A R
A T H
I A M
A I T
R E Y A
E L
L I B R O
D E L
S
I L E
N C I O
P O R T A L
Sigue
la ruta
de mis ojos
y escucha el
arco
que se
tensa.
La historia
del
Silencio
no fue jamás
el huracán
que nos
dijeron
vendría a
descuajar
las
madreselvas
y hacer
latir con
azarado
ritmo el
corazón de
las
doncellas.
Tampoco fue
la
historia de
la luz.
Rondador de
la noche
con su
coraza
cenicienta
que
haciéndose camino
entre la
sangre voraz
filibustero
brotando en
la mentira
de los
amaneceres
cargado de
abalorios
y reflejos
como las
caravanas del
desierto.
Como quien
quiere ser
el agua.
Londres,
XI -28- 84
Y
ha seguido siendo la ruta del silencio; la que mejor me marca el tiempo.
No
ha sido siquiera doloroso esta vez, el proceso.
Cuando el silencio habla en tu interior, no hay vacío, ni
oscuridad. Hay, sí, haciéndose camino
entre la sangre, otro ritmo, veloz, que en medio del conflicto que te marca -en
su fluir inevitable- va resurgiendo en armonía.
No sin pasar por el infierno.
Han
sido muchos meses los que alejé de este "diario" pues el fragor
de mi camino y la búsqueda intensa me entretuvieron en el oficio de la búsqueda
otra. Esa del fondo, donde no existen
las palabras. O donde, más bien, no son
traducibles. Ni transmisibles.
Hace
muchos años ya, un queridísimo amigo, A. Zalamea, en Roma me preguntó: ¿y lo
encontraste...? Se refería al objeto
de mi deseo que venía volviéndose insoportable en esos días (1975, creo) y que
podría explicar acaso, ahora, como la necesidad de mi encuentro con Lo
Absoluto. Creo que sí, fuí capaz de decirle,
no sin cierto temor. Se me miraba
entonces con sospecha, porque yo andaba rara.
Mística, decían unos. Loca
rematada, aducían los menos. Desvirolada
de Pereira, como me llamaba a grandes titulares la gran prensa colombiana.
Y
si hoy me encontrara con mi amigo Alberto, sin rubor, esta vez, y con la voz
más firme, y sin miedo a ser tachada de quién sabe qué (los motes de excéntrica
no me han faltado nunca) le diría de una: sí, lo encontré.
Y
estaba en el silencio.
No
voy a hacer ahora un libro sobre lo que tantos Maestros y Sabios han hablado.
No
creo que voy a necesitar explicarlo.
Tomé hoy mi pluma violeta, luego de años de casi no hacerlo en forma,
porque quería contar a grandes rasgos mi último viaje.
Y
comienza así:
Crucé
de nuevo las grandes aguas y llegué a la orilla de mi misma.
Gran
jeroglífico, que no pertenece tampoco a la dimensión adivinatoria corriente.
O
mejor comenzaría:
Cuando
terminé Las Andariegas, me salí de mi conchita de caracol y con el
corazón y el alma a cuestas me fuí a buscar, de nuevo. Esta vez mi propósito fue el de encontrar
como fuera las voces de mujeres de América Latina.
Recopilarlas. Por meses, mi viaje en las dos Américas me
llevó al encuentro de escritoras desconocidas para la mayoría del público en la
misma Latinoamérica y para nosotras mismas.
Fué una sorpresa que tenía la emoción y la intensidad de un
descubrimiento.
Conocí
-o visité de nuevo- los países donde vivían.
Oí sus voces, que como un eco me repetían a una: yo vengo del
silencio...
Y
así las fuí reconociendo, como imágenes propias de mi mismo espejo.
La
lucha desoladora. El rechazo -en la
mayoría de los casos- de sus propios ambientes.
La necesidad de expresar lo que ya se está viviendo con claridad,
coherencia, inteligencia y orden. Lo que
ya se adquirió por lucha propia. Eso que
el hombre todavía les niega; la inteligencia.
La creatividad en esos campos donde la luz es aparentemente inherente a
su género, hablo del masculino, obvio.
Ese
terrible desconcierto que al comienzo de mi vida de escritora sentí, al
descubrir la hostilidad -o el silencio ostensible de la crítica, o de mis
amigos- lo ví reflejado en la mayoría de ellas.
Cada una tuvo que construirse su propio piso. Luchar por ese pedacito de terreno en el que
diariamente va dejando sus páginas. Y
sería tremendista -pero no por ello menos cierto- decir, que cada página -en
muchos de los casos- ha costado muchos infiernos. Y poco de paraísos.
Así
fué, pues, mi viaje. Acumulado. Nervioso.
Excitante. Intimo. Desarticulado a veces, pues me movía
demasiado el corazón. El sentimiento de sororidad
recién comenzada. Como si nosotras,
también ¡al fin...! pudiéramos
haber formado nuestra sociedad secreta, nuestra masonería,
nuestro recinto sagrado.
Lo enfoco ahora
así, un poco a la ligera, todavía, pero quiero insinuar con ello cosas muy
profundas, sin articular todavía.
Creo
que las iré recomponiendo en el libro que me propuse recopilar. Si no yo, alguien más lo hará, de manera
eficaz, y verídica.
Las
mujeres de América Latina son escritoras valerosas, primero que todo.
Es
como ser gladiadora, en un circo romano de la época de los grandes festines de
cristianos (por los hermanos leones, como diría el hermano Francisco).
Pero
ahora, en la época de las vacas magras, cuando el hombre no ha dejado de cejar
en su lucha por el poder y la gloria -con todo el resto incluído- la mujer del
mundo ha descubierto que su planeta también le pertenece. Que su cabeza piensa. Que defiende -como en tiempos ancestrales- sus crías, de la masacre actual,
y de la que ve avecinarse sin remedio.
Que todo eso, y más, lo ha ido viendo y escuchando sin que su acción
radical y fundamental en el curso de la Historia haya sido posible.
¡Pero
que ya no más...!
Que
hoy, en pie, de frente a su pasado y a su futuro con líneas aterradoras
-predicciones no faltan, de un desastre universal- la mujer decide salir de su
inercia-pasiva y se va convirtiendo en muchas Juanas de Arco. Proliferan, ahora. En el mundo de la creación, en el de la
política, en el simple y cotidiano. De
todos los tamaños. Ignoradas, por
supuesto. Todavía relegadas a pequeñitas
noticias de prensa, si acaso, pero que las hay, ¡las hay...!
Y
montones, ahora. Yo diría que ejércitos,
ahora, de Juanas de Arco, pueblan el planeta.
Su
acción se va difundiendo, como reguero de pólvora. El ejemplo cunde, como cunde el pánico en las
hordas de los Machos, temerosos de su cetro en peligro.
No
es por él, que irán las mujeres.
Las
mujeres vamos por la Paz. Por la armonía
entre los seres humanos. Con nosotros y
con la madre Naturaleza, ultrajada, saqueada, condenada a un peligro mortal.
Las
mujeres venimos de la pasiva labor de hilar y recolectar, por siglos y siglos;
salvo en épocas donde nos volvimos feroces, y luchamos cuerpo a cuerpo con los
hombres, por la sobrevivencia.
Somos,
también, guerreras de mano fuerte y pulso firme.
Somos
dadoras. Damos a luz. Nuestros cuerpos están acostumbrados a
preservar, a guardar en silencio por meses y meses, un peso duro de llevar: la
nueva vida en nuestras entrañas.
Sabemos
de dolores en la medida humana en que la naturaleza nos los dió, como
prenda. Para que así supiéramos llevar
el dulce peso de los hijos, con el desgarre bello y doloroso de su parto.
Si
fuéramos guerreras, las mujeres -dijo un sabio varón- se habría acabado este
Planeta. Estaríamos todas a la tarea de
la conquista de los alamares y oropeles, del oro y del moro, y con la necesidad
que hemos tenido siempre de estímulos activos, sin duda alguna, no habría quién
nos pare.
No
vamos a eso, las mujeres.
Vamos
en busca de lo que se le ha perdido al Hombre: la Razón. La Razón verdadera de la Vida. Su esencia e inmanencia. La irradiación capaz de producir Amor, y no
venganza, y odio, y rapiña, y sed de oro, codicia de Poder.
El
Hombre perdió el Norte. Se despolarizó
completamente.
Y
eso, le está costando la ruina al planeta Tierra.
Si
no entra la mujer en busca de equilibrio, de la manera en que lo está haciendo,
el hombre-en-el-poder va a destruir el mundo, sin remedio.
Parecían
pequeñas luchas, al comienzo. Pero ya no
lo son. Ahora la conciencia es
universal.
Por
eso me fuí a América Latina, en busca de sus voces. Y las traje grabadas.
Pronto
me pondré en la tarea de escucharlas de nuevo -transcribirlas-. A mediados del invierno, que es un tiempo
propicio a esa diciplina.
Y
creo que DE VUELTA DEL SILENCIO (las voces de escritoras
Latinoamericanas) será mi homenaje máximo a ese esfuerzo titánico de la mujer
de hoy, por contarle a la humanidad la Historia, a otras voces.
Mi
producción literaria -por mi parte- ya cumplió su cometido.
Nadie
me está en realidad presionando a decir o no decir, a publicar o no.
Creo
que mi trabajo es lo que es. No siento
más, para decir. Y mi oficio de
escritora, como ya dije antes, es un oficio de vida. No un oficio más. Tendría que esperar un período largo de años
para acumular de nuevo, un material que me deje de nuevo con el impulso creador
en marcha plena.
Pienso
que a lo mejor haré esa piecita de Teatro sobre la mujer en los sanatorios
siquiátricos. Saqué el tema en Misiá
Señora, pero me gustaría concentrarlo y profundizarlo más. Pero se ha pasado el tiempo para eso, creo.
Ahora
la vida me está pidiendo más ratos de expansión¡ de Vida...! De observación. Y de silencio.
Creo que hay una semillita, recogiéndose,
germinando a distancia prudente, y que podría ser esa última novela, a
la que siempre temí, por tan ansiada: "ESA ROSA ROJA SOBRE TU
CORAZON", podría llamarse. Siempre
que mis amigos me preguntaban: A.L. ¿dónde está el amor -en tus novelas-?, yo
contesté: todavía no he podido saber cómo ni que substancia real tiene. A lo mejor cuando llegue a los 50 años podré
saber algo.
Y
ya acercándome a esa fecha, creo que es el momento de atreverme.
A human being is
part of the whole, called by us Universe, a part limited in time and
Space. He experiences himself, his
thoughts and feelings as something separated from the rest -a kind of optical
delusion of his conciousness. This
delusion is a kind of prison for us, restricting us to our personal desires and
to affection for a few persons nearest to us.
Our task must be to free ourselves from this
prison by widening our circle of compasion to embrace all living creatures and
the whole nature in its beauty.
[1] El ser
humano es parte del todo, llamado por nosotros Universo, una parte limitada en
tiempo y espacio. El tiene experiencias de sí mismo, sus pensamientos y
sentimientos como algo separado del resto –una especie de alucinación de su
conciencia. Esta alucinación es una
especie de prisión para nosotros, restringiéndonos a nuestros deseos personales
y al afecto por unas pocas personas cercanas a nosotros.Nuestra tarea debe ser
la de liberarnos nosotros mismos de esta prisión ampliando nuestro círculo de
compasión para abrazar todas las criaturas vivientes y toda la naturaleza en su
belleza.
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