Sunday 3 May 2015

EL LIBRO DEL SILENCIO

                    
    

            A  R  A  T  H  I  A          M  A  I  T  R  E  Y  A







                                                E  L       L I B R O


                                                     D  E  L


                                                S  I  L  E  N  C  I  O
                






                                                           
                                                            P O R T A L





                                                Sigue la ruta
                                    de mis ojos
                                    y escucha el arco
                                    que se tensa.

                                    La historia del
                                    Silencio
                                    no fue jamás
                                    el huracán que nos
                                    dijeron
                                    vendría a descuajar
                                    las madreselvas
                                    y hacer latir con
                                    azarado ritmo el
                                    corazón de las
                                    doncellas.

                                    Tampoco fue la
                                    historia de la luz.

                                    Rondador de la noche
                                    con su coraza
                                    cenicienta
                                    que haciéndose camino
                                    entre la sangre voraz
                                    filibustero                              
                                    brotando en la mentira
                                    de los
                                    amaneceres

                                    cargado de abalorios
                                    y reflejos
                                    como las caravanas del
                                    desierto.

                                    Como quien quiere ser
                                    el agua.



                                                                      Londres, XI -28- 84


          Y ha seguido siendo la ruta del silencio; la que mejor me marca el tiempo.
          No ha sido siquiera doloroso esta vez, el proceso.  Cuando el silencio habla en tu interior, no hay vacío, ni oscuridad.  Hay, sí, haciéndose camino entre la sangre, otro ritmo, veloz, que en medio del conflicto que te marca -en su fluir inevitable- va resurgiendo en armonía.  No sin pasar por el infierno.
          Han sido muchos meses los que alejé de este "diario" pues el fragor de mi camino y la búsqueda intensa me entretuvieron en el oficio de la búsqueda otra.  Esa del fondo, donde no existen las palabras.  O donde, más bien, no son traducibles.  Ni transmisibles.
          Hace muchos años ya, un queridísimo amigo, A. Zalamea, en Roma me preguntó: ¿y lo encontraste...?  Se refería al objeto de mi deseo que venía volviéndose insoportable en esos días (1975, creo) y que podría explicar acaso, ahora, como la necesidad de mi encuentro con Lo Absoluto.  Creo que sí, fuí capaz de decirle, no sin cierto temor.  Se me miraba entonces con sospecha, porque yo andaba rara.  Mística, decían unos.  Loca rematada, aducían los menos.  Desvirolada de Pereira, como me llamaba a grandes titulares la gran prensa colombiana.
          Y si hoy me encontrara con mi amigo Alberto, sin rubor, esta vez, y con la voz más firme, y sin miedo a ser tachada de quién sabe qué (los motes de excéntrica no me han faltado nunca) le diría de una: sí, lo encontré.
          Y estaba en el silencio.
          No voy a hacer ahora un libro sobre lo que tantos Maestros y Sabios han hablado.
          No creo que voy a necesitar explicarlo.  Tomé hoy mi pluma violeta, luego de años de casi no hacerlo en forma, porque quería contar a grandes rasgos mi último viaje.
          Y comienza así:

          Crucé de nuevo las grandes aguas y llegué a la orilla de mi misma.
          Gran jeroglífico, que no pertenece tampoco a la dimensión adivinatoria corriente.
          O mejor comenzaría:
          Cuando terminé Las Andariegas, me salí de mi conchita de caracol y con el corazón y el alma a cuestas me fuí a buscar, de nuevo.  Esta vez mi propósito fue el de encontrar como fuera las voces de mujeres de América Latina.
          Recopilarlas.  Por meses, mi viaje en las dos Américas me llevó al encuentro de escritoras desconocidas para la mayoría del público en la misma Latinoamérica y para nosotras mismas.  Fué una sorpresa que tenía la emoción y la intensidad de un descubrimiento.
          Conocí -o visité de nuevo- los países donde vivían.  Oí sus voces, que como un eco me repetían a una: yo vengo del silencio...
          Y así las fuí reconociendo, como imágenes propias de mi mismo espejo.
          La lucha desoladora.  El rechazo -en la mayoría de los casos- de sus propios ambientes.  La necesidad de expresar lo que ya se está viviendo con claridad, coherencia, inteligencia y orden.  Lo que ya se adquirió por lucha propia.  Eso que el hombre todavía les niega; la inteligencia.  La creatividad en esos campos donde la luz es aparentemente inherente a su género, hablo del masculino, obvio.
          Ese terrible desconcierto que al comienzo de mi vida de escritora sentí, al descubrir la hostilidad -o el silencio ostensible de la crítica, o de mis amigos- lo ví reflejado en la mayoría de ellas.  Cada una tuvo que construirse su propio piso.  Luchar por ese pedacito de terreno en el que diariamente va dejando sus páginas.  Y sería tremendista -pero no por ello menos cierto- decir, que cada página -en muchos de los casos- ha costado muchos infiernos.  Y poco de paraísos.
          Así fué, pues, mi viaje.  Acumulado.  Nervioso.  Excitante.  Intimo.  Desarticulado a veces, pues me movía demasiado el corazón.  El sentimiento de sororidad recién comenzada.  Como si nosotras, también ¡al fin...! pudiéramos haber formado nuestra sociedad secreta, nuestra masonería, nuestro recinto sagrado.
          Lo enfoco ahora así, un poco a la ligera, todavía, pero quiero insinuar con ello cosas muy profundas, sin articular todavía.
          Creo que las iré recomponiendo en el libro que me propuse recopilar.  Si no yo, alguien más lo hará, de manera eficaz, y verídica.
          Las mujeres de América Latina son escritoras valerosas, primero que todo.
          Es como ser gladiadora, en un circo romano de la época de los grandes festines de cristianos (por los hermanos leones, como diría el hermano Francisco).
          Pero ahora, en la época de las vacas magras, cuando el hombre no ha dejado de cejar en su lucha por el poder y la gloria -con todo el resto incluído- la mujer del mundo ha descubierto que su planeta también le pertenece.  Que su cabeza piensa.  Que defiende -como en tiempos  ancestrales- sus crías, de la masacre actual, y de la que ve avecinarse sin remedio.  Que todo eso, y más, lo ha ido viendo y escuchando sin que su acción radical y fundamental en el curso de la Historia haya sido posible.
          ¡Pero que ya no más...!
          Que hoy, en pie, de frente a su pasado y a su futuro con líneas aterradoras -predicciones no faltan, de un desastre universal- la mujer decide salir de su inercia-pasiva y se va convirtiendo en muchas Juanas de Arco.  Proliferan, ahora.  En el mundo de la creación, en el de la política, en el simple y cotidiano.  De todos los tamaños.  Ignoradas, por supuesto.  Todavía relegadas a pequeñitas noticias de prensa, si acaso, pero que las hay, ¡las hay...! 
          Y montones, ahora.  Yo diría que ejércitos, ahora, de Juanas de Arco, pueblan el planeta.
          Su acción se va difundiendo, como reguero de pólvora.  El ejemplo cunde, como cunde el pánico en las hordas de los Machos, temerosos de su cetro en peligro.
          No es por él, que irán las mujeres.
          Las mujeres vamos por la Paz.  Por la armonía entre los seres humanos.  Con nosotros y con la madre Naturaleza, ultrajada, saqueada, condenada a un peligro mortal.
          Las mujeres venimos de la pasiva labor de hilar y recolectar, por siglos y siglos; salvo en épocas donde nos volvimos feroces, y luchamos cuerpo a cuerpo con los hombres, por la sobrevivencia.
          Somos, también, guerreras de mano fuerte y pulso firme.
          Somos dadoras.  Damos a luz.  Nuestros cuerpos están acostumbrados a preservar, a guardar en silencio por meses y meses, un peso duro de llevar: la nueva vida en nuestras entrañas. 
          Sabemos de dolores en la medida humana en que la naturaleza nos los dió, como prenda.  Para que así supiéramos llevar el dulce peso de los hijos, con el desgarre bello y doloroso de su parto.
          Si fuéramos guerreras, las mujeres -dijo un sabio varón- se habría acabado este Planeta.  Estaríamos todas a la tarea de la conquista de los alamares y oropeles, del oro y del moro, y con la necesidad que hemos tenido siempre de estímulos activos, sin duda alguna, no habría quién nos pare.
          No vamos a eso, las mujeres.
          Vamos en busca de lo que se le ha perdido al Hombre: la Razón.  La Razón verdadera de la Vida.  Su esencia e inmanencia.  La irradiación capaz de producir Amor, y no venganza, y odio, y rapiña, y sed de oro, codicia de Poder.
          El Hombre perdió el Norte.  Se despolarizó completamente. 
          Y eso, le está costando la ruina al planeta Tierra.
          Si no entra la mujer en busca de equilibrio, de la manera en que lo está haciendo, el hombre-en-el-poder va a destruir el mundo, sin remedio.
          Parecían pequeñas luchas, al comienzo.  Pero ya no lo son.  Ahora la conciencia es universal.
          Por eso me fuí a América Latina, en busca de sus voces.  Y las traje grabadas.
          Pronto me pondré en la tarea de escucharlas de nuevo -transcribirlas-.  A mediados del invierno, que es un tiempo propicio a esa diciplina.
          Y creo que DE VUELTA DEL SILENCIO (las voces de escritoras Latinoamericanas) será mi homenaje máximo a ese esfuerzo titánico de la mujer de hoy, por contarle a la humanidad la Historia, a otras voces.
          Mi producción literaria -por mi parte- ya cumplió su cometido.
          Nadie me está en realidad presionando a decir o no decir, a publicar o no.
          Creo que mi trabajo es lo que es.  No siento más, para decir.  Y mi oficio de escritora, como ya dije antes, es un oficio de vida.  No un oficio más.  Tendría que esperar un período largo de años para acumular de nuevo, un material que me deje de nuevo con el impulso creador en marcha plena.
          Pienso que a lo mejor haré esa piecita de Teatro sobre la mujer en los sanatorios siquiátricos.  Saqué el tema en Misiá Señora, pero me gustaría concentrarlo y profundizarlo más.  Pero se ha pasado el tiempo para eso, creo.
          Ahora la vida me está pidiendo más ratos de expansión¡ de Vida...!  De observación.  Y de silencio.
           Creo que hay una semillita, recogiéndose, germinando a distancia prudente, y que podría ser esa última novela, a la que siempre temí, por tan ansiada: "ESA ROSA ROJA SOBRE TU CORAZON", podría llamarse.  Siempre que mis amigos me preguntaban: A.L. ¿dónde está el amor -en tus novelas-?, yo contesté: todavía no he podido saber cómo ni que substancia real tiene.  A lo mejor cuando llegue a los 50 años podré saber algo.
          Y ya acercándome a esa fecha, creo que es el momento de atreverme.
         

















         A human being is part of the whole, called by us Universe, a part limited in time and Space.  He experiences himself, his thoughts and feelings as something separated from the rest -a kind of optical delusion of his conciousness.  This delusion is a kind of prison for us, restricting us to our personal desires and to affection for a few persons nearest to us.
Our task must be to free ourselves from this prison by widening our circle of compasion to embrace all living creatures and the whole nature in its beauty.


                                                   Albert Einstein *[1]




[1]   El ser humano es parte del todo, llamado por nosotros Universo, una parte limitada en tiempo y espacio. El tiene experiencias de sí mismo, sus pensamientos y sentimientos como algo separado del resto –una especie de alucinación de su conciencia.  Esta alucinación es una especie de prisión para nosotros, restringiéndonos a nuestros deseos personales y al afecto por unas pocas personas cercanas a nosotros.Nuestra tarea debe ser la de liberarnos nosotros mismos de esta prisión ampliando nuestro círculo de compasión para abrazar todas las criaturas vivientes y toda la naturaleza en su belleza.

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