que sacudió pilares… movió las hojas de palmeras, como si fuera un ventarrón y luego se aplacó. ¡Qué susto tan terrible…! Pensé que había descentrado todo el Gobierno de la Tierra… como llama mi Padre a los furores de quien tiene la Vara de Mando del Universo.
Pero no…
Era un soplido… nada más. Una especie de acústica, que brota de tu Centro de Clemencia, si no estás preparada para nombrar las cosas por su nombre. La Resonancia de los Dioses… o algo así…
No se conoce tooodo, en un día, nada más… o en una sola noche… Eso lo sabes ¿nooo…?
Y mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía se sacudió los pétalos de rosa, que comenzaron a caerle desde el cielo como una catarata… y pronunció monótono, como quien lee en un cuaderno:
Se dá o se pide… Peregrina de olores a los pétalos tiernos de una flor de los valles, que quiere Tooodo… o Naaada.
Se dice la Oración de la Mañana y la Oración del Mediodía y la Oración, a la Hora de la Oración … Hermosa Caminante de los Caminos del Silencio y de los Laberintos de la Muerte…
Pues de no hacerlo… no llegas ni a la esquina…























En tiempos de sequía, el ritmo de las cosas y el tono de la vida se vuelve rígido y oscuro, como los lodazales que se secan, entonces… y vuelven los caminos como una especie de tortuga… y Mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía me observó de reojo, tratando de despertarme… me imagino, pues yo andaba en las nubes.
Comiendo zanahorias, como una enloquecida, pues el picor en los ojitos me tenía anestesiada. Medio enturbiada, mejor dicho…
O medio aquí… y medio en no se dónde… y a pesar de mi intento de soportarlo y restañar las heriditas… que comenzaron a salir y vete tú a saber de dónde tanta picazón y tanta intolerancia… comenzó a devorarme la sed de darle latigazos a la vida, y de graznar… parejo con los cuervos…
Para no fastidiarte con el tema de aquella matadera de zancudos, que me tenían en un desvele tenebroso…
¡Válgame Dios…! se persignaban las tarascas… mirándome pasar como una endemoniada y soltando espumarajos.
Y yo persiga a los perros sarnosos en el parque. Y persiga a las pandillas de muchachitos zarramplines, que levantaban enaguas a las viejas y se burlaban de su madre… Que robaban miserias a los pobres y dejaban sin nada a los hambrientos… Y latigazo va… y latigazo viene… peregrino. Yo andaba así…
Caminando la vida a los trancazos. A puro grito… ¿me comprendes?
Y era la Hora Magna… de seguro… como anunció Mi Padre, el día de su Partida:
Ahora ya no te puedes levantar, ni te puedes dormir, ni podrás respirar sin tener en la mano el Látigo de Fuego. Ese que el Poderoso Bienechor que te acompaña, te bordará en las células…
La Tara de la Sierpe no es un enigma para Tí… mi amada Peregrina.
Vete a buscar la Vida… que ya es la Hora Magna…
Y con eso, se fue… dejándome perdida en la mirada de su Centro de Esperanza y en esa risa de furores y latigazos ciegos… pues no paré de Ser lo que Él me dijo que tendría que Ser… el Día de su Partida… que se anunció en aquella Aurora de tonos azulosos, con el canto de la alondra.
¿Tú conoces tortugas fluorescentes… de esas que no caminan… sino más bien hacen unos salticos de ranita…?
Y mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía:
Noooo…. Y no me cambies de rollo la película… Tú tienes la molicie de quien camina con el Mundo en las espaldas y no ha hecho flexiones para domar los músculos… y eso es muy natural.
¿Muuuy natural…?
Y Él: “Siií…. muchiiísimo…”
Y entonces comencé con la tarea de la gimnasia sueca, mejor dicho. Hágase aquí… y póngase al revés… y déjese matar por cuanta tara exista en esta Tierra de Miseria y de Muerte y de Añoranza… Resucite otra vez… Flexione firme… fuerte… No deje que los brazos se bajen con los tonos que los vampiros lanzan, pues vendrán por tus venas y tú tienes que saber letra menuda.
¡Baja la guardia, Hermosa…! me susurraban los murciélagos, vestidos de Señores de la Noche y camisas de seda de la India. ¡Tú estás exagerando en todo ese ejercicio de músculos y de tensión dorada… qué pereza…! ¡Te nos volviste una hermitaña…!
Y los demás… Los que traían alabanzas, el aguardiente y amigotes… amén de ciertas pestes que eran hereditarias, por demás, pues no podían con ellas de lo surtidas y mañeras: ¡Tienes los biceps más hermosos de toooda la creación…! ¿bailamos este tango…?
Y mi Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía solicitaba y no… Miraba con dulzura mi competencia con mis huesos. La risa de mi cuerpo tensionándose, abriéndose al respiro que regalaba el nuevo tono… pues era frágil, todavía. Desvanecido y tenue, en las mañanas… y leve al mediodía. Pero en la noche se crecía, como los pavos reales y levantaba el vuelo… créeme.
Pasaban los Esbirros. Llegaban las Harpías… Me espiaban por la hendija los Lobos y los Gatos… y yo en ese ejercicio de tensiones terribles y los tendones rebajándose… los brazos y la manos cubiertas de sudores y la espalda de guerrera, formándose, despacio… con la debida Ceremonia… como decía la Abuela:
Cuando la Tierra tiemble y todo el mundo en el delirio del terror, corriendo cuesta arriba… acuérdate de todo lo que tú oíste en esa cuna, pues los sonidos no son gratis. Tu Madre lo intuyó y te dejó esa partitura… La Ceremonia de Esplendores, es lo único que sirve… Y deja que los cojos galopen como puedan…
Tú… tranquilita, Niña de Mi Amor… ¡Los sordos… sordos son…!
Y yo incubando esa quimera de Luz de Auroras Tenues… mientras los alacranes trataban de esconderse debajo de mi almohada y las lechuzas se buscaban un palco entre las ramas, para observar mis movimientos… Y ríe que te ríe…
El Mundo y su Venganza… me acuerdo que pensaba, en medio a mis tremores, pues el cuerpo asistía con la paciencia de un borrico que tiene que comer y debe caminar y no puede gañir ni rezongar… y el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, mirándome… en Silencio. ¡Sin aplaudir, siquiera…!
Muy tenaz… ¿Tú no crees…?
Y mi almohadita: Yo no creo que tengas que ponerte a estas horas de la vida con tanto tiquismiquis… Lo mejor es variar de posiciones. ¿No has probado la Cobra…? ¡Es un asana regio…!
Y yo no se de dónde se sacaba tanta palabreja, pues en mi diccionario no sólo no existían, sino que los escasos dominios que tenía de la gimnasia sueca, se estaban agotando… y entonces decidí que iba a probar flexiones de sincronía excelsa, que fue una cosa que escuché, en uno de mis sueños… donde una Señora vestida con Luces de la Estrella del Alba, me aconsejaba, tierna y con sonrisa de Madre de los Vientos:
Ponte de pie en los momentos de esplendores… y te sientas derecha, derechiiita… cuando el respiro baje de tensión. Luego de acuestas en posición de llama abierta y dejas que la angustia te baje hasta los pies… Te acomodas despacio, despaciiito… en medio a las flexiones que tus brazos decidan… pues ya verás como ellos saben el momento de resanar tanta pasión desaforada, que te trajeron los idilios con los despetalados…
Y Ella quería nombrar las cosas por su nombre, pero los códigos no daban la medida y entonces pregunté:
¿Despetalados…?
Y Ella: “Sí… Los que no tienen la tensión de La Aurora de Amor de Anhelo Libertario. Los que sembraron en los huertos de posición tardía. Los enfermos de llanto… ¿Me comprendes…?
Y entonces comprendí.
Quería decir los que llegaron este Mundo con la tensión oscurecida, y no tuvieron Madre… ni Padre… me imagino. Ni una Abuela adorada y regañona, que los puso a barrer, a sacudir… a cocinar las papas en su punto.
A trabajar en las mañanas, trabajar en las tardes… cantando y más cantando… ¿No te parece a Tí que cuando las flexiones se cruzan con el canto, uno no siente casi el sufrir de los músculos…?
Prueba y verás… Es un milagro reeegio…
Y los tiempos de sequía se van acomodando a tu respiro de Amapola. De Lirio de los Valles. De Ave Dorada y cantarina.
Así me aseguró el Ángel de Mi Guarda Mi Dulce Compañía, en la Mañana del Regreso.
Cuando volví, cubierta de fango. Rodeada de los seres más extravagantes y más sonrientes de toooda la Creación… que me besaban, me abrazaban… me portaban en guando y me dejaban maloliente y llena de unas llagas purulentas, que la Abuela curaba, con yerbas de Lengua de Venado.
Y el Ángel, aplaudiendo…
¡Y ver para creer…! me comentó mi Ser, que andaba desguanzado de tanto caminar y tanto enloquecerse en los caminos de la Vida y los Caminos de la Muerte y no tenía noción si iba… o si venía…
¿No te parece un increiiíble y un salto en el abismo, lo que ahora contemplamos…?
Y yo no dije nada… caminante. Porque palabras no encontré, que fulminaran esa escena de mi descenso a este misterio, que dicen que es La Tierra.




En “Auroville” –India- Diciembre 10 -2001-



As the free development of individuals from within
is the best condition for the growth and perfection of
the community, so the free development of the community
or nation from within is the best condition for the growth
and perfection of mankind.
Thus the law for the individual is to perfect his individuality
by free development from within, but to respect and to aid
and be aided by the same free development in others.

SRI AUROBINDO
The Human Cycle2
“The Ideal Law of Social Development”

Arathía Maitreya, es una escritora profesional, que habita en el Planeta Tierra, desde 1939.
Sus "Cuadernos", de "tensión de Nueva Conciencia", prosiguen la búsqueda, que inició a través de su trabajo narrativo, poético, teatral, cuento, y de ensayo, como Albalucía Angel.
Ahora, después de un largo silencio, entrega al público esta colección de cuadernos -que en manuscrito y sin tachaduras ni enmiendas de ningún tipo- estuvieron "cerrados", hasta el presente, por decisión personal.
Su trabajo literario, como escritora colombiana, es reconocido internacionalmente.


A R A T H I A M A I T R E Y A
L I S T A D E C U A D E R N O S


Portal: EL LIBRO DEL SILENCIO
1. EL CAMINO DEL SILENCIO A
2. DE MI CAPA UN SAYO B
3. ESA ROSA ROJA SOBRE TU CORAZÓN C
4. EL TEJEDOR DE LUZ D
5. DIÁLOGOS CON LA ROSA E
6. LAS PEREGRINAS DE LA BARCA DEL SOL F
7. LAS GUERRERAS DEL ARCO IRIS G
8. EL LABERINTO AZUL o LA CAÍDA DEL SOL H
9. LA HORA DE LOS SIETE COLORES I
10. CANTO AL SOL (I Y II) J
11. ARATHÍA, LA ESTRELLA DEL AMOR ABSOLUTO K
12. EL DIA QUE ENTERRÉ LA GAVIOTA L
13. MI ESPADA, MI ROSA, ARATHOMÍ LL
14. MI HERMANO EL ABEDUL M
15. EL CAMINO DE LAS DIOSAS N
15. TRIMA-THÁS, o EL LABERINTO DE LA MONTAÑA Ñ
17. MI MADRE ESTRELLA, ARATHÁS-UT O
18. DONDE MORAN LAS ÁGUILAS AZULES P
19. DIÓNISIS GALÁCTICA Q
20. EL SILENCIO DEL ALMA DE LA TIER RA R
21. …Y UN DIA EL VIENTO DIJO S
22. EL CANTO DEL MANDALA DEL FUEGO T
23. CONVERSACIONES CON LA ARDILLA U
24. CANTANDO… ASI SERÁS V
25. ÁTHOR, EL PÁJARO BLANCO W
26. DE ILUMINERÍAS Y OTROS DECIRES X
27. LA GRAN SEDIENTA Y
28. EL CUIDADOR DE SUEÑOS Z


1 Todas las percepciones animales, sensibilidades, actividades, están regidas por los instintos nerviosos y vitales, apetitos, necesidades, satisfacciones, de las cuales el nexo es el impulso de vida y el deseo vital. El hombre también está constreñido, pero menos limitado, a este automatismo de la naturaleza vital. El hombre puede aportar una voluntad iluminada, un pensamiento iluminado y emociones iluminadas a la difícil tarea de su propio desarrollo, él puede sujetar más y más, la función inferior del deseo, a estas reflexiones guías. En consecuencia, a medida que pueda manejar e iluminar su ser inferior, él es un hombre y ya no es más un animal. Cuando él pueda empezar a reemplazar totalmente el deseo por un pensamiento iluminado y una visión y voluntad todavía más grandes que la suya, conectada con un conocimiento más universal y trascendente, ha comenzado la ascensión hacia el super-hombre; está en marcha ascendente hacia lo Divino.
2 Así como el libre desarrollo de los individuos, desde su interior, es la mejor condición para el crecimiento y perfección de la comunidad, igualmente el libre desarrollo de la comunidad, o nación, desde el interior, es la mejor condición para el crecimiento y la perfección de la Humanidad. Por ende, la Ley para el individuo es la de perfeccionar su individualidad, por medio del desarrollo interior, pero respetando y ayudando y siendo ayudado por el mismo libre desarrollo en los otros.

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